Le sorprendió cuando escuchó la voz de Adrián.
– Detective, disculpe que la moleste tan tarde… -empezó. Su voz sonaba curiosamente precipitada. Terri Collins recordó que Adrián le había parecido en general inestable y vacilante en las ocasiones en que habían estado juntos. «Apresurado» no era la palabra que ella habría usado para describirlo en ninguno de sus encuentros.
– ¿De qué se trata, profesor? -Su tono era brusco. Las lágrimas de Mary Riggins parecían ser la prioridad en ese momento.
– ¿Jennifer tenía una cicatriz de una operación de apéndice? ¿Tenía tatuada una flor negra en el brazo?
Terri empezó a responder, pero se detuvo.
– ¿Por qué lo pregunta, profesor?
– Sólo quiero estar seguro de algo -contestó.
¿Seguro de qué?, pensó ella. Esto le hizo sospechar, pero no profundizó. No quería ser cruel con el anciano trastornado, pero no quería distraer a la madre y al padrastro con algo que pudiera ser malinterpretado como una esperanza. Se volvió hacia Scott y Mary:
– ¿Jennifer tenía alguna cicatriz o tatuaje que podría no haber mencionado? -Hizo la pregunta tapando con su mano el micrófono del teléfono.
Scott respondió rápidamente:
– Absolutamente no, detective. ¡No era más que una niña! ¿Un tatuaje? De ninguna manera. Jamás se lo habríamos permitido, por mucho que ella hubiera insistido. Además, era menor de edad, así que no podían hacerle uno sin nuestro permiso. Y jamás tuvo una operación, ¿no es cierto, Mary?
Mary Riggins asintió con la cabeza.
Terri Collins habló en el teléfono.
– No a ambas preguntas. Buenas noches, profesor. -Desconectó la línea, tenía varias preguntas resonando dentro de ella, pero las respuestas iban a tener que esperar. Debía liberarse del pesar de aquella habitación, y no estaba segura aún de cómo hacerlo con elegancia. La mayoría de los policías eran realmente hábiles para retirarse apenas dado el golpe, pensó. No era su caso.
* * *
Adrián colgó el teléfono con un clic. Siguió mirando la pantalla.
– No he podido averiguar demasiado… -dijo. Wolfe se estaba dirigiendo al teclado.
– Mire -señaló-, tienen un menú. Verifiquemos por lo menos eso. -Hizo clic primero en un título de sección que decía: «La Número 4 come», lo que les ofreció una nueva pantalla. En ella, la joven estaba lamiendo un tazón de avena. Ambos hombres se inclinaron hacia delante, porque en estas imágenes la capucha había sido reemplazada por una venda. Les ofrecía otras facciones para examinar. Wolfe levantó la octavilla de personas desaparecidas y la colocó al lado del televisor-. No sé, profesor. Bueno, ningún tatuaje, pero, por Dios, el pelo parece casi el mismo…
Adrián miró atentamente. Línea del pelo. Línea de la mandíbula. Forma de la nariz. La curva de los labios. La longitud del cuello. Sentía que sus ojos ardían con imágenes. Se puso tenso cuando vio que la bandeja de comida era retirada por una persona enmascarada y vestida con un traje de seguridad. Una mujer, pensó, mientras calculaba su altura y sus formas, aunque estaban escondidas por los pliegues de la ropa.
Cuando Tommy le habló, la voz pareció venir desde su interior: Papá…, si quisieras ocultar quién es quién cuando eso se viera en el mundo, ¿no tomarías algunas precauciones?
Por supuesto, pensó Adrián.
– Señor Wolfe, ¿usted sabe algo sobre tatuajes falsos? ¿O de maquillaje como el que se usa en Hollywood?
Wolfe miró de cerca el televisor. Tocó la cicatriz de la operación de apéndice.
– Tengo una de ésas. Parece igual. De modo que ésta no me parece falsa. Pero ése no es el asunto, ¿verdad? -Hizo clic en el título de sección que decía: «Entrevista con la Número 4». Vieron a la joven acercándose a la cámara. La persona con el traje de seguridad la estaba interrogando. Ambos escucharon que le decía a la lente: «Tengo dieciocho años».
Wolfe resopló.
– Ni pensarlo. La están obligando a decir esas tonterías. Tiene fácilmente dos años menos.
