– ¿Y Nodding Crane?
– Seguro que aparecerá, pero no hay forma de saber cuándo ni dónde. La zona donde están las fosas es una extensión de campo abierto. Será imposible que lo cruce sin que lo veas. Tan pronto como asome la cabeza, te lo cargas. No lo pienses dos veces.
– No suena muy caballeroso.
– Al cuerno con la caballerosidad. ¿Tienes algún reparo en disparar a alguien por la espalda?
– No si es alguien como él.
– ¿Has traído un buen rifle de francotirador, como te pedí? -preguntó, señalando la mochila con la cabeza.
– Llevo una Kel-Tec SUB-2000, de nueve milímetros semiautomática. No es un rifle de precisión, pero servirá. También he traído un chaleco antibalas. ¿Y tú?
– Llevo dos pistolas y un chaleco antibalas. Estoy preparado. -Sacó un mapa metido en una bolsa hermética y se lo entregó-. No tendrás problemas para encontrar el camino, pero, como te he dicho, la isla está plagada de trampas, de modo que no te apartes de la ruta que he señalado. No tomes atajos. También te he marcado un horario. Atente a él.
– ¿Y qué pasa si Nodding Crane ya nos está esperando en la zona de las fosas y te abate?
– Pienso cruzar ese campo subido en una retroexcavadora. Hay dos aparcadas en un cobertizo, en un extremo del campo. Será como llegar en un tanque.
El bote navegaba hacia el City Island Bridge y la boca del canal. El viento aullaba y hacía que las aguas, habitualmente tranquilas, ondearan.
– Háblame de esa isla -pidió Mindy.
– El lugar empezó siendo un campo de prisioneros durante la guerra civil. Muchos de ellos murieron y fueron enterrados allí. En 1869, la ciudad de Nueva York compró la isla para convertirla en un cementerio público, pero solo destinó la mitad del terreno a ese propósito. Con el transcurso del tiempo, el resto se utilizó para otros fines; por ejemplo, hubo un asilo de mujeres locas, un orfanato de muchachos, un hospital para tuberculosos, un centro de cuarentena de fiebre amarilla o una cárcel. Durante los años cincuenta, las fuerzas aéreas instalaron una base para misiles Nike Ajax en silos subterráneos. Ahora, la isla está deshabitada y solo se utiliza para las fosas comunes; aun así, no han desmontado las viejas construcciones, así que todas esas antiguas instalaciones se están pudriendo al sol.
– ¿Y las fosas?
– Abren dos fosas paralelas, una para los miembros amputados y otra para los cadáveres completos. Calculo que los miembros los entierran a un ritmo de entre siete y diez diarios. Cada caja tiene dos números: el del expediente médico y el del lugar que le corresponde. Este último lo escriben los propios reclusos a medida que las van enterrando, de manera que se puedan localizar en caso de necesidad. La extremidad en cuestión lleva dentro de la caja su propia etiqueta numerada que la identifica. Ha pasado una semana desde que a Wu le amputaron las piernas, de modo que calculo que tendremos que retroceder unas sesenta, puede que setenta cajas. Las cajas se apilan en la fosa en montones de cuatro de base por ocho de alto, formando hileras de treinta y dos. Así pues, calculo que estarán en el segundo o tercer nivel.
– ¿Y luego?
Gideon dio un golpecito a su mochila.
– He traído las radiografías. Me temo que tendremos que ensuciarnos un poco las manos para sacar ese fragmento de metal.
– ¿Cuándo crees que aparecerá Nodding Crane?
– Creo que actuará de modo impredecible. Por eso te mantendrás oculta y solo intervendrás cuando asome la cabeza o cuando haya empezado la fiesta. Tienes que aprovechar al máximo el efecto sorpresa. ¿Lo entiendes?
– Perfectamente. Aparte de esto, ¿tienes un plan B?
– Y un C y un D. La naturaleza imprevisible de la isla juega a nuestro favor. -Gideon sonrió con aire siniestro-. Nodding Crane actúa como un jugador de ajedrez, pero nosotros le retaremos a una partida de dados.
