Allan Folsom - La huida

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John Barron es un joven policía de Los Ángeles que entra a formar parte de la legendaria brigada 5-2, un cuerpo de élite con prestigio mundial. En su primera y arriesgada misión -en la que van persiguiendo a un psicópata pero topan por casualidad con Raymond, un asesino frío e inteligentísimo cuyos fines alcanzan proporciones globales- Barron se da cuenta de que las cosas no son como él imaginaba y que detrás de la fachada de hombres honorables y justos se esconden prácticas perversas y justicieras.
Huyendo de la brigada 5-2 tras la estela de Raymond, el joven Barron se instalará en Europa y cambiará de nombre, de trabajo y de identidad. Aquí se dará cuenta de que se enfrenta a una trama que tiene siglos de historia y pretende cambiar el mundo, acabar con los poderes establecidos y catapultar a una sola familia a la cúspide del poder.

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– Creo que será mejor que me acompañe, Ray.

– ¿Cómo? -gritó éste, incrédulo.

Entonces sintió el tacto frío del Colt de Donlan debajo de la oreja. Estaba horrorizado. Dios le había prometido salvación, ahora Donlan se la quitaba. Trató de separarse de él, pero era más fuerte de lo que parecía y lo puso de nuevo en su lugar.

Donlan le habló bruscamente:

– No haga esto, Ray.

Se volvió hacia el revisor:

– Y tú, hijo de puta…

El revisor abrió los ojos de par en par. Un horrible escalofrío se apoderó de él. Hizo ademán de volverse, quiso salir corriendo, pero no le sirvió de nada. Unos disparos atronadores ensordecieron a todo el mundo en el vagón mientras el Colt daba dos sacudidas en la mano de Donlan. El cuerpo del revisor dio dos saltos al aire y luego desapareció del campo visual. Raymond trató de liberarse de nuevo del control de Donlan, pero no le sirvió de nada y éste lo arrastró escaleras abajo hasta la gravilla que había junto al tren. En una décima de segundo, Donlan lo puso de pie de nuevo, arrastrándole y empujándole a través de las vías hacia una valla que había a lo lejos.

13

8:44 h

Barron saltó por la puerta del vagón y cayó al suelo rodando. Al levantarse, Halliday ya estaba más adelante y corría hacia el punto donde Donlan empujaba a su rehén por encima de una valla de cadena, al final del descampado del tren. Barron salió disparado, corriendo no hacia Halliday sino por las vías junto al tren. Vio a Halliday, que se volvía a mirarlo.

– ¡Si quieres perseguirle sin armas, adelante!

Barron corría con todas sus fuerzas, mirando por el suelo delante de él en busca de sus armas. Al cabo de casi cuatrocientos metros vio la primera Beretta que brillaba al sol. Luego vio las otras dos, separadas unos siete metros, sobre la gravilla junto a las vías del tren.

Recogió una, luego la otra y luego la última y salió corriendo en diagonal, cortando la distancia hacia la valla. Donlan la había cruzado. Halliday estaba a su izquierda, justo delante de él, corriendo a todo meter. Al llegar a su altura, Barron le lanzó una de las armas. En pocos segundos había llegado a la valla y la saltaba apoyado en una mano. Halliday hizo lo mismo detrás de él.

El terreno caía bruscamente al otro lado y los dos hombres se pararon. Al pie de la colina había dos avenidas principales que se cruzaban en un semáforo.

– ¡Allí está! -gritó Barron, y vieron a Donlan y su rehén corriendo hacia la puerta del copiloto de un Toyota blanco que estaba parado en el semáforo. Con el Colt en la mano, Donlan abrió la puerta del conductor y sacó a una mujer a rastras a la calle. Luego miró al rehén y dijo algo. De inmediato, el rehén miró hacia atrás, a la policía, corrió hacia la puerta del copiloto y entró en el coche justo cuando Donlan lo ponía en marcha. Se oyó el chirrido agudo de las ruedas y el Toyota salió disparado hacia el cruce.

– ¿Has visto esto? -gritó Barron.

– ¿Están juntos?

– ¡Joder, lo parece!

Union Station, 8:48 h

– ¡Vamos allá, Marty! -aulló McClatchy por la radio a Valparaiso.

Levantando polvo y gravilla, olvidadas las niñas excursionistas, McClatchy y sus detectives sacaron a toda velocidad los dos Ford de camuflaje de la zona apartada de obras al otro lado de la vía 12.

