Tom Piccirilli - Clase Nocturna

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Tras el regreso de las vacaciones navideñas, Caleb Prentiss hace un macabro descubrimiento: durante su ausencia, una chica desconocida ha sido brutalmente asesinada en su dormitorio. Para él, un estudiante frustrado por el tedio de los estudios, ese suceso supondrá algo más que un incidente extraño y se convertirá en una obsesión a la que aferrar su oscura vida de universidad. Emprenderá una búsqueda desesperada por averiguar la identidad de la chica y del misterioso asesino, una búsqueda que no podrá abandonar ni siquiera cuando toda su vida empiece a derrumbarse a su alrededor.
En un viaje iniciático a través del misterio, el miedo y la desesperación, Piccirilli eleva el listón del terror con una obra maestra indiscutible. Clase nocturna es algo más que una historia, es una sobrecogedora experiencia que muchos lectores tardarán en olvidar.

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– Bien.

– Lo único que hubiera hecho falta es que le ofrecieras el hombro para llorar un poco y unas palmaditas en la espalda.

– Sí -dijo Cal-. Ahora me doy cuenta. -Bajó la mirada hacia la sangre cada vez más escasa que brotaba del pecho de Willy, y la que caía de sus manos, incesante.

La señora se aferraba a su papel, tanto como había hecho el Yok. Cada gesto, el movimiento de una muñeca, la inclinación de la cabeza, perfectamente acompasado. Parecía estar buscando un director sentado en su silla, en alguna parte, dando órdenes. No había escapado de la academia. La academia la había moldeado y fundido para darle la forma que ahora tenía, incorporándola a sus muros de piedra y sus vacíos pasillos, sorbiéndole el tuétano como a todos los demás. Dentro de unos pocos años terminaría de doblegarla hasta que no quedara de ella más que huesos y piel fláccida. Lo comprendió sin el menor atisbo de duda y eso le proporcionó una pequeña satisfacción.

Ella preguntó:

– ¿Y el profesor Yokver?

– Está en un lugar mejor.

Aquello pareció intrigarla genuinamente y esbozó una sonrisa tan amplia que Cal pudo ver la película que cubría su lengua.

– Tienes una auténtica vena asesina, mi querubín.

– Y que lo digas -respondió. Jodi soltó un sollozo y el decano la abofeteó con fuerza. Ya no tenía que preocuparse de no dejarle marcas.

– ¿No quieres preguntar por tu gordo amigo?

– Ya sé por qué tenía que morir.

Rocky volvió a enfundar la pistola, sabiendo que no escaparía. Se había engañado a sí mismo al pensar que existía la oportunidad de huir. El hecho desnudo era que no quería irse. Rocky se pasó un dedo por el cabello ralo.

– He tenido que dejarlo en la emisora. Estaba demasiado gordo para moverlo.

Puede que Toro encontrara el cadáver y finalmente se decidiera a actuar. Se había dado cuenta de que Rocky estaba metido en algo sucio pero no sabía de qué se trataba. O si lo sabía, no quería creerlo.

Otra prolongada pausa, y una carga eléctrica pasó entre Clarissa y el decano. Por primera vez, Caleb entrevió un atisbo de auténtico respeto entre ambos.

– Porque era absolutamente brillante -dijo la dama, sin ningún sarcasmo en la voz-. Comprendió lo que nadie había sido capaz de comprender. Sabía dónde estaba el auténtico poder y luchó contra él con la resistencia más apacible y pasiva imaginable. Era un adversario demasiado fuerte como para dejarlo con vida.

– No se ha marchado. Sigue aquí. Junto con Circe y mi hermana. No podréis libraros de ellos.

Puede que ella pensara que había terminado de perder la cabeza y no le prestara atención. Continuó con su discurso, disfrutando del desenlace.

– Y de este modo podremos disponer de todos ellos: en un accidente de coche, quizá. El fuego hace maravillas erradicando pruebas, heridas de bala incluidas. No hará falta hacer autopsia. No serán mas que un grupo de amigos que salieron en una noche de invierno.

– Todo resuelto, entonces.

– No es perfecto, pero sí lo bastante perfecto.

– ¿Y por qué me lo cuentas?

– Porque todavía tienes la oportunidad de salvarte.

La barbilla de Cal se levantó bruscamente al oírlo. Quería gritar y no quería gritar. Había una frenética desazón revoloteando por su vientre, tratando de liberarse. Si cedía a ella, acabaría tirado en el suelo, donde lo matarían a patadas. Dijo:

– No, no la tengo. Pero, de todos modos, dime quién era Sylvia Campbell.

Extrañamente, Clarissa respondió sin preámbulos.

