Más tarde dijo, como si hubiera estado preparando aquel anuncio con cuidado y se propusiera formularlo con calma:
– Si ese hombre trata de volver a verte, Krista. Si se presenta donde se le ha prohibido que lo haga. No irás con él. De ninguna de las maneras.
No respondí. No miré a mi madre a los ojos.
Me explicó que había llamado al instituto. Que había hablado con el director, con el subdirector y con el orientador vocacional que era un antiguo amigo y condiscípulo suyo.
– Los he alertado, los he advertido dijo-. Saben del mandamiento judicial. Si tu padre le secuestra, si contraviene ese mandamiento hallándose en los locales del instituto, se les considerará legalmente responsables.
Me pregunté si aquello era posible. Sonreí, dubitativa, como si no estuviera segura de haber oído correctamente.
– ¡Sí! Se les considerará legalmente responsables. Y a él lo detendrán. ¿Entiendes?
Mi corazón latió con amargura en oposición a aquella mujer. Pero no dije nada.
La piel de mi madre parecía masilla. Estrías verticales debajo de los ojos como si las lágrimas hubieran abierto allí riachuelos.
Pensé Sí, sé que te ha herido. Que te ha traicionado. Sí, sé que estás dolorida pero me da lo mismo, soy hija de mi padre y no tuya.
¿Era aquello cierto? ¿O sólo quería pensar que podía ser cierto?
– Krista, ¿me escuchas? -Sí.
Cuando mi madre estaba asustada -cuando se sentía amenazada- hablaba en breves ráfagas, semejantes a respiraciones entrecortadas. Vi cómo sus manos anhelaban sujetarme. Unas manos que me resultaban más familiares que las mías. Vi que las manos de mi madre anhelaban tocarme, acariciarme, hacerme cosquillas, pellizcarme, abrazarme como cuando era una niña pequeña, pero que ya no se atrevían.
Era demasiado joven e inconsciente para entender El amor debe ser tocar, una madre tiene que tener ese derecho. De lo contrario está privada de algo esencial. De lo contrario no tiene idea de quién es.
– … ¡necesito saber que puedo confiar en ti, Krista! Después de todo lo que hemos soportado en esta familia por causa de tu padre. Tienes que saberlo, tu padre es… tu padre no es… una persona estable. Por supuesto es «atractivo»… desde el punto de vista de ciertas personas. Pero también dañino y…
Su boca se movió. Sus palabras escocían de la misma manera molesta que las picaduras de insectos tales como los mosquitos y los jejenes. Vi que mis manos se buscaban para completar un gesto que yo había llegado a temer, porque había empezado a imitarlo de forma inconsciente: un apretarse, un retorcerse como si estuvieran escurriendo un trozo de tela. Para protegerme del sentimiento de simpatía hacia ella recordé las palabras llenas de furia que habían salido de aquella boca pocas noches antes ¡Me das asco, Krista! Eres una embustera y vas a acabar siendo una traidora como tu padre…
– ¿… lo harás? ¿Me prometes…?
– Sí, mamá. Te lo prometo.
– Porque se ha acabado todo, tienes que darte cuenta. Da lo mismo lo que te cuente, lo que te suplique, está terminado. No queda nada.
Pensé Voy a avisarle. Pero no tenía manera alguna de contactarlo, de decirle que no pisara las instalaciones del instituto. Había esperado con ansiedad al jueves -y después al viernes- y no había aparecido, y una nueva ansiedad se apoderó de mí Quizá se haya marchado de Sparta. Se ha ido sin decirme adiós.
El fin de semana transcurrió envuelto en una bruma. Sabía que mi padre no vendría nunca a la casa de la que había sido expulsado. Eddy Diehl sabía que mi madre llamaría a la policía y haría que lo detuvieran y para impedírselo tendría que hacerle daño y no estaba tan desesperado, aún.
– ¿Lo has visto? -preguntó Ben-. ¿Qué demonios quiere?
Dije que no lo había visto.
– Eres una mentirosa. He oído a mamá hablar contigo. ¿Qué es lo que quiere? ¿Volver aquí? Que le den por saco.
