Michael Connelly - El Poeta

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La vida de Jack McEvoy, un periodista especializadoen crímenes atroces, sufre un vuelco cuando muere su hermano, un policía del Departamento de Homicidios. McEvoy decide seguir el rastro de diferentes policías que, como su hermano, presuntamente se suicidaron y dejaron una nota de despedida con una cita de Edgar Allan Poe. En realidad todo apunta a que murieron a manos de un asesino en serie capaz de burlar a los mejores investigadores.

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– No sé -dijo Glenn-. Echará un vistazo por ahí. ¿Cuándo vuelves?

– Prefieren que me quede en la ciudad, por si los de la oficina del fiscal del distrito quieren hablar conmigo. Espero que todo termine mañana.

– De acuerdo. Bueno, si te enteras de algo, comunícamelo enseguida. Y manda a la mierda a los de recepción de mi parte por no haberte pasado el aviso de mi llamada. Le comunico a Jackson el asunto del ordenador. Hasta la vista, Jack.

– Bien. ¡Ah, Greg! Tengo la mano mucho mejor.

– ¿Cómo?

– Ya sabía que estabas muy preocupado, pero ya no me duele tanto. Seguramente me quedará como nueva.

– Perdona, Jack. Hoy ha sido un día horrible.

– Sí, ya lo sé. Hasta la vista.

47

El analgésico que me había tomado empezaba a hacer efecto. El malestar de la mano iba remitiendo y empezó a invadirme una corriente de calma y relajación. Después de hablar con Glenn volví a conectar el ordenador a la línea telefónica, puse en marcha el programa de fax y transmití la propuesta del libro al número que el agente literario me había dado. Mientras escuchaba el estrépito que hacían los ordenadores al acoplarse, me asaltó un pensamiento repentino. Las llamadas que había hecho durante el vuelo a Los Angeles. Estaba tan preocupado por probar y demostrar que Thorson era el informante de Warren que sólo miré de pasada las otras llamadas registradas en su cuenta del hotel, las que yo repetí desde el avión a Los Angeles. A una de ellas había contestado desde Florida el chirrido agudo de un ordenador, seguramente el del UCI de Raiford.

Cogí la bolsa del ordenador de encima de la cama, saqué mis dos cuadernos de notas y los repasé rápidamente, pero no encontré ningún comentario de las llamadas que había hecho desde el avión. Entonces me acordé de que no había tomado notas, no había apuntado siquiera los números de teléfono, porque no se me ocurrió que pudieran entrar en mi habitación para robarme las facturas de hotel.

Me concentré en recordar con exactitud lo que había hecho durante aquel vuelo. Lo que más me importaba en aquel momento era el registro de la llamada a Warren en la factura de Torzón; había sido el detalle que confirmó mis sospechas de que Thorson era la fuente de Warren. Las demás llamadas que hizo desde la habitación, aunque las hizo con pocos minutos de diferencia, no me parecieron relevantes entonces.

No había visto el número que, según Clearmountain, era el que más llamadas recibía desde el ordenador de Gladden. Pensé en telefonearle y preguntárselo, pero supuse que no se lo pasaría a un periodista sin la aprobación previa de Backus o Rachel. Y eso sería como poner mis cartas boca arriba, cosa que el instinto me decía que no tenía que hacer todavía.

Saqué de mi cartera la tarjeta Visa y le di la vuelta. Volví a conectar el teléfono, marqué el 800 de la tarjeta de crédito y le dije a la telefonista que necesitaba hacer una consulta sobre una factura. Después de tres minutos musicales con Muzak, otra telefonista se hizo cargo de la consulta y le pregunté si era posible comprobar ciertas cantidades cargadas a mi cuenta de crédito hacía sólo tres días. Después de verificar mi identidad por medio del número de la Seguridad Social y otros detalles, me dijo que podía comprobar mi registro en el ordenador para ver si los gastos se habían cargado. Le dije lo que quería saber.

Las llamadas acababan de ser cargadas en mi cuenta. Los números de teléfono estaban especificados en los recibos; copié en mi cuaderno todos los teléfonos a los que había llamado desde el avión, le di las gracias a la telefonista y colgué.

Una vez más, enchufé el ordenador a la línea telefónica. Abrí la ventana de la terminal, marqué desde el teclado el número que habían marcado desde la habitación de Thorson y puse el programa en marcha. Miré el despertador de la mesilla de noche. Eran las tres, las seis en Florida.

