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Daniel Silva: El Hombre De Viena

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Daniel Silva El Hombre De Viena

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A finales de la Segunda Guerra Mundial, el oficial nazi Radek estaba encargado de hacer desaparecer cualquier evidencia del Holocausto. Hoy, Radek es Vogel, vive en Viena, es el dueño de un banco de inversiones y aporta grandes cantidades de dinero a la campaña del aspirante a canciller, que es en realidad su hijo secreto. Gabriel Allon (protagonista de El Confesor), es enviado a Viena a investigar un atentado en la oficina de ayuda a víctimas de la guerra. La investigación adquiere tintes personales cuando Allon, gracias a unos dibujos del diario de su madre, reconoce en Vogel no sólo al sádico Radek sino al hombre que casi mató a su madre en el campo de concentración. Pero la ayuda que Vogel recibe tanto de la CIA como del mismo Vaticano convierte su investigación en una tarea difícil.

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– La oficina de Lavon era una fortaleza. ¿Cómo consiguió un grupo que no va más allá de los cócteles Molotov y las pintadas meter una bomba en Reclamaciones e Investigaciones de Guerra?

Shamron aceptó la taza de café que le ofreció Chiara.

– La policía austriaca aún no lo tiene claro, pero creen que estaba oculta en la torre de un ordenador que entregaron en la oficina por la mañana.

– ¿Creen que las Células Combatientes Islámicas tienen la capacidad para ocultar una bomba en un ordenador e introducida en un edificio vigilado en Viena?

Shamron se echó azúcar en el café y movió la cucharilla con energía mientras negaba con un movimiento de cabeza.

– Entonces ¿quién lo hizo?

– Es obvio que me gustaría poder responder a tu pregunta.

Shamron se quitó la chaqueta y se subió las mangas de la camisa. El mensaje era inconfundible. Gabriel desvió la mirada y recordó la primera vez que el viejo lo había enviado a Viena. Había sido en enero de 1991. El servicio se había enterado de que un agente de la inteligencia iraquí con base en la ciudad estaba organizando una serie de ataques terroristas contra objetivos israelíes en el aniversario de la primera guerra del Golfo. Shamron había ordenado a Gabriel que vigilara al iraquí y, si era necesario, adoptara acciones preventivas. Poco dispuesto a pasar otra larga temporada separado de su familia, Gabriel se había llevado a su esposa, Leah, y a su hijo, Dani, con él. Aunque no lo sabía, había caído en una trampa preparada por un terrorista palestino llamado Tariq al-Hourani.

Gabriel acabó por salir de su prolongado ensimismamiento y miró de nuevo a Shamron.

– ¿Has olvidado que Viena es una ciudad prohibida para mí?

Shamron encendió uno de sus apestosos cigarrillos turcos y dejó la cerilla apagada en el plato. Se subió las gafas a la frente y cruzó los brazos. Todavía eran poderosos, puro acero debajo de una fina capa de piel bronceada ya fofa por la edad. También lo eran las manos. Gabriel había visto ese mismo gesto infinidad de veces. Shamron el Indomable. Había adoptado la misma pose después de enviar a Gabriel a Roma para matar por primera vez. Ya entonces era viejo. En honor a la verdad, nunca había sido joven. En lugar de perseguir a las muchachas en la playa de Netanya, había estado al mando de una unidad de la Palmach, en la primera batalla de la interminable guerra que libraba Israel. Le habían robado la juventud. Él se la había robado a Gabriel.

– Me ofrecí voluntario para ir a Viena, pero Lev no quiso ni oír hablar del asunto. Sabe que, debido a nuestra lamentable historia allí, soy algo así como un paria. Admitió que la policía se mostraría más receptiva si nos representaba una figura menos conocida.

– ¿Así que tu solución es enviarme a mí?

– No será nada de carácter oficial, por supuesto. -En estos tiempos casi nada de lo que hacía Shamron era de carácter oficial-. Pero me sentiría mucho más tranquilo si alguien de mi confianza vigilara cómo van las cosas.

– Tenemos a personal del servicio en Viena.

– Sí, pero informan a Lev.

– Él es el jefe.

Shamron cerró los ojos, como si le hubiesen recordado algo muy doloroso.

– Lev tiene en estos momentos muchos otros problemas más importantes como para dedicarle a éste la atención que se merece. El niño heredero de Siria está haciendo sonar los sables. Los mulás de Irán están intentando fabricar la bomba de Alá, y Hamas está convirtiendo a los niños en bombas que estallan en las calles de Tel-Aviv y Jerusalén. Un atentado de menor importancia en Viena no será un tema prioritario, aunque el objetivo fuese Eli Lavon.

