Tom Piccirilli - Clase Nocturna

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Tras el regreso de las vacaciones navideñas, Caleb Prentiss hace un macabro descubrimiento: durante su ausencia, una chica desconocida ha sido brutalmente asesinada en su dormitorio. Para él, un estudiante frustrado por el tedio de los estudios, ese suceso supondrá algo más que un incidente extraño y se convertirá en una obsesión a la que aferrar su oscura vida de universidad. Emprenderá una búsqueda desesperada por averiguar la identidad de la chica y del misterioso asesino, una búsqueda que no podrá abandonar ni siquiera cuando toda su vida empiece a derrumbarse a su alrededor.
En un viaje iniciático a través del misterio, el miedo y la desesperación, Piccirilli eleva el listón del terror con una obra maestra indiscutible. Clase nocturna es algo más que una historia, es una sobrecogedora experiencia que muchos lectores tardarán en olvidar.

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– Así que lo has averiguado todo, ¿eh? Ahora comprendes lo que está pasando, pero está bien. No te vuelvas loco, tío, no te enfades con ella. Ni conmigo. No es más que un poco de diversión. No es más que otro toma y daca, solo que… Ah, demonios, pueden aprobarme o suspenderme. Y tengo que graduarme. No quiero quedarme aquí eternamente, como tú.

– ¿Yo? -graznó Cal. Willy no sabía nada y al mismo tiempo lo sabía todo. Había comprendido desde el principio cuál era la auténtica clase, la auténtica prueba, pero la había fallado de todos modos: se preocupaba por el sexo pero no lo suficiente por su educación.

– Ahora estás dolido porque sabes que Jo ha estado follando por ahí, pero tienes que comprender que todo el mundo lo hace, más o menos, salvo puede que tú. Y tampoco estoy muy seguro de ti. Puede que solo seas más discreto.

– Escucha, Willy, tienes que…

Pero, ¿cómo decirlo para que le creyera? Las palabras no acudieron. Cal había frenado demasiado y ahora no era capaz de volver a ganar velocidad. La peste de Yokver seguía con él, encorvándolo. Trató de alargar el brazo hacia el hombro de Willy pero se sentía demasiado torpe, incapaz de moverse. Vio lo que Julia había escrito siempre en sus trabajos, torpe , en letras rojas que desgarraban sus páginas. Debía de saber que este momento acabaría por llegar.

– No es para ponerse así. Vete a casa. Tómate un vaso de leche. Duerme un poco. -Todos querían que se fuera a dormir-. Déjalo estar por esta noche y te prometo que mañana lo verás todo mucho mejor. No cargues contra ella. Ya sabes lo que significa la escuela de medicina para ella.

Willy estaba allí, con su físico impecable, seguro de sí, confiado en su sexualidad y poder. Cree que está viviendo la fantasía de ser un gigoló.

Cal susurró:

– No sabes en qué te has metido…

– ¿Yo? Eres tú el que…

– Sí, era él. Su ingenuidad e ineptitud había empujado a todos cuantos le rodeaban a los huesudos brazos del decano. Si hubiera tenido los ojos abiertos… Si hubiera escuchado a su hermana cuando estaba allí tendida, mojada y destruida, suicidándose.

Y ahora más sombras poblaban los oscuros pasillos que había tras él.

Cal se había equivocado al volver. Fruggy le había dicho que no volviera pero él lo había hecho. Habrían mantenido a Willy con vida porque ignoraba por completo los hechos, porque estaba demasiado concentrado en sus propios asuntos e intereses, pero ahora… Cristo, ahora harían su movimiento allí mismo, en la habitación. Todo el mundo empezaría a impacientarse con aquella espiral de acontecimientos y él podría ver por sí mismo lo que enseñaba realmente esa clase nocturna y descubriría por fin que Rose y Fruggy estaban muertos.

– ¡Lárgate de aquí! -gritó, empujando a Willy hacia las puertas de cristal. La forma musculosa de su amigo apenas se movió. Willy no sabía lo que había tras él. Se quedó allí, con una mueca confusa, pensando que Caleb estaba loco, claro, pero oh, esta vez, esta vez…

Willy murió con aquella expresión en la cara.

La fuerza de la bala lo lanzó contra la pared. Cal lo presenció en una espantosa secuencia de imágenes fijas, como si al final Yokver hubiera tenido razón, y no existiera esa cosa llamada movimiento… uno, dos, tres lánguidos disparos. El asesino se tomó su tiempo, formando un triángulo con ellos, mientras la sangre de Willy salía a presión de su pecho y salpicaba la cómoda. Sin embargo, permaneció en pie, con las piernas temblando. No iban a derribarlo con tanta facilidad.

