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Richard Castle: Ola De Calor

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Richard Castle Ola De Calor

Ola De Calor: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnate inmobiliario del estado de Nueva York se desploma y muere en una de las aceras de la ciudad. Una esposa florero con un sombrío pasado sobrevive tras escapar de milagro a un descarado ataque. Gánsteres y hombres con poder con motivos de sobra para asesinar recitan de memoria sus coartadas. Es entonces, en medio de una sofocante ola de calor, cuando otro homicidio tiene lugar y comienza un tenso viaje por los pequeños y oscuros secretos de los ricos. Unos secretos que resultan ser fatídicos. Secretos que permanecen ocultos en la sombra hasta que una detective del Departamento de Policía de Nueva York arroja un poco de luz sobre ellos.

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– El tío me saltó encima cuando tropecé con eso -dijo, señalando una bolsa de la tienda del museo bajo sus pies. Rook la abrió y sacó un pisapapeles de cristal artístico que representaba un planeta-. Mira esto, me he tropezado con Urano.

Cuando Heat y Rook entraron en la sala de interrogatorios, el detenido se irguió como hacen los niños de colegio cuando entra el director. Rook cogió la silla de al lado. Nikki Heat arrojó un expediente sobre la mesa, pero se quedó de pie.

– Levántese -ordenó. Y Barry Gable así lo hizo. La agente caminó en círculo alrededor de él, disfrutando de su nerviosismo. Se agachó para examinar unas rasgaduras en sus vaqueros que podrían encajar con el jirón de tela que el asesino se había dejado en la reja-. ¿Qué le ha pasado ahí?

Gable arqueó el cuerpo para mirar la marca que ella estaba señalando, en la parte de atrás de su pierna.

– No lo sé. Puede que me los enganchara en el contenedor. Son nuevos -añadió, como si eso le concediera alguna ventaja.

– Vamos a necesitar sus pantalones. -El tipo empezó a desabrochárselos allí mismo, hasta que ella lo detuvo-: Ahora no. Después. Siéntese. -Él obedeció, y ella se sentó relajadamente en la silla de enfrente, con aire despreocupado y responsable-. ¿Quiere decirnos por qué agredió a Kimberly Starr?

– Pregúnteselo a ella -contestó, intentando que sonara a tipo duro, pero lanzando nerviosas miradas a su reflejo en el espejo, señal para ella de que nunca antes había estado en una sala de interrogatorios.

– Le estoy preguntando a usted, Barry -dijo Heat.

– Es algo personal.

– También lo es para mí. ¿Una agresión así contra una mujer? Me lo puedo tomar de forma muy personal. ¿Quiere ver hasta qué punto?

Rook metió baza:

– Además, también me agredió a mí.

– Oiga, usted me estaba persiguiendo. ¿Cómo iba a saber qué pretendía? Se ve a la legua que no es un poli.

A Heat le gustó aquello. Enarcó una ceja mirando a Rook y se volvió a sentar, pensativo. Ella se giró hacia Gable.

– Veo que no es su primera agresión, Barry, ¿me equivoco? -Hizo el paripé de abrir el expediente. No tenía muchas páginas, pero su simulación hacía que él se pusiera más nervioso, así que continuó con ella todo lo posible-: 2006: pelea con un gorila en el SoHo; 2008: empujó a un tipo que lo pilló rayando con una llave el lateral de su Mercedes.

– Ésos fueron delitos menores.

– Ésas fueron agresiones.

– A veces pierdo el norte -dijo, forzando una sonrisa a lo John Candy-. Supongo que debería mantenerme alejado de los bares.

– Y quizá pasar más tiempo en el gimnasio -apuntó Rook.

Heat le dirigió una mirada asesina. Barry se miró de nuevo en el espejo y se colocó el cuello de la camisa. Heat cerró el expediente.

– ¿Nos puede decir dónde estaba esta tarde, alrededor de las dos? -preguntó.

– Quiero un abogado.

– Por supuesto. ¿Quiere esperarlo aquí, o abajo en el zoo del calabozo? -Se trataba de un farol que sólo funcionaba con los novatos, y los ojos de Gable se pusieron como platos. Detrás de la mirada de tía dura que le estaba clavando, Heat estaba disfrutando de lo fácilmente que se había venido abajo. Adoraba lo del zoo del calabozo. Siempre funcionaba.

– Estaba en el Beacon, en el hotel Beacon de Broadway, ¿lo conoce?

– Sabe que comprobaremos su coartada. ¿Hay alguien que lo haya visto y pueda responder por usted?

– Estaba solo en mi habitación. Tal vez alguien de recepción, por la mañana.

– Su fondo de cobertura le daría para una imponente vivienda en la 52 Este. ¿Por qué un hotel?

– Vamos, ¿es necesario que se lo diga? -Miró fijamente sus propios ojos suplicantes en el espejo, y luego asintió mirándose a sí mismo-. Voy allí un par de veces por semana. Para verme con alguien, ya saben.

– ¿Para practicar sexo? -preguntó Rook.

– Por Dios, sí, el sexo forma parte de ello. Pero es algo más profundo.

