Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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– ¿Lang te entregó una fotografía suya voluntariamente? -preguntó Fabel.

– No exactamente. -Anna intercambió una mirada con Henk-. La cogí prestada de la escena del crimen. Técnicamente era propiedad del difunto. No de Lang.

Fabel lo dejó pasar.

– ¿Le mostraste la fotografía a Schüler?

– Sí -dijo Anna-. No es concluyente, diría. Schüler ha dicho que podría ser el mismo tipo; el color del pelo es el mismo y la complexión aproximadamente la misma, también. Pero él no logró ver lo bastante bien al invitado de Hauser como para hacer una identificación firme. De todas maneras, creo que deberíamos hacerle una visita a Herr Lang. Me gustaría volver a verificar su coartada.

– Esta vez -dijo Fabel-, creo que yo también iré.

22.35 H, ElMSBÜTTEL, HAMBURGO

Ya eran más de las diez y media cuando Fabel, Anna y Henk golpearon a la puerta del apartamento de Sebastian Lang, en el segundo piso de un impresionante edificio en Ottersbekallee, a unos pocos minutos del área del Schanzenviertel donde estaba la residencia de Hans-Joachim Hauser. Hasta ese momento, Fabel no se había encontrado con Lang: era un hombre alto de unos treinta años, muy delgado, con un cutis pálido, ojos celestes y pelo oscuro. No cabía duda de que su aspecto encajaba con la somera descripción del hombre que Schüler había visto en el apartamento de Hauser. El rostro de Lang era perfectamente proporcionado; sin embargo, en vez de hacerlo apuesto, esa perfección de sus rasgos parecía feminizarlo. Maria lo había descrito como un chico «bonito». La otra característica notable de la cara de Lang era su ausencia de expresión y, cuando se hizo a un lado con un suspiro para permitir que los agentes entraran, no había nada en la máscara de su rostro que revelara el grado de su enfado.

Hizo pasar a Fabel, Anna y Henk a la sala. Al igual que su ocupante, el piso estaba inmaculado y ordenado; nada parecía estar fuera de lugar. Era como si Lang tratara de efectuar el menor impacto posible en su ambiente vital. Evidentemente estaba leyendo cuando Fabel y los otros llegaron, y había depositado el libro, con toda meticulosidad, sobre la mesita lateral. Fabel lo levantó. Era una especie de historia política de la Alemania de posguerra, abierto en un capítulo sobre el terrorismo interno alemán de los años setenta y ochenta.

– ¿Usted es estudiante de historia, Herr Lang? -le preguntó Fabel.

Lang cogió el libro de manos de Fabel y lo cerró. Luego lo guardó en el espacio que había dejado en la ordenada biblioteca de su casa.

– Es tarde, Herr Kriminalhauptkommissar, y realmente no me agrada que me molesten en mi casa -dijo Lang-. ¿Podría decirme por favor de qué se trata todo esto?

– Desde luego, Herr Lang. Y le pido disculpas por molestarlo a esta hora, pero suponía que usted estaría más que dispuesto a responder cualquier pregunta que pudiera ayudarnos a entender lo que le ocurrió a Herr Hauser.

Otro suspiro.

– Está acabando con mi paciencia, Herr Fabel. Por supuesto que quiero ayudar a atrapar al asesino de Hans-Joachim. Pero cuando la policía se presenta en grupo a acosarme en mi casa después de las diez de la noche, entiendo que no sólo vienen a verificar algunos datos.

– Cierto… -dijo Fabel-. Ha aparecido un testigo. Vio a alguien en el apartamento de Herr Hauser la noche del homicidio. Alguien que encaja con su descripción.

– Pero eso es imposible. -El tono de protesta de Lang no se tradujo en ningún gesto-. O, al menos, es posible que alguien como yo estuviera allí, pero no era yo.

– Bueno -dijo Anna-. Eso es algo que todavía tenemos que confirmar.

– Por el amor de Dios, le he dado todos los detalles de mi paradero aquella noche… -Lang se acercó a un escritorio junto a la puerta y abrió un cajón. Regresó hacia los agentes con algo en cada mano-. Aquí está el resguardo de la entrada de la exposición a la que asistí. Como verán, tiene la fecha del martes en cuestión. Y aquí… -Le dio el resguardo a Fabel. En la otra mano tenía una pluma y un cuaderno-. Aquí están otra vez los nombres y los números telefónicos de las personas que pueden confirmar que estuvieron conmigo aquella noche, y le aseguro que lo harán.

