David Moody - Odio

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Sucede sin previo aviso, ataques súbitos, salvajes y letales. ¿Por qué la gente ataca a sus amigos, a su familia, incluso a desconocidos? ¿Se trata de un virus, de un ataque terrorista o es algo más primitivo? Un opresivo horror domina el país y no queda nadie en quien confiar, ni siquiera en uno mismo.
En la tradición de H. G. Wells, Anthony Burgess y Richard Matheson, Odio es la historia de un hombre y de su papel en un mundo desquiciado, un mundo infectado por el miedo, la violencia y el odio.
«Un viaje delirante, una fábula acerca del sentimiento predominante del siglo XXI. Odio te perseguirá mucho después de que hayas leído la última página.» – Guillermo del Toro, director de El laberinto del fauno
«Un lúcido acercamiento al estado del terror en el que vivimos y una fábula espeluznante acerca de sus últimas consecuencias. Ten cuidado con Odio, se adentrará en tu alma capítulo a capítulo hasta que encuentre la semilla de maldad que acecha en ella.» – J. A. Bayona, director de El orfanato

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Los dos hombres se han puesto en pie de nuevo y rezo para que no se acerquen. El hombre más delgado agarra al tatuado por la chaqueta y lo está volteando. El otro intenta agarrarse a algo para mantener el equilibrio pero el delgado no le da la oportunidad. Lo deja ir, corre hacia él y lo golpea en el pecho, lanzándolo tambaleante hacia atrás. Otro golpe lanza tan lejos al hombre tatuado que esta vez acaba de espaldas sobre una mesa no demasiado alejada de donde estamos sentados. Platos medio vacíos, cubiertos y vasos salen volando. Agarro a Josh y me giro para ver que Lizzie ha hecho lo mismo con Ellis. El ruido de objetos cayendo y rompiéndose se difumina y es reemplazado por un silencio incómodo. Todo el mundo está mirando la pelea pero ha sido tan repentina y tan violenta que nadie se atreve a intervenir. Todo el mundo sabe que deberían hacer algo pero nadie se mueve.

– No, tío… -el hombre tendido de espaldas grita-. Por favor no…

El hombre delgado mira a su alrededor. Manteniendo a su víctima tendida en el suelo con una mano, busca entre los restos que hay en la mesa y coge algo. Sólo al levantarlo por encima de la cabeza veo que se trata de un cuchillo. Los siguientes segundos parecen durar una eternidad. No quiero mirar pero no puedo apartar los ojos. Baja con fuerza el cuchillo hacia el pecho del hombre tatuado y lo hunde en la carne. Pero eso no es suficiente. Con el puño cubierto de sangre extrae la hoja y lo apuñala una vez y otra y otra…

Jodida mierda.

Joder, tenemos que salir de aquí. Nos tenemos que mover. Ese tío está fuera de sí. ¿Qué ocurrirá si se vuelve contra todos los demás? El centenar de personas apretujadas en este pub abarrotado han empezado a sentir pánico y se dirigen a las salidas, alejándose corriendo de los dos hombres que están en el centro de la sala. El hombre delgado sigue destrozando el pecho del otro con la afilada y aserrada hoja. Los brazos y las piernas del hombre tatuado se mueven con espasmos. Pese a la distancia, puedo ver que la mesa y ambos hombres están cubiertos de sangre.

Arranco a Josh de la silla y empujo a Lizzie hacia la puerta más cercana. Intento con todas mis fuerzas conservar la calma pero estoy aterrorizado. Venga, muévete de una jodida vez… Hay una multitud de bebedores que intentan salir a la vez a través de una puerta estrecha y, por segunda vez en menos de un día, estoy atrapado al final de una multitud que intenta alejarse del jaleo. Sujeto fuertemente a Josh contra mi pecho y miro de reojo para ver dónde está el lunático con el cuchillo. Si ha terminado con el hombre en la mesa quién sabe quién será el siguiente. No quiero ser su próxima víctima. Sólo quiero…

– ¡Danny! -oigo que grita Liz. Levanto de nuevo la mirada. La multitud la está empujando delante de mí y ahora hay un par de metros entre nosotros. Ella casi ha salido por la puerta. Está mirando hacia atrás y gritándome algo. No puedo entenderlo.

– ¿Qué?

– ¡Ed -grita-, coge a Ed!

Virgen santa. No hay tiempo para pensar. Agarro a Josh con más fuerza y vuelvo corriendo hacia el parque infantil. La gente que hay allí no puede haber oído lo que ha ocurrido. Empujo la puerta de dos hojas y miro alrededor en busca de Ed, y no lo puedo ver. La luz es más suave y hay niños y padres por todas partes.

