'¿Tú has oído hablar de un producto de belleza, un injerto artificial o no sé, dicen que es una inyección, eso cuesta creerlo, lo llaman bottox?’ Con esa pregunta de penúltimo instante traté además de distraer o abortar su incipiente aspereza, su seriedad repentina después de sus risas, su mosqueo por mis otras o demasiadas preguntas sobre la ausencia de bragas y una mancha de sangre que quizá yo había soñado, o a la que tras borrarla entera, a conciencia, del todo, incluido su adherido y resistente cerco, ya podía por fin decírsele lo que a tantísimos hechos y objetos y a tantísimos muertos, o ni siquiera se molesta nadie en decirles esto: 'Puesto que de ti no hay rastro, no tuviste lugar, no has ocurrido. No cruzaste el mundo ni pisaste la tierra, no exististe. Ya no te veo, luego nunca te he visto. Puesto que ya no eres, nunca has sido'. Era posible que eso mismo me dijera a mí Luisa con su pensamiento, cuando estuviera a solas, o dormida; aunque hablara conmigo de vez en cuando, y hubiera el permanente rastro de nuestros dos hijos, y yo aún no me hubiera muerto. Solamente estaba 'in another country', expulsado del tiempo de ella que envuelve y arrebata a los niños y es ya muy otro que el mío, fuera del suyo que avanza ahora sin incorporarme, sin dejarme ser partícipe ni tan siquiera testigo, mientras yo no sé bien qué hacer con el mío, que avanza igualmente sin incorporarme o al que aún no he sabido subirme (quizá ya nunca me ponga al día), y en el que sin embargo transcurre esta vida paralela o teórica en Inglaterra que no contará mucho cuando termine y se cierre como los paréntesis, y a la que entonces también podrá decirse: 'Ya no avanzas. Te has convertido en pintura helada o en memoria helada o en un sueño acabado, y ya ni siquiera te veo desde la adversa distancia. Ya no eres, luego nunca has sido'.
Luisa no me contestó en seguida, se quedó callada, como si hubiera visto mi segunda consulta como lo que sólo era en muy mínimo grado (una maniobra de diversión, un recurso para evitar responder a su pregunta en serio), o como si le pareciera tan impropia de mí como la primera y contribuyera por tanto a su perplejidad o a su intriga.
'¿El bottox? Si", repitió la palabra al cabo de unos segundos. '¿Pero a qué te estás dedicando, Jaime? Bragas, menstruaciones, ahora esto. No irás a cambiarte de sexo, espero. No sé yo cómo se lo tomarían los niños, pero me parece que les daría miedo. A mí me lo da, desde luego.'
'Muy graciosa', le dije, y algo de gracia sí me había hecho, o quizá celebraba que el humor le hubiera vuelto, cuando Luisa gastaba bromas significaba que se sentía amistosa, y además las suyas no eran agresivas, a lo sumo ácidas como esta, y las soltaba siempre con amabilidad o con reconocible afecto, risueñamente y sin buscar el daño. La había divertido su propia salida idiota, porque la oí reír de nuevo y no pudo resistirse a proseguir un poco la guasa.
'¿Cómo habríamos de llamarte, imagínate? Sería un poco confuso todo. Piénsatelo bien, por favor, Jaime, antes de dar el paso; irreversible, supongo. Piensa en los inconvenientes, y en las situaciones embarazosas. Acuérdate de aquel tesorero de un college del que nos contó una vez Wheeler. Era muy formal, y sus colegas no sabían de pronto si tratarlo de "señor" o "señora", y los de más confianza se pasaron meses llamando Arthur a una matrona con faldas, seguían viendo la misma cara de Arthur de siempre, sólo que con los labios pintados en sustitución del bigote y enmarcada por una melenita corta y desarreglada, se la cuidaba fatal por lo visto, decían que no tenía costumbre.' Al oírla rememorar el relato se me cruzó una vez más la imagen de Rosa Klebb, la desaseada, haragana y 'aterradora mujer de SMERSH', discípula del implacable Beria e infiltrada por éste en el POUM como mano derecha y amante de Nin, del que también pudo ser la asesina, según Fleming todo ello; o fue más bien la de Lotte Lenya en su interpretación del papel: intentando patear a Connery con pinchos envenenados, quién sabía si con la misma toxina. O no, habría de ser otra más rauda, si aspiraba a matarlo con sus zapatos mortíferos, a puntapiés. 'Lo que no debe de ser nada fácil es que se te suavicen los rasgos, por hormonado que vayas, ¿no?, y extirpado. No sé, tú verás, pero tú además eres de complexión atlética y tienes la barba bastante cerrada, serías una mujer imponente, temible, no se te colaría ni una señora en el mercado.' Y volvió a reír, ya a carcajadas.
