– Ahora vamos a la página de solicitud de sangre. Escribimos lo que necesitamos y luego… abracadabra… esperamos. -Puso las manos ante la pantalla y movió los dedos como una bruja.
– Graciela, ¿cómo está Raymond? -preguntó Patrice desde detrás.
McCaleb se volvió a mirarla, pero Patrice seguía trabajando dándoles la espalda.
– Está bien -contestó Graciela-. Todavía me rompe el corazón, pero está bien.
– Eso es bueno. Tienes que volver a traerlo.
– Lo haré, pero tiene colegio. Quizás en las vacaciones de primavera.
La pantalla empezó a listar un detalle de la disponibilidad de sangre AB y del hospital o banco de sangre en la que se almacenaba cada bolsa. AOSSO, además de ser un banco de sangre en sí mismo, actuaba como agencia coordinadora para bancos y hospitales más pequeños de toda la costa oeste.
– Muy bien -dijo Graciela-. Vemos que hay bastante sangre disponible. El médico quiere tener al menos seis unidades disponibles por si nuestro paciente con la herida en el pecho necesita más cirugía. Así que hacemos clic en la ventana de pedido y solicitamos seis. La reserva sólo dura veinticuatro horas. Si mañana a esta hora no se ha actualizado, la sangre queda disponible.
– Entendido -dijo McCaleb, actuando como el estudiante que se suponía que era.
– Tendré que acordarme de pedirle a Patty que lo actualice mañana.
– ¿Qué pasa cuándo no hay sangre disponible?
En el camino, ella le había pedido que formulara esa pregunta si había alguien más en la sala de enfermeras cuando se conectasen a la AOSSO.
– Buena pregunta -dijo ella, al tiempo que empezaba a mover el ratón-. Esto es lo que hacemos. ¿Ves este icono de la gota de sangre? Hacemos clic y nos lleva al archivo de donantes. Esperamos otra vez.
Al cabo de unos segundos, la pantalla empezó a llenarse de nombres, direcciones, números de teléfono y otra información.
– Todos éstos son donantes de sangre del grupo AB. Nos dice dónde están y cómo podemos contactar con ellos, y esta otra información muestra cuándo donaron sangre por última vez. No es cuestión de pedir sangre siempre a la misma persona. Tratamos de ir cambiando y buscamos gente que viva cerca de aquí y que pueda venir, o gente que viva cerca de un banco de sangre. Hay que buscar la conveniencia del donante.
Mientras hablaba bajaba el dedo por la lista de nombres. Había alrededor de veinticinco, de todo el Oeste. Se detuvo en el nombre de su hermana y dio un golpecito a la pantalla con el dedo. Luego continuó, su dedo llegó hasta el final sin cruzarse con los nombres de James Cordell o Donald Kenyon.
McCaleb dejó escapar un sonoro suspiro de decepción, pero Graciela levantó el dedo para decirle que esperase un momento. Entonces ella pulsó la tecla AvPag y apareció una nueva pantalla. Había unos quince nombres más. El de James Cordell era el primero de la nueva lista. Ella deslizó el dedo por la pantalla y encontró el de Donald Kenyon, el penúltimo.
Esta vez McCaleb contuvo la respiración y se limitó a asentir. Graciela lo miró, con la sombría expresión de confirmación en sus ojos. McCaleb se acercó a la pantalla y leyó la información que seguía a los nombres. Cordell no había donado sangre desde hacía nueve meses y había transcurrido más de medio año desde que lo hiciera Kenyon. McCaleb vio que detrás de cada nombre figuraba la letra D seguida de un asterisco. Otros nombres tenían una cosa o la otra, pero muy pocos ambas. McCaleb se agachó y señaló la letra.
– ¿Qué quiere decir eso? ¿Difunto?
– No -dijo Graciela con voz calma-. La D significa donante. Donante de órganos. Firman papeles, lo ponen en el carnet de conducir, todo eso, así si llegado el momento ingresan en un hospital y mueren pueden aprovecharse sus órganos.
Ella no apartó la mirada de McCaleb mientras le decía esto, y a él le costaba mirarla. Sabía lo que la confirmación significaba.
– ¿Y el asterisco?