– ¡Edward! -grito por encima de la ensordecedora música de la fiesta. La gente se vuelve y me mira como si me hubiese vuelto loco-. ¡Ed!

– ¡Papi! -oigo que me grita en respuesta. Está junto a una de las estructuras, al otro extremo de la sala, con un amigo. Corro hacia él.

– Recoge tus zapatos y el abrigo -le digo-, tenemos que irnos.

– Pero papá… -empieza a protestar.

– Recoge tus zapatos y el abrigo -le repito.

– ¿Qué ocurre? -pregunta alguien. Me doy la vuelta y veo que es Wendy Parish, la madre de uno de los amigos de Ed.

– Hay problemas en el pub -le explico, mirando ansiosamente cómo desaparece Ed para buscar sus cosas-. Si fuera tú, saldría de aquí. Todo el mundo debería salir de aquí.

Veo que los camareros del pub están hablando con los empleados del parque y que quieren dar un aviso por megafonía para desalojar el edificio. Ed está de vuelta con el abrigo puesto. Se sienta y empieza a ponerse los zapatos.

– Vamos, hijo -chillo por encima del ruido-. Hazlo fuera.

Confundido, se levanta de un salto y se coge a mí. Corremos hacia la salida, rodeando mesas y sillas repentinamente esparcidas por todo el local. Salimos al aparcamiento y veo que Liz y Ellis están junto al coche. Corro hacia ellas. Ed va cojeando a mi lado, con un zapato puesto y el otro en la mano. Puedo oír sirenas aproximándose.

– ¿Estás bien? -pregunta Liz.

– Estamos bien -le contesto, rebuscando las llaves en mis bolsillos. Abro la puerta y entre los dos les ponemos el cinturón a los niños. Le hago un gesto para que suba y lo hace. Termino de ajustar el cinturón de Josh en su sillita, me monto y cierro el seguro de las puertas.

– ¿Debemos esperar a la policía? -pregunta Liz, cuya voz es poco más que un susurro.

– Gilipolleces -contesto mientras arranco el motor y salgo marcha atrás de la plaza de aparcamiento. Los coches ya están haciendo cola para salir a la calle-. Nadie se está parando -añado cuando nos unimos al final de la cola-. Salgamos de aquí.

7

Son las nueve y media, y he estado intentando salir del dormitorio de Ellis desde hace una hora. Obviamente la pobre niña está impresionada por lo que ha visto. No estoy sorprendido, a mí también me ha dejado aterrado. Externamente no parece demasiado trastornada pero no deja de hablar de lo ocurrido. Nunca sabes cómo puede afectar una cosa así a un niño. He estado sentado en un extremo de su cama contestando su flujo ininterrumpido de preguntas desde que me llamó a gritos. Lo he hecho lo mejor que he podido, pero mi paciencia empieza a agotarse. Ella intenta exprimir la conversación al máximo para retenerme aquí todo el tiempo que pueda.

– Entonces, ¿por qué se estaban peleando, papi? -pregunta (otra vez).

– Ellis -suspiro-, ya te he dicho cientos de veces que no lo sé.

– ¿Ahora ya han parado?

– Estoy seguro de que sí. La policía los habrá parado.

– ¿De verdad?

– Sí, eso es lo que hace la policía.

– ¿Alguno de los hombres salió herido?

– Sí.

– ¿Estará ahora en el hospital?

– Sí -contesto. No le digo que probablemente esté en el depósito de cadáveres.

De repente no hay más preguntas. Está cansada. Sus ojos empiezan a cerrarse. Se va a dormir pero está intentando luchar contra el sueño. Tengo que esperar hasta que esté seguro que se ha dormido, pero estoy desesperado por salir de aquí, ahora. Me deslizo por el borde de la cama, me levanto con cuidado y empiezo a moverme hacia la puerta. Ella se revuelve y me mira, y yo me quedo helado.

– ¿Qué pasa con mis patatas fritas? -murmura, la voz lenta y adormilada.

– ¿Qué pasa con ellas? -le pregunto mientras me alejo.

– No me las acabé.

– Ninguno de nosotros se acabó la comida. Mami y papi tampoco se la acabaron.

– ¿Seguirán allí?

– ¿Quién seguirá allí?

– Mis patatas.

– Lo dudo.

– ¿Se las ha comido alguien?

– No, ahora ya deben estar frías. Alguien las habrá tirado.

– ¿Podemos volver mañana para verlo?

– No.

– ¿Por qué no? Quiero acabar mis patatas. -Ellis -la interrumpo-. Por favor, cállate y ponte a dormir.

Finalmente he llegado a la puerta. Apago la luz y espero su reacción. No hace nada. Ahora la única luz en la habitación procede del pasillo. Aún puedo ver cómo se mueve en la cama, pero sé que estará dormida en unos minutos.

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