– ¿Forbassach vive en la abadía? No lo sabía -reconoció Fidelma enseguida-. En fin, es un lugar curioso, en el que diversas personas han sido asesinadas y en el que otras tantas han desaparecido. Ya suponía que era un lugar atípico.
La abadesa Fainder hizo caso omiso de la ironía en su voz.
– Y habéis supuesto bien, sor Fidelma -respondió con frialdad.
– Habladme del hermano Ibar.
La abadesa dejó caer los párpados un momento.
– Ibar está muerto. Recibió su justo castigo el mismo día que llegasteis.
– Ya sé que lo colgaron -concedió Fidelma-. Me han dicho que robó y mató a un hombre. Me gustaría conocer los detalles del crimen.
La abadesa Fainder dudó antes de responder.
– No creo que tenga ninguna relación con vuestro amigo sajón.
– Permítame escucharla, abadesa -la invitó Fidelma-. Me parece insólito que haya habido tres muertes en el muelle en un lapso tan breve de tiempo.
La abadesa Fainder se sorprendió.
– ¿ Tres muertes decís?
– Gormgilla, el marinero y Daig, el vigilante.
La abadesa frunció el ceño y dijo:
– La muerte de Daig fue un accidente.
Fidelma se preguntó por qué la abadesa había apretado los labios.
– Daig también era miembro de la guardia que atrapó al hermano Ibar, y también fue hallado muerto.
– ¡No fue así en absoluto! -exclamó la abadesa con una voz muy aguda, casi quebrada.
– Creía que tan sólo observaba hechos objetivos. ¿Cómo fue entonces? Me gustaría saberlo.
La abadesa volvió a dudar antes de hablar.
– El marinero de nombre Gabrán comercia regularmente con esta abadía. Es el mismo que ha entrado por la puerta hace un momento. El hombre era uno de sus tripulantes. No recuerdo cómo se llamaba.
– Qué triste -comentó Fidelma con frialdad.
– ¿Triste?
– Es triste que no se sepa el nombre de una persona cuya muerte causó la ejecución de un hombre de vuestra comunidad.
La abadesa Fainder parpadeó sin saber si Fidelma estaba siendo sarcástica o no.
– Seguramente sor Étromma sabrá cómo se llamaba, si tanto os interesa. Como rechtaire, su labor consiste en estar al corriente de estas cosas. ¿Queréis que la haga venir?
– No, no os molestéis -respondió Fidelma-. Puedo hablar con ella luego. Proseguid.
– Es una historia sórdida.
– Las muertes que no se deben a causas naturales suelen ser sórdidas.
– El marinero estaba borracho, según me contaron. Había estado bebiendo en la posada La Montaña Gualda e iba de regreso al barco de Gabrán, que se hallaba amarrado allí desde hacía dos días. En el muelle, alguien lo golpeó por detrás con una pieza de madera pesada que le rompió el cráneo. Una vez muerto, el asesino le quitó el dinero y una cadena de oro.
– ¿Hubo testigos de la agresión?
La abadesa Fainder negó con la cabeza.
– En realidad nadie vio la agresión.
– ¿Y cuándo entra el hermano Ibar en escena?
– Daig era capitán de la guardia. Capturó a Ibar.
– ¿Capitán? ¿No era Mel quien ocupaba el cargo?
– Fianamail ya había ascendido a Mel a comandante de la guardia de palacio.
Fidelma sopesó la información y observó a continuación:
– Me habían dicho que la muerte del marinero tuvo lugar un día después de la de Gormgilla.
– Y así es. A Fianamail le complació la diligencia con que Mel actuó y lo ascendió esa misma mañana.
– ¿Mel fue ascendido antes del juicio a Eadulf? -preguntó Fidelma, sacudiendo la cabeza, asombrada-. Un brehon podría interpretar el gesto como un incentivo ofrecido a un testigo.
La abadesa Fainder volvió a ruborizarse.
