– ¿Y? -inquirió-. Aparte de ser una mentirosa de tomo y lomo, ¿qué es lo que significa eso?
– Probablemente un grave problema de identidad. Deseo de que se realicen los sueños… quizá su propia infancia estuvo repleta de malos tratos o de abandono. Y también tuvo una parte el ser una gemela. Y la conexión con Belding es algo más que una simple coincidencia.
Le conté lo de las fiestas para los funcionarios del Departamento de Guerra:
– Casas aisladas en las colinas de Hollywood, Milo. La de Jalmia va como anillo al dedo a esa descripción. La madre de Sharon trabajaba en las casas donde se daban las fiestas y treinta y cinco años más tarde, Sharon vivía en una de esas casas.
– ¿Y qué quieres sugerir con eso? ¿Que el viejo ermitaño era su papaíto?
– Desde luego, eso explicaría esta cobertura a alto nivel, pero… ¿quién sabe? La forma en que alteraba la verdad me hace dudar de todo.
– Eso es pensar como un policía -dijo.
– He cogido un par de libros sobre Belding… incluyendo El Multimillonario Ermitaño. Quizás encuentre algo útil en ellos.
– Ese libro es basura, Alex.
– A veces, entre la basura se hallan jirones de verdad.
Masticó un palito de pan, y dijo:
– Quizá. De todos modos, ¿cómo lo encontraste? Pensaba que esa jodida cosa había sido retirada por el editor.
– Se lo consulté a la bibliotecaria. Parece ser que las bibliotecas grandes reciben ejemplares de preedición; y que la orden de retirada de la edición sólo se aplicó a las librerías y distribuidoras. En cualquier caso, ha estado ahí enterrado desde el 73, y lo ha pedido muy poca gente.
– Es una rara demostración de buen gusto por parte del público lector -afirmó-. ¿Algo más?
Le conté mi charla con Maura Bannon.
– Creo que la convencí para que se echase a un lado, pero lo cierto es que tiene una fuente en el juzgado de instrucción.
– Sé quién es.
– Bromeas.
– No. Eso que me dices me ha iluminado una lamparita. Hace unos días había un estudiante de tercero de Medicina de la universidad de California del Sur, en rotación de prácticas en la Oficina del Forense. Hacía demasiadas preguntas acerca de los suicidios recientes y pareció estar husmeando por los archivos. Mi fuente me habló de él; tenía miedo de que fuera alguien de la alcaldía, que estuviera espiando.
– ¿Aún sigue metiendo las narices?
– No, se le acabó el período de rotación, y el chico ya no está allí. Probablemente sólo se tratara de un amiguito, intentando ganarse algo de sexo a base de hacerle de caballero de la blanca armadura a tu amiga la pequeña Luisa Lane. De todos modos, hiciste bien al calmarle los ánimos a la chica: todo este asunto se está poniendo más y más raro, y el montaje de acallar lo que sea va en serio. Ayer, en casa de los Kruse, se presentó Trapp antes de que llegase el equipo de investigación en la escena del crimen, todo él malignas sonrisas, deseando saber cómo había acudido a aquella llamada cuando, oficialmente, aún estaba de vacaciones. Le dije que ya me había pasado por la comisaría, y estaba en mi mesa, arreglando algo de papeleo, cuando llegó una llamada anónima, para denunciar que pasaban cosas raras en casa de los Kruse. Una mentira demasiado gorda, que no habría engañado ni a un polizonte novato, pero Trapp no la puso en cuestión, se limitó a darme las gracias por mi iniciativa, y decirme que él se hacía cargo.
Milo gruñó, e hizo sonar sus nudillos.
– ¡El muy cabrón me largó de allí!
– Lo vi en las noticias.
– ¿Qué te pareció el numerito que se montó? Una mierda pinchada en un palo. Y seguirá en el próximo número: corre la voz de que Trapp considera que se trata de un crimen sexual. Pero esas mujeres no tenían las posiciones que habitualmente se encuentran en los asesinatos sexuales: nada de piernas abiertas ni poses sexis, nada de arreglos de la ropa. Y, por lo poco que pudo ver mi fuente en el forense dado el estado de los cadáveres, no había habido ni estrangulación ni mutilación.
– ¿Cómo murieron?