– No estoy segura.
Utilizó las barras de desplazamiento hasta que se topó con la leyenda de la parte superior. Movió el dedo por los distintos símbolos hasta que encontró el asterisco.
– Quiere decir CMV negativo -explicó-. La mayoría de la gente es portadora de un virus llamado CMV. Es la abreviatura de un nombre larguísimo. Aproximadamente un cuarto de la población no lo tiene. Es algo que hay que saber para obtener una compatibilidad sanguínea absoluta entre donantes y receptores.
Él asintió. Se trataba de información ya sabida.
– Bueno, ésta es la lección de hoy -dijo Graciela con calma.
Ella movió el ratón y McCaleb vio que el puntero se desplazaba hacia el icono de desconexión situado en la parte superior de la pantalla. Él le agarró la mano antes de que llegara a desconectarse de la AOSSO.
Graciela lo miró, con rostro interrogante. McCaleb miró a Patrice. No podía hablar. Miró en torno a sí y vio una tablilla con sujetapapeles y un bolígrafo unido a ella con un cable. Hizo un gesto con los dedos a Graciela para que hablara con Patrice. Entonces empezó a escribir.
– Eh, Patrice, ¿qué tal está Charlie? -preguntó Graciela.
– Ah, está bien, sigue siendo un capullo.
– Vaya, vosotros os lleváis tan bien.
– Sí, somos dos auténticos tortolitos.
McCaleb levantó la tablilla ante Graciela. Había escrito tres preguntas.
¿Puedes imprimir esa lista?
¿Puedes buscar el archivo de tu hermana?
¿Quién tiene sus órganos?
Graciela se encogió de hombros y movió los labios para decirle que no lo sabía. Entonces se concentró en el ordenador y se puso a trabajar. Primero imprimió la lista de los donantes de sangre AB. Afortunadamente, la impresora láser apenas hacía ruido y Patrice no lo advirtió. McCaleb dobló rápidamente la lista a lo largo y se la guardó en el bolsillo de la americana. Luego Graciela volvió a la pantalla de bienvenida y desplegó un menú de órdenes. Hizo clic con el ratón en un icono que mostraba un corazón: apareció una pantalla que decía Servicios de Adquisición de Órganos y también un formulario que pedía el código de acceso. Graciela se encogió de hombros, miró el código escrito sobre el monitor y lo tecleó de nuevo.
Nada.
El puntero se convirtió en un reloj de arena y no ocurrió nada, McCaleb miró su reloj: eran las doce y cuarto, el final del plazo que se habían establecido. Patty Kirk volvería de un momento a otro y los descubriría. Cuando Graciela lo había planeado todo, no se había referido a qué excusa pondría si los descubrían.
– Me parece que se ha colgado -dijo Graciela.
Frustrada, golpeó el lateral del monitor con la mano abierta. A McCaleb no dejaba de sorprenderle la cantidad de gente que consideraba que eso ayudaba al ordenador. Iba a decirle que no se preocupara cuando oyó las ruedas de la silla de Patrice. Se volvió para ver cómo se levantaba. Quizá también iba a probar suerte con el ordenador.
– Aquí está -dijo Graciela.
McCaleb mantuvo su cuerpo entre Patrice y la pantalla.
– Maldito sea -dijo Patrice-. Siempre hace lo mismo. Voy a subir a la terraza a tomar una Coca-Cola y fumar un cigarrillo. Hasta luego, Graciela. -Sonrió a McCaleb-. Y encantado de conocerte.
McCaleb sonrió.
– Lo mismo digo.
– Hasta luego, Patrice -agregó Graciela.
Patrice rodeó el mostrador y salió al pasillo, sin mirar la pantalla del ordenador. Cuando hubo salido, McCaleb miró la pantalla y vio el mensaje:
ACCESO EXCLUSIVO DE NIVEL 1
INTÉNTELO DE NUEVO
– ¿Qué significa?
– Quiere decir que no tenemos el código para entrar a ese archivo. ¿Qué hora es?
– Hora de irnos. Desconéctate.
Ella hizo clic en el icono de desconexión y McCaleb oyó el ruido característico de la interrupción de la conexión telefónica.
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