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Phillip Margolin: Jamás Me Olvidarán

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Phillip Margolin Jamás Me Olvidarán

Jamás Me Olvidarán: краткое содержание, описание и аннотация

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran". Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado. Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto… Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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Tobías podía haber estado describiendo a Tina. Alan cerró los ojos y se masajeó los párpados.

– ¿Qué hay sobre los gimnasios, negocios favoritos, círculos de lectores? ¿Tenían el mismo médico o dentista?

– Pensarnos en todo eso y en una docena más de detalles.

– Sí, estoy seguro de que lo hicieron. ¿Qué tiempo hay entre caso y caso?

– Como alrededor de un mes. ¿Estamos en principios de octubre? Farrar fue en agosto y Reiser en septiembre.

– Cristo. Será mejor que tengamos algo pronto. La prensa nos comerá vivos una vez que esto salga a la luz.

– Dime algo.

Alan suspiró.

– Gracias por llamar. Manténme al tanto.

– Lo haré.

Alan cortó la comunicación e hizo girar el sillón, para poder ver por la ventana. ¡Diablos, qué fatigado estaba! Cansado de la lluvia y de ese imbécil con la rosa negra y de Tina, y de todo sobre lo que podía pensar. Más que nada, deseaba estar solo en alguna playa bañada por el sol, donde no hubiera ni mujeres ni teléfonos y donde la única decisión que debería tomar fuese el grado de protección de su bronceador.

2

Nadie jamás había encontrado cautivante a Elízabeth Tannenbaum, pero la mayoría de los hombres la encontraban atractiva. Casi nadie tampoco la llamaba Elízabeth. Una "Elizabeth" era regia, fría, una belleza a los ojos. Una "Betsy" era más agradable de mirar, un poquito excedida en el peso, capaz, pero aún divertida como compañía. Betsy le sentaba muy bien.

Una Betsy también podía estar a veces un poco irritada, y ésa fue la forma en que Betsy Tannenbaum se sintió cuando su secretaria la llamó por el intercomunicador justo en el momento en que estaba metiendo los papeles del caso Morales en su portafolios, para poder trabajar con ellos a la noche en su casa, después de pasar a retirar a Kathy del colegio y de preparar la cena, acomodar la casa, jugar con su hija y…

– No puedo tomarla, Ann. Llego tarde al colegio.

– Dice que es importante.

– Siempre es importante. ¿Quién es?

– No me lo quiere decir.

Betsy suspiró y miró el reloj. Eran ya las cuatro treinta. Si recogía a Kathy a las cinco y corría a hacer las compras, no estaría haciendo la cena hasta las seis. Por otro lado, si no seguía atrayendo clientes, tendría todo el día para ir de compras. Betsy dejó de meter papeles en su portafolios y levantó el auricular.

– Betsy Tannenbaum.

– Gracias por atenderme. Me llamo Martin Darius.

Betsy contuvo la respiración. Todos en Portland conocían a Martin Darius, pero él no llamaba a mucha de esa gente.

– ¿Cuándo se retira su personal?

– Alrededor de las cinco, cinco y cuarto. ¿Por qué?

– Debo hablar con usted esta noche y no deseo que alguien lo sepa, incluyendo a su secretaria. ¿Le parece bien a las seis?

– En realidad, no. Lo siento. ¿No hay alguna forma en que nos encontremos mañana? Mi agenda está abierta para entonces.

– ¿Cuáles son sus honorarios normales, señora Tannenbaum?

– Cien dólares la hora.

– Si hoy se encuentra conmigo a las seis, le pagaré doscientos cincuenta dólares por la consulta. Si decido contratarla, se sentirá extremadamente satisfecha con los honorarios.

Betsy respiró profundo. Temía hacerlo, pero llamaría a Rick. Simplemente no podía desaprovechar ese dinero ni a un cliente de perfil tan alto.

– ¿Puede esperarme, señor Darius? Tengo otro compromiso y deseo ver si puedo encontrar que otro se haga cargo.

– Puedo esperar.

Betsy marcó el número de Rick Tannenbaum. Este estaba en una reunión, pero su secretaria la comunicó.

– ¿Qué sucede, Betsy? Estoy muy ocupado -le dijo Rick, sin hacer ningún intento por ocultar su molestia.