– El obispo Forbassach no lo vio así. Es más, aconsejó al rey que ascendiera a Mel. Ya me he percatado de que habéis intentado poner en entredicho la moral y las actuaciones del brehon de Laigin. Deberíais recordar que es obispo de la ley y, por tanto, vuestro superior tanto en el credo como en la ley. Yo que vos me cuidaría de… -Se interrumpió al reparar en el brillo de los ojos de Fidelma, cuyo verde parecía haber adquirido un gélido tono azul.
– ¿Decíais? -preguntó Fidelma sin alterarse-. ¿Decíais?
La abadesa Fainder alzó la barbilla para explicarse.
– A mi parecer, es poco ético atacar a una figura respetada como la del obispo Forbassach, sobre todo cuando ni siquiera sois súbdita de este reino.
– La ley de los brehons es la ley, estemos en el reino que estemos de los cinco de Éireann. Cuando el rey supremo Ollamh Fódhla ordenó crear la ley hace un milenio y medio, se promulgó que las leyes de Fénechus se aplicarían a cada rincón de este país. Cuando una sentencia es errónea, el deber de todos, desde el más modesto bó-aire hasta el propio jefe brehon de los cinco reinos, es exigir que ese error se explique y sea corregido.
La abadesa Fainder tensó las facciones ante la intensidad de la voz de Fidelma, y tuvo la prudencia de no decir nada más.
– Decíais, pues -continuó Fidelma, apoyándose contra el respaldo-, que Mel había sido ascendido y que Daig era capitán de la guardia del muelle. ¿Cómo capturó al hermano Ibar? Porque habéis empleado el término «capturar», ¿no es así? Éste implica que el hermano Ibar opuso resistencia o que pretendía escapar.
– No fue el caso. Cuando Daig descubrió el cuerpo del marinero, sabía que se trataba de un tripulante del barco de Gabrán. De manera que llamó a éste para que lo identificara; Gabrán fue quien reparó en que la cadena de oro que solía llevar el hombre faltaba, así como unas monedas que había cobrado hacía poco de paga. Lassar, la posadera, declaró que el marinero acababa de marcharse de la posada con mucho dinero encima. Al parecer, Gabrán acababa de pagarle el salario en la posada. De ahí que el hombre hubiera estado bebiendo. Fue a todas luces un robo.
– Muy bien. ¿Y cómo condujo hasta el hermano Ibar el ataque al marinero sin la presencia de testigos?
– Prendieron al hermano Ibar al día siguiente. Lo sorprendieron tratando de vender la cadena de oro del marinero en la plaza del mercado. Lo irónico del asunto es que trató de vendérsela al propio Gabrán; éste llamó a Daig, tras lo cual se le detuvo, se le acusó, se le declaró culpable y se le colgó.
Aquella enumeración consternó a Fidelma.
– Fue un movimiento necio por parte del hermano Ibar -reflexionó Fidelma en voz alta-. Me refiero al hecho de intentar vender la cadena de oro al capitán de la propia víctima, ¿no os parece? Pero si Gabrán es tan conocido en la abadía por su comercio, ¿no es extraño que Ibar no tuviera en cuenta que aquél podría reconocerle? Lo normal es que buscara un modo menos arriesgado de venderla.
– No me corresponde a mí adivinar qué pasaba por la mente de Ibar.
– Como habéis señalado, Gabrán mantiene actividades comerciales con la abadía desde hace bastante tiempo. ¿Cuánto tiempo hacía que Ibar vivía aquí?
La abadesa se removió con incomodidad en su lugar y respondió:
– Creo que bastante tiempo. Al menos desde antes de que yo llegara.
– Entonces tengo razón al extrañarme. ¿Cómo respondió el hermano Ibar a la acusación?
– Lo negó todo. Tanto el asesinato como el robo.
– Vaya. ¿Qué razones dio para justificar la posesión de la cadena?
– No me acuerdo, la verdad.
– ¿Para qué necesitaría el hermano Ibar dinero con tanta desesperación? Si tenemos en cuenta que él mató y robó al marinero, claro.
La abadesa se encogió de hombros sin responder.
– ¿Y qué le sucedió a Daig? ¿Cómo lo mataron?
– Ya os he dicho que fue un accidente. Se ahogó en el río.
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