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Phillip Margolin: Jamás Me Olvidarán

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Phillip Margolin Jamás Me Olvidarán

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En Portland, Oregón, las esposas de varios destacados hombres de negocios han desaparecido sin dejar más rastro que una rosa negra con un simple mensaje: "Jamás me olvidaran". Diez años antes, en Nueva York, se habían producido otras desapariciones similares, pero el asesino fue atrapado y el caso quedó cerrado. Nancy Gordon, detective de homicidios del departamento de Policía de Nueva York y miembro original del grupo de investigación del "asesino de la rosa", lleva diez años acosada por pesadillas con un sádico asesino que, asegura, aún anda suelto… Alan Page, abogado del distrito de Oregón, está tratando de encontrar sentido a la misteriosa serie de desapariciones. Una noche llama a su puerta Nancy Gordon con la intencion de contarle una terrrible historia…

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Había cincuenta y tres anchos escalones que conducían desde la calle hasta la entrada de la Corte. Raymond los había contado mientras subía de la mano de su padre. Cuando pasaron entre las columnas que daban soporte a la galería del oeste, su padre se había detenido para señalarle la frase "todos somos iguales ante la ley", que estaba grabada en el mármol blanco hueso de la gran entrada.

– Eso es lo que ellos hacen aquí, Raymond. Justicia. Ésta es la Corte de último recurso. El lugar final para todos los pleitos judiciales de todo este inmenso país.

Macizas puertas de roble custodiaban las cámaras de la Corte, pero la sala del tribunal era íntima. Detrás de un elevado banco de nogal había nueve sillas de alto respaldo, de distintos estilos. Cuando los jueces tomaron sus asientos, su padre se puso de pie. Al dirigirse Howard Colby a la Corte, Raymond se sorprendió del respeto en la voz de un hombre que ordenaba a los demás guardar respeto. Esos hombres vestidos de negro, esos hombres sabios que se erguían sobre Howard Colby y le ordenaban respeto, le dejaron una impresión perdurable. De regreso a Nueva York, en el tren, Raymond había jurado en silencio sentarse algún día en el banco del tribunal superior de la nación. Su sueño se haría realidad cuando el Presidente hiciera su anuncio en la conferencia de prensa del día siguiente.

La espera había comenzado el viernes cuando una fuente de la Casa Blanca le dijo que el Presidente había circunscrito su elección al senador y a Alfred Gustafson del quinto circuito de las cámaras judiciales de apelación. Esa tarde, durante la reunión en el salón oval, el Presidente le dijo a Colby que había sido el hecho de que fuera miembro del Senado lo que marcó la diferencia. Después de la desastrosa derrota de Mabel Hutchings, su primera nominada, el Presidente deseaba algo seguro. El Senado no rechazaría a uno de los suyos, en especial a alguien con las credenciales de Colby. Todo lo que él ahora necesitaba era pasar incólume el proceso de nombramiento.

Colby colocó en su lugar la fotografía y tomó su copa. No era sólo la emoción del nombramiento lo que lo mantenía en vela. Colby era un hombre honesto. Cuando le dijo al Presidente que en su pasado no existía ningún escándalo, estaba diciendo la verdad. Pero había algo en su pasado. Poca gente lo sabía. Se podía confiar que aquellos que lo sabían guardaran silencio. Sin embargo, le preocupaba no haber sido completamente candido con el hombre que le estaba haciendo cumplir su sueño.

Colby bebió su copa y miró las luces de la capital. El coñac estaba haciendo su trabajo. No había forma de cambiar la historia. Aun si hubiera conocido lo que el futuro le depararía, estaba seguro de que no habría hecho otra elección. El preocuparse ahora no cambiaría el pasado, y las probabilidades de que todo saliera a la luz eran muy pocas. En el término de una hora, el senador se quedó profundamente dormido.

Capítulo 3

1

Lo patético del caso fue que, después de los acontecimientos y de las mentiras, sin mencionar el arreglo de divorcio que dejó a Alan Page viviendo en el mismo tipo de apartamento miserable que él había habitado cuando era estudiante de derecho, todavía amaba a Tina. Ella integraba sus pensamientos cuando no pensaba en el trabajo. Ir al cine no ayudaba; la lectura, tampoco; aun el acostarse con mujeres con quienes sus amigos bien intencionados le arreglaban una cita, tampoco era solución. Las mujeres eran lo peor, ya que siempre terminaba comparándolas y jamás el resultado era bueno. Alan no había estado con una mujer en meses.

