– Señor Marshall, tengo trabajo para usted.
Mientras se incorporaba a la 119, Rusty oyó un claxon. Miró por el retrovisor y vio uno de los camiones de Obras Públicas preparándose para torcer por el camino de entrada del Catherine Russell. Era difícil asegurarlo con la luz rojiza de la puesta del sol, pero le pareció ver que Stewart Bowie iba al volante. Lo que vio cuando miró una segunda vez le alegró el corazón: en la caja del camión parecían llevar un par de depósitos de propano líquido. Ya se preocuparía más adelante por saber de dónde habían salido, a lo mejor incluso les haría unas cuantas preguntas, pero de momento simplemente se sentía aliviado al saber que las luces pronto volverían a encenderse y que los respiradores y los monitores volverían a funcionar. Quizá no durante mucho tiempo, pero sus planes no alcanzaban más allá de un día.
En lo alto de la cuesta del Ayuntamiento vio a su antiguo paciente y skater Benny Drake con un par de amigos. Uno de ellos era el chico de los McClatchey, el que había preparado la retransmisión en directo del impacto del misil. Benny lo saludó con los brazos y gritó, evidentemente con la intención de que parara y darle un poco de palique. Rusty le devolvió el saludo, pero no frenó. Estaba impaciente por ver a Linda. También por escuchar lo que tenía que decir, desde luego, pero sobre todo por verla, estrecharla entre sus brazos y acabar de hacer las paces con ella.
Barbie necesitaba mear pero se aguantó. Había llevado a cabo interrogatorios en Iraq y sabía cómo funcionaban allí las cosas. No sabía si en esa celda sería igual, pero tal vez sí. Las cosas estaban yendo muy deprisa y Big Jim había demostrado una implacable habilidad para avanzar con los tiempos. Igual que los más grandes demagogos, nunca subestimaba la disposición de su público a aceptar algo absurdo.
Barbie también tenía mucha sed, y no se sorprendió demasiado cuando uno de los nuevos agentes se presentó con un vaso de agua en una mano y una hoja de papel con un bolígrafo sujeto a ella en la otra. Sí, así funcionaban esas cosas; así funcionaban en Faluya, Tikrit, Hila, Mosul y Bagdad. Así funcionaban también ahora en Chester's Mills, por lo visto.
El nuevo agente era Junior Rennie.
– Vaya, mírate -dijo Junior-. Ahora mismo ya no pareces tan dispuesto a dar ninguna paliza con tus espectaculares truquitos del ejército. -Levantó la mano en la que llevaba la hoja de papel y se frotó la sien izquierda con la punta de los dedos. El papel hizo ruido.
– Tú tampoco tienes muy buen aspecto.
Junior bajó la mano.
– Estoy sano como una rosa.
Eso sí que era raro, pensó Barbie; había quien decía «estoy sano como una manzana» y había quien simplemente decía «estoy como una rosa», pero no había nadie, que él supiera, que dijera «sano como una rosa». A lo mejor no quería decir nada, pero…
– ¿Estás seguro? Tienes el ojo muy rojo.
– Estoy de puta madre. Y no he venido aquí para hablar de mí.
Barbie, que sabía muy bien para qué había ido Junior, dijo:
– ¿Eso es agua?
Junior bajó la mirada hasta el vaso, como si se hubiera olvidado de él.
– Sí. El jefe ha dicho que a lo mejor tenías sed. Sed buenos, ya sabes. -Se rió a carcajada limpia, como si esa incongruencia fuera lo más ingenioso que hubiera salido alguna vez de su boca-. ¿Quieres?
– Sí, por favor.
Junior le tendió el vaso. Barbie alargó una mano. Junior lo retiró. Por supuesto. Así era como funcionaban esas cosas.
– ¿Por qué los mataste? Tengo curiosidad, Baaarbie. ¿Angie ya no quería follar más contigo? Después, cuando lo intentaste con Dodee, ¿descubriste que le iba más merendar rajitas que comer pollas? ¿A lo mejor Coggins vio algo que no tenía que haber visto? Y Brenda empezó a sospechar. ¿Por qué no? Ella misma era policía, ¿sabes? ¡Por inyección!