Incapaz de concentrar la mirada, Willy miró de un lado a otro, luego otra vez al principio, y sus ojos se posaron sobre Cal. Trató de levantar la mano e introducir el dedo en uno de los agujeros pero no fue capaz de levantar el brazo lo suficiente. Cal quiso hacer lo mismo, levantar también sus manos sanguinolentas, colocarlas en las heridas de Willy, y dejar que su propia sangre fluyera por las venas de su amigo. Willy dio dos temblorosos pasos más, sus piernas empezaron a fallar y una débil sonrisa se pegó a sus labios mientras un chorro de sangre negra brotaba de su garganta.

Caleb alargó la mano hacia él. Lentamente. Todo era languidez y torpeza.

Sus puños continuaban sangrando y los agujeros de los clavos se abrían más todavía esta vez, la última vez. Podía ver las brillantes baldosas del suelo a través de sus palmas. Deseó más que ninguna otra cosa que hubiera algún dolor. Un grito escapó de su garganta y trató de sujetar a Willy al ver que finalmente caía, pero con toda esa sangre se le escapó de las manos. Se desplomó.

Su torso empezó a convulsionarse mientras Cal le acunaba la cabeza. Y luego nada.

Jodi dejó escapar un grito.

– Cierra tu sucia boca -le dijo la Señora Decano.

Caleb levantó la mirada.

Rocky ocupaba el centro de la habitación. Su uniforme de guardia de seguridad era del mismo color que sus ojos. No había allí ninguna expresión facial real. Era peor que la muerte y seguía sin estar satisfecho. Fruggy no estaba diciendo Yokver. Había estado suplicando Rocky.

Había otros tras él, desnudos o en pijama. Jo llevaba el osito de peluche que Cal le había regalado por su cumpleaños, pero ahora destrozado a dentelladas. Terrorífico. Clarissa solo con unas medias negras, magulladuras en la espalda y en el vientre también, heridas idénticas a las de Jodi. La carencia de carne del decano les salía cara. Y él estaba allí, con aquel aire de «Papá sabe lo que te conviene», bata de satén y zapatillas, por el amor de Dios. Lo único que le faltaba era la pipa y un perro llamado Fauntleray a su lado.

– Sufres estigmas histéricos -dijo la señora, asombrada y sonriente. Todavía parecía querer llevárselo a la cama. ¿Habría algo que pudiera borrar aquella expresión de su cara?-. Asombroso, has llevado tu complejo de mártir al extremo. -Su lengua resbaló sobre sus caninos y sus manos empezaron a acariciar sus muslos. Cal se dio cuenta de que le habría gustado que sangrara sobre ella-. Estás más loco de lo que nunca había creído.

– Lo mismo ha dicho Yokver -dijo Cal.

La señora se acercó hasta el cuerpo de Willy.

– Qué despilfarro. -Sus medias brillaban en la oscuridad. Su cabello era un túmulo de nudos, enmarañados por las manos de sus devotos-. Era un amante fabuloso.

Jodi había llorado hasta quedarse seca y tuvo la decencia de caer de rodillas y empezar a temblar como si estuviera a punto de perder el conocimiento. Esperaba que lo hiciera muy bien en la facultad de medicina. Esperaba que trabajara en los servicios sociales durante todas las noches de los siguientes cincuenta años para compensar las vidas perdidas.

Y lo peor era que en realidad no la culpaba: la vida en una cabaña con los niños retrasados y la madre alcohólica y la basura blanca de sus hermanos también lo hubiera arrastrado a él hasta quién sabe qué extremos. A Caleb ya no le quedaba nada que dar. Habló y descubrió con sorpresa que algo muy parecido a la voz de su padre salía de él:

– No había ninguna necesidad de esto.

Fue pueril pero honesto. Como su padre.

La Señora Decano avanzó cimbreándose, un cimbreo de verdad, con auténtico ritmo. Jodi no apartaba la mirada de ella. Puede que estuviera tomando notas, para poder practicar aquel balanceo de caderas mas adelante, cuando lo utilizara con los médicos.

– Su novia sospechaba. Es fascinante lo deprisa que las sospechas del subconsciente pueden salir a la superficie. En especial cuando uno se enfrenta a la posibilidad de perder a su amor frente a otro. Puede que no exista mayor dolor emocional.

– No lo hay.

– Tenían que ser eliminados, mi querido querubín, y de eso solo puedes darte las gracias a ti mismo. -Su voz tenía algo narcótico, melódico y suave, e incluso ahora disfrutaba escuchándola-. Según nos ha contado Jodi, cuando Rose llegó en aquel estado a su habitación, tú admitiste el adulterio de tu amigo. Si la hubieras aplacado con una mentira, es posible que hubiera vivido. En cambio, asumió acertadamente que Julia era su amante y decidió revisar ciertos archivos, con lo que descubrió las discrepancias en el sistema de calificaciones. Nos enseñó una lección.

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