John Katzenbach - El profesor

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Adrian Thomas es un profesor universitario retirado, al que acaban de diagnosticarle una demencia degenerativa que lo llevará pronto a la muerte. Ha dedicado toda su vida a estudiar los procesos de la mente y a transmitir a sus alumnos todo su conocimiento. Ahora, jubilado, viudo y enfermo cree que lo mejor que puede hacer es quitarse la vida. Pero al salir del consultorio del médico es testigo involuntario del secuestro de Jennifer Riggins, una conflictiva adolescente de dieciséis años con un largo historial de huidas, que desaparece sin dejar rastro dentro de una camioneta conducida por una mujer rubia. El profesor Thomas se debate entre poner fin a su vida y ser útil una última vez antes de morir. Decide ayudar a encontrar a Jennifer, intentar darle la oportunidad de vivir su joven vida. Para eso debe sumergirse en el oscuro mundo de la pornografía en Internet, un mundo perverso y criminal donde todo su saber académico se pone en juego, y donde debe utilizar los pocos momentos de lucidez para avanzar en una investigación para la que hay muy poco tiempo?

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– ¡Señor Arregla-todo! -gritó Linda al pasar por una habitación adyacente.

Michael sonrió y continuó con su trabajo. A través de la ventana, encima de un fregadero lleno de platos y vasos sucios, podía ver el cielo azul sin nubes de la tarde. Por suerte, el terreno del bosque todavía estaría blando varias horas por las primeras lluvias de la estación y por el lento proceso de la nieve en derretirse. En Nueva Inglaterra el verano tarda mucho tiempo en llegar. Hacia allí iba a dirigirse. No estaba exactamente seguro de cuándo…, tal vez al día siguiente o al otro…, pero muy pronto.

Pensó que la Número 4 ya se estaba haciendo vieja. No vieja en términos de años, sino vieja en términos de interés. Si bien siempre existía la posibilidad de que se les ocurriera un nuevo giro como para prolongar la historia, también sabía que a los clientes había que satisfacerlos, pero con tensión. Había que tener tanto un final como una promesa. Linda se lo había explicado.

– Los clientes que repiten son el alma de cualquier empresa.

A él le gustaba su tono de voz de ejecutiva, que usaba generalmente cuando estaban desnudos. La contradicción entre sus relaciones sexuales desenfrenadas y las observaciones precisas y bien planeadas de ella le excitaba.

Quería levantarse de su silla, ir y abrazarla. Ella generalmente se conmovía cuando él daba muestras espontáneas de afecto, como enviar una tarjeta el día de San Valentín. Michael estaba ya medio levantado de su asiento cuando se detuvo.

Más planificación. Menos distracciones. Fuerte final para Serie # 4.

Casi se ríe con una carcajada. A veces ser sexy consiste simplemente en terminar con el trabajo.

Se alejó de la ventana y se puso a diseñar el final de Serie # 4. Marcó en el mapa una ruta que lo llevaría muy dentro del Parque Nacional Acadia de Maine, a más de trescientos kilómetros de la granja. Era un área espectacularmente salvaje que ellos dos habían explorado hacía dos veranos como un par de aficionados estilo muesli, germen de trigo y aire libre: venados y renos, águilas volando por los aires, ríos rápidos y espumosos llenos de salmones y truchas salvajes, y totalmente aislada. Necesitaban intimidad.

El Parque Nacional estaba atravesado en todas direcciones por viejos y abandonados caminos de leñadores que se adentraban profundamente en tierras vírgenes. Necesitaban acceso para camiones, aunque ello implicara viajar por viejos caminos apenas usados en años, llenos de piedras y baches.

Era un lugar adecuado para que la Número 4 pasara los próximos años. Con pocas posibilidades de ser encontrada alguna vez… y si algún excursionista extraviado llegaba a encontrar huesos secos y blancos desenterrados por la fauna silvestre…, pues bien, a esas alturas ya estarían en Serie # 5 o tal vez incluso en Serie # 6.

Luego Michael identificó todas las delegaciones de policía a lo largo de su ruta. Había ubicado las rutas de patrulla de todos los cuarteles de policía del Estado a lo largo de su camino, así como los departamentos de policía locales que cubrían las áreas rurales por las que iba a pasar. Había incluso revisado al personal y los horarios de operaciones de todos los lugares donde estaban ubicados los guardabosques del parque. Hizo una investigación por Internet acerca de los controles de tráfico en la Asociación Estadounidense de Automóviles, e identificó las horas en que era menos probable ser detenido circulando. Era el tipo de preparativos que disfrutaba, haciendo listas, realizando rápidas búsquedas con el ordenador. A veces pensaba que debía haberse dedicado a escalar montañas como jefe de expediciones a los picos más altos y peligrosos. Era meticuloso y se sentía lleno de la energía que le daban los números. Eso le daba una sensación de precisión acerca de la muerte.

