¿Quién podía desear que Cynthia muriera? ¿Y por qué? No obstante, la pregunta que más la obsesionaba seguía rondándole por la mente.
– ¿Por qué me utilizan? -musitó.
Tess exhaló un suspiro y cedió a las ganas de mirar el reloj. Llevaba esperando sola sesenta y tres minutos. Mierda. ¿Dónde se había metido Amy?
Aidan se encontraba al otro lado del cristal, observándola. Tras un primer momento de estupor, Tess había recobrado la compostura y no había vuelto a perderla.
La puerta que había detrás de él se abrió y volvió a cerrarse. Aidan notó un suave aroma a canela y un penetrante olor a tabaco. Pobre Murphy. Se había pasado los cuatro meses que llevaban trabajando juntos masticando chicle de canela para dejar de fumar y ahora parecía que la presión de las últimas horas había echado por tierra su esfuerzo.
– Joder, Murphy, ¿te has fumado todo el paquete?
– La mitad. -Murphy carraspeó fuerte-. ¿Cómo está?
– Parece haberlo asimilado bastante bien.
Llevaba prácticamente una hora mirando al espejo con un aire entre impasible y retador. Él podría haberla dejado marchar; en realidad, debería haberlo hecho y lo sabía. No tenían suficientes pruebas para retenerla, eso estaba más que claro. Sin embargo se limitó a permanecer allí, petrificado.
La observaba mientras ella lo observaba a él.
La chica lo atraía, tenía que reconocerlo. No creía que hubiera un hombre vivo capaz de mirar aquel rostro y aquel cuerpo y no sentirse atraído, y Aidan estaba lleno de vida. Con todo, su reacción se debía a algo más que a su aspecto exterior. Su forma de esperar denotaba sobria dignidad.
«Es psiquiatra», se dijo. Estaba acostumbrada a ocultar sus emociones, a guardar silencio durante largo rato. Igual que los policías. Tenía algo en común con la doctora Tess Ciccotelli, y eso no le hacía ninguna gracia.
Al otro lado del cristal observó un repentino movimiento: Tess suspiró y por un brevísimo instante sus hombros se hundieron. Bajó la vista a las fotografías que él había dispuesto sobre la mesa y tranquilamente dejó a un lado las que correspondían al cadáver empalado de Cynthia Adams tomadas por la policía. Luego se acercó la foto del ahorcamiento de la hermana de Cynthia para examinarla mejor, y al hacerlo sus cejas morenas se unieron en el centro.
– ¿Por qué me utilizan? -murmuró en tono tan quedo que Aidan apenas pudo oírla.
– Es una buena pregunta -musitó él a modo de respuesta.
– Sabes que no ha sido ella -dijo Murphy en voz baja.
Aidan se mordió la parte interior de la mejilla.
– De momento no sé nada de nada, Murphy. Y tú tampoco. De todos modos, te agradeceré que me permitas llegar a mis propias conclusiones. Podrías haber hecho uso de tu autoridad y dejar que se fuera. -Probablemente Aidan así lo habría hecho de haber sido él el experimentado y Murphy el novato-. ¿Por qué no la has dejado marchar?
Murphy exhaló un suspiro.
– Tal vez porque no estaba del todo seguro, a pesar de la cara que ha puesto cuando le has hecho escuchar la cinta. Está enfadada con los dos pero yo la he defraudado y no será fácil que me perdone. ¿Qué le pasa a su abogada? ¿Es que viene de otro planeta?
– Calculaba que habría llegado hace media hora. Se llama Amy Miller. -Murphy dio un respingo apenas perceptible-. ¿La conoces?
– La vi en una ocasión -se limitó a responder Murphy-. No he trabajado nunca con ella.
Aidan volvió a prestar atención a Ciccotelli, concentrada en examinar una a una las fotos. Había dejado las fotografías en la sala expresamente por si eso la hacía derrumbarse, pero ya se imaginaba que no sería así.
– Tengo que admitir que no tiene pinta de asesina, Murphy. Pero también es posible que su cara de horror se debiera a que la hemos descubierto.
– ¿Eso crees?
– No. Me parece que es demasiado lista para eso. De hecho, es demasiado lista para ser culpable, pero las pruebas indican otra cosa y no podemos pasarlas por alto. ¿Qué diría el fiscal del estado?
