– Art está bien -dice a Althea-, pero…
Cuando Art vuelve a casa, encuentra a Althea haciendo las maletas.
– He reservado billetes para el vuelo a San Diego de esta noche -dice-. Nos instalaremos una temporada con mis padres.
– ¿De qué estás hablando?
– Hoy he tenido miedo, Art -dice. Le cuenta el incidente con el poli de Jalisco, lo que sintió cuando se enteró de que habían tiroteado su coche y le habían conducido a la comisaría de los federales - . Nunca había estado tan asustada, Art. Quiero irme de México.
– No hay nada de que asustarse.
Ella le mira como si estuviera chiflado.
– Ametrallaron tu coche, Art.
– Sabían que no estaba dentro.
– Cuando pongan una bomba en la casa -dice ella-, ¿sabrán que los chicos y yo no estamos dentro?
– No hacen daño a las familias.
– ¿Es una especie de norma?
– Sí. En cualquier caso, van a por mí. Es algo personal.
– ¿Qué quieres decir?
Art calla.
– ¿Qué quieres decir, Art? -repite Althea al cabo de medio minuto de silencio.
Art se sienta y le habla de su anterior relación con Tío y Adán Barrera. Le habla de la emboscada de Badiraguato, la ejecución de seis prisioneros, y de que mantuvo la boca cerrada. Que todo ello ayudó a Tío a fundar su Federación, que ahora inunda de crack las calles de Estados Unidos, y le toca a él hacer algo al respecto.
Ella le mira con incredulidad.
– Has llevado todo ese peso sobre los hombros.
Art asiente.
– Debes de ser un tipo muy fuerte, Art -dice Althea-. ¿Qué tendrías que haber hecho entonces? No fue culpa tuya. No sabías lo que Barrera estaba tramando.
– Creo que lo sabía en parte. Y no quería admitirlo.
– ¿Y ahora crees que has de expiar tus culpas? -pregunta ella-. ¿Deteniendo a Barrera? Aunque te cueste la vida.
– Algo por el estilo.
Ella se levanta y entra en el cuarto de baño. Art tiene la impresión de que transcurre una eternidad, pero en realidad tan solo son unos minutos, hasta que Althea sale, abre el armario, saca la maleta de él y la tira sobre la cama.
– Ven con nosotros.
– No puedo.
– ¿Esta cruzada tuya es más importante que tu familia?
– Nada es más importante para mí que mi familia. -Demuéstralo. Ven con nosotros.
– Althea…
– Si quieres quedarte aquí y jugar a Solo ante el peligro, estupendo -dice ella-. Si quieres conservar a la familia unida, empieza a hacer la maleta. Será cuestión de días. Tim Taylor ha dicho que se encargaría de enviarnos el resto de las cosas.
– ¿Has hablado de esto con Tim Taylor?
– Llamó él. Más de lo que tú hiciste, por cierto…
– ¡Estaba en una sala de interrogatorios!
– ¿Se supone que debo sentirme mejor?
– ¡Maldita sea, Althie! ¿Qué quieres que haga?
– ¡Quiero que vengas con nosotros!
– ¡No puedo!
Se sienta en la cama, con la maleta vacía a su lado como la prueba palpable de que no ama a su familia. Sí que les ama, profundamente, pero no puede obligarse a hacer lo que ella le pide.
¿Por qué no?, se pregunta. ¿Tendrá razón Althea? ¿Amo esta cruzada más que a mi propia familia?
– ¿No lo entiendes? -pregunta ella-. Esto no tiene nada que ver con los Barrera, sino contigo. Eres incapaz de perdonarte. No estás obsesionado con castigarlos a ellos, sino a ti.
– Gracias por tu psicoterapia de pacotilla.
– Que te den por el culo, Art. -Althea cierra su maleta-. He llamado un taxi.
– Al menos, deja que os lleve al aeropuerto.
– No, a menos que subas al avión. Es demasiado duro para los niños.
Art coge la maleta y baja. Se queda parado con la maleta en la mano, mientras Althea y Josefina intercambian abrazos y lágrimas. Se agacha para abrazar a Cassie y a Michael. Michael no entiende nada. Art siente en la mejilla la tibieza de las lágrimas de Cassie.
