Mosley Walter - El Caso Brown

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John, un viejo amigo de Easy Rawlins, solicita la ayuda de éste. Brawly Brown, hijastro de John, ha desaparecido y todo hace pensar que el chico se ha visto atrapado en una situación más peligrosa de lo que supone. A Easy no le costará demasiado encontrar a Brawly y enterarse de que John tiene razón… Pero conseguir que Brawly vea las cosas de esa forma resultará mucho más complicado.

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– Porque no -declaró ella, recordándome a Juice.

– Mataron a Henry Strong -intervine entonces yo-. Lo sabías, ¿verdad?

Clarissa levantó la vista y me miró con los ojos llenos de odio.

– No, no fui yo, cariño -le dije-. Pero quien quiera que lo hiciera, sigue por ahí suelto.

– ¿Y qué tiene que ver eso conmigo y con Brawly?

– El primero que murió fue su padre. Alguien le dio una paliza de muerte en la casa de Isolda Moore.

Durante un instante, la jovencita de ojos claros se quedó helada.

– Isolda Moore -repetí-. Es la prima de Brawly, él vivía antes con ella. La conoces, ¿no, Clarissa?

– Bruja -murmuró.

– ¿Pero qué forma de hablar es ésa? -exclamó Sam.

– Que diga lo que quiera, Sam -le dije yo-. ¿Es suya esta casa? -me dirigí a Clarissa.

– No.

– Entonces debe de ser de Bobbi Anne -dije-. La casa de Bobbi Anne Terrell. ¿Qué pasó? ¿Murieron sus padres? ¿Se fueron para siempre? No pueden estar simplemente de vacaciones, con el desorden que había antes de que tú la limpiaras.

Clarissa se quedó estupefacta al oír mis sencillas deducciones. Sam también.

– ¿Cómo sabes todo eso? -dijo.

– ¿Trajeron aquí las armas? -le pregunté a Clarissa.

Ella meneó la cabeza.

– ¿Qué armas? -quiso saber Sam.

– ¿Cuánto tiempo estuvo Conrad viviendo aquí? -pregunté.

Clarissa se echó a llorar.

– Yo no dije nada -sollozó-. Nunca lo haría.

– Por supuesto que no lo harías -dije, con un tono tranquilizador-. Tú nunca traicionarías a tu hombre. Pero estáis muy metidos en este asunto, chicos. No importa que él piense que es invisible, que crea que la poli y el gobierno no saben lo que está haciendo. Él cree que ni siquiera saben que está ahí, pero la verdad es que está a plena vista, como un pez fuera del agua, con el culo al aire, con…

– ¡Basta ya! -gritó Clarissa-. ¿Qué quiere de mí?

– Es lo que te dije desde el principio -insistí-. Trabajo para la madre de Brawly. Ella cree que tiene problemas, y yo creo que tiene razón. Lo que necesito es que me dejes ayudarle a sacarle del lío en el que está metido, aunque ni siquiera sabe que lo está.

– Me dijo que no hablara con usted.

Sam se irguió y abrió la boca, pero yo le detuve con una mano antes de que se echara a gritar.

– Ya lo sé -dije-. Ya lo sé. Tú le amas y crees que él te ama. Y si haces esto a sus espaldas, podría enfadarse tanto que se alejara de ti… y a lo mejor no volverías a verle nunca más. Pero eso no importa. Tú eres una chica muy guapa, y de buen corazón. Encontrarás otro novio, y Brawly seguirá respirando.

– Decía que usted era de la policía -fue su respuesta.

– Cariño -dijo Sam-. ¿Sabes aquel hombre de quien siempre te hablaba, Raymond Alexander?

– ¿Al que llamaban el Ratón?

– Sí, ése. Ya sabes todas las historias que te conté de él. Que se enfrentó a tres hombres armados en Fifth Ward y los mató aunque lo único que tenía era un bastón. Y cuando la policía se enteró de que estaba escondido en una casa a las afueras de L.A., dijeron que no podían ir porque estaba al otro lado de la frontera del condado.

– Y cuando tres novias suyas -añadió Clarissa, haciendo una mueca- le hicieron una fiesta de cumpleaños con cintas en el pelo.

– Ése era.

Clarissa sonrió y dijo:

– ¿Y qué?

– Este hombre de aquí, Easy Rawlins, era el mejor amigo del Ratón. Estuvieron juntos durante casi treinta años, desde que eran niños. Si hay algo seguro en este mundo es que el Ratón jamás habría ido por ahí con un hombre que fuese capaz de entregar a otro hombre negro a la policía.

