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George Pelecanos: El Jardinero Nocturno

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George Pelecanos El Jardinero Nocturno

El Jardinero Nocturno: краткое содержание, описание и аннотация

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La obra maestra de pelecanos y la que le convirtió un Best-Séller en Estados Unidos. Cuando el cadáver de un adolescente aparece en un parque público de Washington, el detective Gus Ramone revive con intensidad una investigación en la que participó veinte años atrás. El asesino, a quien los mede víctimas los parques de la ciudad y salió impune. El nuevo crimen reunirá a los tres hombres que participaron en aquel caso y les dará la oportunidad de cerrarlo. Tal vez ahora consigan atrapar al Jardinero Nocturno…

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El bolso de la víctima estaba en la mesa de la cocina, pero no había ni cartera ni llaves. El administrador, cuando le preguntaron, contó que la fallecida, Jacqueline Taylor, conducía un Toyota Corolla último modelo. El coche no estaba aparcado en la calle en ese momento. Ramone dedujo que el asaltante se había llevado el dinero, las tarjetas de crédito, las llaves del coche y el coche. Desde la perspectiva policial era una ventaja, porque si el asesino utilizaba las tarjetas de crédito, se le podría seguir el rastro. De la misma manera, sería más fácil encontrarlo con un coche robado.

La víctima vivía sola con sus hijos. En un cajón de la cómoda había algunas prendas de ropa, ropa interior en su mayoría, camisetas de talla extra grande y calzoncillos de la talla 34. Esto indicaba que algún hombre acudía con frecuencia a la casa, pero no residía allí permanentemente. En el segundo dormitorio había dos camas individuales, una decorada con motivos florales y la otra con cascos de los Redskins. La habitación estaba llena de muñecas, figuritas de acción, peluches y material deportivo, incluido un balón de baloncesto en miniatura y uno de fútbol K2. En el salón, en una mesita, se veían fotografías de los niños en el colegio, un chico y una chica.

La víctima era enfermera. En su armario tenía un uniforme, y también llevaba uno puesto cuando la encontraron. El administrador confirmó que era enfermera del D. C. General. Ahora estaría en ese mismo hospital, sobre una sábana de plástico en la morgue.

En el primer sondeo no surgieron testigos. Sin embargo, en el tejado del edificio había una cámara de seguridad, apuntando a la entrada. Si había cinta en la cámara, y estaba grabando en su momento, tendrían buen material para ponerse en marcha. El administrador, un tipo flaco vestido de negro de la cabeza a los pies, aseguró que la cámara «solía» funcionar. Le olía el aliento a alcohol a las tres de la tarde. Era un pequeño detalle, pero suficiente para que Ramone dudara de su palabra. Lo más probable era que la cámara no estuviera operativa. Aun así, lo comprobaría. Habría que cruzar los dedos.

Para su sorpresa, la cámara estaba en perfectas condiciones. En la cinta aparecía la clara imagen de un hombre saliendo del edificio. La hora marcada en la grabación confirmaba que la salida se había producido en torno al momento de la agresión.

– Es su ex marido -comentó el administrador, viendo la cinta por encima del hombro de Ramone, la imagen en la pantalla clara como el agua-. Viene de vez en cuando a ver a los chicos.

Ramone buscó el nombre de William Tyree en la base de datos. Tyree no tenía antecedentes criminales ni detenciones previas. Ni siquiera cuando era menor de edad.

Ramone y Williams convocaron a la hermana de la víctima para que viera la cinta. La hermana dejó a los niños en la guardería de la comisaría e identificó en la sala de vídeo al hombre que salía del bloque: era William Tyree, segundo marido de Jacqueline Taylor. Últimamente estaba algo alterado, sostenía la hermana, exasperado porque no encontraba trabajo de ninguna manera. Además, Jackie había empezado a salir con otro hombre, un obrero eventual de la construcción llamado Raymond Pace, y aquello exacerbó la depresión de Tyree. Pace tenía antecedentes, había cumplido condena por homicidio involuntario y, según la hermana, «no era bueno» con los hijos de Jackie. Ramone supuso que las camisetas y calzoncillos encontrados en la cómoda de Jacqueline Taylor eran de Pace.

