James Ellroy - Jazz blanco

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Para el teniente David Klein, muertes, palizas y extorsiones sólo son gajes del oficio. Hasta que en otoño de 1958 los federales abren una investigación sobre la corrupción policial y el mismo Klein se convierte en el cetnro de todas las pesquisas y acusaciones. Sin embargo, aunque él haya contribuido a crear ese mundo monstruoso, poblado por la codicia y la ambición, está dispuesto a salir vivo de él a cualquier precio.

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Exley trajo café en una bandeja. Me serví una taza para cubrir las apariencias.

– Usted me puso en el robo de los Kafesjian para echar un cebo a Dudley.

– Sí. ¿Le ha dicho algo?

– Indirectamente, y le dije sin tapujos que usted me estaba utilizando como una especie de agente provocador. Lo dejó ahí.

– Y ahora le tiene comprometido con esa película de que me habló.

«POR FAVOR, NO ME MATES…»

– Hábleme de eso. De Dudley y los Kafesjian.

Exley tomó asiento:

– El robo en sí fue una pura coincidencia y me limité a aprovechar el hecho de que Dan Wilhite le mandó a usted a tranquilizar a J.C. Sospecho que el robo y las muertes de los Herrick, que están relacionadas, apenas tienen una relación marginal, como mucho, con Dudley. Básicamente, desde la reapertura del caso de la Nite Owl, empecé a hacer averiguaciones sobre Dudley entre los agentes retirados. Y me enteré de que fue él, y no el jefe Horrall, quien introdujo a los Kafesjian entre los pliegues del LAPD hace veintitantos años. Fue él quien introdujo la teoría del tráfico de narcóticos «contenido» a cambio de cierto orden en el Southside y de informaciones y soplos. Y, por supuesto, muchos años después le entró esa locura del funcionamiento controlado de la delincuencia organizada en general.

– ¿Qué hay de Phillip Herrick?

– Esa pista suya sobre la copropiedad inmobiliaria es el primer indicio que tengo sobre una relación Smith-Herrick. Verá, Klein, yo sólo quería distraer la atención de Dudley. Sabía que él estaba organizando algo en South-Central y que se llevaba una pequeña comisión de J.C. Kafesjian. Yo quería alarmar un poco a la familia y esperaba que, con la fama que tiene usted, Dudley le hiciera alguna propuesta.

– Y, entonces, usted me manipularía.

– Sí.

Amanecía. Mi último día en libertad.

– He quemado las pruebas de Junior. Tenía anotaciones, sus cheques compensados a los periodistas… Todo.

– Todos mis tratos con Duhamel eran verbales. Y acaba de asegurarme que no existen pruebas de mi conocimiento de todo esto.

– Es un consuelo saber que saldrá de ésta bien librado.

– Usted también puede, Klein.

– No me tire de la cadena. No me ofrezca protección, y no me hable de proteger al departamento.

– ¿Tan desesperada considera su situación?

La luz del día. Los ojos me escocían.

– Simple y llanamente, estoy jodido.

– Pida un favor, entonces. Se lo concederé.

– He conseguido que Noonan levante la vigilancia sobre los Kafesjian. La familia estará libre de vigilancia solamente hoy, y creo que irán tras Richie Herrick. Quiero una docena de hombres para un seguimiento móvil en coches civiles con radio, y una frecuencia especial para seguir sus llamadas. Es un palo contra Dudley, lo cual debería alegrarle.

– Klein, ¿cree usted que Richie puede llenar alguna laguna en las relaciones entre Dudley y los Kafesjian?

– Creo que está al corriente de todo.

Exley me tendió una mano: Dave, colega.

– Instalaré un puesto de radio en la comisaría de Newton. Vaya por allí a las diez y media. Tendré a sus hombres instruidos y dispuestos.

La mano, insistente. No hice caso.

– Está abandonando a los de Narcóticos a su suerte. El departamento necesita un chivo expiatorio y los ha escogido a ellos.

La mano desapareció.

– Tengo amplios informes sobre todos los agentes de Narcóticos. En el momento adecuado, los ofreceré a Welles Noonan como medio de conseguir una reconciliación. Y, haciendo un paréntesis, sepa que Dan Wilhite se suicidó anoche. Dejó una nota en la que hacía una breve mención a los sobornos que había aceptado y dentro de poco pienso remitirle a Noonan un informe al respecto. Es evidente que Wilhite no quería ver expuestos sus secretos más oscuros; algo que debería usted tener en cuenta si decide testificar contra el departamento.

