Sam Bourne - El Testamento Final

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Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

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Maggie se dio la vuelta y vio la razón de que Sánchez hubiera cerrado el pico. Bruce Miller dejaba el bufet del desayuno y se dirigía hacia su mesa. «Mierda.» Quería acabar de oír lo que Sánchez quería decirle, pero sabía que se comportaría impecablemente delante del hombre del presidente. El vicesecretario de Estado se levantó un poco al llegar Miller, como si quisiera reflejar físicamente cuáles eran sus posiciones en la jerarquía de Washington.

– Hola, Bruce. Estaba poniendo rápidamente al día a Maggie Costello.

Ella le ofreció la mano, y él se la estrechó, y la retuvo más de lo necesario. La saludó con un ligero gesto de la cabeza, al estilo de los caballeros sureños.

– El placer es todo mío -dijo.

Maggie se dio cuenta de que aquel pequeño número había permitido a Miller darle un buen repaso y que sus ojos habían recorrido su cuerpo de arriba abajo.

– Bueno -dijo al fin, aparentemente satisfecho con los resultados de su examen-, ¿qué tenemos hasta ahora?

Ella procedió a explicarle por qué creía que había una conexión entre los asesinatos de Guttman y Nur y le contó que estaba utilizando las relaciones que había establecido en ambos bandos para descubrir en qué consistía ese vínculo. (Notó los destello en los ojos de Miller cuando ella dijo «relaciones».) No se sintió capaz de mencionar el anagrama de Nur y se Iimitó a comentar que estaba convencida de que, fuera cual fuese dicha conexión, explicaría las amenazas que se cernían sobre el proceso de paz.

– ¿A qué clase de conexión se refiere, señorita Costello?

– Arqueología.

– ¿Cómo ha dicho?

– Tanto Guttman como Nur eran arqueólogos. Creo que incluso habían trabajado juntos. Guttman le contó a su esposa que había visto algo que lo cambiaría todo. Dos días más tarde, murió, y luego también ella.

– La policía dijo que se suicidó, que no consiguió sobreponerse a la muerte de su esposo.

– Sé lo que dijo la policía, señor Miller, pero el hijo de los Guttman está convencido de lo contrario. Y yo le creo. -¿Trabaja usted muy estrechamente con él, señorita Costello?

Maggie notó que se ruborizaba. «Lo mismo que me ocurrió la última vez», pensó mientras se maldecía. Ella, que era capaz de la mayor discreción durante las negociaciones, que sabía guardar los secretos de cada bando sin desvelar la más pequeña pista, siempre acababa cediendo cuando el asunto no era la desmilitarización de una zona o el acceso a determinados puertos sino ella misma. Entonces se desmoronaba y lo revelaba todo. Eso era precisamente lo que le había ocurrido en el pasado. Y le había costado tan caro que creía que había aprendido a controlarse, pero no. Allí estaba de nuevo, intentando contener el rubor.

– Uri Guttman ha demostrado ser una valiosa fuente.

– ¿Arqueología, dice? -Bruce Miller se estaba colocando la servilleta en el cuello de la camisa-. ¿Significa eso que lo de anoche fue una casualidad o qué?

– ¿Lo de anoche?

– La incursión en Bet Alpha.

– ¿Se refiere al kibutz?

– Sí, es un kibutz, pero también la sede de uno de los grandes tesoros arqueológicos de Israel. Eche un vistazo. -Le entregó la edición en inglés de Haaretz-. Página tres.

La mitad de la página estaba ocupada por una fotografía de un cielo noctumo convertido en anaranjado por el resplandor de un edificio ardiendo. El pie de foto lo identificaba como el centro de visitantes del Museo Bet Alpha que «todo apunta que fue el objetivo de una incursión palestina».

En un recuadro interior había una foto más pequeña donde aparecía un precioso mosaico dividido en tres paneles y cuya sección central mostraba el dibujo de una rueda. El pie de foto explicaba que se trataba del suelo de mosaico de la sinagoga más antigua de Israel y que databa del período Bizantino del siglo v o VI. «Preservado durante 1500 años, los expertos dudan de que pueda restaurarse.»

