Lee Child - El Enemigo

Здесь есть возможность читать онлайн «Lee Child - El Enemigo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Enemigo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Enemigo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Año nuevo, 1990. El muro de Berlín acaba de caer, y con él, termina la guerra fría. El mundo se enfrenta a una nueva era político-militar. Ese mismo día, Jack Reacher, un oficial de la polícia militar destinado en Carolina del Norte, recibe una llamada que le comunica la muerte de uno de los soldados de la base en un motel de la zona. Aparentemente, se trata de una muerte natural: sin embargo, cuando se descubre que la víctima era un general influyente, Reacher, ayudado por una joven afroamericana, que también es soldado, iniciará una investigación.

El Enemigo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Enemigo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

No respondió.

– Tiene usted un problema de autoridad -proseguí-. Y será divertido ver cómo lo afronta. Quizá podríamos arreglarlo de hombre a hombre, en el gimnasio. ¿Le interesa?

– ¿Tiene un fax seguro? -preguntó.

– Por supuesto. Está fuera. Ha tenido que verlo antes de entrar aquí. ¿Es usted ciego además de estúpido?

– Procure estar cerca del fax mañana a las nueve. Le enviaré órdenes escritas.

Me miró airado por última vez. Luego salió y cerró de un portazo, tan fuerte que la pared vibró y la corriente de aire levantó el mapa y la copia del registro dos centímetros del suelo.

Me quedé en la mesa. Llamé a mi hermano a Washington, pero no contestó. Pensé en llamar a mi madre, pero de pronto comprendí que no tenía nada que decirle. Al margen de lo que habláramos, ella sabría que yo había llamado para preguntar: «¿Todavía estás viva?» Sabría que era eso lo que estaba en mi cabeza.

Así que me puse en pie, cogí el mapa y lo alisé. Volví a pegarlo a la pared. Recogí las siete chinchetas y las clavé otra vez en su sitio. Y coloqué la copia del registro junto al mapa. Luego la arranqué de nuevo. No servía para nada. La arrugué en una bola y la arrojé a la papelera. Dejé sólo el mapa. Entró la sargento con más café. Pensé fugazmente en el padre del niño. ¿Dónde estaba? ¿Había sido un esposo maltratador? En ese caso, seguramente estaría enterrado en alguna ciénaga. O hecho pedazos enterrados en varias ciénagas. Sonó el teléfono y contestó ella. Me pasó el auricular.

– El detective Clark -dijo-. Desde Virginia.

Seguí el recorrido del cable alrededor de la mesa y volví a sentarme.

– Ahora sí hemos avanzado -dijo-. La barra de Sperryville es el arma que buscábamos, sin duda. Tenemos una muestra idéntica de la ferretería y nuestro forense las ha comparado.

– Buen trabajo.

– Así que llamo para decirle que he de pararme. Hemos encontrado lo nuestro, pero ya no podemos seguir buscando lo de ustedes. No podría justificar el presupuesto para horas extra.

– Entiendo -dije-. Ya lo teníamos previsto.

– Ahora seguirá solo con ello, amigo. Lo lamento de veras.

No comenté nada.

– ¿Algo por su parte? ¿Aún no tiene un nombre para mí?

Sonreí. «Uno puede olvidarse de un nombre -pensé-. Amigo.» Si no hay quo, no hay quid. Y es que además nunca hubo ningún nombre.

– Se lo haré saber -dije.

Summer regresó al cabo de media hora y le dije que se tomara libre el resto de la noche. Nos veríamos en el club de oficiales para desayunar, exactamente a las nueve, cuando se esperaban las órdenes de Willard. Calculé que podríamos desayunar tranquilamente y sin prisa, montones de huevos y montones de tazas de café, y que podríamos volver paseando a eso de las diez y cuarto.

– Ha movido el mapa -dijo ella.

– Willard lo arrancó. He vuelto a colocarlo.

– Es un tipo peligroso.

– Quizá -dije-. O quizá no. El tiempo lo dirá.

Regresamos a nuestros respectivos alojamientos. Yo ocupaba una habitación en el sector de los oficiales solteros. Era casi como un motel. Había una calle con el nombre de un antiguo galardonado -fallecido tiempo atrás- con la Medalla de Honor y un sendero que salía de la acera y conducía hasta mi puerta. Cada veinte metros había una farola. La más próxima a mi puerta estaba apagada. Alguien la había roto de una pedrada. Distinguí un trozo de cristal en el camino. Y tres tipos en las sombras. Pasé frente al primero, el sargento delta bronceado y con barba. Dio unos golpecitos en la esfera de su reloj con el índice. El segundo tío hizo lo mismo. El tercero se limitó a sonreír. Entré y cerré la puerta. No les oí marcharse. No dormí bien.

