Ella se cruzó de brazos y dijo:
– Jargo lo quería vivo y tú estabas apuntándole a la cabeza.
– Estaba apuntando a la moto. ¡A la moto!
– Si hubieras estado apuntando a la moto -le rebatió Jargo, poniéndose entre los dos-, podrías haber disparado cuando le disparaste a la rueda del Suburban, hijo.
Dezz se puso rojo y frunció el ceño.
– ¿Qué?
– Esperabas que Evan huyese -afirmó Jargo-, para tener así una razón para matarlo. Supera ya esos celos por Carrie.
– Eso no es cierto. -Dezz negó con la cabeza, metió la mano en el bolsillo buscando un caramelo. Farfullaba con el caramelo en la boca-. Me importa una mierda con quién se acueste ella.
– ¿Entonces por qué no apartaste la moto, después de tus sermones de esta mañana sobre las tácticas? -preguntó Jargo.
Volvió sobre él, y le dio con el pie a Gabriel.
– No pensé que intentaría escapar con la moto. ¿Quién demonios iba a saber que se defendería? ¡Es un maldito director de cine! -Dezz escupió ese título. Se giró hacia Carrie-. Sabía disparar, ¿por qué no me lo advertiste?
– No sabía que supiese disparar. Nunca lo mencionó.
– Dezz -dijo Jargo con una voz fría-. Su padre es un as disparando. Es razonable que le enseñase a Evan cosas sobre pistolas.
Dezz se quitó la chaqueta de un tirón y señaló la quemadura en la piel.
– ¿Dónde está tu puta preocupación por mí?
– Te lo vendaré, ¿satisfecho?
Carrie mantuvo la voz tranquila:
– Si quieres saber con seguridad lo que Evan sabe y qué amenaza supone, le necesitas vivo. Yo puedo encontrarlo. Tiene pocos amigos y pocos sitios donde esconderse.
– ¿Adónde irá, Carrie? -preguntó Jargo mientras permanecía tranquilo, imperturbable, arrodillado tomándole el pulso a Gabriel.
– Piénsalo desde el punto de vista de Gabriel. Es un ex agente de la CIA. No sólo tiene algo pendiente contigo, sino también con la agencia. Si suponemos que está trabajando solo, habrá querido mantener el control absoluto sobre Evan. Por el amor de Dios, se lo arrebató a la policía. Eso significa que habrá advertido a Evan que se aleje de la policía, de las autoridades. -Esperaba haber presentado bien el caso y fue a por el final-. Irá a Houston, a buscarme. Tiene amigos allí.
Dezz le golpeó el pecho con la pistola. Aún estaba caliente, el calor se esparcía por toda la tela de su blusa.
– Si no le hubieras dejado ir a Austin ayer por la mañana estaríamos en mejor situación.
Ella apartó la pistola con cuidado.
– Si hubieses pensado antes de actuar…
– ¡Callaos los dos! -ordenó Jargo-. Dejando las teorías de Carrie a un lado, Evan debe de dirigirse directamente a la policía de Bandera. Gabriel está vivo. Llevémonoslo y salgamos de aquí de una maldita vez.
Metieron a Gabriel en la parte de atrás del Malibu. El vehículo estaba abollado, pero aún se podía conducir. Cubrieron su coche con una tela y lo abandonaron tras una densa mata de robles vivos. Gabriel tenía dos heridas de bala, una en el hombro y otra en la parte superior de la espalda, y estaba inconsciente. Carrie sacó un botiquín del coche que iban a abandonar y le atendió las heridas.
– ¿Vivirá hasta regresar a Austin? -preguntó Jargo.
– Si Dezz no lo mata… -apostilló Carrie.
Dezz montó en el coche y torció el espejo retrovisor para poder ver a Carrie en la parte de atrás; tenía la cabeza de Gabriel en su regazo.
– Podría matarte -dijo Dezz otra vez.
Pero ahora sólo estaba dolido como un niño rechazado y la rabieta dio paso a los pucheros.
Ella decidió que era hora de jugar una nueva mano.
– No lo harías -contestó tranquilamente-. Me echarías de menos.
Dezz se la quedó mirando y Carrie vio cómo la rabia desaparecía de su rostro. Se permitió a sí misma volver a respirar.
