Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Por supuesto -dijo el juez Guthrie. Se quitó las gafas de lectura y con ellas hizo señal a su ayudante-. Tal vez deberíamos hacer entrar a la acusada. ¿Me hace el favor?
Un ayudante del tribunal que vestía biaza azul marino desapareció por una puerta lateral de la pared recubierta de paneles y volvió un segundo más tarde seguido por un agente de policía de Filadelfia que llevaba un impermeable negro por encima del uniforme y un audífono en el oído izquierdo. Detrás del policía entró Alice Connolly con su mono naranja.
Bennie se levantó al ver a Connolly pero Mary quedó como clavada en la silla, con los ojos de par en par. Alice Connolly se parecía tanto a Bennie que podía pasar por su hermana gemela. La acusada esbozaba una sonrisa cínica, tenía el pelo de un color rojo vivo, escalado, y era más delgada que Bennie, pero sus facciones parecían idénticas. ¿Qué ocurría allí? Mary no creía que Bennie tuviera una hermana gemela y mucho menos una a quien acusaban de asesinar a un policía. El caso se iba poniendo cada vez peor. «¿Alguien tiene una cerilla? Yo pongo la laca. Será cuestión de un minuto.»
– Puede colocar a la acusada aquí, agente -dijo Bennie-. Aquí mismo. -Se levantó y colocó una silla en la mesa de la defensa, al lado de Mary, quien pasó página rápidamente en su bloc de notas.
– Dispense -le interrumpió Miller, cogiendo una silla y acercándola a su lado-. Alice Connolly tendría que sentarse aquí, puesto que yo soy su abogado defensor.
El policía miró a la letrada y luego a él, sin saber qué decidir, aunque Mary se veía incapaz de seguir la disputa, pues el aspecto de Connolly la tenía admirada. ¿Acaso nadie se había percatado del parecido entre la acusada y su nueva defensora? El fiscal de distrito apenas se había fijado en Connolly. El abogado de Jemison, Crabbe no parecía reaccionar. Tal vez nadie se había dado cuenta al existir tal diferencia en la situación: Bennie era una importante letrada y Connolly la acusada de un crimen.
Bennie se puso de pie ante el estrado:
– Señoría, no voy a discutir el emplazamiento físico de la acusada. Al parecer, el señor Miller opina que el hecho de que Connolly esté en sus manos le convierte en su defensor, pero eso no es así. Le doy permiso para sentarse junto a mi dienta.
– Petición concedida -dijo el juez Guthrie-. Ya la ha oído, señor ayudante. -El juez se aclaró la voz mientras el policía del impermeable acompañaba a Connolly a la mesa de Miller, donde se sentó-. Y ahora que la acusada se ha instalado cómodamente, le ruego que exponga su postura, señora Rosato.
– Señoría, Connolly me llamó por teléfono ayer solicitándome que la representara inmediatamente. Tiene el inalienable derecho a escoger su propia defensa, y yo la he aceptado con mucho gusto, sin ánimo de lucro, pero solicito un aplazamiento. El juicio ha de celebrarse la semana próxima. Solicito un mes de aplazamiento, señoría, para poder preparar la defensa.
– Gracias, señora Rosato. -El juez Guthrie ladeó la silla para situarse de cara al abogado de Jemison-. ¿Tiene alguna objeción, señor Miller?
El asociado se levantó, sujetando una ficha como si fuera una manta protectora.
– Señoría, mi supervisor en la defensa, Henry Burden, quien desgraciadamente ha tenido que salir del país esta mañana, el bufete de Jemison, Crabbe y yo mismo fuimos designados por este tribunal para representar a la acusada y eso hemos hecho durante casi un año. No veo razón alguna para abandonar esta defensa ni para aplazar el caso. Por consiguiente, nos oponemos a la solicitud de cambio y a la petición de aplazamiento.
– Señoría -expuso Bennie-, Jemison no está en posición de objetar la elección de la defensa de la acusada. Hasta hoy no han demostrado el mínimo interés por la citada acusada.
