Dios, cómo la echa de menos.
Pero tú la expulsaste de tu lado, piensa.
¿Y para qué?
¿Para convertirme en el Señor de la Frontera? Así le llaman ahora en la DEA, a sus espaldas, claro está. A excepción de Shag, que se lo dice a la cara. Entra en su despacho con una taza de café y pregunta: «¿Cómo está el Señor de la Frontera esta mañana?».
Desde un punto de vista técnico, es el jefe del Destacamento Especial de la Frontera Sudoeste, y dirige un grupo de coordinación de todas las agencias que combaten en la Guerra contra las Drogas: la DEA, el FBI, la Patrulla de Fronteras, Aduanas e Inmigración, la policía local y estatal. Todos se hallan bajo el mando de Art Keller. Con base en San Diego, tiene una oficina enorme, y personal en consonancia.
Es una posición de poder, justo la que exigió a John Hobbs.
También es miembro del Comité Vertical. Es un grupo pequeño (consiste en John Hobbs y él) que coordina las actividades de la DEA y la CIA en las Américas, para evitar que se hagan la zancadilla mutuamente. Ese es el propósito oficial: el extraoficial es evitar que Art Keller haga algo que estropee los planes de la Compañía.
Ese fue el trato. Art consiguió el Destacamento Especial de la Frontera del Sudoeste para poder continuar su guerra contra los Barrera. A cambio, pasa por el aro.
¿Día de los Muertos?, piensa, sentado en un coche aparcado en una calle de La Jolla. No estaría mal ir a depositar caramelos sobre mi propia tumba.
Entonces ve a Nora Hayden salir de la tienda de modas.
Es una persona de costumbres, y así lo ha sido durante los meses que la ha tenido bajo vigilancia. La primera vez que llamó su atención fue gracias a sus fuentes de Tijuana. El rumor de que Adán Barrera tenía una novia, una amante, que había alquilado un apartamento en el distrito de Río y la iba a ver con regularidad.
Un descuido impropio de Adán, elegir a una mujer norteamericana para ser infiel, piensa Art, mientras ve a la mujer acercarse por la acera con bolsas de compras en ambas manos. Algo extraño en Adán, que tenía fama, al menos hasta hace poco, de ser un devoto padre de familia.
Pero Art comprende la tentación cuando ve a Nora.
Tal vez la mujer más hermosa que ha visto en su vida.
Por fuera, piensa, al recordar que esta puta se está tirando a Adán Barrera.
En plan profesional.
Había ordenado seguirla tres meses antes, cuando había vuelto a cruzar la frontera. Obtuvo un nombre y una dirección, y muy pronto algo más.
Haley Saxon.
La DEA tenía fichada a la madame desde hacía años. Y también el IRS. El Departamento de Policía de San Diego lo sabía todo sobre la Casa Blanca, por supuesto, pero nadie había efectuado el menor movimiento, porque la lista de clientes de Haley Saxon era un avispero político que nadie tenía pelotas de remover.
Y ahora resulta que la segundera de Adán es una de las mejores chicas de Haley. Mierda, piensa Art, si Haley Saxon fuera Mary Kay, a estas alturas Nora Hayden sería la propietaria de una flota de Cadillacs.
Espera a que se acerque un poco más, sale del coche, exhibe su identificación.
– Tenemos que hablar, señorita Hayden.
– Me parece que no.
Tiene unos ojos azules asombrosos, y su voz es educada y segura de sí misma. Art tienes que recordarse que solo es una puta.
– ¿Por qué no vamos a sentarnos en mi coche? -sugiere Art.
– Porque no.
Empieza a alejarse, pero él la toma por el codo.
– ¿Por qué no ordeno que detengan a su amiga Haley Saxon por dirigir una casa de prostitución? -pregunta Art-. ¿Por qué no cierro su negocio de una vez por todas?
Nora deja que la conduzca hasta el coche. Art abre la puerta del pasajero y ella sube. Después Art da la vuelta y se sienta en el asiento del conductor.
Nora consulta sin disimulos su reloj.
– Mi intención es ir al cine a la sesión de la una y cuarto.
– Hablemos de su novio -dice Art.
