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John Saul: Ciega como la Furia

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John Saul Ciega como la Furia

Ciega como la Furia: краткое содержание, описание и аннотация

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John Saul is an American author. His horror and suspense novels appear regularly on the New York Times Best Seller List.

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Aunque trabajaron lo más rápido posible, la montaña de cajas parecía seguir siendo tan alta como antes.

– ¿Quieres descansar un rato, princesa? -preguntó finalmente Cal-. Hay dos o tres gaseosas en el refrigerador.

Con presteza, Michelle dejó la Caja con la que estaba forcejeando y adelantándose a su padre, cruzó el comedor, la despensa y entró en la cocina. Allí se dejó caer en una silla, sonriendo muy contenta.

– Imagínate… ¡Una despensa! ¿Tenía mayordomo el doctor Carson cuando vivía aquí?

– Me parece que no -replicó Cal, mientras hábilmente hacía saltar las tapas de dos botellas y ofrecía una a Michelle-. Creo que vivía aquí él solo.

Los ojos de Michelle se dilataron.

– ¿De veras? Debe de haber sido siniestro.

– ¿No te da miedo este sitio? -preguntó Cal, con un tono burlón que hizo sonreír a Michelle.

– Todavía no. Pero si esta noche algo viene arrastrándose hacia mí por la puerta, las cosas podrían cambiar.

Desvió la mirada hacia la ventana y quedó callada un momento.

– ¿Piensas en algo, princesa? -inquirió su padre.

Michelle asintió con la cabeza, y cuando miró a su padre, en sus ojos había una seriedad que a Cal le pareció superior a su edad.

– Me alegro de que hayamos venido aquí, papá – dijo finalmente-. No quiero que sigas siendo desdichado.

– No he sido desdichado… -empezó Cal, pero Michelle no le dejó terminar.

– Sí que lo has sido -insistió-. Siempre me di cuenta. Por un tiempo creí que estabas enojado conmigo, porque nunca venías a casa desde el hospital…

– Estaba muy ocupado…

Michelle volvió a interrumpirlo.

– Pero entonces comenzaste a venir de nuevo a casa, y seguías siendo desdichado. No fue hasta que decidimos mudarnos aquí que empezaste a ser feliz de nuevo. ¿No te gustaba Boston?

– No era Boston -empezó a decir Cal, sin saber bien cómo explicar a su hija lo que había sucedido. La imagen de un niño pasó veloz por su mente, pero Cal la apartó en el acto-. Era simplemente yo, me parece. No… no puedo explicarlo en realidad. -De pronto sonrió-. Creo que simplemente quiero conocer a las personas con quienes trato.

Michelle examinó mentalmente la cuestión; por último asintió con la cabeza.

– Me parece que sé lo que quieres decir. La Clínica General de Boston era horripilante.

– ¿Horripilante? ¿A qué te refieres?

Michelle se encogió de hombros mientras buscaba las palabras adecuadas.

– No sé. Era como si nunca supieran quiénes eran. Y cuando mamá y yo íbamos allí, jamás sabían siquiera que éramos tu familia. Esa mujer tan altanera del vestíbulo principal siempre quería saber por qué queríamos verte. Se diría que después de tantos años tendría que habernos reconocido… -Michelle guardó silencio y miró a su padre, preguntándose si la entendería. Cal movió la cabeza afirmativamente.

– Eso es -dijo, aliviado por no tener que decirle la verdad-. Eso es, exactamente. Y lo mismo pasaba con las personas a quienes yo trataba. Si las veía tres días más tarde, yo mismo no las reconocía. Si voy a ser médico, creo que debo tener el placer de saber a quién estoy ayudando. -Sonrió a Michelle y decidió cambiar de tema-. ¿Y tú? ¿Estás arrepentida de algo?

– ¿De qué? -preguntó Michelle a su vez.

– De venir aquí. De dejar a tus amigos. De cambiar de escuela. Todas las cosas por las que se supone se preocupan las niñas de tu edad.

Michelle sorbió su gaseosa, luego miró la cocina a su alrededor.

– Harrison no era una escuela tan maravillosa -dijo por fin-. La de Paradise Point es mucho más linda.

– Y mucho más pequeña -hizo notar Cal.

