Sam Bourne - Los 36 hombres justos

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Nueva York. Will Monroe es un joven periodista novato educado en Inglaterra y felizmente casado que decide mudarse a Estados Unidos donde vive su padre, un prestigioso juez. Empieza a destacar en el New York Times cuando se publica su primer artículo sobre el extraño asesinato de un chulo de burdel. Una historia interesante: aparentemente tras la fachada de hombre oscuro se escondía un hombre que había hecho el bien y su cadáver tratado con respeto. Sin embargo este es el primero de una serie de asesinatos en distintos lugares del mundo con extrañas similitudes y Will se ha puesto sobre la pista. De pronto recibe un e-mail que le avisa del rapto de su mujer y lo chantajean para abandonar la investigación y no acudir a la policía. Will acude a su padre, que le da su apoyo moral, y a un amigo experto programador para que rastree el mail anónimo. Esta pista le lleva al corazón de barrio hasídico, judío ultraortodoxo de Brooklyn, donde descubre que su mujer ha sido retenida para su protección pues está ligada a una profecía antigua de la cábala sobre la existencia de 36 hombres justos en el mundo cuya muerte provocaría el fin del mundo. Le piden 4 días y luego se la devolverán. Will empieza a recibir ahora mensajes cifrados en su móvil que le animan a seguir investigando: claves bíblicas. Acude entonces a su amiga y ex novia judía, experta en textos bíblicos, para que le ayude a descifrar el enigma. Los asesinatos se siguen sucediendo en el resto del mundo, siempre hombres de bien escondidos tras una fachada distinta ante el mundo, y Will pista tras pista, enigma tras enigma, descubre que existe una gran conspiración de un grupo fundamentalista cristiano para provocar el fin del mundo. Poco a poco los hombres justos según la cábala judía están siendo asesinados, y Will se involucra en una carrera contrarreloj para evitar sus muertes y tal vez la de su propia esposa en peligro…y tal vez el fin del mundo.

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Lunes, 14. 50 h, Brooklyn

Había llegado el momento de que Will tomara el mando. Apartó a Tom de la silla y al instante volvió al campamento base del periodismo del siglo XXI: Google.

La búsqueda de «Iglesia de Jesús Renacido» dio como resultado algunas páginas, pero escasas. Para su sorpresa, aquella congregación carecía de web propia.

Abrió la primera entrada, un enlace con un documento presentado durante una conferencia en la Universidad de Nebraska:

Aunque poco numerosa en términos de seguidores, la Iglesia de Jesús Renacido ejerció gran influencia hace un cuarto de siglo, particularmente entre los jóvenes intelectuales cristianos. El núcleo de sus enseñanzas se basaba en un revolucionario enfoque teológico que afirmaba que los cristianos habían sustituido a los judíos como el pueblo elegido por Dios.

Lamentablemente, el artículo no añadía más; solo se extendía en disquisiciones sobre la religiosidad del campus en los años setenta. Sin embargo, Will estaba lanzado e intuía que TC también lo seguía. Ambos eran conscientes de que no disponían de tiempo para discutir. Entró en Wikipedia, la enciclopedia de internet, y tecleó «teologías de la sustitución».

La respuesta tardó unos segundos en llegar, segundos durante los cuales Will agitó el pie, tanto por impaciencia como por ansiedad. Un impreciso recuerdo lo azuzaba. Ya había visto antes ese nombre: «Iglesia de Jesús Renacido»; lo había visto en las dependencias del periódico.

Entonces apareció la página con el encabezamiento: «Supressionism», que se definía como la creencia cristiana de que el cristianismo representa la culminación del judaísmo bíblico, y por lo tanto que los judíos que niegan que Jesús es el Mesías judío reniegan de su creencia de considerarse el pueblo elegido por Dios.

Will saltó al siguiente párrafo.

La teoría dice que Israel ha sido superado… en el sentido de que a la Iglesia se le ha confiado la realización de las promesas de las que el Israel judío era depositario.

La entrada aclaraba que mientras numerosos grupos liberales protestantes habían renunciado al supresionismo aduciendo que los judíos y quizá otros no cristianos podían encontrar a Dios a través de su respectiva fe, «otros grupos conservadores y cristianos fundamentalistas sostienen que el supresionismo sigue siendo válido», y que el debate continúa.

«Y adivina dónde continúa», pensó Will. Volvió a Google y centró la búsqueda en «Iglesia de Jesús Renacido y teología de la sustitución». Encontró tres referencias, la primera, un artículo de The Christian Review .

