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Richard Castle: Ola De Calor

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Richard Castle Ola De Calor

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Un magnate inmobiliario del estado de Nueva York se desploma y muere en una de las aceras de la ciudad. Una esposa florero con un sombrío pasado sobrevive tras escapar de milagro a un descarado ataque. Gánsteres y hombres con poder con motivos de sobra para asesinar recitan de memoria sus coartadas. Es entonces, en medio de una sofocante ola de calor, cuando otro homicidio tiene lugar y comienza un tenso viaje por los pequeños y oscuros secretos de los ricos. Unos secretos que resultan ser fatídicos. Secretos que permanecen ocultos en la sombra hasta que una detective del Departamento de Policía de Nueva York arroja un poco de luz sobre ellos.

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– Venga, daos prisa, no tengo el aire acondicionado encendido para refrescar a medio estado.

Una vez dentro de la caravana doble, Heat se sentó con Rook y su amigo, pero no en la silla que éste le ofreció. Aunque actualmente no había ninguna orden judicial relacionada con él, Tomaso -Tommy el Gordo- Nicolosi pertenecía a una de las familias de Nueva York, y el sentido común le decía que no debía quedarse encajonada entre la mesa y la pared de contrachapado. Se sentó en la silla que estaba más en el extremo y la giró para no estar de espaldas a la puerta. A pesar de su sonrisa, la forma en que la miró Tommy el Gordo le hizo ver que sabía exactamente qué estaba haciendo.

– ¿Qué te ha pasado, Tommy el Gordo? Ya no estás gordo.

– Mi mujer me ha puesto a dieta. Dios mío, ¿ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos? -Se quitó las gafas polarizadas y dirigió una mirada a Heat-. Jamie estuvo haciendo un artículo hace un par de años sobre «la vida» en Staten Island. Nos conocimos, parecía un buen tipo, para ser periodista, y qué le parece, al final acabó haciéndome un pequeño favor. -Heat esbozó una sonrisa y él se rió-. No se preocupe, detective, fue algo legal.

– Sólo maté a un par de tíos, eso fue todo.

– Qué bromista. ¿Sabía que es un bromista?

– ¿Jamie? Me toma el pelo continuamente -dijo ella.

– Bien -dijo Tommy el Gordo-. Está claro que esto no es una visita de cortesía, así que vayamos al grano. Nosotros dos nos podemos poner al día más tarde.

– Este edificio es del constructor Matthew Starr, ¿no?

– Lo era hasta ayer por la tarde. -Aquel graciosillo tenía una de esas caras perpetuamente equilibradas entre la amenaza y la diversión. Heat podía haber entendido su respuesta como un chiste o como un hecho.

– ¿Le importa que le pregunte cuál es su trabajo aquí?

Se recostó en la silla, se relajó; estaba en su elemento.

– Consultoría laboral.

– No veo que se esté llevando a cabo ningún trabajo.

– Qué directa. Lo dejamos hace una semana. Problemas con los incentivos. Starr no nos pagaba lo acordado.

– ¿Qué clase de acuerdo era ése, señor Nicolosi? -Sabía de sobra qué era. Lo llamaban de mil maneras diferentes. Principalmente, «impuesto extraoficial de construcción». El porcentaje actual solía ser de un dos por ciento. Y no iba a parar al gobierno.

– Me cae bien tu novia -dijo, volviéndose hacia Rook.

– Repita eso y le parto las piernas -amenazó ella.

Él la miró, sopesando si sería capaz, luego sonrió.

– No hablará en serio, ¿verdad?

Rook lo corroboró con un ligero movimiento de cabeza.

– Vaya -dijo Tommy el Gordo-, me habéis engañado. De todos modos, le debo una a Jamie, así que responderé a la pregunta. ¿Qué tipo de acuerdo? Llamémosle «tasa de expedición». Sí, ese nombre es apropiado.

– ¿Por qué dejó de pagar Starr, Tommy? -Rook estaba haciendo preguntas, pero ella se alegró de que participara, relevándola para sonsacarle desde ángulos que ella no podía. Llamémoslo poli bueno y poli malo.

– Tío, ese hombre estaba arruinado. Nos lo dijo, y nos fuimos. Tenía el agua tan hasta el cuello que le estaban saliendo branquias. -Tommy el Gordo se rió de su propio chiste y añadió-: No nos importa.

– ¿Han matado a alguien alguna vez por eso? -preguntó Rook.

– ¿Por eso? Venga ya. Nosotros nos limitamos a cerrar el chiringuito y a dejar que la naturaleza siga su curso. -Se encogió de hombros-. Bueno, a veces la gente lo paga con la muerte, pero éste no era el caso. Al menos no en principio. -Se cruzó de brazos y sonrió burlonamente-. ¿De verdad no es tu novia?

