Karin Alvtegen - Culpa

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Eva desea que su familia -la que tiene junto a Henrik, su esposo, y Axel, su hijo- se parezca al entorno tradicional y seguro en el que ella creció. Hasta el momento ha visto cumplidas sus expectativas vitales, tanto a nivel sentimental como profesional, pero un día descubre que su marido la está engañando con otra mujer. Henrik, incapaz de confesárselo, le oculta sus sentimientos y miente sin ningún reparo.
Destrozada por la traición, Eva no se atreve a dar una salida franca a sus sentimientos de cólera y, en su lugar, elabora una venganza. La vida continúa igual, pero ambos están atrapados en el miedo, y el engaño mutuo les envuelve en una atmósfera cada vez más asfixiante. En estas circunstancias al límite, el encuentro casual entre Eva y un joven tendrá consecuencias insospechadas.

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Se sentía totalmente vacío.

Comprendió que era realmente inaceptable que se mostrara tan indiferente cuando alguien le acababa de ofrecer 1.352.000 coronas, pero ni siquiera eso ayudó. No tenía fuerzas para avergonzarse de su ingratitud.

– Me duele tanto la cabeza -dijo.

Lundberg suspiró y se puso de pie. -¿Cuál es tu banco?

Una hora y media después sonó el teléfono. Peter aún estaba tumbado en la cama durmiendo a ratos. Se despertó por completo al oírlo. Se sentó erguido en la cama. Lo peor del dolor de cabeza había desaparecido.

Pudo oír la voz de Lundberg a través de la puerta cerrada pero no pudo distinguir lo que decía.

Se levantó y se puso los pantalones. No recordaba habérselos quitado la noche anterior y se sintió incómodo al pensar que debió de ser Olof quien lo hizo.

Abrió la puerta.

– Entonces estaremos ahí a la una -oyó decir a Lundberg.

Continuó hacia la cocina y solo alcanzó a verlo colgar su teléfono inalámbrico. La gran ventana panorámica que la empresa de limpieza intentaba limpiar tenía ribetes de luto a lo largo de los bordes. La ventana de la cocina aún estaba negra como el carbón.

El teléfono sonó de nuevo. Lundberg pulsó uno de los botones del auricular.

– Olof Lundberg.

Permaneció en silencio un par de minutos. Lundberg señaló el auricular y gesticuló claramente «Andersson». Lundberg consiguió parecer sorprendido.

– ¡Esto es increíble!

Peter se sentó en una silla junto a la mesa de la cocina. Escuchaba detenidamente pero no podía oír ni una palabra de lo que ella decía. Tenía al parecer mucho que contar pues Lundberg permaneció en silencio un buen rato. Finalmente debió guardar silencio pues Lundberg dijo:

– No, no está aquí. Tenía cosas que hacer. ¿Cómo?

Permaneció de nuevo en silencio y comprendió que había preguntado por él. Era más de lo que podía aguantar. Sintió un enorme deseo de liberarse por completo de la responsabilidad de lo que había sucedido y de todas sus consecuencias y se sintió tan dependiente de Lundberg y de su fuerza y autocontrol que se asustó. Estaba libre, sin deudas ni obligaciones y podía irse a donde quisiera y comenzar desde cero; sin embargo, lo que más deseaba era permanecer ahí sentado en la silla de Lundberg y no levantarse nunca más.

– Le diré que la llame si le veo -dijo Lundberg-. No hay mucho por lo que dar las gracias y espero no tener necesidad de llamar. Adiós.

Colgó el teléfono.

– La han encontrado -dijo y dejó el teléfono sobre el alféizar-. Llamaba desde el piso. Quería que la llamases pero creo que deberías esperar. No hay ninguna razón para que hables con ella.

Peter cerró los ojos.

– Mi consejo es que vayamos al banco. Les he llamado y les he dicho que iremos a la una; ya he avisado a Lotta de que hoy llegaré tarde.

Peter abrió los ojos y miró a Olof Lundberg. Recordó la primera impresión que le dio y se sorprendió de lo equivocado que había estado. Tenía frente a él a un triunfador que había evitado caer en la prepotencia; muy al contrario, había aprendido de sus experiencias y había conseguido mantener la capacidad de empatía y el corazón en su sitio. Durante su trabajado ascenso hacia la cumbre del Calendario tributario no había olvidado que traicionó a su mejor amigo y ahora intentaba por todos los medios enmendar su error. Peter solo podía agradecer a su buena estrella que le hubiera escogido justamente a él para saldar su deuda. Ahora se avergonzaba de la indiferencia e ingratitud que había mostrado y se dio cuenta de lo injusto que era dejar que Olof se encargara de todo. Intentó espabilarse.