– Cálmese, señora Rosato. Tendré en cuenta su argumentación. -El juez Guthrie se puso de nuevo las gafas y consultó el expediente, pasando las páginas con gran cuidado-. ¿Desea el Estado intervenir en este litigio? -preguntó, sin levantar la vista.
Dorsey Hilliard se puso de pie a duras penas, se colocó las muletas de aluminio bajo los brazos y avanzó hacia el estrado. Las mangas de la americana se le fruncían de forma forzada alrededor de las muletas, pero quedaba claro que la discapacidad de Hilliard no pasaba de ahí.
– El Estado no se pronuncia sobre la comparecencia de la señora Rosato. No obstante, el Estado sí se opone rotundamente al aplazamiento del caso. Ya ha sido pospuesto en seis ocasiones consecutivas, básicamente a petición de la defensa. No vamos a servir en bandeja el séptimo. El Estado está preparado para el juicio que está en puertas y dispuesto a que siga adelante.
El juez Guthrie arrugó la frente.
– ¿Qué opina, señora Rosato?
Bennie se situó en el estrado mientras Hilliard ocupaba la parte derecha.
– Señoría, ninguno de los aplazamientos se ha llevado a cabo a instancias de la acusada, y ninguno se le puede imputar a ella con el objetivo de frenar el proceso. No habría que negársele el derecho a la libre elección y a un juicio justo porque unas circunstancias que escapan a su responsabilidad…
– Un momento, por favor-la detuvo el juez Guthrie, sujetando con un hábil dedo los papeles que tenía delante-. El tribunal quisiera consultar la documentación sobre todo esto. Tal vez así ahorraríamos tiempo.
– En efecto, señoría.
Bennie se agarró al estrado y tuvo que hacer un esfuerzo para permanecer inmóvil mientras el juez leía. Aquellas limitaciones la desesperaban. Consideraba que el silencio era algo antinatural en un abogado.
– Vamos a ver -dijo el juez Guthrie finalmente, mientras continuaba su lectura-. Hay demasiados aplazamientos para un caso de esta gravedad, señora Rosato.
– Estoy de acuerdo, señoría, pero al parecer se deben a su defensa actual, que ha trabajado muy poco este caso. La acusada no debería pagar por la negligencia profesional de su abogado.
Warren Miller se introdujo entre ellos como una carabina.
– No es cierto, señoría. Siempre que ha sido necesario hemos consultado con la acusada. Los aplazamientos reseñados se han debido a una enfermedad mía y después del señor Burden. En otra ocasión por razón de tener un juicio por otra causa. No existe justificación para excluirnos de la defensa, señoría.
– Por favor, por favor, les ruego que vuelvan a sus asientos -dijo el juez Guthrie. Los abogados obedecieron mientras el juez dirigía una severa mirada a la acusada-. Por lo que parece, señora Connolly, dos hábiles defensores desean llevar su caso. Una situación envidiable para alguien acusado de tan grave delito, y realmente insólito por lo que se refiere a mi experiencia. Haga el favor de subir al estrado y echarnos una mano.
– De acuerdo, señoría.
Connolly se levantó, se acercó al estrado y le tomaron juramento. Bennie no perdía detalle, intentando decidir cómo se comportaría en el papel de testigo, si tuviera que declarar.
– Señora Connolly -dijo el juez Guthrie-, el tribunal quisiera formularle unas preguntas para determinar su voluntad en esta cuestión. Como usted bien sabrá, el tribunal designó a uno de los penalistas más respetados de la ciudad, al señor Burden, quien trabaja con su asociado, el señor Miller, para que la representara. Y ahora la señora Rosato nos comunica que usted desea que ella lleve su defensa. ¿Es realmente ése su deseo, señora Connolly?
– Así es, señoría.
– Señora Connolly, para que conste, sírvase explicarnos por qué desea que la represente la señora Rosato.
Bennie contuvo el aliento mientras Connolly respondía.
– Creo que la señora Rosato se preocupa más que nadie por mi caso y es una excelente letrada. Confío en ella. Entre las dos existe una gran… confianza.
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