– ¿Dice usted que llegó a su casa alrededor de la una de la madrugada? -Fabel le pasó el resguardo a Anna.

– Sí. -Lang cruzó los brazos en una actitud de desafío-. Nosotros… quiero decir, mis amigos y yo… fuimos a cenar después. Ya le he dado a ella… -Hizo un gesto en dirección de Anna-… el nombre del restaurante y el camarero que nos atendió. Dejamos el restaurante a la una menos cuarto.

– ¿Y volvió a su casa solo?

– Sí. Solo, Herr Fabel. De modo que no puedo proporcionarle una coartada para después de esa hora.

– Es posible que eso no tenga importancia, Herr Lang -dijo Fabel-. Todos los indicios dan a entender que Herr Hauser murió entre las diez y las doce de la noche.

A Fabel le pareció detectar algo que perturbaba la expresión impasible de Lang, como si asignarle una hora al sufrimiento y la muerte de Hauser lo hubiera hecho más real.

– ¿Su relación con Herr Hauser no era exclusiva? -preguntó Anna.

– No. Al menos, no por parte de Hans-Joachim.

– ¿Conoce a alguna otra persona con la que hubiera podido estar relacionado?

Durante un momento, Lang pareció confundido.

– ¿A qué se refiere con «relacionado»? Oh… Oh, ya veo. No. Hans-Joachim tenía innumerables aventuras, pero no había nadie… bueno, yo era su único compañero.

– ¿A qué creyó que nos referíamos cuando le preguntamos si estaba relacionado con alguna otra persona? -preguntó Fabel.

– No, a nada. Sólo que no estaba seguro de si se refería a una relación profesional o personal. O política, en el caso de Hans-Joachim. Es sólo que él era muy, bueno, extraño, respecto de sus conocidos. Una noche se emborrachó un poco y me dio un sermón diciéndome que no debía involucrarme con el grupo equivocado. Sobre las malas decisiones.

Fabel miró el sitio de la biblioteca en el que Lang había guardado el libro.

– ¿Alguna vez Herr Hauser le habló de su pasado? Quiero decir, de sus días como activista, esa clase de cosas…

– Todo el tiempo -dijo Lang con expresión de fatiga-. Se lo pasaba dándome la lata sobre cómo su generación había salvado Alemania, cómo sus acciones de aquella época habían formado la sociedad de hoy. Parecía pensar que mi generación, según sus palabras, estaba jodiéndolo todo.

– ¿Pero alguna vez le comentó algo sobre sus actividades? ¿O sus conocidos?

– No, lo que es raro. La única persona que mencionaba a veces era Bertholdt Müller-Voigt. Ya sabe, el senador de medio ambiente. Hans-Joachim lo odiaba profundamente. Decía que Müller-Voigt creía que podía llegar a canciller algún día, y que de eso se trataba toda esa basura de Lady Macbeth y la esposa del Erster Bürgermeister Schreiber. Según Hans-Joachim, Müller-Voigt y Hans Schreiber estaban cortados por el mismo patrón. Oportunistas descarados. Los había conocido a ambos en la universidad y los despreciaba desde entonces… en especial a Müller-Voigt.

– ¿Alguna vez habló de las acusaciones que Ingrid Fischmann publicó en la prensa sobre Müller-Voigt? ¿Todo ese asunto del secuestro de Wiedler?

– No. Al menos, a mí no.

– ¿Herr Hauser tuvo algún contacto con Müller-Voigt? Reciente, quiero decir.

Lang se encogió de hombros.

– No que yo sepa. Yo creo que Hans-Joachim habría hecho todo lo posible por evitarlo.

Fabel asintió. Reflexionó un momento sobre lo que Lang le había dicho. No le servía de mucho.

– Usted debe de saber que mataron a otro hombre de la misma manera, a menos de veinticuatro horas del asesinato de Herr Hauser. Ese hombre era el doctor Gunter Griebel. ¿El nombre le suena de algo? ¿Herr Hauser mencionó alguna vez al doctor Griebel?

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