Se oyó una señal y después la conexión, el conocido chirrido de dos ordenadores que se encuentran y copulan. La pantalla se quedó en blanco y luego apareció una plantilla:

BIENVENIDO AL CLUB ASP

Suspiré y noté un cosquilleo por todo el cuerpo. Al cabo de unos segundos, la pantalla cambió y apareció la petición de la clave de usuario. Escribí EDGAR con la mano sana, pero me temblaba. Edgar pasó el primer control y apareció la petición de la segunda parte de la clave. Escribí PERRY. Al cabo de un momento pasé el segundo control y apareció una plantilla de advertencias:

¡ALABADA SEA LA PROVIDENCIA!

NORMAS PARA LA NAVEGACIÓN

1. NO UTILICE JAMÁS SU NOMBRE REAL

2. NUNCA DÉ A LOS CONOCIDOS LOS NÚMEROS DEL SISTEMA

3. NUNCA ACUERDE REUNIRSE CON OTRO USUARIO

4. TENGA EN CUENTA QUE OTROS USUARIOS PUEDEN SER PERSONAS EXTRAÑAS

5. EL SYSOP SE RESERVA EL DERECHO A ELIMINAR A CUALQUIER USUARIO

6. LOS CUADROS DE MENSAJES NO PUEDEN SER UTILIZADOS PARA DEBATIR ACTIVIDADES

ILEGALES: ¡ESO ESTA PROHIBIDO!

7. LA RED ASP NO SE HACE RESPONSABLE DEL CONTENIDO

8. PULSE UNA. TECLA PARA CONTINUAR

Apreté la tecla de retorno y apareció un índice de contenidos con las diversas secciones a disposición de los clientes. Eran tal como las había descrito Clearmountain, el cuerno de la abundancia en servicios de atención al pedófilo moderno. Le di a la tecla de escape y el ordenador me preguntó si quería salir de ASP; dije que sí y desconecté. De momento, no tenía interés en explorar la red ASP. Me interesaba más el hecho de que Thorson, o quien hiciera esa llamada en la madrugada del domingo, supiera de la existencia de la red ASP, e incluso hubiera accedido a ella hacía al menos cuatro días.

La llamada a la ASP se había efectuado desde la habitación de Thorson, por lo que parecía evidente que el autor había sido él. Pero me puse a considerar detenidamente otros factores. La llamada a la ASP se produjo, según recordaba, a los pocos minutos de la que se efectuó desde la misma habitación a Warren, en Los Angeles. Thorson había negado con vehemencia ser el informante de Warren al menos en tres ocasiones. Warren también lo negó dos veces, incluso después de la muerte de Thorson, cuando ya no tenía ninguna importancia que lo hubiera sido o no. De repente, la semilla que Warren plantó en esa segunda negación, hacía tan sólo unas horas, me empezó a inquietar. Estaba germinando en forma de duda, y no lograba sacármela de la cabeza.

Suponiendo que Thorson y Warren dijeran la verdad, ¿quién había llamado desde la habitación de Thorson? Barajé mentalmente las posibilidades, pero todas me conducían una y otra vez, con un mazazo en el corazón, a la misma persona: Rachel. La fermentación de diversos hechos no relacionados entre sí me llevó a esa conclusión.

En primer lugar, Rachel tenía ordenador portátil, aunque ése era un argumento débil. Thorson, Backus, todos tenían ordenador portátil, o acceso a uno que les habría permitido ponerse en contacto con la ASP. Pero, en segundo lugar, Rachel no estaba en su habitación a última hora de la noche del sábado cuando la llamé e incluso fui a buscarla. ¿Dónde estaba? ¿Habría ido a la habitación de Thorson?

Pensé en lo que Thorson me había dicho sobre Rachel. La comparó con el Desierto Pintado, pero añadió algo más: «… Juega contigo. Como con un juguete. Ahora quiero, ahora no quiero. Te dejará colgado.»

Finalmente, pensé en el momento en que vi a Thorson aquella noche, en el pasillo. Sabía que eran más de las doce, más o menos la hora en que se produjeron las conferencias desde su habitación. Cuando pasó delante de mí por el pasillo, vi que llevaba algo. Una bolsa pequeña o una caja. Entonces me acordé del ruido que hizo Rachel al abrir la cremallera del bolsillo interior de su bolso, y del condón, el que solía llevar por si acaso, cuando me lo puso en la mano. Se me ocurrió de qué forma Rachel habría podido hacer que Thorson saliera de la habitación mientras ella llamaba por teléfono.

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