Sam Bourne - El Testamento Final

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Un trasdental hallazgo arqueológico podría cambiar radicalmente el destino de Israel y Palestina.
El profesor Guttman, un arqueólogo fundamentalista israelí, ha hallado, proveniente del saqueo del Museo Arqueológico de Irak, la tablilla que contiene el testamento de Abraham, donde se indica cómo deberán repartirse las tierras palestinos e israelíes. Tal descubrimiento le cuesta la vida a él y a su esposa, pero pone sobre la pista de la tablilla a Uri, hijo del malogrado matrimonio, y a Maggi, una mediadora política norteamericana. Ambos vivirán una apasionante aventura, perseguidos por los servicios secretos de sus respectivos países.

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– Sois bienvenidos -les dijo respirando pesadamente mientras tomaba asiento. La sorpresa fue su acento neoyorquino-. La verdad es que soy yo quien debería haber ido a verte. Has sufrido la mayor de las pérdidas, Uri, y sabes que te acompañan los pensamientos de toda la gente de Eretz Yisroel, de toda la tierra de Israel.

Maggie comprendió que la traducción era en consideración a eIla y seguramente también la frase entera. Aquel «toda la tierra» no le pasó inadvertido.

– Quería hablar contigo acerca de mi padre.

– Desde luego.

– Como sabes, en los últimos días de su vida estaba muy alterado, frenético.

– Estaba desesperado por ver a Yariv, por decirle la locura que estaba cometiendo; pero ese hombre que se hace llamar primer ministro no quiso recibirlo.

– ¿Era eso lo que deseaba decirle? ¿Que el proceso de paz era una locura?

– ¿Qué otra cosa podía ser? ¿Crees que entregar nuestra tierra más sagrada le parecía sensato? Además, ¿me lo preguntas en serio?

Maggie comprendió que la pregunta iba dirigida a ella, entre otras razones porque Shapira apenas miraba a Uri.

– Tu padre sabía que ese era el gesto propio de un pueblo que ha perdido su conciencia colectiva, una repetición del gran error de los judíos. Desde la era de los faraones hasta Hitler, los judíos listos siempre han creído que pueden espantar al lobo. ¿y cuál es el arma secreta de los judíos? Te lo diré, Uri: ¡la rendición! ¡Sí, señor! Ese es el gran invento de los judíos, la nación de Marx, Freud y Einstein: ¡la rendición! Y ahora Yariv está intentando el mismo truco. Damos a nuestros enemigos todo lo que quieren, sin luchar y a eso lo llamamos «paz». Pero eso es rendirse, ni más ni menos. ¿Me equivoco, señorita Costello?

Maggie deseó no estar allí. Si Uri hubiera ido sin ella, se habría ahorrado el discurso. Pero no parecía impresionado. Estaba inclinado hacia delante, como si fuera un entrevistador. -Akiva, lo que quiero saber es qué rondaba exactamente por la cabeza de mi padre en los últimos días de su vida.

– ¿Y por eso has venido hasta aquí? ¿No puedes deducirlo por ti mismo? ¿Qué le rondaba por la cabeza? ¿Acaso no es tan obvio que hasta un niño de parvulario te daría la respuesta?-Se volvió hacia Maggie de nuevo-. A ver, señorita Costello, Uri ha dicho que es usted irlandesa. Yo no tengo ni idea de si es usted católica o protestante, pero contésteme a esto: cuando el IRA se dedicaba a poner bombas cada cinco minutos, ¿acaso los protestantes dijeron: «Muy bien, aquí tenéis Belfast, partidla por la mitad y nos quedaremos la parte que vosotros no queráis. Ah, y ya que estamos, los millones de católicos que se han marchado del país en los últimos dos siglos, que vuelvan y se instalen en nuestro pequeño trozo protestante de Irlanda del Norte»? Sea sincera, ¿en alguna ocasión ha oído a un protestante de Irlanda del N arte decir algo así?

– Akiva, he venido para hablar de mi padre…

– Porque eso es lo que nuestro amado primer ministro y su llamado «gobierno», que Dios los bendiga con su sabiduría, están haciendo. ¡Exactamente lo mismo! Permitamos que cualquier palestino cuyo tatarabuelo meó un día en Jaffa venga y reclame una mansión en Tel Aviv y, desde luego, dividamos Jerusalén en dos. ¿Sabe usted cuántas veces se menciona Jerusalén en el Corán? Dígame, ¿lo sabe?