– ¿Por qué no vienes, papá? -pregunta la niña.
– Tengo trabajo que hacer -contesta Art-. Me reuniré con vosotros en cuanto pueda.
– Pero ¡yo quiero que vengas con nosotros!
– Te lo pasarás en grande con los abuelos.
Se oye un bocinazo y lleva las maletas afuera.
La calle está llena de gente debido a una posada. Los niños van vestidos de José, María, reyes y pastores. Estos últimos golpean el suelo con los bastones, al ritmo de la música de una orquestita que sigue a la procesión. Art pasa las maletas al taxista por encima de los niños.
– Aeropuerto -dice Art.
– Yo s é -contesta el taxista.
Mientras el taxista mete las maletas en el maletero, Art acomoda a los chicos en el asiento posterior. Les besa y abraza otra vez, sin dejar de sonreír, y dice adiós. Althea está de pie junto a la puerta del pasajero, sin saber qué hacer. Art la abraza y se dispone a besarla, pero ella vuelve la cara para que la bese en la mejilla.
– Te quiero -dice Art.
– Cuídate, Art.
Sube al taxi. Art sigue con la vista el vehículo, hasta que las luces traseras desaparecen en la noche. Después da media vuelta y se abre paso entre la posada, con los cánticos de fondo.
Entrad, santos peregrinos,
en esta humilde morada.
El alojamiento es pobre,
pero es un regalo del coraz ó n.
Ve el Bronco blanco aparcado en la calle y se dirige hacia él, pero tropieza con un niño que le hace la pregunta ritual.
– ¿Un lugar para alojarnos esta noche, señor? ¿Tiene una habitación para nosotros?
– ¿Qué?
– Un lugar para alojarnos…
– Esta noche, no.
Se acerca al Bronco y llama con los nudillos a la ventanilla. Cuando la baja, agarra al poli, lo saca por la ventanilla y le propina tres fuertes puñetazos, antes de arrojarle al suelo. Le sujeta por la pechera de la camisa y le abofetea una y otra vez.
– ¡Te dije que no te metieras con mi familia! -grita-. ¡Te dije que no te metieras con mi familia!
Dos padres le contienen.
Se suelta y se pone a andar hacia su casa. En ese momento ve que el poli, todavía tendido en el suelo, saca la pistola de su funda.
– Hazlo -dice Art-. ¡Hazlo, hijoputa!
El poli baja la pistola. Art se abre paso entre la estupefacta multitud y entra en su casa.
Se trinca dos whiskies sin hielo y se acuesta.
Art pasa el día de Navidad con Ernie y Teresa Hidalgo, debido a su insistencia y pese a sus objeciones. Llega tarde, porque no quiere ver a Ernesto Jr. y a Hugo abrir sus regalos, pero aparece con juguetes en las manos y los niños, ya enloquecidos por la emoción, se ponen a dar saltos y a chillar.
– ¡Tío Arturo! ¡Tío Arturo!
Finge tener apetito. Teresa se ha tomado muchas molestias para preparar una cena de pavo tradicional (tradicional para él, no para un hogar hispano), de manera que se obliga a engullir grandes cantidades de pavo y puré de patatas, que en realidad no le apetecen. Insiste en quitar la mesa, y es en la cocina donde Ernie habla con él.
– Jefe, me han ofrecido el traslado a El Paso.
– Ah, ¿sí?
– Voy a aceptarlo.
– De acuerdo.
Ernie tiene lágrimas en los ojos.
– Es por Teresa. Está asustada. Por mí, por los chicos.
– No me debes ninguna explicación.
– Yo creo que sí.
– Escucha, no te culpo.
Tío ha soltado a sus perros federales para que acosen a los agentes de la DEA en Guadalajara. Los federales han ido a la oficina, buscado armas, equipos de pinchar teléfonos ilegales, incluso drogas. Han detenido a los agentes en sus coches dos o tres veces al día con el más endeble de los pretextos. Y los sicarios de Tío pasan delante de sus casas por las noches, o aparcan al otro lado de la calle, les saludan por la mañana cuando salen a recoger el periódico.
Читать дальше