Petros Márkaris - Defensa cerrada

Здесь есть возможность читать онлайн «Petros Márkaris - Defensa cerrada» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Defensa cerrada: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Defensa cerrada»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El rico empresario Dinos Kustas, conocida figura de la noche ateniense y propietario de un lujoso restaurante y varios clubs nocturnos, es asesinado de madrugada.
Todo apunta a que ha sido víctima de un ajuste de cuentas de la mafia. Sin embargo, para el comisario Kostas Jaritos algo no encaja: cuatro disparos hechos casi a ciegas no parecen obra de un profesional. Cínico, escéptico y obstinado, el investigador recorre las calles de Atenas, corroída por los intereses internacionales y la delincuencia, en busca de respuestas.
Desde los bajos fondos hasta las altas esferas, Jaritos se adentrará en el lado más sórdido de la Grecia contemporánea, al tiempo que desvela un oscuro entramado de blanqueo de dinero y corrupción.

Defensa cerrada — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Defensa cerrada», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

De no ser por el cadáver del desconocido, nos habríamos marchado hace dos días, para no molestar a la familia de mi cuñada. La casa no había sido declarada inhabitable, pero tenían que volver a montarla desde cero. El tresillo color hígado por sí solo ya exigía una semana de trabajo, y mi cuñada sufría como si se tratara de un familiar ingresado en la unidad de cuidados intensivos. Era una magnífica oportunidad para demostrar nuestra discreción y regresar, por fin, a la paz del hogar. Pero el cadáver la ha echado a perder. ¿Qué insensato cargaría con un fiambre sin identificar? La comisaría local ocupa dos cuartuchos estrechos y el subteniente tiene que hospedar a los detenidos en su despacho, así que metimos el cadáver en el pequeño almacén de la iglesia. Sólo de forma provisional, porque el pope se quejaba y encendía olíbano para disimular el hedor. Entonces empezaron las dificultades. El cuerpo no podía permanecer en la isla, aquí carecían de los medios necesarios para investigar. Llamé a la Dirección General de Hermúpolis, en Siros, pero ellos ya tenían bastante con las secuelas del terremoto. No quisieron ni oír hablar del asunto.

– Al menos, averigüen si ha desaparecido alguien que responda a esta descripción.

El comisario jefe accedió a dedicar cinco minutos a las pesquisas.

– Se han denunciado las desapariciones de un francés, dos ingleses y una holandesa. También de un viejo octogenario con demencia senil. ¿Le sirven?

– No.

– Razón de más para que yo no cargue con el muerto. Sin duda, es uno de los vuestros, que fue a pasar sus vacaciones en la isla y lo liquidaron.

Ante la evidencia de que no iba a sacar nada en claro, llamé a Guikas, el director general de Seguridad de la provincia de Ática, que es mi superior.

– Quería el judío ir al mercado, y resultó que era sábado -se rió él-. Una vez que decides hacer vacaciones, te encuentras con terremotos, cadáveres y Dios sabe qué más.

– Yo siempre voy al mercado en sábado. ¿No se había dado cuenta?… Bueno, ¿qué hago con el cadáver?

– Tráetelo aquí y ocúpate del asunto, ya que te has dejado enredar.

Dudo entre dos respuestas: una, la del funcionario público que pasa de todo; la otra, la del poli masoquista que se deja seducir por los misterios. Prevalece la segunda y llamo al forense Markidis, en Atenas.

– No estoy tan loco como para emprender un viaje de diez horas a una isla que aún está sufriendo terremotos para examinar un fiambre encontrado en el monte -replica-. Envíamelo aquí y ya veré lo que puedo hacer.

Así que ahora estoy en el muelle, de pie junto a Adrianí y nuestras tres maletas, en espera del momento de embarcar. La gente se agolpa junto a la valla, esperando a que abran la puerta. Tienen prisa por llegar al salón, para encontrar mesa donde jugar a las cartas o butacas para ver la televisión.

La furgoneta de Zimios con el féretro llega tarde, justo en el momento en que nos disponemos a embarcar.

– ¿Vamos a viajar con un muerto? ¿No teníamos suficiente con el terremoto? -protesta una gorda cincuentona ataviada con unas mallas verdes, santiguándose.

– Será el que encontraron en el monte después del terremoto -comenta su amiga, de dimensiones similares pero enfundada en unos vaqueros ceñidos.

– ¿Y tienen que meterlo en un ferry? ¿No había otro medio más adecuado?

– Qué esperabas del Estado griego… ¿No has visto qué desastre después del terremoto?

– ¿Por qué las molesta tanto viajar con un muerto? -interviene Adrianí, mientras yo le tiro de la blusa para que se calle, aunque sin resultado.