– Siento tener que molestarte, pero tengo una urgencia. Un cliente necesita verme a las seis. ¿Puedes retirar a Kathy del colegio?

– ¿Qué hay de tu madre?

– Hoy juega bridge y no tengo el número de la casa de su amiga.

– Dile a tu cliente que lo verás mañana.

– No puede. Debe ser esta tarde.

– Demonios, Betsy; cuando nos separamos, me prometiste que no me harías esto.

– Realmente lo siento -le dijo Betsy, tan enfadada consigo misma por rogarle como lo estaba con Rick, que hacía que eso fuera tan difícil-. Rara vez te pido que pases a buscar a Kalhy, pero te necesito, por esta vez. Por favor.

Rick se quedó en silencio por un momento.

– Está bien -le contestó enfadado-. ¿Cuándo debo estar allí?

– Cierran a las seis. Realmente te lo agradezco.

Betsy cortó la comunicación rápidamente, antes de que Rick cambiara de opinión.

– A las seis estará bien, señor Darius. ¿Sabe la dirección de mi estudio?

– Sí -dijo Darius y se cortó la comunicación.

Betsy bajó lentamente el auricular y se desplomó en su sillón, preguntándose el tipo de negocio que un hombre como Darius le podía traer a ella.

Betsy echó una mirada a su reloj. Eran las seis treinta y cinco y Darius no había llegado. Se sentía molesta de que la dejara esperando después de haberle roto sus planes, pero no tanto como para desperdiciar doscientos cincuenta dólares de honorarios. Además, la espera le había dado a ella tiempo para trabajar en el caso Morales. Decidió otorgarle a Darius otra hora.

La lluvia salpicaba la ventana que tenía detrás. Betsy bostezó e hizo girar su sillón para poder ver la noche. La mayoría de las oficinas del edificio que estaba enfrente estaban vacías. Podía ver a las mujeres de la limpieza comenzar a hacer su trabajo. Para esa hora, su propio edificio era probable que estuviera vacío, salvo por la gente del turno de la noche. El silencio la hizo sentir un poco incómoda. Cuando volvió a girar el sillón, Darius estaba de pie en la puerta. Betsy se sobresaltó.

– ¿Señora Tannenbaum? -dijo Darius, mientras entraba en la habitación.

Betsy se puso de pie. Ella medía casi un metro setenta, pero debió alzar la vista para mirar a Darius. Él le extendió la mano, dejando al descubierto unos hermosos gemelos de oro que aseguraban los puños de su camisa francesa. Tenía la mano fría y sus modales eran distantes. Betsy no creía en auras, pero definitivamente existía algo alrededor de aquel hombre que no se podía ver ni en la televisión ni en las fotografías de los diarios.

– Siento ser tan misterioso, señora Tannenbaum -dijo Darius cuando estuvieron sentados.

– Por doscientos cincuenta dólares puede usar una máscara, señor Darius.

Darius sonrió.

– Me gusta el abogado que tenga sentido del humor. No he conocido muchos así.

– Eso es porque usted trata con abogados especializados en negocios e impuestos. Los abogados criminalistas no duran mucho si no tienen sentido del humor.

Darius se recostó en su asiento y miró la atestada oficina de Betsy. Era su primer despacho y resultaba pequeño y atiborrado de cosas. Ella había hecho suficiente dinero ese año como para mudarse a otro lugar más cómodo. Si llegaba a concluir con el veredicto del caso de aborto, definitivamente se mudaría, pero ese caso estaba atascado en la cámara de apelaciones y tal vez jamás vería un centavo.

– La otra noche estuve en un recital de caridad en la Ópera de Portland -dijo Darius-. ¿Estuvo usted allí?

– No.

– Muy malo. Es muy buena. Tuve un interesante intercambio con Maxine Silver. Ella es parte del elenco. Una mujer de ideas muy firmes. Hablamos del libro de Greig. ¿Lo leyó?

– ¿Se refiere a la novela del múltiple asesino? -preguntó Betsy, molesta por la dirección que estaba tomando la conversación.

Darius asintió.

– He visto unas pocas críticas, pero no tengo tiempo para leer nada que no sean los boletines legales. De todos modos, no es el tipo de libro que me gusta leer.

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