– Una prostituta. -Debió de hacer algún ruido, porque ella preguntó-. ¿Te cuesta creerlo?

– En realidad no.

– El profesor Yokver era bastante propenso a sucumbir a los impulsos primarios pero el desagradable hombrecillo siempre prefería pagar por estos servicios. Tenía todo un catálogo de neurosis. -Movió los dedos como si fueran polillas-. No era mas que una zorra que quería salir del arroyo. -La cara de Jodi cobró un tono más ceniciento aún-. Él le ofreció la oportunidad. Estaba bastante acostumbrada a pagar favores con sexo y a cumplir con todos los papeles que él le asignaba.

Cal no quería pensar en ello. Circe con coletas y medias hasta las rodillas, llamando al Yok papi, y al día siguiente vestida como la Pequeña Lulú-. Una chica asombrosamente triste para su edad. Puede que tanto como tú.

– Puede.

– Cuando comprendió que la relación se extendería y evolucionaría, trató de librarse de sus estudios. De sus deberes.

– Putos cabrones, nunca bajáis del escenario, ¿verdad?

Clarissa había acariciado sus arrugas, como si estuviera tratando de dejar su contacto en todas sus marcas, y se volvió a la omnisciente audiencia de la universidad.

– ¿Quién iba a pensar que una zorra normal y corriente tendría tanta integridad? -Una risa áspera llenó la habitación.

Cal respondió a sus muchos fantasmas.

– Estoy orgulloso de vosotros. -Y lo estaba. Eran ellos quienes le habían enseñado algo sobre la vida y la muerte, sobre la voluntad de luchar contra tu frágil destino, sobre coger las cosas con tus propias y sanguinolentas manos.

– Nuestro querido Yokver se puso tan sentimental con su pérdida que hasta se negó a encargarse de sus pertenencias. Eso fue un grave error.

– ¿Por qué la pusisteis en mi cuarto?

Un encogimiento de hombros que sacudió sus senos perfectos.

– Considéralo un experimento sobre comportamiento. Quería ver cómo reaccionabas, averiguar si se podía confiar en ti y abrirte nuestro círculo.

– ¿Y?

Ella se le acercó y le pasó el dedo índice por los labios, le tiró de las comisuras y lo introdujo en su boca. Sacó el dedo y lo lamió como si fuera un polo.

– No lo sé.

Cal esperaba que Jodi lo amara al menos un poco. Como si siempre hubiera esperado su traición, la miró con una sonrisa y con cierto perdón, todo lo que le podía ofrecer ya. No le sorprendía que no le hubieran dado todavía su calificación en la clase nocturna. Todo dependía del examen final. El decano se echó a reír con malicia, alargó su esquelética y fina mano, asió a Jodi por un brazo y la arrastró violentamente hacia él. Era importante que lo viera, y aprendiera algo de la prueba, fuera el que fuese el resultado. Ella volvió a caer de rodillas y sus brazos temblorosos se extendieron débilmente hacia Cal. El decano sacó algo del bolsillo de su túnica. Un destello de luz del amanecer se reflejó sobre algo metálico. Cal no sabía si era un cuchillo o una pistola, una navaja, unas tijeras, una pluma o una medalla. Se irguió y sintió el crujido de los fragmentos de cristal bajo sus pies.

Mientras el sonriente decano se le aproximaba, un cadáver acercándosele, Cal se preguntó si Melissa Lea encontraría su tesis en el fondo del cajón de su escritorio y seguiría el rastro de la verdad sobre la muerte de Circe. Solo esperaba que siguiera soñando. Le hubiera gustado saber lo que habían utilizado para sacrificar a Sylvia Campbell: una navaja suiza o un tajador de carne, un escalpelo o un picador de hielo. Las sonrisas de los presentes cobraron forma en el alba. Circe y la monja volaban entre ellos, sacudiendo frenéticamente sus cortadas manos, tratando de llamar su atención. Puede que fuera el momento de una última lección. Clarissa parecía disponerse a besarlo, a bailar con él y a continuar con su aprendizaje. No sabía si había pasado el examen final. Cal no era capaz de leer nada en su rostro. El decano seguía sonriendo y acercándose lentamente, acaso para darle la bienvenida a la comunidad o acaso para apuñalarlo con mayor comodidad. En el exterior, habría una furgoneta verde esperándolo.

Sin importarle demasiado si sobrevivía al siguiente instante o no, si se había unido a su círculo o había suspendido la clase nocturna -mientras las navajas de su educación continuaban colocándose en su lugar- Caleb comprendió que fuera aquello vida o muerte, bien o mal, había, a despecho de todo lo demás, completado el curso.

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