Hay momentos aterradores en la vida de cualquier persona que trabaja con agentes secretos. El control saltado, la no señal, el silencio.
Es el silencio lo que te revolverá el estómago, lo que te empujará a rechinar los dientes, a tensar las mandíbulas, el silencio lo que extinguirá poco a poco la llama de la falsa esperanza. El silencio absoluto de cuando lanzas una señal de radar tras otra a la oscuridad, a las profundidades, y luego esperas a que regrese. Y esperas y esperas, y solo obtienes silencio.
Tenía que haber ido al apartamento de Colonia Hipódromo para encontrarse con Adán. Pero nunca apareció, ni tampoco el Señor de los Cielos. Antonio Ramos sí, con dos pelotones de sus fuerzas especiales en coches blindados, que aislaron toda la manzana e invadieron el edificio como si fuera la playa de Normandía.
Pero estaba vacío.
Ni Adán Barrera, ni Nora.
Ahora Ramos está poniendo Baja patas arriba en busca de los hermanos Barrera.
Ha estado esperando esta oportunidad durante años. Convencido por John Hobbs de que Adán Barrera está entregando armas a los insurgentes izquierdistas de Chiapas y otros lugares, Ciudad de México ha quitado la correa a Ramos y se ha lanzado al ataque como un pit bull atiborrado de esteroides. Tras una semana de operaciones, ya ha clausurado siete pisos francos, todos en los barrios exclusivos de Colonia Chapultepec, Colonia Hipódromo y Colonia Cacho.
Durante toda una semana, las tropas de Ramos recorrieron como una tromba los barrios ricos de Tijuana en camiones y todoterrenos blindados, y sus modales no son demasiado corteses, saltan por los aires puertas caras con cargas explosivas, invaden casas, cortan el tráfico e interrumpen los negocios durante horas. Casi parece que Ramos quiera granjearse la antipatía de las élites de la ciudad, que está dividida entre culpar a Ramos o a los Barrera de todos los problemas.
Lo cual, por supuesto, ha sido la pieza esencial de la estrategia a largo plazo de Adán durante años, entrelazarse hasta tal punto con la capa superior de Baja que un ataque contra los Barrera signifique un ataque contra ellos. Y gritan a Ciudad de México que Ramos está incontrolado, que se ha pasado, que está pisoteando sus derechos civiles.
A Ramos le da igual que la clase alta de Tijuana le odie a rabiar. Él también les odia, cree que han vendido la poca alma que tenían a los hermanos Barrera, los aceptaron en su seno, permitieron que sus hijos y sobrinos se metieran en el tráfico de drogas, a cambio de emociones baratas por asociación y dinero rápido y fácil. Se comportaron, piensa Ramos, como una pandilla de narcogroupies, tratando a los Barrera como celebridades, músicos de rock, estrellas de cine.
Y se lo dice a la cara cuando vienen a quejarse.
Escuchen, dice Ramos a los padres de la ciudad, los narcotraficantes asesinaron a un cardenal católico y ustedes les dieron la bienvenida. Ametrallaron a federales en plena calle en hora punta y ustedes los protegieron. Asesinaron a su propio jefe de policía y no hicieron nada al respecto. De modo que no me vengan con quejas. Ustedes se lo han buscado.
Ramos sale en la televisión y hace un llamamiento a la ciudad.
Mira sin pestañear a la cámara y anuncia que dentro de dos semanas tendrá a Adán y a Raúl Barrera entre rejas, y que su organización será historia. Se yergue ante montañas de armas capturadas y pilas de drogas incautadas, y da nombres y nombres (Adán, Raúl y Fabián), y después cita los nombres de los herederos de varias familias importantes de Tijuana, los Junior, y promete que también los meterá en la cárcel.
Después anuncia que ha despedido a cinco docenas de federales de Baja por falta de «sentido de la moralidad» para ser policías.
– Es motivo de vergüenza para la nación que, en Baja, haya muchos agentes de policía que no sean enemigos del cártel de los Barrera, sino sus criados -dice.