No dije nada. Estaba pensando que el lunes sería el día crucial: mi padre me iría a buscar al instituto. Era el sitio lógico donde encontrarme, lejos de nuestra casa.
Pero el lunes fue una desilusión. No hubo entrenamiento de baloncesto, de manera que no tenía, después de las clases, ninguna razón para quedarme remoloneando en las puertas de atrás mientras mis compañeras de clase las abrían para salir al aire frío, y los autobuses abandonaban su sitio junto a la acera soltando gases por el tubo de escape. Me quedé sola como si esperase -¿esperar qué?, ¿a quién?-, mientras otros alumnos pasaban a mi lado sin prestarme mucha atención, o mirándome con fastidio o desconcierto, y yo me daba cuenta de que no tenía que estar allí, que mi sitio no estaba con aquellos desconocidos, incluso Ben se había convertido en un extraño para mí, no me podía fiar de él. Enviaba mis pensamientos a mi padre, que tenía que estar pensando en mí, dada la intensidad con que yo pensaba en él y le prometía Papá, me voy a arriesgar, ¡no me doy fácilmente por vencida!
El autobús que tendría que haberme llevado a casa abandonó, con los demás, el instituto. Tontamente me quedé allí y esperé, esperé dentro, junto a las puertas traseras, demasiado inquieta y nerviosa para buscar un aula vacía donde hacer los deberes, me quedé allí en la puerta, la frente pegada al cristal hasta que al cabo de una hora el último autobús apareció junto a la acera, y tuve que tomarlo para volver a casa con los demás.
Y al día siguiente: sonámbula por los pasillos abarrotados y con un zumbido continuo en la cabeza como el interior de un avispero mientras trataba de que no me tocaran. Mientras trataba de que nadie se tropezara conmigo, de que nadie me diera un codazo. Había chicos que deliberadamente se lanzaban contra algunas chicas -chicas solitarias, como Krista Diehl- y tenía que evitar a esos chicos sin dar la impresión de que reparaba en ellos. Incluso los profesores a los que en apariencia siempre había caído bien y que siempre me sonreían, me miraban ya tristemente compasivos ¿Diehl? ¿No es su padre el hombre que mató a aquella mujer hace unos años…?
O Pobre Krista. Su padre está en Attica, ¿no es eso…?
Me preguntaba cómo Ben lo soportaba. Porque Ben lo sabía sin duda. Y su resentimiento sería mucho más intenso que el mío.
Me escondí en el aseo de alumnas del primer piso como si fuera uno de los drogatas del instituto. Falté a la clase de inglés que era mi favorita, pese a saber que el profesor se fijaría en mi pupitre vacío y diría ¿Krista Diehl falta hoy a clase? No consta que esté ausente. Fueron muchas las veces en Sparta High en las que no podía soportar ser vista y tenía que ir a uno de los aseos y esconderme en un váter con las paredes pintarrajeadas y arañadas, con corazones e iniciales toscamente dibujados como en un código secreto del deseo. En aquellas ocasiones, con tanta frecuencia como en mi cama en casa, mis manos se movían para cerrarse alrededor de mi cuello. Probaba a apretar hasta que sentía la aceleración del pulso. Si insistía, estallaban en mi campo de visión puntos de luz. La intensa vida de la sangre, la gruesa arteria que latía llena de vida. El cuerpo tiene su propia vida que el alma no controla. ¿Es así como lo hizo? ¿Así? Olía el cuerpo de Aaron Kruller, acalorado por el deseo. Y sentía que iba a desmayarme anhelándolo.
No había visto a Aaron desde aquella noche. Hacía ya más de un año. Hacía ya más de seis meses. Lo aceptaba como parte de mi castigo por ser hija de Edward Diehl, por ser alguien a quien Aaron Kruller no quería volver a ver.
Pero quedaba papá, que me quería y que iba a venir a buscarme. Estaba segura. No podía dejar de creerlo. El amor de mi padre era puro y no como el de Aaron Kruller, porque papá sólo quería protegerme, no se habría marchado de Sparta sin mí, de eso estaba segura.
Читать дальше