Uri alzó los ojos al techo, haciendo lo posible para ocultar su frustración. Pero fue Maggie la que habló:

– Mire, no hemos venido para…

– Cero. -Hizo la forma del número con el índice y el pulgar-. Un cero grande y gordo. En cambio nosotros llevamos dos mil años rezando tres veces al día por regresar a Jerusalén; construimos nuestras sinagogas orientadas hacia el este para que miren a Jerusalén, ya sea en New Jersey ya sea en Dublín; pedimos a Ha'shem, el Todopoderoso, que clave nuestra lengua al paladar y prive a nuestra mano derecha de su habilidad si algún día nos olvidamos de Jerusalén. ¡Y aun así tenemos que entregarla! ¡Vamos a rendir una ciudad a los árabes, a un pueblo cuyo libro más sagrado no la menciona ni una vez! -Se inclinó hacia delante con el rostro arrebolado y señalando a Maggie con el dedo-. Por lo tanto, sé muy bien lo que rondaba por la cabeza de Shimon Guttman: ¡el suicidio del pueblo judío! ¿Me oye? La destrucción del pueblo judío. Eso es lo que Guttman quería evitar.

Uri levantó la mano, como un alumno pidiendo permiso al profesor para hablar. Maggie se daba cuenta de que Uri estaba callándose sus opiniones, pero no sabía si lo hacía porque estaba demasiado cansado para discutir o porque había decidido inteligentemente que no conseguiría nada si se peleaba. En cualquier caso, agradeció el instinto de Uri. Ambos necesitaban la colaboración de Shapira. De otro modo, aquel viaje sería una pérdida de tiempo.

– Mi padre le comentó a mi madre que había visto algo, algo concreto -Uri encamaba la viva imagen de la devoción filial-, algo que lo cambiaría todo. ¿No sabrás tú a qué podía referirse?

Shapira miró a Uri y su expresión se suavizó.

– Tu padre y yo hablamos constantemente durante las últimas semanas. Él y yo…

– Me refiero a los últimos tres o cuatro días. Fue entonces cuando vio eso que no sabemos que es.

– Mira, Uri, tu padre podía ser una persona muy reservada cuando quería. Si no quiso compartir contigo lo que había descubierto, tal vez fuera por una buena razón.

– ¿Qué clase de razón?

– ¿Qué dicen los salmos? «Tal como un padre tiene compasión de sus hijos, así el Señor tiene compasión de aquellos que lo temen.»

– No entiendo.

– «Compasión de sus hijos.» Proteger a los hijos. Viene a ser lo mismo.

– ¿Crees que me protegió?

– Shimon era un buen padre, Uri.

– ¿y qué hay de mi madre? También intentó protegerla a ella y mira lo que ha pasado.

– ¿Estás seguro de que no compartió con ella ninguna información, Uri? ¿Podrías asegurarlo?

Uri meneó la cabeza a regañadientes, como un niño al que hubieran pillado en falta.

Maggie comprendió que cabía la posibilidad de que Rachel Guttman hubiera averiguado algo antes de morir. Quizá había hecho una llamada telefónica que había alertado a sus asesinos. O quizá, a pesar de las negativas de Uri, había visto algo que la había deprimido hasta el extremo de empujarla a quitarse la vida.

– Ya ves, mi querido Uri. El Señor del Universo tiene un plan para el pueblo judío. Naturalmente, no nos deja verlo, solo nos da algún indicio, aquí y allá, en los textos, en las fuentes. Solo indicios. Pero hace milagros, Uri. Su propia fe, señorita Costello, también le habrá enseñado eso. Milagros. Y la historia del pueblo judío es una historia de milagros.

»Sufrimos la mayor tragedia de la historia de la humanidad: el Holocausto. ¿Y cuánto tiempo tuvimos que esperar para hallar nuestra redención? ¡Tres años! ¡Solo tres! Los nazis cayeron en 1945, y en 1948 teníamos nuestro propio Estado. Tras dos mil años de exilio y diáspora regresamos a nuestra tierra ancestral, la tierra que Dios prometió a Abraham hace casi cuatro mil años. ¿Cómo llama a eso, señorita Costello, si no es un milagro a prueba de bombas? ¡Nuestra hora más negra seguida de la más luminosa!

»Luego, en el sesenta y siete ocurrió lo mismo. Los árabes nos tenían rodeados y afilaban los cuchillos para cortamos el cuello y arrojar a los judíos al mar. ¿Qué ocurrió? Pues que Israel destruyó las fuerzas aéreas del enemigo en cuestión de horas y sus ejércitos de tierra en seis días. ¡Seis días! "Y Dios vio lo que había hecho y se sintió complacido." Y al séptimo día, descansó.

»¿Estáis dispuestos a apostar con Dios a que nos vuelve a salvar? Es cierto, el panorama ahora es peor. Su gobierno de Washington, señorita Costello, tiene planeado desposeer al pueblo judío de sus derechos de nacimiento y nos dice que entreguemos las tierras que Dios nos prometió. Y colaborando con ustedes hay un hombre en quien confiamos en otro tiempo, un traidor que está dispuesto a vender a su propia gente para poder presumir delante de los antisemitas de toda Europa de buen judío, de judío simpático, de premio Nobel con la rama de olivo en el pico, mientras a los judíos malos y antipáticos los árabes los degüellan en sus camas.

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