Matilde Asensi - Venganza en Sevilla

Здесь есть возможность читать онлайн «Matilde Asensi - Venganza en Sevilla» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Venganza en Sevilla: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Venganza en Sevilla»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Sevilla 1607. Catalina Solís -la protagonista de Tierra firme- llevará a cabo su gran venganza en una de las ciudades más ricas e importantes del mundo, la Sevilla del siglo XVII. Catalina cumplirá así el juramento hecho a su padre adoptivo de hacer justicia a sus asesinos, los Curvo, dueños de una fortuna sin igual amasada con la plata robada en las Américas.
Su doble identidad -como Catalina y como Martín Ojo de Plata- y un enorme ingenio le hacen diseñar una venganza múltiple con distintas estrategias que combinan el engaño, la seducción, la fuerza, la sorpresa, el duelo, la medicina y el juego, sobre un profundo conocimiento de las costumbres de aquella sociedad…

Venganza en Sevilla — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Venganza en Sevilla», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Desde aquel día puse todo mi empeño en vigilar y cuidar las obras de mi palacio, que, por desgracia, avanzaban poco y mal, pues en la metrópoli, a diferencia del Nuevo Mundo, el trabajo se consideraba una condenación bíblica, un castigo divino del que había que escapar como de la peste: los peones y los albañiles, en cuanto apretaba un poco el sol, se detenían y se sentaban regaladamente a la sombra, y el maestro, como no fuera que Rodrigo lo sacara de la bodega a empellones, ni aparecía por allí. Cierto que los calores sevillanos pueden llegar a ser muy penosos, sobre todo durante el estío, aunque no más que en Tierra Firme, y allí nadie dejaba de trabajar porque apretara el sol. Muchos disgustos nos costó el dichoso palacio Sanabria aunque es obligado reconocer que se trataba de uno de los más grandes y más hermosos de Sevilla y que la expectación durante aquel verano en la alta sociedad sevillana no hizo sino crecer y crecer como una marea imparable. Y la marea era yo, Catalina Solís, la dama más pretendida y solicitada de la ciudad por esquiva, rica, piadosa y soberana de mí misma dada mi condición de viuda.

A finales de julio, acontecieron dos cosas importantes: la primera, que mi palacio brillaba como el fuego de un hacha en mitad de la noche. Los últimos arreglos terminaron, los últimos objetos ocuparon su lugar, las últimas minucias fueron rematadas y llegaron los numerosos criados contratados (no quise comprar esclavos). Con sus treinta aposentos, dos salones de recibir, un oratorio privado, varios retretes, una bodega, una caballeriza, un corral y un enorme patio central lleno de árboles era, a no dudar, mucho más grande y lujoso que la casa del gobernador de Cartagena de Indias, don Jerónimo de Zuazo, en Tierra Firme, y también que el palacio de los marqueses de Piedramedina, lo cual lo convertía, junto con otros dos o tres de Sevilla a lo sumo, en uno de los mejores. La segunda cosa que aconteció a finales de julio fue que volví a ver a las hermanas Curvo. Para entonces ya estaba yo curtida en gastar los caudales a manos llenas. Comprar lienzos, sábanas y almohadas de holanda o ruán, alfombras, tapices, vajillas de plata, coches, caballos, vestidos y joyas se había convertido en mi quehacer ordinario. De las riquezas con las que había llegado a la ciudad desde el Nuevo Mundo conservaba menos de una tercera parte aunque, por suerte, esa cantidad era más que suficiente para lo que me restaba por poner en ejecución.

Aquella tarde de finales de julio regresé al palacio de los marqueses en mi nuevo y bien aderezado coche de paseo y vi, al llegar, otro lujoso carruaje detenido en un lado de la entrada. Me enojaban ya tantas meriendas con duquesas, condesas, marquesas, damas e hidalgas acaudaladas, mas puse buena cara y, recordando que esa noche tenía también una fiesta en casa de los duques de Villavieja, enfilé hacia el interior, hacia la sala de recibir, haciendo de tripas corazón y dejando en manos de Damiana algunos objetos que traía conmigo por no haber pasado por mi casa después de adquirirlos. Pensaba instalarme en el palacio a primeros de agosto, de cuenta que para los pormenores de última hora no me incomodaran las celebraciones de la festividad de la Virgen de los Reyes que tendrían lugar el día que se contaban quince (la misma Virgen de los Reyes ante la que había hecho juramento Fernando Curvo de matarme y que se hallaba en la Capilla Real de la Iglesia Mayor).