No pienso marcharme, dice. Voy a detener a los Barrera. ¿Quién está conmigo?
Bien, no demasiada gente.
Un joven fiscal, un investigador del Estado y los hombres de Ramos… y punto.
Art comprende por qué la gente de Tijuana no desfila tras la bandera de Ramos.
Están asustados.
Con buenos motivos.
Hace dos meses, un poli de Baja que había revelado los nombres de polis corruptos de la policía estatal fue encontrado en una cuneta dentro de una bolsa de lona. Le habían roto todos los huesos del cuerpo, una de las marcas de fábrica de las ejecuciones de Raúl Barrera. Hace tan solo tres semanas, otro fiscal que estaba investigando a los Barrera fue asesinado a tiros mientras corría como cada mañana en la pista de la universidad. Los pistoleros aún no han sido detenidos. Y el alcaide de la prisión de Tijuana fue ametrallado desde un coche cuando salió a su porche para recoger el periódico de la mañana. Los rumores apuntan a que había ofendido a un socio de los Barrera encarcelado en su prisión.
No, puede que los Barrera se hayan dado a la fuga, pero eso no significa que su reinado de terror haya terminado, y la gente no va a arriesgar el pellejo hasta que vea a los dos hermanos Barrera sobre una losa del forense.
La verdad es, piensa Art al cabo de una semana de iniciada la operación, que no hemos avanzado. La gente de Baja sabe que lanzamos un directo a la cabeza de los Barrera y fallamos.
Raúl sigue suelto.
Adán sigue suelto.
¿Y Nora?
Bien, el hecho de que Adán no cayera en la trampa de Colonia Hipódromo puede significar que su tapadera saltó por los aires. Art todavía se aferra a la esperanza, pero a medida que transcurren los días en silencio tiene que reconocer la posibilidad de que tendrá que buscar su cadáver descompuesto.
Así que Art no está de buen humor cuando entra en la sala de interrogatorios de la cárcel del centro de San Diego para charlar con Fabián Martínez, alias el Tiburón.
El pequeño gamberro no parece tan elegante con su chándal naranja federal, esposado de pies y manos. Pero conserva su sonrisa desdeñosa cuando entra y se deja caer en una silla plegable enfrente de Art, al otro lado de la mesa metálica.
– Fuiste a un colegio católico, ¿verdad? -empieza Art.
– Los agustinos -contesta Fabián-. Aquí, en San Pedro.
– Así que conoces la diferencia entre el purgatorio y el infierno -dice Art.
– Refréscame la memoria.
– Claro -dice Art-. En síntesis, los dos son dolorosos. Pero tu tiempo en el purgatorio expira algún día, mientras que el infierno es eterno. He venido a ofrecerte la posibilidad de elegir entre el infierno y el purgatorio.
– Te escucho.
Art se lo explica. Que solo por la acusación de tráfico de armas le caerán un mínimo de treinta años en una prisión federal, aparte de las acusaciones por tráfico de drogas, cada una de las cuales significa quince años como mínimo. Eso es el infierno. Por otra parte, si Fabián se convierte en testigo del gobierno, pasará unos cuantos años testificando dolorosamente contra sus antiguos amigos, seguido por un corto período en prisión, y después un nuevo nombre y una nueva vida. Y eso es el purgatorio.
– En primer lugar -contesta Fabián-, yo no sabía nada de esas armas. Fui a recoger productos. En segundo, ¿de qué tráfico de drogas estás hablando? ¿De dónde han salido esas drogas?
– Tengo un testigo que te coloca en el centro de una red de narcotráfico importante, Fabián. De hecho, te quiero meter en chirona por tu «condición de líder», a menos que hayas pensado en otra cosa.
– Te estás echando un farol.
– Mira, si quieres que te caigan treinta años por ver esa carta, adelante. Pero resulta que estás en una guerra de pujas con mi otro testigo, y quien me proporcione mejor información sobre los Barrera gana.
Читать дальше