– Apaleados y de un tiro…, no hay modo de saber qué es lo que fue primero. Con las manos atadas a la espalda y con una única bala en la nuca.
– Ejecución.
– Eso sería lo que yo consideraría.
Descargó su ira en un palito, masticándolo con fuerza y llenándose de migas la pechera de su camisa. Luego acabó su cerveza y se fue a buscar otra a la nevera.
– ¿Qué más? -le pregunté.
Se sentó, echó la cabeza hacia atrás y vertió líquido de su botella garganta abajo.
– La hora de la muerte. La putrefacción no es una ciencia exacta, pero, para que haya tal descomposición en una habitación con aire acondicionado, incluso con la puerta abierta, esos cadáveres ya debían de llevar tiempo tirados por allí. Había hinchazón de gas, pelado de la piel y pérdida de fluidos, lo cual indica días, no horas. El abanico teórico de mi fuente en el forense es de cuatro a diez días; pero sabemos que los Kruse estaban vivos durante la fiesta que dieron en su honor, el sábado, lo cual reduce el abanico entre cuatro y seis días.
– Lo que significa que podrían haber sido asesinados o bien antes o después de que muriera Sharon.
– Así es. Y, si fue antes, una cierta posibilidad asoma su fea cabeza, confirmando tu teoría acerca de Rasmussen. Llamé a la oficina del sheriff de Newhall para preguntar sobre él. Lo conocían bien: un borracho de los que causan problemas, liante crónico, con muy poca paciencia, varias detenciones por agresión; y mató a su padre…, lo golpeó hasta matarlo, y luego le disparó. Y ahora sabemos que se estaba acostando con la Ransom, pero no en plan de igualdad… ¿verdad? Él era un desajustado de gran calibre, con posiblemente la mitad del Cociente de Inteligencia que tendría ella. Sharon debía de estarlo manipulando, jugando con su cabeza. Y supongamos que ella tenía algo importante en contra de Kruse y se lo dijese a Rasmussen. Ni siquiera tendría que habérselo planteado crudamente…, al estilo de ve allí y mata a ese bastardo. Sólo tendría que haber ido dejando caer insinuaciones, quejarse de cómo le había hecho daño Kruse… tal vez emplear la hipnosis. Dijiste que sabía de hipnosis, ¿no?
Asentí con la cabeza.
– Así que pudo haberla usado para ablandar a Rasmussen. Y él, también buscando el coño de la Princesa, habría hecho de caballero de la blanca armadura, en el papel del Gran Verdugo.
– Matando a su padre una vez más -añadí.
– ¡Ah, estos comecocos! -Su sonrisa se borró-. Y la criada y la esposa murieron, simplemente, porque estaban en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Dejó de hablar. Su silencio me encontró muy lejos.
– ¿En qué piensas?
– Me la estaba imaginando como planificadora de muerte.
– Sólo es una suposición -recordó.
– Pero, si era tan fría, ¿por qué se mató?
Milo se encogió de hombros.
– Pensé que tú podrías resolver eso.
– No puedo. Ella tenía problemas, pero nunca fue cruel.
– El joder a todos esos pacientes no fue ningún acto de caridad.
– Nunca fue descaradamente cruel.
– La gente cambia.
– Lo sé, pero no puedo imaginármela como una asesina, Milo. No le pega.
– Entonces, olvídalo -me dijo-. De todos modos, todo son mamonadas teóricas. Puedo inventarme diez suposiciones más, todas diferentes, en otros tantos minutos. Y eso es prácticamente lo único que podemos hacer, vistas las nulas pruebas que tenemos…, hay demasiadas preguntas sin respuesta. Como, por ejemplo: ¿hay control de llamadas telefónicas que liguen a Rasmussen con la Ransom entre el momento en que murieron los Kruse y el momento en que murió ella? De Newhall a Hollywood es una llamada interurbana, así que normalmente eso debería ser fácil de averiguar, si no fuera porque, cuando yo lo intenté, los controles habían sido retirados y sellados, por cortesía de los que me dan trabajo. Y, para empezar, ¿quién fue el que informó de la muerte de la Ransom? Normalmente, si quisiera saber esto, le echaría una ojeadita a su ficha, pero resulta que no hay una jodida ficha de ella, de nuevo por cortesía de mis jefes.
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