McClatchy conducía el primer coche con Polchak a su lado. Lee iba solo en el segundo coche, golpeando la calle pegado a aquél. Un segundo más tarde, las dos unidades de apoyo rugieron detrás de ellos.

8:49 h

Barron y Halliday estaban en medio de la avenida mostrando sus placas doradas de detectives, tratando de detener cualquier coche que pudieran. Pero nadie les hacía ni caso. Los coches pasaban a toda velocidad a izquierda y derecha. Insistieron, pero siguieron sin hacerles caso. La gente les tocaba el claxon, les gritaba que se apartaran. Finalmente se oyó un fuerte chirrido de frenos y una furgoneta Dodge verde se detuvo junto a Halliday.

Con la placa bien alta, Halliday abrió la puerta de la furgoneta de un manotazo y le gritó a su joven conductor que se trataba de una emergencia policial y que la necesitaba.

En cuestión de segundos, el chico estaba en la calle y Halliday se deslizaba tras el volante hacia el asiento del copiloto y le gritaba a Barron:

– ¡Tú eres el joven, tú conduces!

Barron se metió dentro, cerró la puerta de un portazo y puso la Dodge en marcha. Con un chirrido de ruedas, se apoyó en el claxon y se coló por un semáforo en rojo, acelerando en la misma dirección en la que había salido el Toyota blanco de Donlan.

8:51 h

Con el radiotransmisor en la mano, los pies deslizándose por el suelo de roca quebrada que cubría el suelo entre vías, Valparaiso corría a todo trapo hacia la calle a lo lejos. A setenta metros lo seguían las unidades de bomberos y policía de Los Ángeles por encima del mismo suelo, en dirección al Southwest Chief detenido.

– Roosevelt, recoge a Marty.

Lee oyó la orden de McClatchy por su radio, por encima de un griterío de sirenas, y rápidamente eligió el camino más rápido hasta el descampado del ferrocarril, empezando por un giro a la izquierda en el primer cruce. Al correr hacia el carril de giro vio el coche de McClatchy y Polchak acelerando delante de él, y luego girando a la derecha en el cruce y saliendo a toda velocidad, con las luces de emergencia roja y amarilla de su ventana trasera centelleando con furia. Al cabo de medio segundo, las dos unidades patrulla salieron disparadas a la carrera. Se trataba de un Código Tres: luces rojas y sirenas.

8:52 h

Lee vio a Valparaiso corriendo hacia una verja baja, veinte metros más adelante. Inmediatamente, su enorme pie derecho pisó el freno y el Ford se detuvo justo cuando Valparaiso saltaba la verja y corría hacia él.

– ¡Vamos! -gritó Valparaiso, subiendo al coche. Antes de que éste hubiera cerrado la puerta, Lee pisó el acelerador y el Ford salió disparado, dejando un rastro de rueda quemada.

14

8:53 h

Raymond miró a Donlan. Con el Colt automático en el regazo, la intensidad y el atrevimiento con los que conducía -cortando el tráfico, saltándose semáforos, girando abruptamente aquí y allá; todo con un ojo en la carretera y el otro en el retrovisor-, le parecía que estaba en una película de acción. Sólo que esto no era ninguna película, era más bien un exceso de realidad.

Raymond desvió la vista hacia la carretera. Iban a mucha velocidad. Donlan iba armado y era obvio que no tenía problemas para matar a la menor provocación. Además, era tan observador como Raymond. Resultaba evidente que había detectado al instante la presencia de los policías en el tren, y éste era el motivo de sus constantes viajes al baño. Eran sus nervios, nada más, mientras trataba de decidir qué hacer. Pero su vigilancia y rapidez significaban que intentar hacer algo contra él aquí y ahora era una locura. Quería decir que tenía que informar a Donlan de lo que iba a hacer antes de hacerlo.

– Voy a buscar en mi bolsillo y sacaré la cartera y el móvil, ¿vale?

– ¿Por qué? -Donlan tocó el revólver de su regazo pero mantuvo los ojos en la carretera.

– Porque tengo un permiso de conducir y tarjetas de crédito falsos y si la policía nos alcanza no me gustaría que me los encontraran. Tampoco quiero que me cojan el móvil y rastreen los números de teléfono.

– ¿Por qué? ¿En qué está metido?

– Estoy en este país ilegalmente.

– ¿Es terrorista?

– No. Es por algo personal.

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