Harlan Coben - Muerte en el hoyo 18

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Muerte en el hoyo 18: краткое содержание, описание и аннотация

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El golf, precisamente, no es el deporte preferido de Myron Bolitar. Pero ahí está: presenciando entre bostezos el Abierto de Estados Unido. Es el mejor escaparate para un agente deportivo en busca de clientes. Y parece que va a tener suerte: Linda Coldren, número uno en la lista de ganancias en el circuito americano promete contratarle. Antes, sin embargo, tendrá que encontrar a su hijo, que ha desaparecido misteriosamente justo cuando el marido de Linda, Jack, parece que va a tener de nuevo la posibilidad de ganar el torneo. Win, para sorpresa de Bolitar, sin embargo, le va a pedir que no acepte el caso. Myron, por una vez, decide ignorarle y se lanza a la búsqueda de Chad. Muy pronto comprenderá que nunca debió de hacerlo. Descubrirá que un mundo de falsas apariencias, estafas, dolor y muerte, pero, sobre todo, obligará a Win a revivir su pasado, traumas de la infancia que no se olvidan jamás.

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– ¿Hace mucho que lo conoces?

– Sí -respondió Win con rostro inexpresivo.

– ¿Lo conocías cuando perdió aquí siendo un principiante?

– Sí.

Myron calculó que por entonces Win debía de estar en la escuela elemental.

– Jack Coldren me ha insinuado que alguien se ocupó de que no ganase.

Win soltó un bufido.

– Todo eso son cuentos -masculló.

– ¿Cuentos?

– ¿No recuerdas lo que ocurrió?

– No.

– Coldren afirma que su cadi le dio un palo equivocado en el hoyo dieciséis -explicó Win-. Pidió un hierro del seis y supuestamente el cadi le pasó uno del ocho. La bola cayó cerca. Para ser más exactos, en una trampa de arena. No logró recuperarse.

– ¿El cadi admitió su error?

– No hizo comentario alguno, que yo sepa.

– ¿Cómo reaccionó Jack?

– Lo despidió.

Myron registró aquella información.

– ¿Qué fue de él?

– No tengo la menor idea -respondió Win-. No era joven en aquel entonces, y de eso hace ya más de veinte años.

– ¿Recuerdas cómo se llamaba?

– No. Y con esto doy oficialmente por concluida nuestra conversación.

Antes de que Myron tuviera ocasión de preguntar por qué, unas manos le taparon los ojos.

– ¿Quién soy? -preguntó una voz que le resultó familiar-. Te daré un par de pistas: soy listo, guapo y me sobra talento.

– ¡Caramba! -le exclamó Myron-. Antes de la última pista habría pensado que eras Norm Zuckerman.

– ¿Y con la pista?

Myron se encogió de hombros.

– Si hubieses añadido «adorado por mujeres de todas las edades», habría pensado que era yo.

Norman Zuckerman soltó una carcajada. Se inclinó y estampó un sonoro beso en la mejilla de Myron.

– ¿Qué tal estás?

– Bien, Norm. ¿Y tú?

– Más a gusto que un ricachón en un nuevo coup é de ville.

Zuckerman saludó a Win con un brioso apretón de manos. Los comensales miraron extrañados y con cierta aversión. Las miradas no acallaron a Norman Zuckerman. A Norman Zuckerman no lo acallaba ni un rifle de caza mayor. Por supuesto, en gran parte era mera actuación. Pero se trataba de una actuación genuina. El entusiasmo de Norm por cuanto lo rodeaba resultaba contagioso. Era pura energía.

Norm acercó a una mujer joven que había permanecido detrás de él.

– Permitid que os presente a Esme Fong -dijo-. Es una de mis «vices» de márketing. Está a cargo de la nueva línea de golf. Es una mujer absolutamente brillante.

La atractiva ing é nue. Veintipocos, calculó Myron. Esme Fong era asiática, aunque por sus venas debía de correr alguna gota de sangre caucasiana. Era menuda y de ojos rasgados. El cabello largo y sedoso parecía un abanico negro con reflejos castaños. Vestía un traje chaqueta beige y medias blancas. Esme saludó con una leve inclinación de la cabeza y se aproximó. Se comportaba con la seriedad propia de una muchacha atractiva que teme no ser tomada en serio por el mero hecho de serlo.

Tendió la mano.

– Es un placer conocerlo, señor Bolitar -dijo resueltamente-. Señor Lockwood.

– ¿Verdad que da la mano con firmeza? -preguntó Zuckerman. Se volvió hacia ella y añadió-: ¿A qué viene tanto «señores»? Éstos son Myron y Win. Son como de la familia, por el amor de Dios. De acuerdo, Win es quizá demasiado gentil para ser de mi familia. O sea, sus antepasados llegaron en el Mayflower, mientras que la mayoría de los míos huyó de un pogromo del zar a bordo de un carguero. Pero aun así somos familia, ¿verdad, Win?

– Desde luego -repuso Win.

