Había un termo de café sobre la mesa y restos de un emparedado. Turner sirvió dos tazas.
– Antes de que le diga una maldita cosa, tenemos algunas reglas que establecer. Hay una posibilidad excelente de que el senador Colby no sea confirmado si lo que le digo toma estado público. Quiero su palabra de que no me llamará a mí ni al senador como testigos en ninguna Corte o que le contará a alguien lo que le digo, incluyendo a los miembros de su personal, a menos que sea absolutamente necesario para asegurar la condena de Martin Darius.
– Señor Turner, yo respeto al senador. Deseo verlo en la Corte. El hecho de que él esté arriesgando su nominación para ofrecerme información, da más fuerza a mis sentimientos con respecto a él, como hombre valioso para mi país. Créame, no haré nada que ponga en peligro su oportunidad, si puedo evitarlo. Pero deseo saber, desde el comienzo, ya que este caso tiene muchos problemas. Y si tuviera que apostar, lo dejaría marchar a Martin Darius, basándome en lo que ahora tengo.
2
Kathy insistió en volver a comer en Spaghetti Factory. Tuvieron que esperar como siempre cuarenta y cinco minutos y el servicio fue lento. No llegaron al apartamento de Rick hasta pasadas las nueve. Kathy estaba fatigada, pero se sentía tan agitada que no deseaba irse a dormir. Rick se pasó media hora leyéndole. Se sorprendió de cómo le gustaba leerle a su hija. Eso era algo que siempre hacía Betsy. También disfrutó la cena. En realidad, había disfrutado todo el tiempo que estuvieron juntos.
Sonó el timbre. Rick miró el reloj. ¿Quién llamaría a las nueve y cuarenta y cinco? Rick miró por la mirilla. Le llevó a él un momento recordar a la mujer que estaba de pie en el pasillo.
– La señorita Sloane, ¿no es así? -preguntó Rick, cuando abrió la puerta.
– Tiene muy buena memoria.
– ¿En qué puedo servirla?
Sloane se mostró avergonzada.
– No debería haberme entrometido de esta manera, pero recordé su dirección. Usted se la dijo a Betsy antes de abandonar su oficina. Estaba en el barrio. Sé que es tarde, pero iba a arreglar una cita con usted para tener antecedentes para mi artículo, de modo que pensé en correr el riesgo. Si está ocupado, puedo venir en otro momento.
– En realidad, eso sería lo mejor. Tengo a Kathy conmigo y ella acaba de dormirse. No deseo molestarla y yo mismo estoy muy fatigado.
– No diga más, señor Tannenbaum. ¿Podría encontrarse conmigo esta semana?
– ¿Desea realmente hablar conmigo? Betsy y yo estamos separados.
– Sí, lo sé, pero me gustaría hablarle de ella. Es una mujer notable y la visión que usted tenga de ella será muy informativa.
– No estoy seguro de desear hablar de nuestro matrimonio para una publicación.
– ¿Lo pensará?
Rick dudó, luego dijo:
– Seguro. Llámeme a la oficina.
– Gracias, señor Tannenbaum. ¿Tiene una tarjeta?
Rick se palpó los bolsillos y recordó que su billetera estaba en el dormitorio.
– Pase un minuto. Le traeré una.
Rick le dio la espalda a Nora Sloane y se dirigió hacia el interior del apartamento. Nora era más alta que Rick. Ella se escurrió detrás de él y colocó su brazo izquierdo alrededor de su cuello, mientras sacaba un cuchillo de su bolsillo con la mano derecha. Rick sintió trastabillar sus pies cuando Sloane se inclinó hacia atrás y le levantó el mentón. No sintió nada cuando el cuchillo le cortó la garganta de lado a lado, ya que su cuerpo estaba en conmoción. Hubo otro sobresalto cuando el cuchillo lo atravesó por la espalda, luego otro sobresalto más. Rick trató de luchar, pero perdió el control del cuerpo. Le salía sangre por el cuello. Vio el rojo manantial tal como un turista mira una vista. La habitación comenzó a girar. Rick sintió que las fuerzas lo abandonaban tal como el fluir de la sangre que manchaba el suelo. Nora lo soltó y Rick se deslizó por la alfombra. Había una sala de estar al final del pasillo. Sloane pasó por él, a otro pasillo y se detuvo en la primera puerta. La empujó con suavidad y miró fijo a Kathy. La pequeña niña estaba dormida. Se la veía adorable.