– ¿Mi novio?
– ¿O Barrera es su «cliente»? Enséñeme la jerga.
Ella ni pestañea.
– Es mi amante.
– ¿Le paga por el privilegio?
– Eso no es asunto suyo.
– ¿Sabe de qué vive su amante?
– Es restaurador.
– Venga, Nora.
– Señor Keller, digamos que siento simpatía por ciertos placeres que la sociedad considera ilegales.
– Sí, vale -dice Art-. ¿Qué me dice del asesinato? ¿Le parece bien?
– Adán nunca ha matado a nadie.
– Pregúntele por Ernie Hidalgo. Ya que estamos en ello, pregúntele por Pilar Méndez. Le cortaron la cabeza. Y por sus hijos. ¿Sabe qué hizo su novio con ellos? Los arrojó desde un puente.
– Eso es una vieja patraña que Güero Méndez ha propagado…
– ¿Es eso lo que le dijo Adán?
– ¿Qué desea, señor Keller?
Es una mujer de negocios, piensa Art. Va al grano. Bien. Ha llegado el momento de efectuar tu lanzamiento. No la cagues.
– Su colaboración -dice Art.
– Quiere que le informe sobre…
– Digamos que se encuentra en una posición única para…
Ella abre la puerta del coche.
– Voy a llegar tarde a la película.
Art la detiene.
– Vaya a la sesión de más tarde.
– No tiene derecho a retenerme contra mi voluntad -replica Nora-. No he cometido ningún delito.
– Permítame que le explique algunas cosas -dice Art-. Sabemos que los Barrera tienen dinero invertido en el negocio de Haley Saxon. Solo eso puede provocarle problemas económicos. Si alguna vez han utilizado la casa para celebrar un encuentro, a Haley le caerán un mínimo de veinte años, y será culpa de usted. No obstante, tendrá mucho tiempo para pedirle disculpas, porque la encerraré en la misma celda. ¿Puede explicarme de dónde proceden todos sus ingresos, señorita Hayden? ¿Sabe de dónde sale el dinero que Adán le está pagando por ser su «amante»? ¿O está lavando el dinero de las drogas junto con las sábanas sucias? Está metida en un pozo muy profundo, señorita Hayden. Pero puede salvarse. Incluso puede salvar a su amiga Haley. Le estoy tendiendo la mano. Acéptela.
Ella le dirige una mirada de puro odio.
Me da igual, piensa Art. No necesito que me quieras, solo que hagas lo que quiero.
– Si pudiera hacer lo que ha dicho que puede hacer a Haley -dice Nora con calma-, ya lo habría hecho. En cuanto a lo que pueda hacerme a mí… haga lo que pueda.
Se dispone a salir de nuevo.
– ¿Y Parada? -pregunta Art-. ¿También se lo está tirando?
Porque saben que ha ido a ver al cura a Guadalajara, e incluso a San Cristóbal, en numerosas ocasiones.
Ella se vuelve y le fulmina con la mirada.
– Es usted un pedazo de cabrón.
– No lo dude.
– Por si quiere saberlo, Juan y yo somos amigos.
– ¿Sí? -pregunta Art-. ¿Seguiría siendo amigo suyo si supiera que es una puta?
– Lo sabe.
Me quiere igual, piensa Nora.
– ¿Sabe que se ha vendido a un cabrón asesino como Adán Barrera? -pregunta Art-. ¿Seguiría siendo amigo suyo si lo supiera? ¿Quiere que descuelgue el teléfono y le llame? Hace tiempo que nos conocemos.
Lo sé, piensa Nora. Me ha hablado de ti. Lo que no me contó era lo horrible que eras.
– Haga lo que le dé la gana, señor Keller -dice Nora-. Me da igual. ¿Puedo irme?
– De momento.
Nora sale del coche y baja por la calle. Su falda revolotea alrededor de sus hermosas piernas bronceadas.
Tan serena como si acabara de tomar el té con una amiga, piensa Art.
Capullo de mierda, piensa, la has cagado.
Pero me encantaría saber, Nora, si le cuentas a Adán nuestra pequeña charla.
M é xico
1994
Adán se ha pasado todo el día en cementerios.
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