Junior soltó gorgoritos de risa, pero debajo de esa hilaridad no se escondía más que un lúgubre estado de alerta. Y dolor. Barbie estaba bastante seguro de ello.
– ¿Qué? ¿No tienes nada que decir?
– Ya lo he dicho. Me gustaría beber. Tengo sed.
– Sí, seguro que debes de tener sed. Ese spray de pimienta es una cabronada, ¿a que sí? Tengo entendido que serviste en Iraq, ¿cómo era aquello?
– Hacía calor.
Junior volvió a gorjear. Parte del agua se vertió en su muñeca. ¿Le temblaban un poco las manos? Y por el rabillo de ese ojo izquierdo en llamas caían lágrimas . Junior, ¿qué te pasa, joder? ¿Migrañas? ¿O alguna otra cosa?
– ¿Mataste a alguien?
– Solo con la comida que cocinaba.
Junior sonrió como diciendo «Muy buena, muy buena».
– Pero allí no eras cocinero, Baaarbie. Eras oficial de enlace. Por lo menos esa era la descripción de tu cargo. Mi padre te buscó por internet. No salen muchas cosas, pero sí algunas. Mi padre cree que eras de los de interrogatorios. A lo mejor eras de los de operaciones encubiertas. ¿Eras como el Jason Bourne del ejército?
Barbie no dijo nada.
– Venga, ¿mataste a alguien? ¿O debería preguntar a cuántos mataste? Además de los que te has cargado aquí, quiero decir.
Barbie no dijo nada.
– Caray, esta agua tiene que estar buena. La he sacado de la nevera de arriba. ¡Fresquita fresquita!
Barbie no dijo nada.
– Los que han sido como tú volvéis con toda clase de problemas. Al menos eso es lo que tengo entendido y lo que veo por la tele. ¿Verdadero o falso? ¿Verdad o mentira?
No es una migraña lo que le lleva a hacer esto. Al menos ninguna migraña de la que yo haya oído hablar.
– Junior, ¿cuánto te duele la cabeza?
– No me duele.
– ¿Cuánto hace que tienes esos dolores de cabeza?
Junior dejó el vaso en el suelo con mucho cuidado. Esa noche llevaba un arma de mano. La sacó y apuntó a Barbie entre los barrotes. El cañón temblaba un poco.
– ¿Quieres seguir jugando a los médicos?
Barbie miró la pistola. La pistola no estaba en el guión, de eso estaba seguro; Big Jim tenía planes para él, y seguramente no eran planes agradables, pero no incluían que Dale Barbara muriera de un tiro en una celda de comisaría cuando cualquiera podía bajar corriendo desde el piso de arriba y ver que la puerta de la celda seguía cerrada y que la víctima estaba desarmada. Sin embargo, no podía confiar en que Junior siguiera el guión, porque Junior estaba enfermo.
– No -dijo-. Nada de médicos. Lo siento mucho.
– Sí, claro que lo sientes. Eres un imbécil de mierda arrepentido. -Pero parecía satisfecho. Volvió a meter el arma en la funda y volvió a coger el vaso de agua-. Tengo la teoría de que has regresado hecho una puta mierda por culpa de todo lo que viste e hiciste allí. Ya sabes, TEPT, ETS, SPM, alguna cosa de esas. Tengo la teoría de que sencillamente has estallado. ¿No es más o menos eso lo que ha pasado?
Barbie no dijo nada.
Junior no parecía muy interesado en saberlo, de todas formas. Le acercó el vaso por entre los barrotes.
– Cógelo, cógelo.
Barbie fue a coger el vaso creyendo que Junior volvería a retirarlo, pero no lo hizo. Probó el agua. No estaba fría y tampoco era potable.
– Sigue -dijo Junior-. Solo le he echado medio salero, eso puedes soportarlo, ¿verdad? Tú le echas sal al pan, ¿verdad?
Barbie se quedó mirando a Junior.
– ¿No le echas sal al pan? ¿Le echas sal, hijo de puta? ¿Eh?
Barbie le devolvió el vaso por entre los barrotes.
– Quédatelo, quédatelo -dijo Junior con magnanimidad-. Y quédate también con esto. -Le pasó el papel y el bolígrafo.
Barbie los cogió y miró el papel. Era más o menos lo que había esperado. Abajo del todo había un lugar en el que tenía que firmar.
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