Murphy se había ausentado con la excusa de ir a avisar a Patrick Hurst, el fiscal del estado, aunque Aidan sospechaba que la verdadera razón era que necesitaba librarse de la despiadada mirada de Tess Ciccotelli. Y fumarse medio paquete de tabaco.
– Se ha quedado hecho polvo. -Murphy soltó una risa amarga-. Patrick también la conoce y no puede creer lo que está ocurriendo. Dice que quiere que le demos razones más convincentes; de hecho, quiere más pruebas del homicidio.
Aidan frunció el entrecejo.
– Hay una mujer muerta. ¿Desde cuándo eso no es un homicidio?
La puerta que había detrás de ellos se abrió y notaron una brisa y el embriagador aroma de un perfume caro antes de ver a una treintañera con un traje chaqueta azul marino de aspecto profesional. Llevaba el pelo rubio pulcramente recogido en un moño y en sus orejas brillaban unos pequeños diamantes. La mirada de sus ojos verdes era dura y el gesto de su boca, serio, lo que en conjunto le confería un aspecto adusto.
– Puesto que nadie la empujó, no hay homicidio que valga -espetó-. Soy Amy Miller, la abogada de la doctora Ciccotelli, y voy a llevármela de aquí ahora mismo. -Entonces se detuvo ante Murphy y lo miró con extrañeza.
– Me parece que ya nos conocemos.
Murphy hizo un gesto de asentimiento.
– Soy el detective Murphy. Este es mi compañero, el detective Reagan. Coincidimos en el hospital el año pasado, señorita Miller.
Ella entrecerró los ojos tratando de recordar y enseguida los abrió de golpe.
– Estaba sentado junto a su cama. -Sacudió la cabeza con gesto de incredulidad-. Usted conoce a Tess. ¿Cómo puede creer que tiene algo que ver en todo esto? Debería darle vergüenza. No entiendo por qué no se dedican a descubrir quién impulsó a esa mujer a arrojarse por el balcón, porque les aseguro que no fue Tess Ciccotelli. Ahora si me disculpan, me gustaría hablar con mi cliente. -Posó la mirada en el interruptor de la pared-. En privado.
Murphy desconectó el micrófono.
– ¿Por qué no se me habrá ocurrido antes? -murmuró con aire sarcástico-. Lo único que tenemos que hacer es encontrar al auténtico asesino. Joder.
Aidan observó a Miller sentarse a un extremo de la mesa y vio que Ciccotelli daba golpecitos en su reloj de pulsera; sus ojos oscuros echaban chispas. Luego se volvió hacia Murphy; quería que su compañero le explicara qué hacía él en el hospital, en la habitación de Ciccotelli, pero este se limitó a sacudir la cabeza con desaliento.
– Ahora no. Me voy a casa a dormir un rato. Mañana iremos a ver qué hay en la caja de seguridad y haremos algunas indagaciones para averiguar quién podía desear la muerte de Cynthia Adams.
Aidan se quedó un momento más observando a Ciccotelli y a su abogada. Miller estaba hablando, formulaba preguntas, pero Ciccotelli se limitaba a mirar el espejo. Miller se volvió hacia atrás y se colocó de modo que Aidan no pudiera ver nada. Era lógico que una abogada defendiera a su cliente. Eso no le extrañaba, pero sí el que aparentemente Murphy tuviera con Tess una relación mucho más estrecha de lo que estaba dispuesto a admitir. Aidan se preguntó si estarían liados. Nunca había oído una palabra acerca de la vida amorosa de Murphy; que él supiera, no salía, ni había salido, con ninguna chica.
Sí, era posible que estuvieran liados. La idea le afectó. A pesar de su apariencia relajada, Murphy se preocupaba mucho por la gente, por las víctimas a quienes representaba. «Del agua mansa líbreme Dios», solía decir la madre de Aidan. Era posible que algunas mujeres encontraran aquella mansedumbre… atractiva.
Aidan apretó los dientes mientras observaba a Ciccotelli recoger las fotos y hacer con ellas un pulcro montón. Trató de imaginarse cómo encajarían todas aquellas curvas en las manos de un hombre, en las de su compañero. La idea no le gustó nada.
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