– Pero ¿qué dice usted? -responde la gorda de verde-. ¡Trae mala suerte, que Dios nos perdone! ¡Y en pleno mar!

– Ah, claro, el mar. ¡Qué tonta soy! Claro, la mala suerte no nos afecta en tierra firme. -Su veneno cae en gotas dulces, como si lo hubiese espolvoreado con azúcar.

– Si le parece bien, hágale compañía usted, no seré yo quien se lo impida -propone la de los vaqueros. Cruza la entrada y entra en el barco al tiempo que Zimios, con la ayuda de un marino, baja el féretro de la furgoneta y lo deposita en el suelo. Las gordas detectan la operación y salen corriendo hacia la primera cubierta, pero quedan encalladas en la escalerilla, que es demasiado estrecha para sus caderas.

– Ya estamos, teniente. Buen viaje -grita Zimios, y acto seguido sube a la furgoneta para irse.

El barco está prácticamente vacío. Adrianí busca dos sillas de plástico en la popa, a resguardo del sol, y tomamos asiento. Los bancos están ocupados por turistas que, metidos en sus sacos, duermen a pierna suelta. En el suelo, frente a nosotros, Anita y su inglés intercambian caricias desvergonzadas. Por un instante el inglés vuelve la cabeza y nuestras miradas se cruzan, pero parece que mi cara no le resulta familiar.

Adrianí saca hilos y aguja y empieza a bordar. La observo y me pregunto dónde piensa colocar la nueva obra de arte. Siempre ha tenido la manía de bordar pero, desde que Katerina se fue a estudiar Derecho a Salónica, se siente sola y la cosa se ha convertido casi en una obsesión. Pronto deja la aguja, su mirada planea sobre la espuma que forma la hélice y se le escapa un profundo suspiro.

– ¿Qué te pasa? -pregunto.

– Estoy pensando en Eleni. ¿Qué estará haciendo ahora?

– Limpiar el tresillo o ayudar a Sotiris a colgar la lámpara.

Me mira de reojo, porque ya sabe qué estoy pensando.

– Es una araña.

– Claro. Como las arañas que cuelgan de la catedral.

– Ya estamos, tú y tu mala leche. Me pregunto qué opinión tendrás de nuestra casa.

Mejor que no lo sepa. Anita y el inglés se han hartado de caricias y se han quedado abrazados y quietecitos, como los árboles fosilizados de Eubea. Me agacho y busco el diccionario en el bolso de Adrianí. Empiezo a hojearlo hasta dar con la voz «Vibrar: agitarse, sacudirse, trepidar; en el amor: conmoverse, excitarse, arrebatarse». Harto de pasiones, sigo buscando para ver si encuentro algo referido a los terremotos cuando oigo una voz a mi lado:

– ¿Qué han hecho con el cadáver?

Alzo la vista y descubro a Anita. Observo al inglés y lo veo dormido panza arriba y con la boca abierta.

– Está en la bodega. ¿Quieres verlo?

– No. Ya lo he visto dos veces, me parece suficiente.

Adrianí levanta la mirada de su labor, nos observa, llega a la conclusión de que una mujer con esa pinta no tendrá el menor interés por un poli y vuelve a su cometido.

Anita, sin embargo, no se da por vencida. Echa un vistazo al inglés, que sigue durmiendo con la boca abierta, y me contempla de nuevo, algo indecisa.

– Di lo que sea -la animo.

– Hugo me dijo algo antes de marchar.

– ¿Qué te dijo?

– Que había visto al tipo antes de que lo mataran.

– ¿Dónde?

– En Santorini. Iba con una chica.

– ¿Qué chica?

– No lo sé. Pero sería de aquí, porque hablaban en griego.

Vamos de mal en peor. Ojalá hubiese sido una extranjera a la que el tipo se hubiese ligado en Santorini.

– ¿Por qué no la mencionó en su declaración?

– Porque estuvo esperando más de una hora para declarar y ya estaba harto. Si hubiese mencionado a la chica, lo habrían retenido más tiempo. Tenía ganas de terminar con el asunto.

– ¿Por qué? ¿Tenía que dar de comer a los leones? -Tarda casi medio minuto hasta visualizar al filósofo-domador con el pendiente, y se echa a reír.

– No se deje engañar por su aspecto. Es un genio -dice.

– Si eso fuera cierto, me habría hablado de la chica. ¿Tienes su dirección en Alemania?

– No. Sólo ha sido una amistad de verano, de esas que en otoño se olvidan.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Defensa cerrada»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Defensa cerrada» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Defensa cerrada»

Обсуждение, отзывы о книге «Defensa cerrada» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x