– Olvida el Journal -dijo Goddard-. Creo que me gustaría ofrecer un cara-a-cara exclusivo al New York Times. Les hablaré de la oportunidad de referirme a temas de amplio interés para la industria entera. Ellos lo entenderán.
– Lo que tú digas -dijo Camilletti-. En todo caso, no protestemos demasiado fuerte. No hay que obligar al Journal a responder con un artículo de seguimiento, a seguir echando mierda sobre el asunto.
– Me da la impresión de que el periodista del Journal ha debido hablar con gente de dentro -dije, olvidando mi decisión de callarme la boca-. ¿Tenemos alguna idea de quién pudo haberles informado?
– Recibí un correo de voz del periodista hace un par de días, pero estaba de viaje -dijo Goddard-. Así que aparezco como «no desea hacer comentarios».
– Puede que me haya llamado, no lo sé, puedo revisar mi correo de voz -dijo Camilletti-. Pero estoy seguro de que no le devolví la llamada.
– No puedo imaginar que alguien de Trion haya participado conscientemente en una cosa así -dijo Goddard.
– Uno de nuestros competidores -dijo Camilletti-. Wyatt, tal vez.
Nadie me miró. Me pregunté si los otros dos sabían que yo venía de Wyatt.
– Aquí hay muchas declaraciones de nuestros revendedores -continuó Camilletti-. British Tel, Vodafone, DoCoMo… Dicen que los nuevos móviles no funcionan. Los perros no se están comiendo su comida para perros. ¿Y cómo se le ocurre a un periodista, alguien que sólo tiene informaciones de Nueva York, llamar a Japón? Tiene que haber sido Motorola o Wyatt o Nokia, tienen que haberle pasado el dato.
– De cualquier forma -dijo Goddard-, ya todo es cosa del pasado. Mi trabajo no es manejar los medios, sino dirigir esta maldita empresa. Y este artículo necio, por más sesgado e injusto que sea, ¿hasta qué punto es tan terrible, en realidad? Aparte del desalentador titular, ¿qué hay de nuevo en este texto? Antes nuestras cifras daban en el blanco siempre, cada trimestre, nunca fallábamos, tal vez les ganábamos a los demás por un par de centavos. Éramos la niña mimada de Wall Street. Vale, los beneficios se han estancado, pero Dios mío, la industria entera pasa por un mal momento. No lo puedo evitar: detecto en el ambiente algo de alegría por la miseria ajena. Nadie es perfecto.
– ¿Cómo? -dijo Colvin, confundido.
– Pero estas chorradas -dijo Goddard-, lo de que nos enfrentamos al primer trimestre de pérdidas en quince años, todo eso es pura invención…
– No -dijo Camilletti en voz baja y sacudiendo la cabeza-. Es mucho peor que eso.
– ¿De qué hablas? -dijo Goddard-. Acabo de regresar de nuestra conferencia de ventas en Japón, y allá todo era miel sobre hojuelas.
– Anoche, cuando recibí el correo electrónico que me advertía de este artículo -dijo Camilletti-, escribí inmediatamente a los vicepresidentes financieros de Europa y Asia/Pacífico. Les dije que quería ver las cifras de ingresos, actualizadas a esta semana, y también las cifras de ventas de los balances trimestrales, discriminadas por cliente.
– ¿Y? -lo apuró Goddard.
– Covington, de Bruselas, me respondió hace una hora. Brody, de Singapur, me respondió en mitad de la noche. Las cifras son una mierda. Las ventas a distribuidores van bien, pero las ventas a consumidores son terribles. Un sesenta por ciento de nuestros ingresos vienen de Asia/Pacífico y EMOA. Estamos en la cuerda floja. La verdad, Jock, es que este trimestre vamos a perder. Es un verdadero desastre.
Goddard me miró.
– Obviamente todo esto es información confidencial, Adam, seamos claros, ni una palabra…
– Por supuesto.
– Tenemos -comenzó Goddard, luego titubeó, luego siguió-, por Dios, tenemos lo del Aurora…
– Todavía faltan varios trimestres para los ingresos del Aurora -dijo Camilletti-. Tenemos que ocuparnos del ahora. De las operaciones en curso. Y déjame que te lo diga, cuando salgan estas cifras, las acciones en Bolsa van a verse muy dañadas -siguió Camilletti, hablando en voz baja-. Nuestros ingresos para el cuarto trimestre tendrán un desfase del veinticinco por ciento. Tendremos que aceptar descuentos considerables por exceso de inventario.
