Resolver problemas . Por supuesto. Eso es lo que significa ser humano.
Lo que debe recordar la viuda: la muerte de su marido no le ha pasado a ella sino a su marido. No tengo derecho a apropiarme de la muerte de Ray. Este torbellino de emociones, esta leve fiebre, la náusea, el malestar, ¿qué tienen que ver con la auténtica pena, el duelo? ¿Es auténtica pena y auténtico duelo algo de todo esto? Debo dejar de pensar tanto en el pasado, que no se puede cambiar. Debo dejar de oír esas voces burlonas y tentadoras: «¿Está vivo mi marido? ¡Sí! ¡Su marido está vivo, señora Smith!».
Esta noche tengo que tomar una pastilla, o quizá media pastilla, pero dejar la otra mitad en la mesilla, con un vaso de agua, para las cuatro de la mañana. Por si acaso.
48. ¡En movimiento!: «La boca de la rata»
Boca Ratón, Florida. 9 y 10 de marzo . Siguiendo el principio de que importa muy poco dónde esté la viuda, porque ya no hay ningún lugar en el que la viuda se sienta como en casa , me encuentro en un escenario totalmente irreal, azotado por el viento, «bello», en el sentido en que son «bellos» los anuncios en Vanity Fair: ¡Boca Ratón!
Es el Festival de las Artes de Boca Ratón. Al que Ray y yo estábamos invitados desde hacía meses. Ahora, Edmund White ha tenido la amabilidad de acompañarme. Y mi amigo, el ex editor de Modern Library David Ebershoff, es uno de los participantes. Es un interludio de sólo dos días que pasarán en un suspiro, como el paisaje que se ve desde un vehículo en marcha; lo más memorable será que los invitados a una recepción que se celebra tras la lectura que voy a hacer una tarde están completamente escandalizados, asombrados y excitados y sólo quieren hablar del escándalo de Eliot Spitzer, que esa misma mañana ocupa los titulares en el New York Times .
Porque, como es natural, en esta elegante ciudad costera de Florida, habitada sobre todo por ricos venidos de Manhattan, todo el mundo lee el New York Times .
– ¡Conocemos a la familia! El padre de Spitzer, Bernard, un hombre maravilloso, ¡un devoto padre de familia! , debe de estar destrozado.
– Conocemos a la mujer, a la familia de la mujer…
– Cómo puede hacer esas cosas un hombre a su esposa…
– … su familia…
– … hijas…
– Mi hijo… . ¡es igual! ¡Igual que Spitzer! Esas mujeres, las «prostitutas de lujo», esas mujeres terribles, los hombres no pueden resistirse a ellas, es terrible; ¡mi propio hijo! Sé que hace cosas así, está poniendo en peligro a su familia; qué cosa tan terrible…
– Y qué hipócrita, Spitzer…
– Nadie puede soportar a Spitzer, es un chulo, un cabrón…
– … insidioso, despreciativo…
– … como Giuliani…
– ¿Giuliani? ¡Peor!
– No, no es peor que Giuliani. Las ideas políticas de Spitzer son buenas, es un sólido demócrata liberal…
– ¡Es un sinvergüenza! Spitzer. Salga lo que salga de esa investigación, su padre «prestándole» dinero…
– Dinero de campaña que se gastó en putas… .
– ¿Qué pasó con eso?… esa investigación…
– ¡Imagínate, el hombre se gastó 80.000 dólares en prostitutas! ¡Se gastó el dinero de campaña en prostitutas!
– Pobre Bernard. Cuando pienso en esa familia…
– ¿Bernard? ¿El padre? ¡Él también es un sinvergüenza!
– ¡No, no lo es! Es un buen padre de familia, un hombre maravilloso, devoto…
– Mi hijo se niega a hablar de su vida familiar, no tiene ni idea de cómo está arriesgando su matrimonio, esas «prostitutas de lujo» son como la cocaína, los hombres casados no saben resistirse .