– Id a cenar -les ordenó Jargo cuando volvieron al apartamento de Austin-. Necesito silencio y tranquilidad para charlar con Gabriel.
A Carrie no le gustaba cómo sonaba esa frase, pero no tenía elección. Ella y Dezz recorrieron la calle bajo la sombra arqueada de los robles hasta un pequeño restaurante Tex-Mex. Estaba lleno de jóvenes modernos que asistían a los concurridos festivales de música y de cine del South by Southwest que toman Austin cada año a mediados de marzo. Se le hizo un nudo en la garganta. Evan había hablado de ir al festival justo hasta la semana pasada; El más mínimo problema había debutado en el South by Southwest hacía un par de años, y a él le encantaba la locura y la energía que desprendía aquel evento, y las negociaciones que posibilitaba. Le encantaba ver las películas más vanguardistas del cine, el torrente embriagador de miles de personas a las que les encantaba crear. Pero el montaje de Farol no dejaba de darle la lata, estaba inacabado, por lo que había decidido saltarse los eventos de este año.
Las mesas estaban atestadas de gente que le recordaba a Evan; hablaban y se reían, con sus mentes más concentradas en el arte que en sobrevivir. Él debería estar allí con ella, viendo películas, escuchando a grupos tocar, con su madre viva. En lugar de eso observaba a Dezz señalar a las azafatas con dos dedos y lo seguía al reservado de un restaurante. Carrie se excusó para ir al aseo y lo dejó jugando con los paquetes de azúcar.
En el aseo había mucha gente y mucho ruido. En la intimidad de un compartimiento, abrió un falso fondo del bolso y sacó un ordenador de bolsillo, escribió un breve mensaje y le dio al botón de enviar. La PDA cogió la red inalámbrica de la cafetería de al lado. Esperó una respuesta.
Cuando hubo leído la respuesta, parpadeó para retener las lágrimas que le asomaban a los ojos y se lavó la cara con manos temblorosas. Salió del baño de señoras esperando en cierto modo que Dezz tuviera la oreja contra la puerta, así podría matarlo en el acto. Pero en el pasillo sólo había tres mujeres riéndose.
Volvió al restaurante. Dezz había echado seis sobres de azúcar en su té helado, y observaba cómo el montón de dulzura atravesaba los cubitos y se filtraba en el té. Lo analizó: los pómulos altos, el pelo rubio y sucio, las orejas ligeramente protuberantes y en lugar de tenerle miedo le dio pena. Sólo le duró un instante. Luego recordó al ayudante del sheriff y a la mujer en la autopista, a Dezz disparándole a Evan, y sintió una repugnancia que le llenó el alma. Podría dispararle justo aquí, en el restaurante. Él tenía las manos lejos de la pistola.
En lugar de eso, se sentó. También había pedido té helado para ella.
– A veces -dijo Dezz sin mirarla-, te odio de verdad, pero luego ya no.
– Lo sé.
Le dio un sorbo al té.
– ¿Amas a Evan?
Lo preguntó con una voz suave, con un susurro casi infantil, como si hubiese gastado su ración diaria de bravuconería y de gritos.
Sólo podía contestarle una cosa.
– No, por supuesto que no.
– ¿Si lo amases me lo dirías?
– No, pero no lo amo.
– El amor es duro. -Dezz clavó la pajita en su montaña de azúcar, y la revolvió hasta hacerla desaparecer-. Yo quiero a Jargo y mira cómo me habla.
– Aquel oficial. Aquella pobre mujer. Dezz, tienes que entender por qué fue un terrible error, cómo nos pusiste en peligro.
Tenía que abordarlo como un error táctico, no como una tragedia humana, pues no estaba segura de que el rompecabezas inacabado de su cerebro comprendiese la tristeza y la pérdida.
– Sí, lo sé.
Dezz desmenuzó una tostada, sacudiendo los fragmentos por toda la mesa, metió el dedo en la salsa y lo chupó hasta dejarlo limpio. La camarera vino a tomarles nota. Dezz quería primero un pastel «tres leches», pero Carrie le dijo que no, que el postre después de la comida, y no discutió.
Читать дальше