David Moody - Odio

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Sucede sin previo aviso, ataques súbitos, salvajes y letales. ¿Por qué la gente ataca a sus amigos, a su familia, incluso a desconocidos? ¿Se trata de un virus, de un ataque terrorista o es algo más primitivo? Un opresivo horror domina el país y no queda nadie en quien confiar, ni siquiera en uno mismo.
En la tradición de H. G. Wells, Anthony Burgess y Richard Matheson, Odio es la historia de un hombre y de su papel en un mundo desquiciado, un mundo infectado por el miedo, la violencia y el odio.
«Un viaje delirante, una fábula acerca del sentimiento predominante del siglo XXI. Odio te perseguirá mucho después de que hayas leído la última página.» – Guillermo del Toro, director de El laberinto del fauno
«Un lúcido acercamiento al estado del terror en el que vivimos y una fábula espeluznante acerca de sus últimas consecuencias. Ten cuidado con Odio, se adentrará en tu alma capítulo a capítulo hasta que encuentre la semilla de maldad que acecha en ella.» – J. A. Bayona, director de El orfanato

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– Buenos noches, papi -bosteza.

– Buenas noches, corazón.

Estoy a punto de salir cuando vuelve a hablar.

– ¿Está muerto, papi?

¿Qué contestar a eso? ¿Le cuento la verdad o le miento para evitar más preguntas y tranquilizar a mi pequeña? Soy un cobarde. Respondo con evasivas.

– No lo sé -murmuro con rapidez-. Buenas noches.

Espero un poco más para asegurarme de que está dormida.

Finalmente, libre pero exhausto, me arrastro por el pasillo hacia la sala de estar. A medio camino del fin de semana y me siento como si no hubiera tenido ni la más mínima oportunidad para relajarme. Esta noche hay una película que Liz y yo queríamos ver. Después del último par de días nos hará bien sentarnos juntos y relajarnos un rato.

Miro en la sala de estar y veo que Lizzie está dormida. Está tendida a lo largo del sofá y ronca. Estoy decepcionado pero no sorprendido. Me pongo algo de beber y de comer antes de buscar un sitio para sentarme y ver la tele. Las otras sillas tienen encima pilas de juguetes de los niños y ropa limpia a la espera de que la guardemos. No me atrevo a mover nada. Me siento en el suelo, apoyado en el sofá.

Ahora no puedo encontrar el mando a distancia. Revuelvo la mayor parte de la colada y husmeo entre los juguetes, pero no encuentro el maldito trasto por ninguna parte. Me apuesto algo a que uno de los niños lo ha escondido. Josh tiene la costumbre de tirar cosas a la basura. Miro en el cubo de la basura y después debajo de todas las sillas y el sofá. Estoy a punto de rendirme cuando finalmente veo que una punta del mando asoma por debajo de Lizzie. Se ha quedado dormida encima de él. Lo saco de debajo de su cuerpo. Ella gruñe y se da la vuelta para ponerse de espaldas pero no se despierta.

Justo a tiempo. Sin perder ni un segundo, finalmente lo consigo. Cambio el canal y me siento a disfrutar de la película. Parece como si ya hubiera comenzado. En realidad parece que ya lleva un buen rato. Compruebo la programación. La maldita peli ha empezado hace tres cuartos de hora.

Las noches de los sábados están empezando a deprimirme. Ya hace un tiempo que han empezado a parecerme vacías y, si soy honesto, patéticas. Aún somos jóvenes y deberíamos salir a disfrutar, pero no lo hacemos. Siempre empiezo el fin de semana con la mejor de las intenciones, pero nada parece salir como lo planeo. La vida familiar se interpone. No tengo amigos íntimos con los que salir ni dinero ahorrado, los niños nos irritan y nos agotan, y Lizzie y yo siempre estamos cansados. Las más de las veces me quedo aquí solo, sentado delante de la tele, mirando tonterías sin sentido. Ya es casi medianoche y he estado horas aquí solo. Liz se levantó y se fue a la cama hace siglos.

La película que me he perdido era la única cosa digna de verse esta noche. Es una locura, cuantos más canales de televisión tenemos, menos programas hay que valgan la pena. He estado aquí sentado, con el mando a distancia en la mano, cambiando constantemente de canal, y todo lo que he encontrado han sido concursos horribles, programas de entrevistas con invitados aburridos, realities idiotas, culebrones, competiciones de talentos, telefilmes, dramas repetidos y una mierda de recopilaciones de vídeos caseros y de tomas de cámaras de circuito cerrado. He acabado viendo las noticias, como siempre. Es un canal de noticias las veinticuatro horas, que ha sido interesante durante un rato, pero los titulares se repiten cada quince minutos y he empezado a sentir que los párpados me pesan ahora que estoy viendo lo mismo por tercera vez. Debería irme a la cama pero no me animo a levantarme.

