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Harlan Coben: Tiempo muerto

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Harlan Coben Tiempo muerto

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Hubo un tiempo en el que el futuro de Myron Bolitar parecía predestinado a ser una gran estrella de la NBA. Una maldita lesión en la rodilla en el primer partido de la pretemporada le impidió llegar a jugar con los Boston Celtics y le obligó a abandonar el baloncesto profesional. “El hombre planea y Díos se ríe”, según Bolitar. Convertido, casi diez años después, en un temido agente deportivo e investigador privado volverá por fin a las canchas. Calvin Johnson, el nuevo general manager de los New Jersey Dragons lo contratará. No lo quiere para el equipo, sino para que busque a su gran estrella, Greg Downing, desaparecido misteriosamente, un jugador con el que Bolitar compitió sobre las canchas y por el amor de una mujer. Bolitar se verá no sólo ante un caso de muerte, chantaje y enemigos fuera de control, sino que se tendrá que enfrentar a un pasado que nunca creyó que volvería a revivir.

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– Kimmel Brothers -dijo.

Myron colgó y fue a reunirse con Win en el estudio de arriba. Win siguió copiando archivos en disquetes mientras Myron registraba los cajones. No encontró nada de interés.

Se trasladaron al dormitorio principal. La cama de matrimonio estaba hecha y las dos mesitas de noche aparecían cubiertas de estilográficas, llaves y papeles.

Las dos. Lo cual era curioso si se tenía en cuenta que el hombre vivía solo.

Myron recorrió la habitación con la mirada y se detuvo en una butaca de lectura que hacía las veces de cómoda. Las ropas de Greg estaban tiradas sobre uno de los brazos y el respaldo. Bastante normal, pensó Myron, ya que no todo el mundo era tan pulcro y ordenado como él. Miró otra vez y observó algo peculiar en el otro brazo de la butaca. Había dos prendas de vestir: una blusa blanca y una falda gris.

Myron miró a Win.

– Tal vez pertenezca a la señorita Ruiditos de Mono -apuntó Win.

Myron hizo un gesto de negación con la cabeza.

– Hace meses que Emily no vive aquí. ¿Por qué iba a seguir su ropa sobre esta butaca?

El cuarto de baño también resultó ser un lugar interesante. Un gran jacuzzi a la derecha, una gran ducha con sauna y dos tocadores. Primero examinaron los armarios del lavabo. Uno contenía un tubo de espuma de afeitar, un desodorante roll-on, un frasco de loción Polo para después del afeitado y una maquinilla de afeitar Gillette Atra. En el otro encontraron un estuche de maquillaje abierto, perfume Calvin Klein, polvos de talco y desodorante roll-on Secret. En el suelo, al lado del armario, había caído un poco de talco. También había dos maquinillas de afeitar Lady Schick desechables en la jabonera, junto al jacuzzi.

– Tiene una amiguita -dijo Myron.

– Un jugador profesional de baloncesto enrollándose con una tía soltera y sin compromiso -comentó Win-. Qué gran revelación. Ahora es cuando uno de nosotros debería gritar «Eureka».

– Sí, pero suscita preguntas interesantes -observó Myron-. Si su novio ha desaparecido de repente, ¿por qué no lo ha denunciado?

– No es necesario si está con él -repuso Win.

Myron asintió y a continuación le mencionó el mensaje críptico de Carla.

Win sacudió la cabeza.

– Si planeaban fugarse -dijo-, ¿por qué especificó ella dónde iban a encontrarse?

– No lo hizo. Sólo habla de un reservado de la parte de atrás de algún lugar, a medianoche.

– Aun así, no es lo que suele hacerse antes de desaparecer. Digamos que, por algún motivo, Carla y Greg deciden esfumarse por un tiempo. ¿Crees que Greg no sabría el lugar y la hora de la cita antes de encontrarse con ella?

Myron se encogió de hombros.

– Quizás ella cambiase el lugar de la cita.

– ¿De un reservado normal a uno en la parte de atrás?

– Que me aspen si lo sé.

Registraron el resto de la planta superior, pero no encontraron gran cosa. El empapelado de la habitación del hijo de Greg tenía un motivo de coches de carreras y había un póster de papá superando a otro jugador de baloncesto. El cuarto de la niña estaba decorado con motivos de dinosaurios y mucho púrpura. Tampoco allí encontraron pistas. De hecho, no aparecieron hasta que bajaron al sótano.

Cuando encendieron las luces, Myron las descubrió al instante.