Adrián pensó que en toda su vida había conocido muy pocas personas tan hábiles como Mark Wolfe para reconocer la edad precisa de una adolescente.
Wolfe hizo clic en una sección titulada: «La Número 4 trata de escapar». Vieron cuando la joven se arrancaba el collar y la cadena que la sujetaban por el cuello. Justo en el momento que se quitaba la venda, el ángulo de la cámara cambiaba, de modo que quedó detrás de ella, oscureciendo las facciones de su rostro.
– Sí, escapar, seguro -comentó Wolfe con cinismo-. ¿Ve cómo la cámara de delante se apaga y ahora sólo podemos verla desde atrás? No se le puede ver la cara, ¿verdad? Alguien sabe lo que está haciendo.
Adrián no respondió. Estaba tratando de concentrarse en otra cosa. Era como si hubiera un trozo de memoria flotando en su imaginación y no pudiera alcanzarlo para poder examinarlo.
Wolfe miraba mientras la joven se dirigía a una puerta. Desde atrás, la cámara la seguía. Hubo un destello de luz y un hombre enmascarado se metió en la imagen. Allí terminaba la sección.
– La siguiente es «La Número 4 pierde su virginidad», profesor. Mi conjetura es que se trata de sexo explícito. Tal vez se trate de una violación. ¿Usted quiere ver eso?
Adrián negó con la cabeza.
– Vuelva a la pantalla principal. -Wolfe lo hizo. La joven encapuchada permanecía inmóvil en una posición. Adrián tenía mil preguntas para hacer, todas acerca de quién, de por qué y de cuál era el atractivo de todo ello, pero no las hizo. En cambio, simplemente giró y examinó la cara de Wolfe. El delincuente sexual se estaba inclinando hacia delante. Fascinado. La luz en los ojos del hombre le decía prácticamente todo lo que tenía que saber. Podía darse cuenta de la compulsión cuando ésta aparecía ante sus ojos.
Adrián quería la darse vuelta y mirar hacia otro lado, pero no podía. De pronto, escuchó un coro de voces -hijo, hermano, esposa-, todas gritando cosas opuestas entre sí, pero todas diciéndole mira y observa. El ruido en su cabeza estaba aumentando el volumen, subiendo lentamente, algo sinfónico, envolvente. Era un poco como si muchas personas estuvieran presenciando la misma cosa peligrosa en el mismo aterrador momento -como el accidente de un automóvil fuera de control deslizándose en una calle angosta- y gritando la misma advertencia, pero usando palabras diferentes y lenguajes diferentes, de modo que sólo podía percibirse la sensación de alarma. Había gritos dentro de su cabeza y se tapó las orejas con las manos, pero no sirvió de nada. Sus gritos se multiplicaron de manera dolorosa. Lo único que podía hacer era mirar la pantalla y a la joven aparentemente atrapada allí.
Y mientras Adrián miraba, vio que ella extendía la mano a ciegas, buscando a su alrededor, hasta que su brazo flaco se envolvió alrededor de una forma familiar, que ella abrazó sobre su pecho que subía y bajaba.
Una vez había visto un osito de peluche viejo, gastado y hecho jirones, un juguete de niño atado de manera incongruente a una mochila. Pero ahora estaba envuelto por unos brazos vacilantes e impotentes.
En zapatillas y ropa interior, Linda estaba instalada delante de la mesa de los ordenadores, ocupándose con diligencia de los asuntos urgentes de Serie # 4. Su traje blanco de seguridad había sido arrojado descuidadamente al suelo cerca de la cama. Se había recogido el pelo oscuro con horquillas, de modo que parecía un poco una secretaria de oficina desnuda a la espera de que el jefe regresara de una reunión para darle una sorpresa. Sus dedos se movían veloces sobre el teclado de una calculadora. Se ocupaba de ingresar lo correspondiente del bote en las cuentas de quienes habían acertado la hora exacta de la violación. Su clientela esperaba el pago rápido de sus apuestas, pero además ella sentía que tenía una obligación. Había muchas maneras en que Michael y ella podrían haberse quedado con el dinero de los abonados ganadores, pero eso le resultaba desagradable e injusto. La honestidad, estaba segura, era una parte esencial de su éxito. Era importante que los clientes repitieran, como lo era la publicidad boca a boca. Cualquier mujer de negocios buena lo sabía.
Читать дальше