– Siéntate ya, Esme. Me pones nervioso con tanta formalidad. Intenta sonreír, por favor. -Zuckerman le mostró cómo hacerlo, señalándose los dientes. Luego se volvió hacia Myron y abrió las manos con gesto implorante-. Dime la verdad, Myron. ¿Qué aspecto tengo?

Norman ya había cumplido los sesenta. Su acostumbrada ropa vistosa, acorde con su personalidad, apenas llamaba la atención, pues se lo veía pálido y ojeroso; además, llevaba barba de tres días y el cabello despeinado y demasiado largo.

– Pareces un hippy trasnochado -dijo Myron.

– Es lo que se lleva hoy en día -repuso Norm.

– Pues Tad Crispin no tiene esa pinta -ironizó Myron.

– Los golfistas no saben nada de modas y tendencias. Cualquier judío ortodoxo es más audaz en el vestir que un jugador de golf. Te pondré un ejemplo: Dennis Rodman no es jugador de golf. ¿Sabes qué quieren los golfistas? Lo mismo que han querido desde los albores de la mercadotecnia deportiva: a Arnold Palmer. Eso es lo que quieren. Quisieron a Palmer, luego a Nicklaus, luego a Watson; siempre buenos chicos. -Señaló a Esme Fong con el pulgar-. Ha sido Esme quien ha fichado a Crispin. Es su chico.

Myron la miró.

– Buen golpe de efecto -dijo.

– Gracias -respondió ella.

– Ya veremos lo bueno que resulta -señaló Zuckerman-. Zoom está invirtiendo en el golf una cantidad formidable de dinero. Qué digo formidable, enorme, inmensa, gigantesca.

– Monumental -intervino Myron.

– Descomunal -agregó Win.

– Colosal.

– Tremenda.

– Titánica.

Win sonrió.

– Mastodóntica -remató.

– ¡Ésa ha estado muy buena! -exclamó Myron.

Zuckerman meneó la cabeza.

– Tíos, sois más divertidos que los Hermanos Marx sin Groucho. Da igual, es una campaña de órdago. Esme la dirige por mí. Línea de hombre y de mujer. Y no tenemos sólo a Crispin, ya que Esme ha conseguido a la golfista número uno del mundo.

– ¿Linda Coldren? -preguntó Myron.

– ¡Caray! -Norm dio una palmada-. ¡El jugador de baloncesto judío entiende de golf! Por cierto, Myron, ¿qué clase de nombre es «Bolitar» para un miembro de la tribu?

– Se trata de una larga historia -repuso Myron.

– Mejor; en realidad, no me interesa. Sólo pretendía ser amable. ¿Por dónde iba? -Zuckerman cruzó las piernas, se reclinó en la silla, sonrió y echó un vistazo alrededor. Un hombre de tez rubicunda sentado a una mesa cercana lo miró airadamente-. ¡Hola! -exclamó Norm, saludándolo con la mano-. Tiene muy buen aspecto.

El hombre resopló, enfadado, y apartó la mirada.

Norm se encogió de hombros.

– Se diría que nunca ha visto a un judío.

– Es muy probable -apostilló Win.

Norm volvió a mirar al hombre de tez rubicunda.

– ¡Mire! -gritó Zuckerman, señalándose la cabeza-. ¡Sin cuernos!

Incluso Win sonrió.

Zuckerman volvió a fijar su atención en Myron.

– Veamos, dime, ¿pretendes firmar con Crispin?

– Todavía no lo conozco -dijo Myron.

Zuckerman se llevó la mano al pecho, fingiéndose sorprendido.

– En ese caso, Myron, es una extraña coincidencia que estés aquí cuando nos disponemos a compartir el pan con él. ¿Cómo están las apuestas? Espera. -Norm hizo una pausa y se puso una mano detrás de la oreja-. Me parece que oigo la sintonía de En los l í mites de la realidad.

Myron rió.

– Venga, Myron, cálmate. Estoy tomándote el pelo. Alegra esa cara, por el amor de Dios. Pero permíteme que sea sincero contigo. No creo que Crispin te necesite, Myron. No es nada personal, pero el chaval ya ha firmado el contrato conmigo. Sin agente. Sin abogado. Se ocupó de todo en persona.

– Y lo timaron -añadió Win.

Zuckerman se llevó una mano al pecho.

– Me ofendes, Win.

– Crispin me confió las cifras -dijo Win-. Myron le habría conseguido un negocio mucho mejor.

– Aun considerando todo el respeto que merecen tus siglos de endogamia con la alta sociedad, perdona que te diga que no tienes ni idea de lo que estás hablando. El chaval dejó algo de dinero en caja para mí, eso es todo. ¿Acaso es delito que un hombre consiga beneficios? Myron es un tiburón, ¡por Dios! Me deja en pelotas cada vez que hablamos. Cuando sale de mi despacho no me quedan ni los calzoncillos. Ni siquiera los muebles. Ni siquiera el despacho. Empiezo con mi hermoso despacho y termino desnudo en un comedor de beneficencia quién sabe dónde.

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