Se puso vigilancia ante el piso de Tyree en Washington Highlands hasta que llegara la orden de registro. Ramone pasó el número de matrícula del Corolla a los coches patrulla, junto con una descripción de Tyree. Luego fue a ver a Raymond Pace a su lugar de trabajo. Pace no pareció sentir demasiado la noticia de la muerte de Jacqueline, y de hecho tenía toda la pinta de ser el indeseable que su hermana había descrito. Pero el capataz de Pace y un par de compañeros respaldaban incuestionablemente su coartada. En cualquier caso, la cinta de vídeo era muy clara. William Tyree encajaba como sospechoso.

A medianoche Tyree todavía no había vuelto. Ramone y Willis tenían el turno de ocho a cuatro y acumularon muchas horas extras ese día. Se fueron a sus respectivas casas y acudieron de nuevo a las ocho en punto de la mañana siguiente. Poco después, un agente de patrulla encontró la matrícula del Corolla en una calle de Southeast y envió por radio la localización.

El Corolla estaba aparcado cerca de Oxon Run Park, en una popular zona de trapicheo de drogas. Un residente del bloque se acercó a Ramone y a Willis, que estaban junto a los agentes que buscaban huellas en las puertas del Corolla, y les preguntó si buscaban al hombre que había aparcado el coche. Ramone dijo que sí.

– Se ha metido en esa casa de ahí -informó el hombre, señalando con un dedo un edificio de ladrillo en la parte más alta de la calle-. Todo el día está entrando y saliendo gente.

– ¿Se meten heroína? -preguntó Ramone, queriendo saber qué tipo de drogadicto encontraría en el edificio.

El residente negó con la cabeza.

– Le dan a la pipa.

Ramone, Willis y varios agentes uniformados fueron a la casa con las pistolas preparadas, pero no llegaron a sacarlas. Tyree estaba en el rellano del segundo piso, en mitad de una nube de humo con otros dos fumetas.

– ¿William Tyree? -dijo Ramone, sacando un par de esposas mientras subía por las escaleras.

Al ver a los policías y oír su nombre, Tyree extendió las manos. Le esposaron sin incidentes. En el bolsillo le encontraron las llaves del coche de Jacqueline Taylor y su cartera.

Todo había sido muy fácil, incluso la detención.

En la oficina del fondo se encontraban Ramone, Green y el teniente Maurice Roberts, un joven y respetado jefe de la VCB, sentados en el sofá, inclinados hacia un teléfono sobre una mesa de plástico. El altavoz estaba conectado y se oía la voz del ayudante del fiscal, Ira Littleton, que hacía redundantes comentarios sobre la detención y el interrogatorio. Ramone y Green ya seguían aquellas consignas cuando Littleton todavía veía los dibujos animados los sábados en pijama. La mayoría de los detectives de Homicidios guardaban buena relación con los magistrados de la oficina del fiscal de Estados Unidos.

Era una cordialidad necesaria, por supuesto, pero más allá del obligatorio espíritu de cooperación, solían forjarse amistades sinceras. Littleton, joven y relativamente inexperto e inseguro, no era uno de los fiscales que los detectives respetaran o considerasen amigos.

– Yo preferiría una confesión explícita y completa -decía Littleton-, y no que se limite a admitir que ayer llevaba ropa manchada de sangre.

– Ya -dijeron Ramone y Green casi al unísono.

– No tenemos suficiente para retenerlo por el asesinato -insistió Littleton.

– De momento podemos acusarle del robo del coche -sugirió Ramone-. Y también de posesión de propiedad robada, por la cartera y sus contenidos. Eso es suficiente para retenerlo.

– Pero yo quiero acusarle de asesinato.

– Muy bien -cedió Bo Green, mirando a Ramone mientras hacía movimientos obscenos con el puño delante de su entrepierna.

Ramone apartó el índice y el pulgar tres centímetros, indicando el probable tamaño de la polla de Littleton.

– Sacadle la confesión. Y tomadle una muestra de ADN.

– No hay problema -dijo Ramone.

– ¿Consentirá en dar una muestra de sangre?

– Ya lo ha hecho. La tenemos -dijo Green.

– ¿Estaba drogado cuando lo detuvisteis?

– Eso parecía.

– Aparecerá en los análisis.

– Sí.

– ¿Tenía alguna marca o algo así?

– Un arañazo en la cara -contestó Ramone-. No recuerda cómo se lo hizo.

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