Por la mañana se habían marchado. Llegué al club de oficiales sin novedad. A las nueve el comedor estaba casi vacío, lo que suponía una ventaja. La desventaja era que cualquier comida que quedara habría estado un rato en el aparador. Pero a fin de cuentas pensé que la situación era buena. Yo era más un solitario que un gourmet. Summer y yo nos sentamos uno frente al otro en una mesa del centro de la sala. Entre los dos nos acabamos casi todo lo que quedaba. Summer consumió aproximadamente medio kilo de sémola de maíz y tres cuartos de galletas. Era menuda pero comía como una lima. Vaya si no. Nos tomamos nuestro tiempo con el café y a las diez y veinte fuimos andando a mi despacho. Dentro reinaba el caos. Sonaban todos los teléfonos. El cabo de Luisiana parecía abrumado.

– No conteste al teléfono -dijo-. Es el coronel Willard. Quiere confirmación inmediata de que usted ha recibido sus órdenes. Está que se sube por las paredes.

– ¿Dónde están las órdenes?

Se inclinó tras la mesa y sacó una hoja de fax. Los teléfonos no paraban. No cogí el papel. Me limité a leerlo por encima del hombro del cabo. Eran dos párrafos de letra apretada. Willard me ordenaba examinar los albaranes de entradas en Intendencia y su registro de distribución. A partir de ahí yo pondría por escrito qué debería haber exactamente en el almacén. A continuación tenía que verificar mis conclusiones mediante una inspección ocular. Después debía confeccionar una lista de todos los artículos que faltaban y sugerir un plan de acción para localizar su actual paradero. Debía ejecutar la orden deprisa y corriendo. Y llamarle para confirmar la recepción de la misma en cuanto la tuviera en mis manos.

Era el típico castigo de las faenas absurdas. En los viejos tiempos le mandaban a uno pintar el carbón de blanco, o llenar sacos con cucharillas o fregar suelos con cepillos de dientes. Éste de ahora era el equivalente para la PM de los nuevos tiempos. Una tarea estúpida que tardaría dos semanas en acabar. Sonreí.

Los teléfonos sonaban sin parar.

– La orden no ha llegado a mis manos -dije-. No estoy aquí.

– ¿Dónde está?

– Dígale que alguien tiró un envoltorio de chicle en el arriate delante de la oficina del comandante de la base. Que no permitiré que se maltraten así las propiedades del ejército. Y que estoy en ello desde mucho antes del alba.

Llevé a Summer a la acera, lejos de los frenéticos teléfonos.

– Gilipollas -mascullé.

– Ahora debería usted desaparecer -sugirió ella-. Estará llamando todo el rato.

Miré alrededor. Tiempo frío, edificios grises, cielo encapotado.

– Tomémonos el día libre -propuse-. Vayamos a algún sitio.

– Tenemos cosas que hacer.

Asentí. «Carbone. Kramer. Brubaker.»

– No puedo permanecer aquí -señalé-. Así que no puedo hacer mucho en lo de Carbone.

– ¿Quiere ir a Columbia?

– El caso no es nuestro -objeté-. No podemos hacer nada que no esté haciendo Sánchez.

– Hace demasiado frío para ir a la playa -le dijo Summer.

Asentí de nuevo. De pronto lamenté que hiciera demasiado frío para ir a la playa. Me habría gustado ver a Summer en la playa. En biquini. Uno muy pequeño, a ser posible.

– Hemos de trabajar -insistió.

Miré más allá de los edificios. Alcancé a ver los árboles, fríos y sin vida contra el horizonte. Algo más cerca distinguí un pino alto, sombrío y aletargado. Calculé que estaba cerca de donde habíamos hallado a Carbone.

«Carbone.»

– Vamos a Green Valley -dije-. A hacer una visita al detective Clark. Podemos pedirle los datos sobre la barra de hierro. Él empezó por nosotros, así que tal vez podríamos terminarlo. Ahora mismo un viaje de cuatro horas podría ser una buena inversión.

– Y cuatro horas de vuelta.

– Podríamos almorzar. O quizá cenar. O ausentarnos sin permiso.

– Nos encontrarían.

Negué con la cabeza.

– Nadie me encontraría -dije-. Nunca.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Enemigo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Enemigo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Enemigo»

Обсуждение, отзывы о книге «El Enemigo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x