– Siento haberte defraudado cuando me necesitabas -dijo-, y estoy realmente agradecido por ocuparte de mí ayer. No valgo ni para que me cuelguen de un árbol de Navidad cuando tengo uno de mis ataques.

Olof lo miró y esbozó una amplia sonrisa. Parecía diez años mayor que el día anterior y por primera vez Peter pensó que Olof podía haber sido su padre. Un padre joven, eso sí. Se preguntó si Olof también había pensado en ello.

– Ahora vístete y vayamos a la ciudad -dijo Olof-. A pesar de todo, hoy tenemos una razón para estar de celebración.

23

A la una y dos minutos entraron en el S-E-Banken de Götgatan. Olof prefería no llegar demasiado temprano pero como a la una menos diez ya estaban ahí decidieron esperar en una tienda cercana.

– No es bueno parecer demasiado interesado -le explicó a Peter.

Peter no entendía qué podría importar pero no preguntó, sino que asimiló la información como si fuera un secreto comercial bien guardado.

Lundberg se mantuvo en un segundo plano y dejó que Peter hablara con el personal del banco. Tuvieron que esperar un rato pero, por fin, reconoció a la empleada tras el mostrador; con una mirada de condescendencia les pidió que la acompañaran a un despacho en el interior del local.

– Ha sido difícil hablar con usted -dijo ella y se sentó a la mesa del despacho. Señaló las sillas al otro lado y ellos se sentaron obedientemente.

– Veamos -prosiguió ella-. Un millón trescientas cincuenta y dos mil coronas y el interés asciende ahora a…

Sumó en su ordenador.

– Dieciocho mil setecientas noventa y ocho coronas más el recargo por demora. En total son… Un millón trescientas setenta y nueve mil quinientas diecinueve coronas. ¿Tiene alguna idea de cómo realizar el pago?

Tenían un control total sobre la situación y hablaba sin compasión alguna. Él era simplemente un negocio. Unas cifras en un papel que debían corregirse. Un arruinado inútil que no sabía administrar su dinero.

Miró a Olof que seguía callado como un muerto y observaba un cuadro al fondo de la habitación. Peter no sabía qué decir.

– Entonces propongo que hagamos un plan de pago a veinte años. En tal caso serían…

Volvió a teclear en su ordenador.

– … dieciocho mil trescientas sesenta y ocho coronas al mes.

Peter se retorció en su silla.

Lundberg se despertó y tomó la palabra.

– Puede deducir toda la cantidad de esta cuenta del Handelsbanken en Karlavägen.

Escribió una cuenta de nueve cifras en un bloc que cogió de la mesa.

– Me parece que el dígito de control es el seis, uno, cero, tres.

La mujer lo miró con sorpresa y desconfianza.

– ¿Y usted quién es? -preguntó ella.

– Olof Johan Bertil Lundberg. Treinta y nueve, cero uno, catorce, veintiséis, diecisiete.

– ¿Tiene el carnet de identidad?

Lundberg buscó en su bolsillo y sacó la cartera. Le dio su carnet de conducir y ella miró un par de veces el rostro de Lundberg y la foto de plástico.

– Como comprenderá tengo que comprobar esto -dijo ella.

Lundberg se encogió de hombros.

– Adelante. Si no me equivoco, en la cuenta hay más que suficiente. Si nada ha ido mal la mafia rusa debió transferir ayer por lo menos siete millones.

Peter se sonrojó; la mujer pareció molesta. Se levantó y salió de la habitación.

– Perdón -dijo Olof-. No pude evitarlo.

Cinco minutos después ella regresó con un montón de papeles que Peter tuvo que firmar uno tras otro. Cuando hubo acabado ella se volvió hacia Lundberg.

– La cuenta parecía estar en orden.

– Eso espero -replicó él.

Sonrió algo incómoda. Firmó los papeles que puso frente a él en la mesa.

– Entonces todo está resuelto -dijo ella y alargó la mano sonriente hacia Lundberg.

Olof la miró. Se guardó la cartera en el bolsillo interior de la chaqueta y luego le lanzó una rápida mirada.

– Por lo que sé es el préstamo de Brolin el que se ha liquidado. Quizá deberías darle las gracias a él.

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