– No -dice Art-. No sabe nada.
Art siente que se le revuelve el estómago. Están torturando a Ernie para averiguar la identidad de Mamada.
Y Mamada no existe.
– Dímelo -dice Tío.
– No lo sé -gime Ernie.
Tío cabecea en dirección al doctor Álvarez. El Doctor utiliza unos mitones para coger una barra de hierro al rojo vivo, que introduce…
– ¡Oh, Dios mío! -grita Ernie.
Después abre los ojos de par en par y su cabeza se derrumba sobre la mesa a la que le han atado. Tiene los ojos cerrados, está inconsciente, y los latidos de su corazón, que hace un momento se habían acelerado, son ahora peligrosamente lentos.
El Doctor deja los mitones y coge una jeringa llena de lidocaína, que inyecta en el brazo de Ernie. La droga le mantendrá consciente para que sienta el dolor. Impedirá que su corazón se paralice. Un momento después, la cabeza del norteamericano se levanta y sus ojos se abren.
– No te dejaremos morir -dice Tío-. Habla conmigo. Dime quién es Mamada.
Sé que Art me está buscando, piensa Ernie.
Removiendo cielo y tierra.
– No sé quién es Mamada -dice con voz entrecortada. El Doctor levanta de nuevo la barra de hierro.
– ¡Oh, Dios míooooooooo! -grita un momento después Ernie.
Art ve que la llama prende, parpadea, y después se eleva hacia el cielo.
Se arrodilla delante de la hilera de velas votivas y reza una oración por Ernie. A la Virgen María, a san Antonio, al mismísimo Jesucristo.
Un hombre alto y gordo se acerca por el pasillo central de la catedral.
– Padre Juan.
El sacerdote ha cambiado poco en nueve años. Su pelo blanco es un poco menos abundante, el estómago algo más abultado, pero los intensos ojos grises aún conservan su luz.
– Estás rezando -dice Parada-. Pensaba que no creías en Dios.
– Haré cualquier cosa.
Parada asiente. -¿Cómo puedo ayudar?
– Usted conoce a los Barrera.
– Yo los bauticé -contesta Parada-. Les di la primera comunión. Los confirmé.
Casé a Adán y a su mujer, piensa Parada. Sostuve a su hija deforme en mis brazos.
– Póngase en contacto con ellos -dice Art.
– No sé dónde están.
– Estaba pensando en la radio -dice Art-. En la televisión. Le respetan, le escucharán.
– No lo sé -dice Parada-. Lo puedo intentar, desde luego.
– ¿Ahora mismo?
– Por supuesto -dice Parada-. Puedo confesarle -añade un instante después.
– No hay tiempo.
Van en coche a la emisora de radio y Parada envía un mensaje a «los secuestradores del policía norteamericano». Les ruega, en el nombre de Dios Padre, Jesucristo, la Virgen María y todos los santos, que liberen al hombre sano y salvo. Les exhorta a que miren su alma, e incluso, ante la sorpresa de Art, esgrime su última carta: amenaza con excomulgarles si hacen daño al hombre.
Les condena con todo su poder y autoridad al infierno eterno.
Después repite su esperanza de salvación.
«Liberad al hombre y volved con Dios. Su libertad es vuestra libertad.»
– … me dieron una dirección -dice Ramos.
– ¿Cómo? -pregunta Art. Está escuchando el mensaje de Parada por la radio de la oficina.
– He dicho que me dieron una dirección -dice Ramos. Se cuelga la Uzi del hombro-. Mi Esposa. Vamos.
La casa se encuentra en un barrio corriente. Los dos Ford Bronco de Ramos, atestados de agentes especiales de la DFS, rugen calle arriba, y los hombres bajan de un salto. Desde las ventanas disparan largas e indisciplinadas ráfagas de AK. Los hombres de Ramos se tiran al suelo y devuelven el fuego con ráfagas cortas. El tiroteo se interrumpe. Cubierto por sus hombres, Ramos y dos agentes más corren hasta la puerta con un ariete y la derriban.
