Entonces, casi de inmediato la pistola apareció en la imagen, pasó sobre su hombro y casi acarició su sien izquierda antes de que el asesino apretara el gatillo y se llevara la vida de Cordell. El chorro de sangre empañó la lente de la cámara y el hombre se derrumbó hacia delante y a su derecha, aparentemente chocó contra la pared contigua al cajero y luego cayó hacia atrás.
Entonces el asesino entró en escena y se llevó el dinero en el instante en que la ranura lo entregaba. McCaleb detuvo la cinta en ese momento. En pantalla había una imagen completa del asesino enmascarado. Llevaba el mismo mono oscuro y el mismo pasamontañas que el asesino de la cinta de Gloria Torres. Como Winston había dicho, no era necesario el informe de balística. Sólo serviría como certificación científica de algo que Winston supo y que en ese momento McCaleb sabía de manera visceral. Se trataba del mismo hombre. La misma ropa, el mismo modo de actuar, los mismos ojos brutales tras el pasamontañas.
McCaleb pulsó de nuevo el botón y la reproducción continuó. El asesino se llevó los billetes de la máquina. Mientras lo hacía parecía estar diciendo algo, pero su cara no estaba frente a la cámara como en el caso de los disparos del Sherman Market. Esta vez daba la impresión de estar hablando para sus adentros más que para la cámara.
El atracador se movió con rapidez hacia la izquierda de la pantalla y se agachó para recoger algo que quedaba fuera de la imagen: los casquillos. Acto seguido desapareció de la imagen por la derecha. McCaleb miró durante unos instantes. La única figura era el cuerpo inerte de Cordell en el suelo, bajo la máquina; el único movimiento, el del charco de sangre que iba creciendo en torno a su cabeza. Buscando la parte más baja, la sangre se deslizó por una juntura de las baldosas y empezó a formar una línea que avanzaba hacia el bordillo.
Un minuto después un hombre se agachó junto al cuerpo de Cordell. Era James Noone: llevaba gafas de montura delgada y era calvo en la parte superior de la cabeza. Tocó el cuello del hombre herido, y miró a su alrededor, quizá para asegurarse de que él mismo estaba a salvo. Entonces se levantó de un salto y salió de la imagen, probablemente para hacer la llamada de auxilio desde el teléfono móvil. Transcurrió otro medio minuto antes de que Noone regresara al encuadre de la cámara, mientras aguardaba ayuda. El tiempo pasaba y Noone no cesaba de mirar a uno y otro lado, al parecer temeroso de que el atracador, si no estaba en el coche que había salido huyendo, pudiera andar cerca. Finalmente, su atención se centró en la calle. Su boca se abrió en un grito silencioso y se echó las manos a la cabeza, mientras presumiblemente veía pasar la ambulancia a toda velocidad. Entonces desapareció de nuevo de la imagen.
Momentos después hubo un salto en la cinta. McCaleb miró el reloj y vio que habían transcurrido siete minutos. Dos médicos se situaron con rapidez uno a cada lado de Cordell. Comprobaron el pulso y las pupilas. Le abrieron la camisa y uno de ellos le auscultó con un estetoscopio. Una tercera persona llegó rápidamente con una camilla con ruedas, pero uno de los dos primeros lo miró y le hizo un gesto negativo con la cabeza. Cordell estaba muerto.
Segundos después la pantalla se quedó en blanco.
Tras una pequeña pausa, casi respetuosa, McCaleb puso la cinta de la escena del crimen. Era obvio que había sido grabada con una cámara llevada a mano. Empezaba con algunas tomas del entorno del banco y la calle. En el aparcamiento había dos vehículos: un polvoriento Chevy Suburban blanco y un pequeño coche apenas visible a su lado. McCaleb supuso que el Suburban pertenecía a Cordell. Era grande y resistente, cubierto de polvo a causa de los trayectos por las carreteras de montaña y desierto que discurrían junto al acueducto. Seguramente, el otro coche pertenecía al testigo, James Noone.
