Así que el secuestro fue un craso error, agravado por el hecho de que, pese a todo el coste, aún no han descubierto la identidad del tal Mamada.
Está claro que el norteamericano no lo sabe.
Lo habría dicho. No habría podido soportar el tormento del hueso, los electrodos, la barra de hierro. Si lo hubiera sabido, lo habría confesado. Y ahora yace sin dejar de gemir en ese dormitorio convertido en cámara de tortura, y hasta el Doctor ha levantado las manos y ha anunciado que ya no puede hacer más, y los yanquis y sus lambiosos están siguiendo mi rastro, y hasta mi antiguo cura me está enviando al infierno.
«Liberad al hombre y volved con Dios. Su libertad es la vuestra.»
Tal vez, piensa Adán.
Puede que tengas razón.
Ernie Hidalgo existe ahora en un mundo bipolar.
Está el dolor, y la ausencia de dolor, y nada más.
Si la vida significa dolor, es mala.
Si la muerte significa ausencia de dolor, es buena.
Intenta morir. Le mantienen vivo con goteros salinos. Intenta dormir. Le mantienen despierto con inyecciones de lidocaína. Controlan su corazón, su pulso, su temperatura, con la intención de impedir que muera y ponga fin al dolor.
Siempre con las mismas preguntas: «¿Quién es Mamada?». «¿Qué te dijo?», «¿Qué nombres te dio?», «¿Quién es del gobierno?», «¿Quién es Mamada?».
Siempre las mismas respuestas: «No lo sé», «No me dijo nada que yo no le haya dicho», «Nadie», «No lo sé».
Seguidas de más dolor, de muchos cautelosos cuidados, y de más dolor.
Después una pregunta nueva.
De pronto una nueva pregunta y un nuevo mundo.
«¿Qué es Cerbero?» «¿Has oído hablar de Cerbero?» «¿Mamada te habló alguna vez de Cerbero?» «¿Qué te dijo?»
«No lo sé.» «No, no he oído hablar de eso.» «No, no me habló de eso.» «No me dijo nada.» «Lo juro por Dios.» «Lo juro por Dios.» «Lo juro por Dios.»
«¿Y Art?» «¿Te habló alguna vez de Cerbero?» «¿Mencionó Cerbero en alguna ocasión?» «¿Le oíste hablar alguna vez con alguien acerca de Cerbero?»
«Cerbero, Cerbero, Cerbero…»
«Conoces la palabra, pues.»
«No, lo juro por Dios. Lo juro por Dios. Que Dios me ayude. Que Dios me ayude. Por favor, Dios, ayúdame.»
El Doctor abandona la habitación, le deja a solas con su dolor. Le deja preguntándose: ¿Dónde está Dios, dónde está Arthur? ¿Dónde está Jesús, la Virgen María y el Espíritu Santo? María, ten piedad de mí.
Cosa rara, la piedad llega en la forma del Doctor. Es Raúl quien lo sugiere.
– Mierda, esos gemidos me están volviendo loco -le dice al Doctor-. ¿No puedes hacerle callar?
– Podría darle algo.
– Dale algo -dice Adán.
Los gemidos también le están molestando. Y si piensan liberarle, tal como él desea, será mejor devolverlo en el mejor estado posible. Que no es muy bueno, pero mejor que muerto. Y a Adán se le ocurre la idea de devolver al policía y, a cambio, obtener lo que desean.
Ponerse en contacto de nuevo con Arturo.
– ¿Heroína? -pregunta el Doctor.
– Tú eres el médico -dice Raúl.
Heroína, piensa Adán. Barro Mexicano cultivado en México. La ironía es fina.
– Dale un chute -le ordena al Doctor.
Ernie siente la aguja penetrar en su brazo. El pinchazo y la quemadura familiares, y después algo diferente: un bendito alivio.
La ausencia de dolor.
Ausencia tal vez no. Digamos alejamiento, como si flotara en un cúmulo sobre el dolor. El observado y el observador. El dolor todavía está presente, pero distante.
Eloi, Eloi, gracias.
Virgen María del Barro Mexicano.