Betsy estaba terminando de desayunar cuando sonó el timbre de la puerta. Una suave llovizna había estado cayendo toda la mañana y era difícil distinguir a Nora Sloane a través del vidrio mojado de la ventana de la cocina. Estaba de pie sobre el felpudo de la entrada, sosteniendo un paraguas en una mano y una gran bolsa de compras en la otra. Betsy llevó su taza de café a la puerta del frente. Nora sonrió cuando abrió.
– ¿Puedo pasar? -le preguntó Sloane.
– Seguro -dijo Betsy, haciéndose a un lado. Sloane apoyó el paraguas contra la pared de la entrada y se desabrochó el impermeable. Tenía puestos unos ajustados vaqueros, una camisa de la misma tela de color azul y un suéter de lana, del mismo color.
– ¿Puedo sentarme? -preguntó Nora, haciendo un gesto hacia la sala. Betsy se mostró confusa por esta visita de la mañana, pero se sentó en el sofá. Nora lo hizo en un sillón ante ella y sacó un revólver de la bolsa que traía. La taza de café se deslizó de los dedos de Betsy y se partió en pedazos cuando golpeó la mesa de mármol. Un oscuro charco color marrón se formó sobre la superficie.
– Siento asustarla -le dijo con calma Sloane.
Betsy tenía la mirada clavada en el arma.
– No deje que esto la perturbe -le dijo Sloane-. No le haría daño a usted. Usted me gusta. Sólo que no tengo certezade cómo reaccionará cuando le explique la razón de mi visita. Y tampoco estoy segura de que no cometa una estupidez. No hará ninguna locura, ¿está bien?
– No.
– Bien. Ahora, escuche con cuidado. Martin Darius no debe quedar libre. El lunes, antes de que comience la audiencia, usted pedirá usar el salón del jurado del juez Norwood para hablar en privado con su cliente. Hay una puerta que se abre sobre el pasillo. Cuando yo golpee la puerta, usted me dejará entrar.
– ¿Entonces, qué?
– Eso no es algo que le interese.
– ¿Por qué debería hacer eso?
Nora tomó la bolsa de compras y sacó a Oliver de allí. Luego le dio a Betsy el animal de peluche.
– Tengo a Kathy. Es una nena muy dulce. Ella estará bien, si usted hace lo que yo le digo.
– ¿Cómo… cómo tiene usted a Kathy? Rick no me llamó.
– Rick está muerto. -Betsy quedó boquiabierta, insegura de haber oído correctamente-. Él la lastimó. Los hombres son así. Martin es el peor ejemplo. Hacer que nosotras actuemos como perros, forzándonos a tener relaciones sexuales entre nosotras, montándonos como si fuéramos objetos inanimados, mujeres de cartón, para que él pudiera vivir sus fantasías. Pero hay otros hombres que lo hacen de manera diferente. Como Rick. El la usó, luego la descartó como si fuera una cosa usada.
– ¡Oh, Dios! -gimió Betsy, asombrada y sólo creyendo a medias lo que Sloane le decía-. Él no está muerto.
– Lo hice por usted, Betsy.
– No, Nora. Él no se merecía eso.
Los rasgos de Sloane se endurecieron.
– Todos ellos merecen morir, Betsy. Todos ellos.
– Usted es Samantha Reardon, ¿no es así?
Reardon asintió.
– No comprendo. Después de pasar por lo que pasó, ¿cómo pudo asesinar a esas mujeres?
– Eso fue duro, Betsy. Me aseguré de que no sufrieran. Sólo las marqué cuando estuvieron anestesiadas. Si hubiera otra forma, yo la habría escogido.
Por supuesto, pensó Betsy, si Reardon secuestró a las mujeres para tender una emboscada a Martin Darius, sería más fácil manejarlas si estaban inconscientes. Una enfermera asistente de cirugía conocería anestésicos como el pentobarbital.
Reardon sonrió con calidez, dio vuelta al arma y se la ofreció a Betsy.
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