La cinta mostraba entonces el cajero automático y hacía un barrido hacia abajo, hacia la acera manchada de sangre. El cadáver de Cordell estaba tendido en el lugar donde el personal sanitario lo había encontrado, sin cubrir, con la camisa abierta y el pecho pálido expuesto.
Durante los siguientes minutos la grabación registraba distintas áreas de la escena del crimen. Primero un perito medía y fotografiaba la escena, luego los investigadores del forense trabajaban sobre el cuerpo, lo envolvían en una bolsa de plástico y se lo llevaban en una camilla. Por último, el perito y un experto en huellas se acercaban para buscar concienzudamente pruebas y huellas. Una secuencia mostraba al perito usando una pequeña aguja metálica para extraer la bala de la pared contigua al cajero.
Finalmente, había un regalo inesperado para McCaleb. El operador de la cámara grababa la primera declaración de James Noone. El testigo había sido llevado al extremo de la propiedad del banco y cuando apareció el cámara se hallaba de pie junto a una cabina telefónica, hablando a un ayudante del sheriff uniformado. Noone era un hombre de unos treinta y cinco años. En comparación con el agente era bajo y fornido, y se había puesto una gorra de béisbol. Estaba nervioso, todavía bajo los efectos de lo que había presenciado y visiblemente frustrado por el error de la ambulancia. La cámara se presentó a media conversación.
– Lo único que digo es que tenía una oportunidad.
– Sí, ya lo entiendo, señor. Estoy seguro que será una de las cosas que examinen.
– Quiero decir que alguien debería investigar cómo esto ha podido… y el caso es que estamos a ¿qué, un kilómetro del hospital?
– Somos conscientes de ello, señor Noone -le dijo con paciencia el agente del sheriff-. Ahora, si podemos dejar esto de lado un momento. ¿Podría decirme si vio algo antes de encontrar el cadáver? Algo anormal.
– Sí, vi al tipo. Al menos, eso creo.
– ¿A qué tipo?
– Al atracador. Lo vi huir en coche.
– ¿Puede describirlo, señor?
– Claro, un Cherokee negro. De los nuevos. No uno de esos que parecen una caja de zapatos.
El agente parecía un poco confundido, pero McCaleb entendió que Noone estaba describiendo el modelo Grand Cherokee. Él mismo tenía uno.
– Estaba aparcando y pasó a toda velocidad. Casi choca conmigo -dijo Noone-. El tipo era un cabrón, le toqué el claxon. Luego aparqué y me encontré a este hombre. Llamé desde mi teléfono móvil, pero la cagaron.
– Sí señor. ¿Puede moderar su lenguaje? Esto puede ser leído en un tribunal algún día.
– Oh, lo siento.
– ¿Podemos volver al coche? ¿Vio la placa de la matrícula?
– Ni siquiera estaba mirando.
– ¿Cuánta gente iba en el vehículo?
– Creo que sólo el conductor.
– ¿Hombre o mujer?
– Hombre.
– ¿Puede describírmelo?
– No lo estaba mirando. Sólo trataba de no estrellarme contra él.
– ¿Blanco? ¿Negro? ¿Asiático?
– Ah, era blanco. Estoy seguro de eso, pero no podría identificarlo ni nada por el estilo.
– ¿Qué me dice del color de pelo?
– Era gris.
– ¿Gris?
El agente lo dijo sorprendido. Un atracador entrado en años no parecía algo habitual para él.
– Eso creo -dijo Noone-. Todo pasó muy deprisa, no puedo estar seguro.
– ¿Qué me dice de una gorra?
– Sí, quizás era una gorra.
– ¿Se refiere al gris?
– Sí, una gorra gris, pelo gris. No estoy seguro.
– De acuerdo, ¿algo más? ¿Llevaba gafas?
– Eh… No lo recuerdo o no lo vi. No estaba mirando a ese tipo, sabe. Además el coche tenía cristales oscuros. En el único momento en que lo vi fue a través del parabrisas y sólo durante un segundo, cuando se me venía encima.
– Muy bien, señor Noone. Es una ayuda. Necesitaremos que preste una declaración formal y los detectives tendrán que hablar con usted. ¿Le importa?
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