Espero un minuto. Por fin dan algo mínimamente interesante. Un titular que dice «Última Hora» acaba de aparecer y han dado paso a un reportero que está en la esquina de una calle del centro de la ciudad. Reconozco el sitio desde donde están emitiendo. Es una plaza de la ciudad, no demasiado lejos de donde trabajo. ¿Qué ha ocurrido? Intento leer el texto que pasa al pie de la pantalla pero mis ojos están cansados y las palabras se mueven a demasiada velocidad. Subo el volumen y escucho cómo un reportero azotado por el viento empieza a hablar sobre algo que ha ocurrido en Exodus, uno de los bares de moda en el centro de la ciudad. Hay gente pululando en la calle, detrás de él. Dios santo, han matado a alguien. Está hablando de un ataque que ha ocurrido en la última hora poco más o menos. Espera, no… ha habido muchos ataques. Deben estar conectados. Suena como si algún lunático se hubiera salido de madre. El peor momento del fin de semana para que pase algo así. El centro siempre está lleno de gente la noche de los sábados. Todo el mundo está ahí. Todo el mundo, excepto los pobres hijos de puta como yo que estamos clavados en casa, con niños y una compañera que se duerme en cuanto pasa un poco de la hora.

Mis ojos se vuelven a cerrar. Intento mantenerme despierto y concentrarme en lo que están diciendo, pero es difícil. Se está haciendo tarde y…

Ese maldito reportero sigue hablando.

Intento enfocar el reloj que está sobre la estantería. He debido quedarme dormido durante unos pocos minutos. Espera, el reloj marca las tres y media. He estado durmiendo en el suelo durante horas. No me sorprende que me duelan los huesos. Joder, sea lo que sea lo que haya ocurrido esta noche en la ciudad ha tenido que ser bastante serio para merecer semejante cobertura en la tele nacional. Parece como si siguieran emitiendo en directo desde la ciudad. No me gustaría tener el trabajo de ese tío, aguantando en la esquina de una calle durante horas y sin ver el final. Sin embargo, al fin se mueve…

Me duele la espalda. Me debería haber ido a la cama hace horas, cuando se fue Lizzie.

Me siento y me dispongo a moverme. Odio despertarme de esta manera. Me siento enfermo y mis brazos y piernas están pesados y entumecidos. Me levanto y estoy a punto de apagar la tele cuando me detiene algo que está diciendo el reportero. Parece como si hubiera más problemas. Ahora llena la pantalla un mapa de la ciudad con un montón de marcas sobre él. Es como si hubiera habido muchos problemas. Eso es lo malo con las juergas con alcohol y los sábados por la noche. Hay demasiada gente por ahí y sólo se necesita un idiota para empezar una pelea. Alguien resulta herido entonces, otro responde, alguien más intenta pararlos y, antes de que te des cuenta, tienes un verdadero problema entre las manos. Parece como si eso fuera lo que ha ocurrido esta noche. Por lo que puedo entender hubo jaleo en un bar y éste se extendió a la calle. Ahora muestran imágenes de multitud de personas peleando, espoleados por la bebida y las drogas. Han enviado unidades antidisturbios para restablecer el orden. Casi me alegra estar aburrido y encerrado en casa. Han cambiado el mapa de la pantalla para mostrar los puntos donde ha habido cuatro muertos y más de treinta detenidos. Siempre es la minoría descerebrada la que les jode la fiesta a los demás. Maldita sea, acaban de decir algo sobre el cuerpo de un agente de policía que han encontrado con más de cuarenta puñaladas. Joder, ¿qué tipo de animal puede hacer algo así a un ser humano?

Me pregunto cuánto tiempo más va a quedarse el reportero en ese sitio.

Estoy cansado. Antes de que me vuelva a quedar dormido, apago la tele y las luces, y tanteo el camino hacia el dormitorio, a oscuras.

DOMINGO

IV

Susan Myers se despertó al lado de Charlie, su marido desde hacía treinta y tres años. Estaba acostada en silencio, en la semioscuridad, procurando no moverse. No quería que él supiera que estaba despierta. No quería hablar con él. A través de los párpados medio abiertos se quedó mirando cómo la cortina iba y venía movida por el viento que entraba por la ventana abierta, que revelaba pequeños retazos del brillante mundo exterior. ¿Tenía algún sentido levantarse? Durante la semana conseguía llenar su tiempo con amigas, compras y compromisos sociales; pero los fines de semana, los domingos en especial, eran largos, aburridos y vacíos. Desde que Charlie se había jubilado, hacía once meses, sus vidas se habían vuelto cada vez más grises y monótonas. La mayor parte de sus amigas tenían a sus hijos y el resto de la familia para tenerlas ocupadas, pero todo lo que ella tenía era a él, y él la aburría. Él parecía feliz sin hacer nada pero ella no lo podía soportar. Él quería deambular por la casa y el jardín, ella quería salir. Ella quería gritarle y chillarle para hacerle entender cómo se sentía, pero sabía que era inútil. Él ni siquiera era consciente de que ella era infeliz.

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