Jodida luz matutina. Deslumbrante.

– Nada de eso me importa ya.

– Pero aún me necesita. Puedo ayudarle a satisfacer su curiosidad respecto a esas familias; por lo tanto, no olvide que sus intereses son idénticos a los míos.

Jodida luz matutina. Me quedaba un día.

41

10.30. Comisaría de Newton. Una sala de reunión. Sillas frente a mí.

Sin haber dormido. El trabajo al teléfono me había tenido ocupado. Recapitulación: a primera hora de la mañana, inscripción en el motel Wagon Wheel.

Las notas del escondite de las pieles: Dudley sabía que yo sabía/Dudley sabía mi dirección.

Llamadas:

Glenda dijo que estaba a salvo en Fresno.

Pete dijo que tenía oculto a Chick V., con Fred Turentine de guardia. A salvo en un edificio mío, nombres falsos en los buzones, imposible de rastrear.

– Cuando se haya curado un poco, le voy a coger por mi cuenta. Ese tipo tiene dinero escondido en alguna parte, estoy seguro.

Implícito: robarle, matarlo.

Welles Noonan tenía noticias de los Kafesjian:

Por nuestro trato, toda vigilancia federal quedaba levantada, sólo por un día. Ya estaba preparada la desinformación para televisión: «La vigilancia y la investigación, paralizadas por requerimiento judicial».

– Espero que nuestros amigos piensen que ha sido gracias a una intervención del LAPD y reanuden la vida normal. Que Dios le guíe en su misión, hermano Klein, y conecte el Canal 4 o la KMPC a las tres menos cuarto, esta tarde. De veras, aparecerá con todos los honores.

Maldito traidor mentiroso.

Los encargados del seguimiento entraron y tomaron asiento. Había de todo: camisa y corbata, tipos con zapatillas de deporte. Doce hombres, vueltos hacia mí.

– Caballeros, soy David Klein. Estoy al mando del caso de los homicidios Herrick y, por orden del jefe Exley, establecerán ustedes una vigilancia permanente durante veinticuatro horas sobre J.C., Tommy, Lucille y Magde Kafesjian. Esperamos que uno de ellos nos conduzca a Richard Herrick, a quien el jefe Exley y yo queremos interrogar como testigo material del 187 de los Herrick.

Leves gestos de asentimiento. Exley les había aleccionado de antemano.

– Caballeros, la carpeta que tienen en cada silla contiene fotografías de los cuatro Kafesjian facilitadas por la sección de Información, junto con las fotos de la ficha de Richard Harrick en el archivo del estado y un retrato robot más reciente. Fíjense en esas caras. Memorícenlas. Un grupo de tres seguirá a cada miembro de la familia, tanto a pie como en coche, y no vayan a perderlos.

Carpetas abiertas, fotos fuera. Profesionales.

– Todos ustedes son hombres experimentados en seguimientos; de lo contrario, el jefe Exley no les habría escogido. Tendrán coches civiles equipados con radio y la sección de Comunicaciones les ha conectado en la banda 7, que está absolutamente a prueba de escuchas de los federales. Estarán conectados de coche a coche, de modo que podrán hablar entre ustedes o conectar conmigo en la base. Todos ustedes saben pasarse la vigilancia de un sospechoso y tenemos micrófonos de largo alcance junto a la casa de los Kafesjian. Hay un hombre a la escucha en un coche camuflado y, una vez hayan ocupado ustedes sus posiciones en la zona, él les dirá cuándo ponerse en marcha. ¿Tienen alguna pregunta que hacer hasta aquí?

Ninguna mano levantada.

– Caballeros, sí ven a Richard Herrick, cójanle vivo. Como mucho, es un mirón y el jefe Exley y yo creemos que fue un hombre que le fisgaba a él quien, en realidad, liquidó a la familia Herrick. Si le abordan, dudo de que reaccione con violencia o de que se resista a la detención. Quizás intente huir, en cuyo caso le perseguirán y le cogerán vivo por todos los medios necesarios. Si alguno de ustedes sorprende a uno de los Kafesjian, en concreto a Tommy o a J.C., tratando de matar o de hacer daño de alguna forma a Richard Herrick, mátenlo. Si el propio Tommy descubre que le siguen e intenta escapar, persíganle. Al menor movimiento agresivo contra uno de ustedes, mátenlo.

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