Me quedé de una pieza cuando vi en el estrado, juntas, a las tres lechuzas de Sevilla en palabras de doña Clara, cómodamente recostadas sobre los cojines comiendo rosquillas dulces y pasas y bebiendo vino, con cara de estar hablando de alguna cosa de mi incumbencia porque, al punto, cerraron la boca y me miraron con ojos culpables. La menor de ellas, la rolliza Isabel, incluso sonrió con cierta picardía.

– Pasad, doña Catalina -me invitó doña Rufina, llamándome con la mano-. Mirad qué cosas tan ricas nos han traído las hermanas Curvo para merendar.

– Cosas sencillas, doña Catalina, no vayáis a pensar… -comentó prestamente Isabel, con disimulada satisfacción.

– Rosquillas y vino de nuestras fincas de Utrera y pasas de nuestras tierras en Almuñécar -añadió Juana.

La voz de las dos hermanas era muy semejante, aunque la de Isabel era más ronca.

– ¡Oh, pues será preciso probar esos dulces tan acreditados! -exclamé, acercándome con una complaciente sonrisa en tanto entregaba a una esclava el sombrero y la mantellina-. ¡Qué calor hace! No se puede respirar.

– ¡Sólo vuestra merced anda de paseo por las calles a estas horas del día! -soltó Isabel alegremente-. Claro que estaréis habituada tras vivir tantos años en Nueva España.

– Acertáis, señora -repuse tumbándome entre ella y la marquesa-. Para mí estos calores son mejores que los fríos del invierno.

– Aún no podéis afirmar tal cosa en Sevilla -comentó Juana Curvo llevándose un puñadito de pasas a la boca-. Después de vivir aquí vuestro primer agosto, rogaréis al cielo que llegue pronto el tiempo de arrimarse a las chimeneas.

– ¿Cómo van los arreglos de vuestro palacio? -quiso saber la fisgona Isabel.

– Dentro de pocos días libraré a los marqueses de mi presencia y me marcharé, si Dios quiere, a mi casa. ¡No veo la hora de despertarme en esa excelente cama que he comprado para mi cámara!

– ¿Es hermosa? -preguntó doña Rufina con apatía.

– De madera maciza -le expliqué-, tallada y guarnecida con bronce sobredorado.

– Tendrá colgaduras…

– Naturalmente, señora doña Juana, y muy hermosas: cielo, cortinajes, cobertura y paramento de damasco bermejo embellecido con cintas de oro.

– ¡Oh, qué belleza! -dejó escapar Isabel Curvo-. Una cama digna de una reina.

– No muy distinta de la que tenía en Veracruz -mentí, recordando mi modesta camilla de Margarita-. No quería vivir aquí peor que allí.

– Ni tenéis por qué, ciertamente -convino Juana Curvo-, y aún os digo más: debéis vivir aquí mejor que allí, pues ahora estáis sola.

– ¡Qué alegría que el palacio Sanabria abra de nuevo sus puertas, doña Catalina! Ardo en deseos de conocerlo.

– ¡Isabel! -la reconvino su hermana.

– ¡Dejadme, Juana! -replicó la otra, enfadada-. ¿Acaso no está toda Sevilla maravillada por las mejoras que ha hecho doña Catalina? ¿Acaso no pasan todos por delante del palacio una y otra vez para admirar cotidianamente los arreglos? ¿Acaso no hemos pasado nosotras mismas, con grande curiosidad? ¡No hay para qué ocultarlo, si nadie habla de otra cosa en la ciudad!

Sonreí con disimulo, plena de satisfacción. A la sazón, el marqués había hecho una buena compra y yo mi mejor ganancia. Los muchos millones de maravedíes que había gastado en el palacio Sanabria comenzaban a dar los frutos que deseaba.

– Hay algo que no he podido disponer a mi gusto -consideré con pesar-. No he hallado en toda Sevilla un herrero que me fabricara las rejas para las ventanas y los balcones. He tenido que ponerlas de madera, cosa que me ha disgustado mucho pues desmerecen la hermosura de la fachada.

– Muy hermosa, en verdad, y muy elogiada por las gentes -convino doña Isabel.

– Lo normal es que ningún herrero quiera trabajar en verano, doña Catalina-me indicó la marquesa quien, todo hay que decirlo, no me había ayudado en nada durante aquel mes y medio de fatigas y quehaceres.

– No preocupaos más, señora-intervino Juana, terminando el segundo vaso de vino que yo le veía echarse al coleto-. Vuestro pesar ha terminado. Mañana mismo remediaremos el problema del herrero.

– ¿Cómo es eso, doña Juana? -inquirí muy interesada.

– Nuestro hermano mayor, Fernando, a quien vuestra merced todavía no conoce, es dueño de una de las mayores fundiciones de hierro del reino.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Venganza en Sevilla»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Venganza en Sevilla» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Venganza en Sevilla»

Обсуждение, отзывы о книге «Venganza en Sevilla» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x