Shamron hizo una pausa y miró compasivamente a Gabriel por encima de su taza de café.

– Sé que no tienes el menor deseo de regresar a Viena, sobre todo después de otro atentado con bomba, pero tu amigo yace en un hospital vienés y está luchando por salir vivo. Me dije que quizá estarías interesado en saber quién lo envió allí.

Gabriel pensó en el retablo de Bellini de la iglesia de San Giovanni Crisóstomo, que estaba a medio acabar, y vio que pasaba a un segundo plano. Chiara lo miraba con mucha atención. Evitó su mirada.

– Si voy a Viena -dijo en voz baja-, necesitaré una identidad.

Shamron se encogió de hombros, como si le dijera que había maneras -maneras obvias, mi querido muchacho- de solucionar un problema tan nimio. Gabriel había supuesto que ésta sería la respuesta del viejo y tendió la mano.

Shamron abrió el maletín y le entregó un sobre. Gabriel levantó la solapa y volcó el contenido sobre la mesita de centro: billetes de avión, un billetero y un pasaporte israelí muy usado. Abrió el pasaporte y vio su rostro en la foto. Su nuevo nombre era Gideon Argov. Gideon era un nombre que siempre le había gustado.

– ¿Cómo se gana la vida Gideon?

Shamron apenas si movió la cabeza para señalarle el billetero. Entre las cosas habituales -tarjetas de crédito, el carnet de conducir, de un gimnasio y de un videoclub- encontró una tarjeta de visita:

Gideon Argov

Reclamaciones e Investigaciones de Guerra

17 Mendele Street

Jerusalén 92147

5427618

Gabriel miró a Shamron.

– No sabía que Eli tuviese una oficina en Jerusalén.

– La tiene ahora. Llama si quieres.

– Te creo -afirmó Gabriel-. ¿Lev está enterado de esto?

– Todavía no, pero tengo la intención de decírselo en cuanto estés sano y salvo en Viena.

– Así que estamos engañando a los austriacos y al servicio. Es impresionante, Ari, incluso para ti.

Shamron sonrió, avergonzado. Gabriel abrió el billete y leyó el itinerario del vuelo.

– No me pareció una buena idea que viajaras directamente a Viena desde aquí. Volaré contigo a Tel-Aviv mañana por la mañana; en asientos separados, por supuesto. Así podrás coger el vuelo de la tarde a Viena.

Gabriel miró a Shamron con una expresión de duda.

– ¿Qué pasará si me reconocen en el aeropuerto y los austriacos me llevan a una sala aparte para recibir una atención especial?

– Ésa es una posibilidad, pero han pasado trece años. Además, has estado en Viena no hace mucho. Recuerdo el encuentro que mantuvimos el año pasado en la oficina de Eli para hablar de una amenaza inminente contra la vida de su santidad Pablo VII.

– He estado en Viena -concedió Gabriel, con el pasaporte falso en alto-. Pero nunca de esta manera, y mucho menos a través de un aeropuerto.

Gabriel dedicó un par de minutos a observar el pasaporte con su ojo de restaurador. Finalmente lo cerró y se lo guardó en el bolsillo. Chiara se levantó en el acto y salió de la habitación. Shamron observó cómo se iba y a continuación miró a Gabriel.

– Por lo que se ve he conseguido desorganizar tu vida una vez más.

– ¿Por qué esta vez iba a ser diferente?

– ¿Quieres que hable con ella?

Gabriel sacudió la cabeza.

– Se le pasará. Es una profesional.

Había momentos en la vida de Gabriel, fragmentos que reproducía en la tela y colgaba en la galería de su subconsciente. Añadió a su colección a Chiara tal como la veía ahora, montada sobre su cuerpo, bañada por la luz de las farolas del otro lado de la ventana del dormitorio, una luz típica de Rembrandt, con el camisón de raso hecho un ovillo junto a los muslos, los pechos desnudos. Otras imágenes se entremetieron. Shamron les había abierto la puerta, y Gabriel, como siempre, no podía hacer nada por apartarlas. Estaba Wadal Adel Zwaiter, un esquelético intelectual vestido con una chaqueta de pana, al que Gabriel había matado en el vestíbulo de una casa de apartamentos en Roma. Estaba Ali Abdel Hamidi, que había muerto a manos de Gabriel en un callejón de Zurich, y Mahmoud al-Hourani, el hermano mayor de Tariq al-Hourani, al que Gabriel había matado de un disparo en el ojo en un apartamento de Colonia cuando estaba en brazos de su amante.

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