– Entonces, quizá quisieran echar mano de una agencia publicitaria, ¿no cree, cero cero siete? Una agencia como esa en la que trabaja la señorita Vacker, por ejemplo.
– Señor… -su voz resonó incisiva, como si M se hubiera vuelto loco de repente.
– No, Bond, no es su estilo; a menos que quisieran acabar rápidamente con alguien que consideraran una amenaza.
– Pero yo no…
– Ellos no tenían por qué estar enterados de eso; no tenían por qué saber que iba usted a detenerse en Helsinki para jugar estúpidamente al plaboy…, un papel que cada vez exige más esfuerzo, cero cero siete. ¿No se le dijo que regresara enseguida a Londres después del período de ejercicios en la zona ártica?
– Sí, pero sin poner mucho énfasis en ello. Yo pensaba…
– Me importa un rábano lo que usted pensara, cero cero siete. Lo que yo quería era tenerle aquí, en Londres, en vez de zascandilear por Helsinki. ¿No comprende que hubiera podido comprometer al departamento y también a usted mismo?
– Yo…
– Usted no tenía por qué saber nada -el tono de voz que empleaba M parecía a la sazón menos cortante-. A fin de cuentas yo no hice más que mandarle a unos entrenamientos en condiciones climatológicas adversas, para que se acostumbrase. Yo asumía toda la responsabilidad. Debiera haber sido más explícito.
– ¿Explícito dice usted?
M permaneció en silencio todo un minuto. Sobre su cabeza pendía la pintura original de Trafalgar , de Robert Taylor. El cuadro venía a ser como un compendio de la personalidad y determinación de su superior jerárquico. Llevaba colgado allí un par de años. Con anterioridad había ocupado su lugar Cape St. Vincent , de Cooper, prestado por el National Maritime Museum, y antes… Bond no se acordaba muy bien, pero los lienzos aludían siempre a victorias navales de Gran Bretaña. M poseía esa arrogancia integral que concede primacía absoluta a la lealtad hacia la patria, acompañada del firme convencimiento de la invencibilidad de las tropas de combate nacionales, por adversas que sean las circunstancias y con independencia de la duración del conflicto.
Por fin, M reanudó el diálogo.
– Mire, cero cero siete. En la actualidad estamos embarcados en una operación de envergadura en la zona del Círculo Ártico. El entrenamiento a que fue usted sometido era, permítame utilizar el término, un ejercicio de precalentamiento. Para decirlo en pocas palabras: se incorporará usted a dicha misión.
– ¿Contra? -Bond intuía cuál iba a ser la respuesta.
– Las Tropas de Acción Nacionalsocialista.
– ¿En Finlandia?
– Cerca de la frontera con la Unión Soviética -M se inclinó todavía un poco más hacia delante, como si quisiera estar seguro de que nadie podía oírles. Luego añadió-: Tenemos destacado allí a uno de nuestros agentes, aunque sería más exacto decir que teníamos . Le estamos esperando. No hace falta que entremos ahora en detalles. Al parecer no se entendía bien con el resto. El equipo en pleno se reagrupará aquí y se lo presentaremos, en fin, para situarle un poco en el contexto de la operación. Antes, sin embargo, le pondré al corriente, por supuesto.
– ¿Ha dicho usted el equipo en pleno? ¿Qué clase de gente lo integra?
– De lo más heterogéneo, cero cero siete, Elementos de lo más discordante. Pero después de sus aventurillas por Helsinki temo que ya no sea posible contar por entero con el factor sorpresa. Confiábamos en que pasaría usted desapercibido y podría incorporarse al grupo sin alertar a esa pandilla de neofascistas.
– ¿El grupo? -repitió Bond.
M carraspeó para ganar un poco de tiempo.
– Se trata de una operación conjunta, cero cero siete; una misión insólita preparada a instancias de la Unión Soviética.
Bond frunció el entrecejo.
– No me diga que el Servicio Central de Moscú también entra en el juego.