El humor del fiscal de distrito estaba comenzando a afectar a su equipo de trabajo. La semana pasada, Randy Highsmith, su principal ayudante, lo había llevado aparte y le había dicho que se recompusiera, pero él todavía encontraba difícil manejar su soltería después de doce años de lo que pensó que era un buen matrimonio. Era el sentido de engaño lo que lo sobrecogía. Jamás había engañado a Tina o le había mentido y él sentía que ella era la persona en la que podía confiar por entero. Cuando descubrió toda la vida secreta de ella, fue demasiado. Alan dudó en volver a confiar en alguien alguna vez.

Entró con su automóvil en el garaje municipal y estacionó en la cochera reservada para el fiscal de distrito del condado de Multnomah, una de las pocas cosas que Tina no había obtenido del divorcio, murmuró con amargura para sí. Abrió el paraguas y cruzó la calle a la carrera hasta la oficina de la Corte. El viento soplaba la lluvia debajo de su paraguas y casi se lo arrancaba de la mano. Cuando llegó al interior del gris edificio de piedra, estaba empapado.

Alan recorrió con una mano su mojado cabello mientras esperaba el ascensor. Eran casi las ocho. A su alrededor, en la recepción, había abogados jóvenes tratando de parecer importantes, ansiosos litigantes esperando lo mejor y temiendo por lo peor y uno o dos jueces de aspecto aburrido. Alan no estaba de humor para llevar a cabo una charla social sin objetivo definido. Cuando llegó el ascensor, pulsó el botón número seis y se dirigió hacia la parte posterior del mismo.

– El principal Tobias desea que lo llame -le dijo la recepcionista tan pronto como entró en la oficina del fiscal-. Dijo que era importante.

Alan le agradeció a la mujer y abrió empujando una puerta baja que separaba la sala de espera del resto de las oficinas. Su despacho era el primero a la derecha de un angosto pasillo.

– Llamó el principal Tobias -le dijo su secretaria.

– Me lo dijo Winona.

– Se lo oía molesto.

Era difícil imaginar qué podía molestar a William Tobias. El delgado jefe de policía era tan inconmovible como un contador. Alan sacudió el paraguas y colgó el piloto; luego se sentó detrás de un gran escritorio y marcó el número del otro lado de la calle, que correspondía al Departamento Central de Policía.

– ¿Qué pasa? -preguntó Alan.

– Tenemos otro caso.

Le llevó a Alan un momento imaginarse lo que Tobias decía.

– Se llama Victoria Miller. Veintiséis. Atractiva, rubia. Ama de casa. Sin hijos. El marido trabaja con Brand, Gates y Valcroft, la agencia de publicidad.

– ¿Hay un cadáver?

– No. Está desaparecida, pero sabemos que se trata de él.

– ¿La misma nota?

– Sobre la cama, en la almohada. "Jamás me olvidarán". Además hay otra rosa negra.

– ¿Hay está vez alguna señal de anormalidad?

– Es como las otras. Pudo haber desaparecido, como si se hubiera esfumado.

Los dos hombres se quedaron en silencio por un instante.

– ¿Los diarios todavía no lo saben?

– Tenemos suerte allí. Como no hay ningún cadáver, los hemos estado manejando como casos de personas desaparecidas. Pero no sé por cuánto tiempo podemos mantenerlo en secreto. Los tres maridos no se van a quedar sentados. Reiser, el abogado, llama por teléfono todos los días, dos o tres veces por día, y Farrar, el contador, está amenazando con hacerlo público, si pronto no salimos con algo en concreto.

– ¿Tienes algo?

– Nada. Los forenses no saben qué hacer. No tenemos fibras ni cabellos que salgan de lo común. No hay huellas digitales. El papel de la nota se puede comprar en cualquier lugar de ofertas. La rosa es una rosa común y corriente. La tinta negra, de marca Ditto.

– ¿Qué sugieres?

– Estamos haciendo un rastreo por sistema de todo Misuri, y Ross Barrow está llamando a otros departamentos de policía y al FBI.

– ¿Están buscando alguna conexión posible entre las víctimas?

– Seguro. Tenemos montones de obvias similitudes. Las tres mujeres son de alrededor de la misma edad, de clase media alta, sin hijos, esposas de ejecutivos. Pero no tengo nada que conecte a las víctimas entre ellas.

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