El sótano era un cuarto de juegos para niños en toda regla. Las paredes estaban pintadas con colores alegres. Había montones de coches Little Tikes, enormes juegos Lego y una casa de plástico con un tobogán. Las paredes estaban decoradas con escenas de películas de Disney, como Aladín y El rey Leon, había un televisor y un vídeo, y objetos para cuando los chicos crecieran, como un billar romano y un tocadiscos automático. Había también mecedoras, colchones y sofás…

Y también había sangre. Una buena cantidad en forma de gotas en el suelo. Y más manchando la pared.

Myron sintió un regusto amargo en la boca. Había visto sangre muchas veces, pero aún le afectaba. A Win no. Win se acercó a las manchas como si fuera lo más normal del mundo. Se agachó para ver mejor.

– Consideremos el aspecto positivo -dijo irguiéndose-. Es posible que tu puesto provisional en los Dragons pase a ser permanente.

4

No encontraron ningún cadáver. Sólo sangre.

Win utilizó las bolsas para envolver bocadillos que había encontrado en la cocina para recoger muestras. Diez minutos más tarde abandonaron el lugar, dejando la cerradura de la puerta principal como la habían encontrado. Un Oldsmobile Delta del 88 pasó de largo. Dos hombres iban sentados delante. Win asintió.

– Es la segunda vez -dijo Myron.

– No, la tercera -lo corrigió Win-. Los vi cuando llegué.

– No parecen muy expertos en el tema -apuntó Myron.

– No -concedió Win.

– ¿Te encargarás de investigar la matrícula?

Win asintió.

– También investigaré la cuenta bancaria de Greg y los movimientos de la tarjeta de crédito. -Abrió la puerta del Jaguar-. Me pondré en contacto contigo cuando haya descubierto algo. Como mucho serán un par de horas.

– ¿Vuelves a la oficina?

– Antes tengo clase con el maestro Kwon.

El maestro Kwon era el instructor de tae kwon do de ambos. Los dos eran cinturón negro; Myron había alcanzado la categoría de segundo dan y Win la de sexto, lo cual lo convertía en uno de los mejores hombres de raza blanca del mundo en este tipo de lucha. Win era el mejor experto en artes marciales que Myron había conocido. Estudiaba diferentes tipos de artes, entre ellas jujitsu, kung-fu y jeet-kundo. Era verdaderamente contradictorio. La primera impresión que daba era la de ser medio maricón. En realidad, era un luchador que causaba estragos. Por mucho que aparentase ser un tipo normal, bien adaptado, era cualquier cosa menos eso.

– ¿Qué vas a hacer esta noche? -le preguntó Myron.

Win se encogió de hombros.

– No lo sé.

– Puedo conseguirte una entrada para el partido -dijo Myron.

Win no contestó.

– ¿Quieres ir?

– No -respondió Win. A continuación se sentó al volante, puso en marcha el motor y salió disparado con un chirriar de neumáticos. Myron lo vio alejarse; no dejaba de sorprenderle la agresividad de su amigo. De todos modos, para parafrasear una de las cuatro preguntas de la pascua judía, ¿por qué iba a ser ese día diferente de cualquier otro?

Consultó su reloj. Aún le quedaban unas cuantas horas antes de la conferencia de prensa. El tiempo suficiente para pasarse por la oficina y comentarle a Esperanza su repentino cambio de profesión. El que hubiera sido contratado para jugar con los Dragons iba a afectarla más que cualquier otra cosa.

Tomó la carretera 4 hasta el puente George Washington. No había colas en los peajes. Era una viva demostración de que Dios existía. Sin embargo, el Henry Hudson estaba colapsado. Se desvió cerca del Columbia Presbyterian Medical Center para acceder a Riverside Drive. Los chicos de la escobilla de goma, los sin techo que te «limpiaban» el parabrisas con una mezcla de grasa, salsa de tabasco y orina, a partes iguales, ya no estaban apostados en el semáforo. Por obra y gracia del alcalde Giuliani, conjeturó Myron. Habían sido sustituidos por hispanos que vendían flores y algo que parecían tiras de papel. Preguntó en una ocasión qué era, y le contestaron en español. Myron creyó entender que el papel olía bien y perfumaba la casa. Tal vez fuese el popurrí que olió en casa de Greg.

Riverside Drive estaba relativamente despejada. Myron llegó al aparcamiento de la calle Cuarenta y seis y le arrojó las llaves a Mario. Mario nunca aparcaba el Ford Taurus en batería junto al Rolls, el Mercedes y el Jaguar de Win. De hecho, se las arreglaba para encontrar un sitio adecuado debajo de lo que parecía haber sido un nido de palomas extraviadas. Se trataba de un claro caso de discriminación automovilística. Era una acción de muy mal gusto, pero ¿dónde estaban los grupos de apoyo?

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