Camilla Läckberg - La Princesa De Hielo

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Tras muchos años de ausencia, la joven escritora Erica vuelve a su pueblo natal, donde ha heredado la casa de sus padres recientemente fallecidos. Erica decide darse un paseo por las calles donde transcurrió los primeros años de su vida, pero tras el aviso de unos vecinos, descubre que su amiga de la infancia, Alex, acaba de suicidarse.
Conmocionada, inicia una investigación y descubre que Alex estaba embarazada. La historia da un nuevo giro cuando la autopsia revela que su amiga no se suicidó sino que fue asesinada. La policía detiene al principal sospechoso, Anders, un artista fracasado que mantenía una relación especial con la víctima…

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Capítulo 2

Calentó un mechón de su cabello entre sus manos. Los diminutos cristales de hielo se derritieron mojando las palmas. Fue lamiendo el agua, con deleite.

Apoyó la mejilla contra el borde de la bañera y sintió cómo el frío le mordía la piel. Era tan hermosa. Allí, flotando en la superficie del hielo.

Los lazos que los unían aún seguían vivos. Nada había cambiado. Nada era diferente. Dos de la misma naturaleza.

Tan sólo con un mínimo esfuerzo podía darle la vuelta a su mano para unir las dos palmas. Trenzó sus dedos con los de ella. La sangre estaba reseca y coagulada y se adhirió en pequeños fragmentos a su piel.

El tiempo jamás había sido importante cuando él estaba a su lado. Años, días o semanas, todo se confundía en una mezcolanza en la que sólo importaba aquello: la palma de ella contra la suya. Por eso había sido tan dolorosa la traición. Ella había hecho que el tiempo recobrase su importancia. Y por eso la sangre jamás volvería a correr cálida por sus venas.

Antes de marcharse, volvió a colocar la mano en suposición original, con sumo cuidado.

No se volvió a mirar.

—–

Erica no pudo identificar el sonido que acababa de despertarla de un sueño profundo y sin ensoñaciones. Cuando comprendió que era el timbre estentóreo del teléfono lo que había interrumpido su descanso, ya llevaba bastante rato sonando, por lo que saltó de la cama para descolgar cuanto antes.

– Erica Falck -su voz sonó como un graznido, así que se aclaró sonoramente la garganta con la mano sobre el micrófono, para hacer desaparecer la afonía matutina.

– ¡Vaya, perdona! ¿Te he despertado? De verdad que lo siento.

– No, qué va, estaba despierta -la respuesta equivalía a un mensaje automático y la propia Erica oyó lo falsa que sonaba. Era del todo evidente que, simplemente, acababa de despertarse.

– Bueno, de todos modos, disculpa. Soy Henrik Wijkner. Resulta que acaba de llamarme Birgit y me ha pedido que te llame. Al parecer, esta mañana recibió una llamada de un comisario particularmente impertinente de la comisaría de Tanumshede. Y poco más o menos que le ordenó, en términos poco considerados, que se presentase en la comisaría. Parece que también requieren mi presencia. El sujeto no quiso decirle el motivo, pero tenemos nuestras sospechas. Birgit está muy alterada, puesto que ni Karl-Erik ni Julia están ahora en Fjällbacka, por diversas razones, y me preguntaba si no podrías hacerme el gran favor de acercarte a ver a Birgit. Su hermana y su cuñado están en el trabajo, de modo que ella está sola en casa. Yo tardaré un par de horas aún en llegar a Fjällbacka y no quisiera que pasase tanto tiempo sola. Ya sé que es mucho pedir y que, en realidad, tú y yo no nos conocemos tanto, pero no tengo a nadie más a quien pedírselo.

– Por supuesto que iré a ver a Birgit. No hay problema. Lo que tarde en vestirme y estaré con ella dentro de un cuarto de hora.

– Estupendo, te lo agradeceré eternamente. De verdad. Birgit nunca ha sido una mujer muy equilibrada y me tranquiliza saber que estará acompañada hasta que yo esté en Fjällbacka. La llamaré y le diré que no tardarás en llegar. Supongo que estaré allí hacia las doce. Entonces podremos hablar tranquilamente. Gracias, de verdad.