También hizo una lista del equipo adecuado -pala, sierra, martillo, pico, cable- para las últimas escenas de la Nú mero 4. No sabía si en realidad iba a usar todo lo que puso en la lista, pero era de los que quería estar preparado para cualquier contingencia. Volvió a revisar la minivideocámara de alta definición Sony de mano que iba a llevar consigo en el último paseo de la Número 4. Llevaba baterías de repuesto y cintas adicionales, así como un trípode pequeño sobre el que podía instalar la grabadora. Hizo una nota para no olvidarse de rociar la abrazadera de conexión con lubricante WD-40 para asegurarse de que funcionara bien.

Cuando terminó con todos los detalles, después de repasar cada elemento dos o tres veces en su cabeza, se apartó de la mesa y fue a buscar a Linda.

Estaba junto a los monitores, bostezando y estirándose agotada, observando a la Número 4 sin demasiado entusiasmo.

Michael se detuvo. Pudo darse cuenta de que la parte de ella que sintonizaba con la Número 4 estaba desconectada.

Él tenía dos listas, una para él y otra para ella. Se las puso delante. Linda leyó ambas rápidamente, asintió con la cabeza, aunque se sintió repentinamente incómoda al darse cuenta de que él tendría que salir de la granja para comprar varias cosas.

– ¿Te vas ya? -preguntó.

Michael miró el monitor en el que la Número 4 estaba acurrucada.

– Éste parece un buen momento -dijo. -No tardes demasiado.

– Todavía hay detalles de la última escena que hay que cerrar -respondió Michael.

En su mano ella tenía otra hoja de papel…, un guión parcial que Michael había escrito el día anterior. Había añadido algunos elementos por su cuenta, como un productor que repasa el primer borrador de un guionista. Los márgenes de la página estaban llenos de anotaciones con la pequeña y elegante letra de Linda.

– Lo sé -confirmó-. Todavía no me gusta del todo lo que tenemos.

Lo acompañó hasta la puerta y ambos vacilaron. Era la primera vez que se separaban desde el comienzo de Serie # 4. En efecto, mientras había durado, apenas habían salido, de modo que la brisa y la temperatura templada que llenaba el aire claro eran embriagadores, envolventes, y ambos aspiraron esa claridad.

Michael miró a su alrededor, a la vieja granja. Era un lugar viejo, polvoriento, y cada vez iba a ser peor.

– Tenemos suerte de no habernos pasado toda la serie estornudando y tosiendo en este viejo basurero -señaló-. No me va a entristecer salir volando de este lugar.

Linda le apretó la mano.

– No tardes demasiado -le pidió.

– No te preocupes. ¿Necesitas algo del pueblo? Ella negó con la cabeza.

– No. Está todo bien. -Echó una mirada al entorno. Árboles alineados en una zona distante, oleadas de hierba verde cubrían un prado que se extendía por detrás, hasta más allá del destartalado establo rojo desteñido donde habían aparcado su Mercedes. Rejas rotas de madera y alambre de púas oxidado cercaban los terrenos con praderas donde alguna vez habían pastado vacas u ovejas. El largo sendero de tierra y grava que iba hasta la granja serpenteaba por entre restos dispersos de bosque, que escondían de su vista la carretera principal y formaban un túnel en algunas partes. La casa vecina más cercana estaba a más de un kilómetro y medio de distancia, y apenas era visible a través de la maleza y las ramas de los árboles.

Como tantos lugares en Nueva Inglaterra que caen en el abandono, el paisaje parecía antiguo e idílico, a la vez que gastado y agotado. En eso consistía precisamente la belleza de todo aquello, pensó Linda; oculto en toda aquella antigüedad y desgaste, habían creado un mundo ultramoderno. El entorno era un camuflaje perfecto para lo que estaban haciendo.

– Mira, no quiero que la Número 4 lo oiga cuando pongas en marcha la camioneta. Ese vehículo hace demasiado ruido. El motor, la carrocería, el tubo de escape, todo hace ruido. Así que cuenta hasta noventa antes de mover la llave de contacto. Eso me dará tiempo suficiente para poner algo que la distraiga.

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