Cuando la embarcación entró en el canal de Long Island, la tormenta los golpeó con toda su fuerza, provocando un intenso cabeceo que zarandeó el bote y lo llenó de agua. El frente de relámpagos se acercaba, y los truenos resonaban como descargas de artillería.
Gideon encaró la barca con la proa contra el viento.
– Empieza a achicar -ordenó a Mindy.
Manteniéndose agachada, cogió el cazo oxidado que había en proa y comenzó a recoger agua y a echarla por la borda. En ese momento, una ola se abatió sobre la regala y los dejó empapados.
– ¡Dios mío, este bote parece una bañera! -exclamó Mindy sin dejar de achicar.
Las luces de City Island brillaban en la distancia, pero ante ellos todo era negrura. Gideon sacó una brújula del bolsillo, se orientó y corrigió el rumbo. Si el cabeceo del bote era fuerte, el oleaje era peor y resultaba sorprendentemente alto tratándose de aguas protegidas.
El motor tosió y renqueó. Si se paraba, estarían perdidos. Sin embargo, siguió funcionando y propulsando el bote a través de la tormenta mientras Mindy no dejaba de achicar. La travesía no era larga, apenas media milla, pero navegaban contra el viento, y una corriente muy fuerte los empujaba hacia el norte.
Si no llegaban a la isla, su siguiente parada sería el bajío de Execution Rocks.
Gideon volvió a comprobar el rumbo y compensó el efecto de la corriente dirigiéndose más hacia el sur. Otra ola los embistió de costado, zarandeándolos hasta casi volcar el bote. El pequeño motor protestó con más renqueos cuando Gideon volvió a poner la embarcación en rumbo.
– Vamos a ahogarnos antes incluso de haber llegado -protestó Mindy.
Pero, justo en ese momento, el perfil de City Island se dibujó débilmente en la oscuridad y bajo él apareció una línea blanca, donde las olas rompían contra la orilla. Gideon puso proa al extremo sur de la isla.
– Prepárate para saltar -dijo en voz baja, mientras sacaba de la mochila unas gafas de visión nocturna y se las entregaba-. Póntelas. No conviene usar la linterna. Ajústate al horario que te he marcado y asegúrate de estar en posición para cuando yo llegue. Y, por amor de Dios, espera tu oportunidad.
– Llevo en esto más tiempo que tú -respondió Mindy, colocándose las gafas.
Las olas rompían ante ellos contra una orilla rocosa.
– ¡Ahora! -le dijo Gideon.
Mindy saltó al agua, y él engranó la marcha atrás y dio gas. La hélice batió el agua con esfuerzo. Mindy se había desvanecido en la oscuridad. Gideon se alejó de la isla y dio un rodeo para que nadie pudiera oír el ruido del motor desde tierra. La lluvia y los rociones azotaban la embarcación.
Navegando por estima, viró hacia el norte, en paralelo a la orilla oriental de la isla, y, cuando calculó que había recorrido medio camino, enfiló hacia ella. Al aproximarse vio la silueta de la gran chimenea, que constituía su punto de referencia, y siguió a todo gas hacia la playa y el saladar. Cuando la proa del bote tocó tierra, Gideon saltó de la embarcación y la empujó hasta dejarla amarrada en el denso saladar.
Allí se preparó para el recorrido que lo esperaba. Comprobó las armas, se puso las gafas nocturnas y echó un último vistazo al mapa. Para reducir las posibilidades de que lo detectaran, había escogido un camino más largo y poco frecuentado, un camino que cruzaba las zonas en ruinas más inestables y peligrosas.
Seguramente, Nodding Crane habría llegado antes que él, estudiado el lugar y elegido la mejor posición, igual que una araña esperando que la presa caiga en su tela. Y aunque no se lo había dicho a Mindy, Gideon creía saber cuál era esa posición. En la isla había un lugar que él mismo habría elegido: un punto que otorgaba ventaja en todos los sentidos. Si interpretaba correctamente el pensamiento de Nodding Crane -y creía que así era-, el asesino no resistiría la tentación de ocupar la mejor posición ofensiva.
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