– Y probablemente tampoco haya en ella un hato de chicos que se lo pasen destrozándola -agregó Michelle-. Y si de amigos se trata, el año que viene habría tenido que hacerlos nuevos de todos modos, ¿verdad?

Cal la miró sorprendido.

– ¿A qué te refieres?

Con aire culpable, Michelle fijó la vista en su vaso.

– Los oí hablar a ti y a mamá. ¿De veras iban a enviarme a un internado?

– No estaba realmente decidido todavía… -empezó él débilmente, pero cuando miró los ojos de Michelle, renunció a mentir-. Pensamos que sería mejor para ti -dijo-. Harrison se estaba volviendo demasiado difícil, tú misma nos dijiste que ya no estabas aprendiendo nada. Y de todos modos no era un internado… Habrías venido a casa todos los días.

– Bueno, esto es mejor -repuso Michelle-. Haré amigos aquí, y no tendré que hacer nuevos amigos el año próximo. ¿Verdad?

En sus ojos hubo una repentina ansiedad que impulsó a Cal a querer tranquilizarla.

– Por supuesto que no. A menos que lo detestes. Pensándolo bien, será mejor que no lo detestes, porque no estoy seguro de que podamos enviarte a una escuela privada con lo que voy a ganar aquí. Pero quiero que seas feliz, princesa. Eso es muy importante para mí.

De pronto Michelle sonrió, rompiendo la seriedad del momento.

– ¿Cómo podría no ser feliz? Todas las personas que conozco harían cualquier cosa por vivir aquí. Tenemos el océano, y el bosque, y esta maravillosa casa. ¿Qué más podría desear?

En un repentino estallido de afecto, Michelle se arrojó a los brazos de su padre y lo besó.

– Te quiero, papá, realmente te quiero.

– Y yo te quiero también, princesa -replicó Cal, cuyos ojos se humedecieron de cariño-. También yo te quiero. -Luego se desprendió de los brazos de Michelle y se incorporó-. Bueno, ¡Volvamos a esas cajas antes de que tu madre nos envíe a los dos de vuelta al orfanato!

– ¡La encontré! -exclamó triunfante Michelle. Era una caja grande, marcada por todos lados con el nombre de Michelle-. Subámosla ahora, papá, por favor -imploró-. Adentro está todo lo que poseo. ¡Todo! ¿No puedo abrirla ahora? Quiero decir, de todos modos no sabemos adonde quiere poner mamá todo, y yo podría acomodar estas cosas por mi cuenta. ¿Por favor?

Cal asintió con un gesto y la ayudó a arrastrar la inmensa caja arriba, hasta el cuarto de la esquina, que Michelle había reclamado como propio.

– ¿Quieres que te ayude a desempacar? -ofreció. Michelle sacudió la cabeza con vehemencia.

– ¿Y dejarte ver lo que hay adentro? Si supieras lo que hay aquí, me obligarías a tirar la mitad.

Con los ojos de su pensamiento, Michelle vio el revoltijo de viejas revistas de cine (precisamente la clase de cosas que sus padres no aprobaban) y los recuerdos surgidos de su pasada niñez, que no había logrado abandonar.

– Y no te atrevas a contarle a mamá que dije eso -agregó, enredando a su padre en una conspiración de silencio para ayudarla a proteger sus infantiles tesoros.

Después, cuando Cal la dejó sola en la habitación, Michelle se puso a abrir la caja para desempacar todas sus cosas, primero sobre la cama, luego cuidadosamente ocultas en el ropero y el tocador. Hasta que hubo guardado el último juguete viejo, no advirtió a la muñeca, todavía apoyada en el alféizar de la ventana donde ella la había dejado pocas horas atrás. Se acercó a la ventana y levantó la muñeca, sosteniéndola a la altura de sus ojos.

– Tendré que pensar un nombre para ti -dijo en voz alta-. Algo anticuado, tan anticuado como tú. -Pensó un momento, luego sonrió-. ¡Amanda! -exclamó-. Eso es. Te llamaré Amanda. Mandy para abreviar.

Luego, complacida con el nombre elegido, Michelle puso otra vez la antigua muñeca en la ventana y bajó a ver qué hacía su padre.

Mientras la luz de la tarde iba apagándose en el cuarto de la esquina, la muñeca parecía estar mirando por la ventana, con sus ciegos ojos de vidrio fijos en la bodega, abajo.

CAPITULO 2

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