– ¿Y qué pasó hoy?

– Que ella no apareció.

– Qué mala suerte, Barry. Podía haber sido su coartada. ¿Tiene nombre?

– Sí. Kimberly Starr.

Cuando Heat y Rook finalizaron el interrogatorio, el agente Ochoa estaba esperando en la cabina de observación, mirando a través del espejo mágico a Gable.

– No puedo creer que hayas dado por finalizado el interrogatorio sin haberle preguntado lo más importante. -Una vez captada su atención, continuó-. ¿Cómo ha conseguido un patán como ése llevarse al huerto a un bombón como Kimberly Starr?

– ¿Cómo puedes ser tan superficial? -dijo Heat-. No es cuestión de físico. Es cuestión de dinero.

– Al el Raro -dijo Raley cuando los tres entraron en la sala de su brigada-. It's Raining Men , ¿fue Al Yankovic?

– No -dijo Rook-. La canción la escribió… Bueno, podría decíroslo, ¿pero qué gracia tendría? Seguid intentándolo. Pero no vale buscar en Google.

Nikki Heat se sentó a su mesa y giró su silla hacia la oficina abierta.

– ¿Puedo fastidiaros el programa de esta noche de Jeopardy! por una pequeña investigación policial? Ochoa, ¿qué sabemos sobre la coartada de Kimberly Starr?

– Sabemos que no encaja. Bueno, lo sé yo, y ahora vosotros también lo sabéis. Estuvo hoy en Dino-Bites, pero se fue poco después de llegar. Su hijo se comió su sopa de alquitrán con la niñera, no con su mamá.

– ¿A qué hora se fue? -preguntó Heat.

Ochoa rebuscó en sus notas.

– El encargado dice que sobre la una, una y cuarto.

– Ya os decía yo que Kimberly Starr me daba mala espina -observó Rook.

– ¿Crees que Kimberly Starr es sospechosa? -preguntó Raley.

– Esto es lo que creo. -Rook se sentó en la mesa de Heat. Ella lo vio hacer un gesto de dolor por las patadas en las costillas que había recibido y deseó que se hubiera ido a hacer una revisión-. Nuestra amante esposa florero y madre ha estado recibiendo amorcito extra. Su amigo con derecho a roce, Barry, nada guapo, asegura que ella lo dejó tirado como un perro cuando su fondo de cobertura quebró y su capital se redujo. De ahí la agresión de hoy. ¿Quién sabe? Tal vez nuestro megamillonario muerto tenía a su señora atada en corto en cuestiones económicas. O tal vez Matthew Starr se enteró de su aventura y ella lo mató.

Raley asintió.

– Pinta mal que lo estuviera engañando.

– Tengo una idea muy original -dijo Heat-. ¿Por qué no hacemos esa cosa a la que llaman «investigación»? Reunir pruebas, hacer encajar las cosas. Algo que suene mejor en un tribunal que «esto es lo que yo creo».

Rook sacó su cuaderno Moleskine.

– Excelente. Añadiré todo esto a mi artículo -dijo, haciendo clic teatralmente con un bolígrafo para provocarla-. ¿Por dónde empezamos a investigar?

– Raley -ordenó Heat-, ve al Beacon y entérate de si Gable es cliente habitual. De paso enséñales una foto de la señora Starr. Ochoa, ¿cuánto puedes tardar en investigar los antecedentes de nuestra viuda florero?

– ¿Qué te parece para mañana a primera hora?

– Bien, aunque esperaba que fuera para mañana a primera hora.

Rook levantó la mano.

– Una pregunta, ¿por qué no la detenéis directamente? Me encantaría ver cómo actúa en esa sala de espejos vuestra.

– Aunque la mayor preocupación de mi vida es proporcionarte diversión de la buena, creo que voy a esperar hasta tener algún dato más. Además, ella no va a ir a ninguna parte.

A la mañana siguiente, entre destellos de luz, el ayuntamiento anunció que los neoyorquinos deberían reducir el uso del aire acondicionado y las actividades intensas. Para Nikki Heat eso significaba que su combate de entrenamiento cuerpo a cuerpo con Don, el ex marine, se llevaría a cabo con las ventanas del gimnasio abiertas. Su entrenamiento consistía en una combinación de jujitsu brasileño, boxeo y judo. Su combate comenzó a las cinco y media con una ronda de forcejeos y llaves a veintiocho grados con la correspondiente humedad. Tras el segundo descanso para beber agua, Don le preguntó si quería rendirse. Heat le respondió con una llave y un estrangulamiento de libro, antes de soltarlo. Era como si las condiciones meteorológicas adversas le dieran alas, como si se alimentara de ellas. Lejos de agotarla, la sofocante intensidad del combate matinal hacía a un lado el ruido de su vida y la situaba en un tranquilo lugar central. Lo mismo sucedía cuando ella y Don se acostaban juntos de vez en cuando. Ella era la que decidía si sucedía algo. Tal vez la semana próxima le sugeriría otra sesión fuera de horario a su entrenador, con premio. Algo que le acelerase el pulso.

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