Aún con la arenilla del sueño en los ojos, Erica se apresuró a entrar en el cuarto de baño para darse un rápido lavado de cara. Se puso la misma ropa del día anterior y, tras peinarse a toda prisa y ponerse algo de rimel, en menos de diez minutos se hallaba sentada al volante. En tan sólo cinco minutos más había llegado a Sälvik, a la calle de Tallgatan, de modo que llamó a la puerta al cuarto de hora exacto de haberse despedido de Henrik.

Birgit parecía haber perdido un par de kilos en los días transcurridos desde la última vez que Erica la vio y la ropa le quedabademasiado ancha. En esta ocasión no fueron a sentarse a la sala de estar, sino que Birgit la condujo directamente a la cocina.

– Gracias por venir. Estoy tan preocupada y sabía que no iba a soportar estar aquí sola dándole vueltas a la cabeza hasta que llegara Henrik.

– Me dijo que te había llamado la policía de Tanumshede.

– Sí, esta mañana, a las ocho, me llamó un tal comisario Mellberg y me dijo que yo, Karl-Erik y Henrik teníamos que presentarnos en su despacho inmediatamente. Le expliqué que Karl-Erik había tenido que salir de viaje inesperado de negocios, pero que volvería mañana y le pregunté si no podíamos posponerlo para entonces. Eso no era aceptable, según sus propias palabras, así que se las arreglaría conmigo y con Henrik. Fue bastante impertinente y, desde luego, llamé a Henrik enseguida. Me dijo que vendría lo antes posible. Supongo que estaba bastante nerviosa, por eso a Henrik se le ocurrió llamarte y preguntarte si podías quedarte conmigo un par de horas. Espero que no pienses que es un abuso. No creo que tengas ningún interés en verte más involucrada de lo que ya lo estás en nuestra tragedia, pero no sabía a quién acudir. Y hubo un tiempo en que tú entrabas y salías de nuestra casa como un miembro más de la familia, así que pensé que tal vez…

– Venga, no pienses en eso ahora. Estoy encantada de poder ayudar. ¿No te dijo la policía para qué os quieren allí?

– No, ese hombre no quería decir una palabra sobre el asunto. Pero yo tengo mis sospechas. ¿No te dije que Alex no se había quitado la vida, no te lo dije?

Erica le tomó la mano a Birgit con gesto impulsivo.

– Por favor, Birgit, no te precipites en tus conclusiones. Puede que tengas razón, pero es mejor no especular hasta que no lo sepamos con certeza.

Fueron dos horas muy largas las que pasaron en la cocina. La conversación se agotó en tan sólo unos minutos y lo único que quebraba el silencio era el tictac del reloj. Erica se dedicó a describir con el índice los círculos que decoraban la brillante superficie del hule que cubría la mesa. Birgit estaba tan exquisitamente vestida y maquillada como en su encuentro anterior con Erica, pero había en ella una marca indefinible de cansancio y agotamiento, como unafotografía cuyos bordes se han desdibujado. El haber perdido peso no le sentaba bien, puesto que ya antes estaba en el límite de la escualidez, y le acentuaba aun más las arrugas en torno a los ojos y la boca. Con tanta fuerza se aferraba a la taza de café que tenía los nudillos blancos. Si aquella interminable espera resultaba aburrida para Erica, para ella debía de estar siendo insoportable.

– No comprendo quién querría matar a Alexandra. No tenía enemigos ni adversarios. Simplemente, vivía una vida normal y corriente con Henrik. -Sus palabras sonaron como disparos tras el largo silencio.

– Aún no sabemos si eso fue lo que sucedió. De nada sirve elucubrar antes de saber qué quiere la policía -insistió Erica, que interpretó la ausencia de respuesta como señal de muda conformidad.

Poco después de las doce entraba Henrik en el pequeño aparcamiento que había frente a la casa. Lo vieron a través de la ventana de la cocina y se levantaron agradecidas para ponerse los abrigos. Cuando el joven llamó a la puerta, las dos lo aguardaban listas para salir. Birgit y Henrik se besaron en las mejillas, aunque sin tocarse, y después le tocó el turno a Erica. Como no estaba acostumbrada a esas formas, se puso nerviosa ante la idea de quedar en evidencia empezando por el lado equivocado. No obstante, logró atravesar el momento sin dificultad y aprovechó para disfrutar, durante un segundo, del masculino aroma de la loción para el afeitado que llevaba Henrik.

– Nos acompañas, ¿verdad?

Erica ya iba camino de su coche.

– Pues no sé si…

– Te lo agradecería mucho.

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