Camilletti hizo una pausa y le lanzó a Goddard una mirada elocuente.
– Calculo una pérdida de cerca de quinientos millones de dólares antes de impuestos.
Goddard hizo un gesto de dolor.
– Dios mío.
Camilletti continuó.
– Sé por ejemplo que el Credit Suisse First de Boston ya está a punto de bajarnos de categoría. De «sobrepeso» a «peso de mercado». Es decir, de «comprar» a «esperar». Y eso antes de que todo esto salga a la luz.
– Dios santísimo -dijo Goddard, quejándose y sacudiendo la cabeza-. Es tan injusto, si pensamos en lo que estamos desarrollando…
– Y por eso mismo debemos darle otra mirada a esto -dijo Camilletti, golpeando con el índice su copia del documento azul de Bain.
Los dedos de Goddard tamborilearon sobre el documento de Bain. Sus dedos eran regordetes, el dorso de sus manos tenía manchas de vejez.
– Caramba, esto sí que es un informe bien empastado -dijo-. ¿Cuánto nos ha costado esto?
– Ni preguntes -dijo Camilletti.
– ¿Ah, no? -Hizo una mueca, como si su observación hubiera quedado clara-. Paul, yo juré que nunca haría estas cosas. Di mi palabra.
– Por favor, Jock, si se trata de tu ego, tu vanidad…
– Se trata de ser fiel a mi palabra. También se trata de mi credibilidad.
– Pues bien, nunca debiste haber hecho esa promesa. Nunca digas nunca jamás. En todo caso, estabas hablando de una economía distinta, eran tiempos prehistóricos. La era mesozoica, para hablar claro. La era del cohete Trion, creciendo a máxima velocidad. Somos una de las pocas empresas de alta tecnología que todavía no ha tenido despidos masivos.
– Adam -dijo Goddard, dirigiéndose a mí por encima de sus gafas-, ¿has tenido tiempo de zambullirte en esta verborrea?
Negué con la cabeza.
– Lo recibí hace apenas un par de minutos. Lo he hojeado.
– Quiero que eches un vistazo a las proyecciones para electrónica de consumo. Página ochenta y algo. Tú entiendes un poco de esas cosas.
– ¿Ahora mismo? -pregunté.
– Ahora mismo. Y dime si te parecen realistas.
– Jock -dijo Colvin-, es casi imposible recibir proyecciones honestas de los jefes de división. Todos protegen su personal, su territorio.
– Para eso tenemos a Adam -replicó Goddard-. Él no tiene territorio que proteger.
Repasé frenéticamente el informe Bain, tratando de simular que sabía lo que hacía.
– Paul -dijo Goddard-, ya hemos pasado por esto. Me dirás que tenemos que eliminar ocho mil empleos si queremos conservar la línea.
– No, Jock, si queremos seguir siendo solventes. Y estamos más cerca de los diez mil que de los ocho mil.
– Correcto. Explícame algo, entonces. En ninguna parte de este maldito tratado se dice que una compañía que se reduzca o se recorte o como quieras llamarlo tendrá mejores resultados a largo plazo. Sólo se habla de corto plazo -pareció que Camilletti iba a responder, pero Goddard siguió hablando-. Sí, ya lo sé, todo el mundo lo hace. Es como un acto reflejo. ¿Te van mal los negocios? Pues echa a unos cuantos. Echa los lastres por la borda. Pero ¿es que los despidos llevan realmente a un incremento sostenido en el precio de las acciones, o en el precio de mercado? Demonios, Paul, tú sabes tan bien como yo que apenas vuelva a salir el sol estaremos contratándolos a todos de nuevo. ¿Realmente vale la pena toda esta agitación?
– Jock -dijo Jim Colvin-, es lo que llaman regla de Ochenta-Veinte: el veinte por ciento de la gente hace el ochenta por ciento del trabajo. Tan sólo se trata de quemar la grasa.
Читать дальше