Art entra justo detrás de Ramos.
No ve a Ernie. Recorre todas las habitaciones de la pequeña casa, pero lo único que encuentra son dos gomeros muertos, con un agujero limpio en la frente, tendidos junto a las ventanas. Un hombre herido está sentado, apoyado contra la pared. Otro está sentado con las manos sobre la cabeza.
Ramos saca la pistola y la apunta a la cabeza del hombre herido.
– ¿ D ó nde? -pregunta.
– No s é .
Art se estremece cuando Ramos aprieta el gatillo y el cerebro del hombre salpica la pared.
– ¡Jesús! -grita Art.
Ramos no le oye. Apoya la pistola contra la sien del otro gomero.
– ¿ D ó nde?
– ¡ Sinaloa!
– ¿ D ó nde?
– ¡ Un rancho de G ü ero M é ndez!
– ¿ C ó mo lo encuentro?
– ¡ No s é ! ¡ No s é ! ¡ No s é ! ¡ Por favor! ¡ Por el amor de Dios! -grita el gomero.
Art agarra a Ramos por la muñeca.
– No.
Por un momento, da la impresión de que Ramos podría disparar contra Art. Después baja la pistola.
– Tenemos que encontrar el rancho antes de que le trasladen de nuevo -dice-. Debería dejarme disparar a este bastardo para que no hable.
El gomero se pone a llorar.
– ¡ Por el amor de Dios!
– Tú no tienes dios, hijo de la gran puta -dice Ramos al tiempo que le golpea la cabeza-. ¡ Te voy a mandar p'al carajo! _ -No -dice Art.
– Si los federales se enteran de que sabemos lo de Sinaloa -dice Ramos-, trasladarán de nuevo a Hidalgo para que no podamos encontrarle.
Si es que podemos encontrarle, piensa Art. Sinaloa es un vasto estado rural. Localizar un rancho es como localizar una granja concreta en Iowa. Pero matar a este tipo no servirá de nada.
– Póngale en aislamiento -dice Art.
– ¡ Ay, Dios! ¡ Qu é ching ó n que eres! -grita Ramos.
Pero Ramos ordena a uno de sus hombres que se lleve al gomero, le encierre en algún sitio y averigüe qué más sabe.
– Por el amor de Dios -dice después-, no dejes que nadie hable con él, o le meteré tus pelotas en la boca.
Después Ramos echa un vistazo a los cadáveres del suelo.
– Y tirad esta basura -ordena.
Adán Barrera oye el mensaje radiofónico de Parada.
La voz familiar del obispo se impone a la banda sonora de fondo de los gemidos rítmicos de Hidalgo.
Después atruena la amenaza de la excomunión.
– Mierda de superstición -dice Güero.
– Esto ha sido un error -dice Adán.
Una metedura de pata. Un grave error de cálculo. Los norteamericanos han reaccionado con mayor radicalidad de la que temían, han ejercido su enorme presión política y económica sobre Ciudad de México. Los putos norteamericanos han cerrado la frontera, han dejado miles de camiones tirados en la carretera, su cargamento pudriéndose bajo el sol, con unos costes económicos enormes. Y los norteamericanos están amenazando con exigir la devolución de los préstamos, joder, a México con el FMI, lanzar una crisis económica que podría destruir literalmente el peso. De manera que hasta nuestros amigos sobornados de Ciudad de México se están volviendo contra nosotros, ¿y por qué no? El PJF, la DFS y el ejército están reaccionando a las amenazas norteamericanas, encierran a todos los miembros de los cárteles que encuentran, invaden casas y ranchos… Corren rumores de que un coronel de la DFS ha golpeado hasta la muerte a un sospechoso y disparó a otros tres, de manera que ya se han perdido cuatro vidas mexicanas por la de este norteamericano, pero da la impresión de que a nadie le importa, porque solo son mexicanos.
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