Mientras Maggie leía, Miller se había vuelto hacia Sánchez para discutir los siguientes movimientos. Estaban de acuerdo en que no tenía sentido que el secretario de Estado interviniera mientras las partes negociadoras no estuvieran dispuestas a hablar. Más valía reservar su intervención para la fase final y…

– Es demasiada coincidencia -intervino Maggie, consciente de que estaba interrumpiendo a dos superiores.

– ¿Bet Alpha?

– Sí. Hasta el momento, los perjudicados de ambos bandos, desde el repentino empeoramiento de la situación, tienen algo que ver con todo esto -dijo señalando la foto del periódico-, con la arqueología, con ruinas, con el pasado.

Miller la miró con una sonrisa en los labios, como si Maggie le hiciera gracia.

– ¿Cree que estamos ante un problema de fantasmas? ¿Que los espíritus del pasado se aparecen en el presente? -Movió las dos manos como si se le pusieran los pelos de punta.

Maggie prefirió hacer caso omiso del comentario. -Todavía no sé de qué se trata, pero estoy segura de que explica la razón de que las negociaciones se hayan enfriado.

– Sea realista, señorita Costello. Todo en este jodido país…

– De repente cayó en la cuenta de dónde estaba y bajó la voz-. Todo en este país está relacionado con esto. -Cogió el periódico y mostró la página con la foto del museo quemado-. Aquí todo son piedras y templos. Esa es la maldita cuestión, que no explica nada. Nos enfrentamos a un problema político serio que requiere una solución política seria. Y lo que yo necesito es que usted demuestre que está a la altura de su reputación de cinco estrellas y arregle las cosas ya. ¿Me he expresado con claridad, señorita Costello?

Maggie se disponía a insistir en que no perdía el tiempo y que esa conexión existía, cuando sonó un zumbido. La BlackBerry de Miller anunciaba un nuevo mensaje.

– La policía israelí acaba de confirmar el nombre de la persona que fue asesinada anoche en el mercado.

– Apuesto a que era un comerciante de antigüedades, ¿a que sí, señor Miller?

Él acabó de leer el mensaje.

– Me temo que se equivoca, señorita Costello. Según parece, el fallecido era un comerciante de fruta y verdura. Nada de antigüedades. Un simple tendero. Se llamaba Afif Aweida.

Capitulo 30

Jerusalén, el jueves anterior

A Shimon Guttman le temblaba la mano cuando metió la llave en la cerradura. El trayecto de regreso a casa había transcurrido en la confusión mientras que su mente pasaba de la excitación al sobresalto. En todos los años que llevaba en Jerusalén, nunca había temido que le robaran, pero ese día miraba sin cesar por encima del hombro y observaba con ojos suspicaces a todo el mundo. Se imaginaba la tragedia: un desaprensivo lo abordaba en plena calle y le exigía que vaciara los bolsillos. No podía permitir que le ocurriera tal cosa. No ese día ni con aquello en la mano.

– ¡Estoy en casa! -avisó al entrar, rogando que no hubiera respuesta, rezando para estar solo. -¿Eres tú, Shimon? -Su esposa.

– Sí. Voy un momento a mi estudio. No tardo.

– ¿Ya has comido?

Shimon hizo caso omiso a la pregunta que le habían formulado, fue directo a su escritorio y cerró la puerta. Con el brazo apartó a un lado un montón de trastos-una cámara de vídeo, una grabadora digital y una pila de papeles- para despejar el escritorio. Lentamente, sacó la tablilla que Afif Aweida le había dado una hora antes. Durante la última parte del camino de regreso la había mantenido envuelta en un pañuelo para evitar que entrara en contacto con el sudor de su mano.

Mientras la desenvolvía y volvía a leer aquellas pocas palabras, sintió un estremecimiento de expectación. En el mercado solo le había dado tiempo de descifrar el comienzo de la inscripción. El resto seguía envuelto en el misterio. Para descifrar el texto completo tendría que examinarlo muy de cerca y recurrir a sus libros de consulta más antiguos. Le llevaría toda una noche de trabajo.

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