Tuve que morderme el labio para no acompañarla, pese a que me dio un poco de grima mi descripción como mujer; y aun así se me escapó algún sonido delator.
'Sí, me acuerdo del bursarVesey, alcancé a decir cuando me contuve del todo. 'De hecho lo conocía de vista de mi época de Oxford. Como Arthur, desde luego, no como Guinevere. Tengo que preguntarle a Peter qué se ha hecho de él, o de ella. Debe ser ya bastante anciano, y no es lo mismo la ancianidad como hombre que como mujer. Vosotras volvéis a llevar ventaja a partir de cierta edad.' Y cuando Luisa se hubo aplacado, volví a mi consulta: 'Entonces sí sabes del bottox. ¿Es verdad lo que me han contado, lo de las inyecciones?'. Me era tan conocido aquello: era lo habitual, que ella se desviara de las cuestiones cuando charlaba conmigo e intercalaba sus bromas. Y a diferencia de mí o de Wheeler, y también de Tupra, no solía volver por sí sola.
'Sí, he oído hablar de ello, a más de una. Al parecer había hasta reuniones para inyectárselo, cuando apareció y aún no lo ofrecían aquí las clínicas de belleza, o lo que sean. Los centros estéticos o como se llamen.'
'¿Reuniones?' Ahora fui yo quien repitió una palabra, la que me resultó más desconcertante.
'Sí, no sé, se lo oí contar una vez a María Olmo. Una cosa de señoras ricas, más o menos; se reunían a merendar o lo que fuese, aparecía un practicante contratado entre todas y se lo iba inyectando a cada una según sus necesidades. Bueno, a las que quisieran, claro, y hubieran contribuido, supongo, a comprar la partida, que era lo caro. El practicante lo debía de aportar la anfitriona.' Pensé: 'Sólo le llevo unos años, por eso para ella es también natural la palabra "practicante". Pero tendría que ser uno especializado', eso supuse; no quise interrumpirla para preguntárselo. 'Era el gran aliciente, se corrió que los resultados eran espectaculares, aunque no sé si luego no les pareció para tanto. Ahora creo que ya lo tienen muchos centros de aquí, pero al principio, hará un año o más, lo traían de no sé dónde, de fuera, como un encargo. Ahora me imagino que cada una se lo hará aplicar ya por su cuenta.'
'De América', murmuré, pensando en Heydrich y en el Coronel Spooner del SOE, el organizador de su atentado. 'Lo traerían de América.'
'Pues no, me suena más bien que era de ahí, de Inglaterra; o de Alemania.' Ella no tenía por qué saber en qué pensaba yo, ni había estado presente cuando Wheeler me había hablado de Lidice y del odio espacial, el odio al lugar que también habían padecido Madrid y Londres durante años de bombardeos y asedio; y el de Madrid aún perdura, la detestan y han detestado todos sus gobernantes sin falta. Ella no estaba ya nunca presente, allí donde yo lo estaba. Antes sí, muchas veces; por eso conocíamos ambos la historia del transexual tesorero.
'¿Y eso por qué? ¿No estaba autorizado, como la melatonina? Era la melatonina, ¿no?, lo que no se permitió en Europa. ¿Estaba prohibido, o algo?'
'No que yo sepa. Simplemente debió de tardar en llegar un poco. En cuanto la gente se entera de que hay algo nuevo, se pone muy impaciente, y luego además presume de adelantada cuando se hace con ello. Bueno, ya sabes, esa clase de bobos que pierden los nervios si no van todos los años a Nueva York y lo cuentan, cada vez hay más de esos catetos, yo ya no soporto un relato más de esa ciudad. Y bueno, si oyen que allí o en Londres andan inyectándose en plan caballo un producto nuevo y rejuvenecedor, pues corren todos a comprarse ya las agujas, por lo menos eso.'
Читать дальше