Con unas carnitas y unos burritos en Chipotle delante, Heat le preguntó a Rook si aún tenía la sensación de que estaban dando palos de ciego. Antes de responder, Rook sorbió los cubitos de hielo con su pajita, aspirando más Coca-Cola light .

– Bueno -dijo finalmente-, no creo que hayamos conocido hoy al asesino de Matthew Starr, si es eso a lo que te refieres.

Tommy el Gordo entraba y salía de su cabeza como posible candidato, pero eso se lo guardó para sí. Él le leyó el pensamiento.

– Si Tommy el Gordo me dice que él no se cargó a Matthew Starr, no hay más que hablar.

– Vaya, caballero, parece que lleva a un investigador dentro.

– Conozco a ese tío.

– ¿Te acuerdas de lo que te dije antes de lo de hacer preguntas y ver adonde llevaban las respuestas? A mí me han llevado hasta una imagen de Matthew Starr que no me encaja. ¿Qué imagen quería dar él? -Dibujó un marco en el aire con ambas manos-. De persona de éxito, respetable y, sobre todo, con mucho dinero. Bien, ahora pregúntate esto. ¿Con tanto dinero y no podía pagar su impuesto a la mafia? ¿El incentivo que hace que el hormigón siga brotando y el acero levantándose? -Hizo una bola con el envoltorio y se puso en pie-. Vamos.

– ¿Adónde?

– A hablar con el gestor de Starr. Míralo por este lado, así tienes otra oportunidad para que veas mi actitud más encantadora.

Los oídos de Heat se destaponaron en el rápido ascensor que se dirigía al ático del Starr Pointe, el cuartel general de Matthew Starr en la 57 Oeste cerca de Carnegie Hall. Salieron al opulento vestíbulo y le susurró a Rook:

– ¿Te has dado cuenta de que este despacho está un piso más arriba que el de Omar Lamb?

– Creo que podríamos decir sin temor a equivocarnos que, hasta el final, Matthew Starr tuvo muy en cuenta las alturas.

Se presentaron en recepción. Mientras esperaban, Nikki Heat examinó una galería de fotos enmarcadas de Matthew Starr con presidentes, miembros de la realeza y famosos. En la pared del fondo, una pantalla plana reproducía silenciosamente un vídeo publicitario corporativo de Promociones Inmobiliarias Starr. En una urna para trofeos de cristal, debajo de triunfantes maquetas a escala de edificios de oficinas de Starr y relucientes réplicas del G-4 y del Sikorsky-76, se extendía una larga hilera de tarros de cristal de mermelada llenos de tierra. Sobre cada uno de ellos, una fotografía de Matthew Starr poniendo el primer ladrillo en la obra en la que habían llenado el tarro.

La puerta de caoba tallada se abrió y un hombre en mangas de camisa y con la corbata aflojada le tendió la mano.

– ¿Detective Heat? Noah Paxton, soy… Mejor dicho, era, el asesor financiero de Matthew. -Se estrecharon la mano y él le dedicó una sonrisa-. Todavía estamos todos conmocionados.

– Lamento mucho su pérdida -dijo ella-. Éste es Jameson Rook.

– ¿El escritor?

– Sí -admitió él.

– Vale… -concedió Paxton, aceptando la presencia de Rook como si reconociera que había una morsa en el jardín delantero pero no entendiera por qué-. ¿Vamos a mi despacho? -Abrió la puerta de caoba para ellos y entraron en el cuartel general mundial de Matthew Starr.

Heat y Rook se detuvieron. El piso estaba completamente vacío. En los cubículos de cristal a izquierda y derecha no había ni mesas ni gente. Los cables de teléfono y de Ethernet estaban tirados por el suelo, desconectados. Las plantas estaban muertas y secas. La pared más cercana mostraba el fantasma de un tablón de anuncios. La detective intentó conciliar el elegante vestíbulo que acaba de dejar atrás con ese espacio vacío del otro lado del umbral.

– Disculpe -le dijo a Paxton-, Matthew Starr falleció ayer. ¿Ya han empezado a cerrar el negocio?

– ¿Lo dice por esto? No, en absoluto. Desmantelamos esto hace un año.

La puerta se cerró tras ellos y el piso estaba tan desierto que el chasquido de la cerradura metálica de la manilla resonó.

Capítulo 3

Heat y Rook siguieron a Noah Paxton un par de pasos por detrás mientras éste los guiaba a través de los despachos y cubículos vacíos del cuartel general de Promociones Inmobiliarias Starr. En claro contraste con la desbordante opulencia del vestíbulo, el ático de la torre Starr Pointe, de treinta y seis pisos, tenía el sonido hueco y el aspecto de un gran hotel sobre el que se hubiera ejecutado una hipoteca después de que los acreedores lo hubieran expoliado de todo lo que no estuviera clavado al suelo. El espacio tenía un aire fantasmagórico, como si se hubiera producido un desastre biológico. No de simple vacío, sino de abandono.

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