Mientras todas esas conversaciones apasionadas dan vueltas a nuestro alrededor, Edmund White y yo las oímos fascinados y no nos importa ni pizca que se olviden de nosotros. Lo que más nos impresiona es la excitable mujer que -como si Ethel Merman se hubiera bajado de un escenario de Broadway con todo su maquillaje, sus joyas y sus lentejuelas, vestida con carísima ropa informal de diseño y con un cabello del color y la consistencia del algodón de azúcar- habla tan curiosa y francamente de su hijo a un grupo de desconocidos; a Edmund y a mí, en particular, como si, al ser escritores «literarios», pudiéramos mostrar una comprensión y una capacidad de análisis especiales.
– Quizá esto sirva para hacer entrar en razón a mi hijo, lo que le ha ocurrido a Spitzer. Si sucediera algo así en nuestra familia…
Nadie se da cuenta cuando Edmund White y yo nos alejamos poco a poco de la recepción, después de firmar todos los libros nuestros que vamos a tener que firmar, incluso más ejemplares de los que podíamos haber predicho en un contexto semejante. Porque estamos ante un drama real junto al que las estratagemas de la ficción no son más que meras sombras. Nada como el escándalo de otra persona, la destrucción de otra familia y el derrumbe de una carrera pública para conmover los corazones.
Casi he olvidado por qué me siento tan… vacía.
¿Por qué me siento como si estuviera recuperándome de… una gripe muy latosa?
Una amiga me ha escrito esta conmovedora carta:
Sufrí una crisis nerviosa cuando tenía veintiocho años y, además de los ataques de ansiedad, tenía insomnio agudo. Era porque estaba atravesando un cambio interno trascendental, y recuerdo que el insomnio era un infierno. Duró unos seis meses y apenas podía aferrarme a los flecos de cordura durante el día. Me sentía trastornada y me preguntaba si volvería a ser normal alguna vez. Era aterrador, y los síntomas parecen similares a los tuyos… Me sentía como la fontanela de un recién nacido, con un agujero que se cierra muy despacio, y uno no se siente en terreno firme hasta que las placas del cráneo se han soldado. Mientras el agujero sigue ahí, parece que te vas a caer al abismo, completamente a solas. Así que (creo) quizá te sería útil que tus amigos se turnaran para pasar unos días en tu casa contigo. También creo que un grupo de apoyo podría ayudarte… Debes saber que nuestros corazones están por completo contigo y que nos gustaría apoyarte como sea que podamos ayudar.
¡Pasar un tiempo en mi casa conmigo! Qué palabras tan inquietantes.
Me siento agradecida pero terriblemente violenta -y avergonzada- de pensar que mis amigos hablan de mí; es evidente que están preocupados por mí, y casi no les he dejado ver lo desesperada, frenética e irreconocible que estoy .
¿Es una especie de terapia, o es coincidencia (pero en la vida mental, según indica Freud, no hay coincidencias) que el relato que estoy escribiendo, con una lentitud exasperante, que me costará literalmente semanas, meses, hable del suicidio? Una joven poetisa abandonada por su amante, empujada por la depresión, la furia, la locura, a suicidarse…
¡El romanticismo del suicidio, para los poetas! La intensidad, las extáticas expectativas que no pueden sostenerse, el sentirse devorado por el lenguaje, la «música», el terror de que pare la «música».
O ha parado, sin que el poeta lo sepa.
Pero mi relato no trata de la pérdida de la «música», o no del todo; trata de una mujer abandonada por su amante que es además el padre de su hijo… Un hijo al que ella está pensando en matar, junto consigo misma… De modo que la situación es muy distinta de la mía.
O al menos, eso quiero pensar.
No voy a suicidarme. ¡Ni siquiera tengo un plan claro y coherente!
Porque un amigo filósofo me ha dicho -advertido- que «tomarse unas pastillas» no es buena idea.
No sabes cuántas pastillas tienes que tragar, dijo. Te entran náuseas y vomitas, caes en un coma y, cuando te despiertas, tienes daños cerebrales, y entonces ya nunca tienes la oportunidad de suicidarte.
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