La teología de la sustitución ha visto cómo se ha ido haciendo cada vez más impopular, desacreditada por los partidarios de lo políticamente correcto, dicen sus defensores. Hace unos años gozó de un vigoroso renacimiento, principalmente gracias a la actividad de un grupo intelectual conocido como la Iglesia de Jesús Renacido. Según este grupo, los cristianos, al reconocer a Jesús como el Mesías, heredaban no solo la condición de elegidos sino el judaísmo mismo. El movimiento de Jesús Renacido argumentaba que los judíos habían hecho caso omiso de los deseos directos de Dios y por lo tanto habían perdido todo derecho a lo que habían aprendido de Él. Se habían desheredado ellos mismos de su papel de pueblo elegido, pero -y eso es lo que diferencia a la Iglesia de Jesús Renacido- los judíos también habían abandonado sus propias tradiciones, costumbres e incluso folclore, elementos todos ellos que debían considerarse patrimonio de los cristianos comprometidos.

– Para -dijo TC, muy pálida-. Aquí está el punto crucial. Justo aquí, cuando dice: «sus propias tradiciones, costumbres e incluso folclore». Este grupo cree que el judaísmo contiene la verdad, no para los judíos, sino para los cristianos. «Incluso el folclore.» ¿No lo ves? Lo han asimilado todo, el misticismo, la cábala, todo.

– Y seguramente también la historia de los hombres justos -dijo Will.

– Sí, no creen que sea una extraña tradición de los hasidim . Lo que creen es que les pertenece a ellos. Creen que es cierta.

Will hizo clic en el siguiente resultado de Google. Era un enlace con un grupo de debate evangélico. Alguien que se identificaba como NewDawn21 había enviado un largo mensaje, aparentemente respondiendo a una pregunta sobre los orígenes de la Iglesia de Jesús Renacido.

En su momento tuvo un impacto considerable y fue una especie de hábil punto final para todo el movimiento de seguidores de Jesús de túnica y sandalias. Giraba en torno al carismático predicador que en esa época era capellán en Yale, el reverendo Jim Johnson.

Will miró a TC.

– Conozco ese nombre -dijo-. Fundó un estrambótico movimiento evangélico en los setenta. Murió hace algunos años.

TC siguió leyendo:

– Según parece, el reverendo Johnson influyó a toda una generación de élites cristianas. Lo llamaban "el flautista de Hamelín del campus" por el número de seguidores que congregaba.»

Yo fui testigo porque me encontraba en Yale en ese período, y Johnson era un fenómeno. Solo le interesaba la lista de los estudiantes más sobresalientes, los redactores de la Revista Jurídica, los delegados de clase, ese tipo de gente. Nosotros los llamábamos los apóstoles, porque seguían a Johnson como si fuera realmente el Mesías o algo parecido. Para quienes les interese, he incluido una foto del Yale Daily News donde aparece Johnson con sus seguidores».

Will abrió la imagen y esperó a que se descargara. Se trataba de una fotografía de los años setenta, descolorida y granulosa, que tardó unos segundos en completarse. En el centro, sonriendo ampliamente como si fuera el capitán del equipo de fútbol, aparecía un hombre de unos cuarenta años vestido con una camisa con el cuello abierto y llevando las típicas gafas de montura rectangular que en esa época se consideraban lo más moderno. No lucía alzacuellos ni traje oscuro. Will llegó a la conclusión de que era lo que los Victorianos habrían llamado un musculoso cristiano.

Rodeándolo, había un grupo de jóvenes con expresión muy seria que desprendían esa confianza propia de quienes han nacido para mandar que se veía en los anuarios de Yale. Llevaban el cabello largo, y las solapas de sus chaquetas y camisas eran anchas. Sus rostros resplandecían de entusiasmo. Aquellos jóvenes no solo se disponían a gobernar el mundo, sino que estaba claro que creían contar con la bendición de Dios para ello.

– Creo que deberías darte prisa -dijo Tom, que había ocupado la posición de Will en la ventana-. Hay un coche ahí fuera del que acaban de salir dos tipos con muy mala pinta y que se disponen a entrar en el edificio.

Sin embargo, Will apenas prestaba atención porque se había echado hacia atrás en el asiento por la sorpresa: había reconocido uno de los rostros de la foto. Había visto recientemente otra foto de aquel hombre en su juventud. The New York Times la había hecho circular con ocasión de su nombramiento. Allí, al lado de Jim Johnson, estaba ni más ni menos que Townsend McDougal, el que un día sería director del periódico.

– ¡No puedo creerlo! -exclamó Will.

– Es él, ¿verdad? -preguntó TC.

Will estaba perplejo. ¿Cómo podía ella haber reconocido a McDougal?

– No quería decir nada porque no estaba segura -prosiguió-, pero es imposible que se trate de otra persona, ¿no te parece?

Will la miró enarcando las cejas para mostrar que no comprendía nada de nada.

– ¿De qué demonios estás hablando?

– ¡Will! -gritó Tom-. ¡Ya vienen! ¡Tenéis que marcharos ahora mismo!

– Mira -dijo TC señalando con el dedo la última fila de jóvenes, en la parte izquierda de la imagen, una zona en la que Will apenas se había fijado. El dedo de TC se había detenido en un apuesto joven, alto y delgado, de abundantes cabellos. Un joven que no sonreía-. Puede que me equivoque, Will, pero yo diría que se trata de tu padre.

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