Mmmmmmmmm…
Art está en la oficina con Ramos, examinando planos de Sinaloa y comparándolos con los informes de inteligencia sobre campos de marihuana y sobre Güero Méndez. Intentando estrechar el cerco. En la televisión, un funcionario de la oficina del fiscal general de México está anunciando con solemnidad:
– En México, la categoría de banda importante de drogas no existe.
– Podría trabajar para nosotros -dice Art.
Tal vez la categoría de banda importante de drogas no exista en México, piensa Art, pero sí que existe en Estados Unidos. En cuanto se enteraron de la desaparición de Ernie, Dantzler lanzó una doble redada.
Adán escapó por los pelos del piso franco de San Diego, pero el alijo fue épico.
En la costa Este acertó de nuevo y detuvo a un tal Jimmy «Big Peaches» Piccone, un capo de la familia Cimino. El FBI de Nueva York les pasó todas las fotos de la banda que obraban en su poder, y cuando Art les echa una ojeada ve algo que le hiela los huevos.
Es evidente que la foto está tomada ante el bar habitual de algún mafioso, y allí está el gordo Jimmy Piccone y su hermano pequeño, igualmente obeso, unos cuantos spaghetti más, y alguien de pie cerca.
Sal Scachi.
Art habla con Dantzler por teléfono.
– Sí, es Salvatore Scachi -le dice Dantzler-. Un miembro de la familia Cimino.
– ¿En la banda de Piccone?
– Por lo visto, Scachi no es miembro de ninguna banda -dice Dantzler-. Es una especie de mafioso que va por libre. Está bajo las órdenes directas del mismísimo Calabrese. Y ojo al dato, Art: ese tipo fue coronel del ejército de Estados Unidos.
Maldita sea, piensa Art.
– Hay algo más, Art -dice Dantzler-. Este Piccone, Jimmy Peaches. El FBI tiene su teléfono intervenido desde hace meses. Habla por los codos. Ha estado largando sobre un montón de cosas.
– ¿Coca?
– Sí -dice Dantzler-.Y armas. Parece que su banda se dedica a vender armas robadas.
Art está asimilando esta información cuando otra línea suena y Shag salta sobre ella.
– Art -dice después.
Art cuelga a Dantzler y se pone al otro teléfono.
– Tenemos que hablar -dice Adán.
– ¿Cómo sé que lo tenéis?
– Dentro de su anillo de boda está grabada la frase Eres toda mi vida.
– ¿Cómo sé que está vivo todavía?
– ¿Quieres que le hagamos chillar un poco?
– ¡No!-dice Art-. Dime dónde.
– La catedral -dice Adán-. El padre Juan garantizará la seguridad de ambos. Si veo a un solo poli, Art, será hombre muerto.
De fondo, además de los gemidos de Ernie, Art oye algo que le provoca, si es posible, más escalofríos todavía.
«¿Qué sabes de Cerbero?»
Art se arrodilla en el confesionario…
La rejilla se desliza a un lado. Art no puede distinguir la cara que hay detrás de la rejilla, lo cual, supone, es fundamental en esta farsa sacrílega.
– Te lo advertimos una y otra vez -dice Adán-, y no nos hiciste caso.
– ¿Está vivo?
– Está vivo -dice Adán-. Ahora te toca a ti mantenerle con vida.
– Si muere, te encontraré y te mataré.
– ¿Quién es Mamada?
Art ya lo ha pensado todo. Si revela a Adán que Mamada no existe, le meterán una bala en la cabeza a Ernie al instante. Tiene que evitarlo.
– Entrégame antes a Hidalgo.
– Ni hablar.
– En ese caso, creo que no tenemos nada más que decir -dice Art, y su corazón casi se para.
Empieza a levantarse cuando le dice Adán:
– Tienes que darme algo, Art. Algo que pueda entregarles.
Art vuelve a arrodillarse. Perdóname, padre, porque estoy a punto de pecar.
– Cancelaré todas las operaciones contra la Federación -dice-. Abandonaré el país, dimitiré de la DEA.
Porque, qué coño, es lo que todo el mundo quiere que haga, sus jefes, su gobierno, su propia esposa. Si puedo terminar con este círculo vicioso y estúpido a cambio de la vida de Ernie…
– ¿Te irás de México? -pregunta Adán.
– Sí.
– ¿Y dejarás en paz a nuestra familia?
Ahora que mi hija ha nacido tullida por tu culpa.
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