M asintió brevemente con un movimiento de cabeza.
– Sí -aunque tampoco parecía gustarle mucho la idea-. Pero es que además vamos a trabajar con Langley y Tel Aviv.
Bond silbó por lo bajo, lo que hizo enarcar las cejas y apretar los labios a M.
– Ya le he dicho que eran elementos de lo más discordante.
Bond, como si repitiera para sí algo imposible de asimilar, murmuró a media voz:
Nosotros, la KGB, la CIA y el Mossad…, los israelíes.
– Tal como suena -aprovechando que ya había sacado el asunto a relucir, M continuó informando a su hombre-. Se trata de la Operación Rompehielos… El nombre se lo pusieron los norteamericanos, claro. Los soviéticos no protestaron porque eran ellos los que solicitaban el favor…
– ¿ La KGB pidió ayuda? -Bond aún no salía de su asombro.
– Sí, por conducto secreto. Cuando nos llegó la noticia, los pocos que estábamos en el ajo no sabíamos que pensar. Poco después recibí una invitación para visitar a nuestros amigos de Grosvenor Square -refiriéndose al lugar donde se hallaba la embajada de los Estados Unidos.
– ¿Y habían recibido la petición de ayuda?
– Sí, y siendo lo que es la CIA, también sabían que el Mossad había sido objeto del mismo requerimiento. Al cabo de un día se acordó celebrar una reunión tripartita.
Bond hizo un ademán solicitando permiso para fumar. M, sin dejar de hablar, movió levemente la mano, asintiendo a la insinuación de aquél. Sólo hacía una pausa para encender una y otra vez la pipa.
– Enfocamos la cuestión desde todos los ángulos. Estudiamos las posibles encerronas (que las hay, sin duda), examinamos también las opciones en caso de que las cosas no salieran bien y, por último, se decidió nombrar a los agentes que desempeñarían la misión. Pensamos en tres por cada parte, pero los soviéticos insistieron en no fueran más de tres; ya puede imaginar: que si demasiada gente, que si era necesario asegurar la discreción de la operación y cosas por el estilo. Finalmente nos entrevistamos con el negociador de la KGB, Anatoli Pavlovich Grinev…
Bond asintió con aire de complicidad.
– Coronel del Primer Directorio. Tercer Departamento. Camuflaje: Agregado comercial de KPG.
– Ese es el hombre -reconoció M. Las iniciales KPG aludían a Kensington Palace Gardens, y más en concreto, al número 13 de la zona, donde se hallaba ubicada la embajada soviética. El Tercer Departamento del Primer Directorio se ocupaba exclusivamente de las operaciones de contraespionaje relativas al Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda y Países Escandinavos-. Sí, señor, ha dado usted en el blanco.
Bajito, orejas de pichel. Era una descripción muy acertada del taimado coronel Grinev. Bond había tenido ya tratos con él y el hombre le inspiraba tanta confianza como una mina de tierra sin explotar.
– Pero ¿explicó en qué consistía el asunto? -en realidad Bond no preguntaba-. ¿Por qué la KGB recababa nuestra participación, la de la CIA y la del Mossad para realizar una operación conjunta clandestina en territorio finlandés? Imagino que debe de estar en bastante buenas relaciones con el SUPO, los servicios de información finlandeses.
– No del todo -respondió M-. ¿Ha leído usted todo el material de que disponemos relativo a las Tropas de Acción Nacionalsocialista?
Bond asintió con la cabeza. Luego añadió:
– Vaya monada de expediente. Informes detallados de los treinta y pico asesinatos perpetrados con éxito. Ese es el plato fuerte del caso…
– No olvide el análisis y las conclusiones del Comité Mixto de los Servicios de Inteligencia. Son cincuenta páginas.
Bond indicó que, en efecto, lo había leído.
– Se estima que las Tropas de Acción no son una simple organización de terroristas fanáticos. No me parece una deducción muy consistente.
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