– Pensaba que decías que el Ratón estaba muerto -dijo Clarissa.

– Nadie vio su cadáver ni asistió a su funeral -replicó Sam-. Y aunque lo hubiesen hecho, eso no convertiría a Easy en un mal bicho.

Clarissa pensó un momento y yo también. Me maravillaba ante la fuerza de carácter y de voluntad de un hombre como Raymond, que podía llegar más allá de la tumba y ayudarme en aquel escondrijo de Riverside.

36

– No-decía Clarissa-, él nunca me dijo lo que estaba haciendo. Lo único que sé es que empezaron a trabajar con el señor Strong en algo. Eran como un grupo especial dentro del partido, y sólo unos pocos de ellos sabían lo que estaba ocurriendo.

– ¿Y qué era lo que hacían? -pregunté de nuevo.

– No lo sé. Conrad iba a buscar a Brawly a todas horas. Salían y se reunían con el señor Strong…

– ¿Se reunía con alguien más? -pregunté.

– Pues creo que sí -afirmó ella-. Pero nunca supe quién. Bueno, me imaginaba que era alguien del grupo, pero todo era muy secreto.

– ¿Y por qué quieren mantener algo así en secreto? -preguntó su primo.

– Sam -dije-, ya te dejaré hablar luego, pero esto es cosa mía.

A él no le gustó que le dijera aquello, pero se echó hacia atrás en el sofá.

– Pero sabías lo de las armas -dije.

Ella se miró las manos entrelazadas y asintió.

– ¿Cómo lo sabías?

– Un día, Brawly cogió el Cadillac de Conrad -susurró-. Había dejado a Conrad en algún sitio y no querían que su coche anduviera por ahí, de modo que lo cogió Brawly. Me llevó allí y me enseñó el baúl. Había seis o siete rifles envueltos en mantas del ejército.

– ¿Y qué decían ellos que iban a hacer con aquello?

– Dijo que aquellos rifles dispararían los primeros tiros en la revolución. -Se echó a llorar.

Creo que mientras hablaba conmigo comprendió plenamente el sentido de las palabras de Brawly. A veces uno tiene que oírse a sí mismo diciendo algo en voz alta para entenderlo.

– ¿Dijo cuándo planeaban hacerlo?

Ella negó con la cabeza.

– ¿Te dijo qué hizo con esas armas después de sacarlas de casa de Bobbi Anne?

De nuevo negó.

– ¿Qué relación había entre Bobbi Anne y Conrad? -pregunté, pensando que un cambio de tercio podía llevarme más cerca de lo que desconocía.

– Conrad se metió en problemas con algunos hombres con los que había estado jugando -dijo Clarissa-. Lo iban a agarrar, y entonces Brawly llamó a una amiga suya del instituto, y le pidió que le alojase. Tenía razón: sus padres murieron el año pasado. Él de un ataque al corazón, y ella simplemente se apagó.

– ¿Y después de eso fue cuando Bobbi Anne se mudó a Los Ángeles?

– Sí -afirmó Clarissa-. Se trasladó para estar cerca de Conrad.

– ¿Y crees que ella formaba parte de ese grupo especial que inició Strong?

– No -dijo Clarissa-. No hay ningún blanco en los Primeros Hombres. Los blancos no pueden pasar de la puerta, ésa es la norma.

La imagen de aquellos policías irrumpiendo por las ventanas apareció en mi mente.

– ¿Y dónde está Brawly? -pregunté.

– No lo sé.

– ¿Tienes alguna idea? ¿Cualquier cosa?

– No, señor.

– ¿Y qué hay de Isolda?

– ¿Quién? -intervino Sam.

Le ignoré, mirando la cara abatida de Clarissa.

– ¿Qué pasa con ella? -preguntó.

– ¿Por qué la odias?

– Por lo que le hizo a Brawly.

– ¿Y qué le hizo?

– No soy yo quien tiene que decirlo.

– Si quieres que intente ayudarle, será mejor que me cuentes algo.

Clarissa me miró con auténtico rencor en los ojos. Ya veía que iba a contarme algo, y de algún modo creía que aquello me iba a hacer daño.

– Se lo llevó cuando su padre y él se pelearon, y luego intentó convertirlo en su marido -dijo.

– ¿A quién?

– A Brawly -dijo ella, con desdén-. Iba por la casa sin ropa, y se metía en la misma cama que él, por las noches. Le ponía caliente, y le obligaba a que le hiciera el amor.

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