Richard Powers - El eco de la memoria

Здесь есть возможность читать онлайн «Richard Powers - El eco de la memoria» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El eco de la memoria: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El eco de la memoria»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una novela sobre el recuerdo y el olvido, de la mano de uno de los escritores con más talento de Estados Unidos.
Una llamada anónima avisa de un accidente en una carretera a las afueras de Nebraska. Mark Shluter es trasladado al hospital donde entra en coma, junto a él había una nota anónima con un extraño mensaje: «No soy Nadie, pero esta noche en la carretera del norte, DIOS me guió hasta ti para que pudieras vivir y traer de vuelta a alguien más». Karin Shluter, hermano de Mark, vuelve a su ciudad natal para cuidar de su hermano. Educados por padres inestables, ninguno de los dos ha encontrado el equilibrio en sus vidas. Un día, Mark despierta del coma con un extraño caso de síndrome de Capgras, un tipo de amnesia en la que el afectado recuerda todos los detalles referentes a su vida salvo los sentimientos ligados a ellos. ¿Vio Mark algo que no debía saber aquella noche en la carretera?

El eco de la memoria — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El eco de la memoria», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Si está seguro de que reducirá sus síntomas… -planteó, pero Weber no podía prometerle nada-. He de pensarlo, sopesar las cosas.

– Tómese todo el tiempo que necesite -respondió Weber.

Todo el tiempo del mundo.

Telefoneó a Sylvie, salió a cenar, se duchó, leyó e incluso escribió un poco, pero nada bueno. Cuando comprobó el correo electrónico, ya había un mensaje de Daniel. A este le había asustado la información encontrada en la Red, una página que explicaba: «La olanzapina se emplea para tratar la esquizofrenia. Actúa reduciendo los niveles excesivamente elevados de la actividad cerebral». El mensaje estaba lleno de enlaces con sitios que informaban sobre negligencia profesional y listas de efectos secundarios conocidos y sospechados del fármaco. La misma nota era irritantemente minuciosa. ¿Sabía Weber que la olanzapina producía cambios drásticos en los niveles de azúcar en sangre? En la exposición de un juicio pendiente se decía que la olanzapina «había convertido a varias personas en diabéticas». Daniel aseguraba que él no intervenía en la decisión. «Pero me gustaría ayudar a Karin a decantarse por la alternativa correcta.»

La bendición de la información interminable: Internet, que incluso democratizaba los cuidados médicos. Supongamos que diéramos a todos los medicamentos una calificación en Amazon. La sabiduría de las masas. Que prescindiéramos por completo de los expertos. Weber inhaló y empezó a redactar su respuesta. Aquel era precisamente el motivo por el que la profesión médica levantaba tantas barreras entre sus practicantes y los pacientes. Incluso responder al correo de Daniel era un error, pero lo hizo, con tanto cuidado como le fue posible. Una deuda que debía pagar. Era consciente de los posibles efectos secundarios del fármaco, y los había mencionado en la reunión con la pareja. Su propia hija era diabética, y él no tenía el menor deseo de inducir esa condición en nadie. No quería indicar ningún tratamiento con el que Karin no se sintiera completamente cómoda. Daniel hacía lo correcto al informarle de todas las maneras posibles. La decisión dependía por entero de Karin, pero Weber estaba dispuesto a ayudarla en cuanto estuviera en su mano. Le envió a ella una copia del mensaje.

Se durmió planteándose unos interrogantes a los que nadie más experto que él podía responder. ¿Cuál había sido la causa de la continua sorpresa que experimentaba, la sensación de estar despertando de una prolongada impostura? ¿Por qué razón aquel caso concreto, y no los centenares anteriores, le había desestabilizado? Desde la pubertad no había dudado de sus impulsos. ¿Cuándo se sentiría liberado, indemnizado, listo para confiar de nuevo en sí mismo? Se había convertido en objeto de una profunda fascinación clínica, en el tema de su propio experimento abierto…

A la mañana siguiente caminó por el pueblo, buscando el restaurante donde desayunó en cierta ocasión, meses atrás. El aire era fresco y vigorizante, y le preparaba para cualquier cosa. Límpido y terso, de un azul de huevo de petirrojo en los cuatro puntos cardinales, por muy lejos que caminara. Los edificios, las casas, los automóviles, la hierba y los troncos de los árboles brillaban, sobresaturados. Era como si se hallara en el interior de un festival de la cosecha en Kodachrome. Tierra y maíz seco en su olfato: no recordaba la última vez que había olido algo de una manera tan lisa y llana. Se sentía como a los diecisiete años, cuando estudiaba el último curso de secundaria en la escuela Chaminade de Dayton, y se impuso la tarea de escribir un gazal de estilo persa al día. En aquel entonces, sabía que llegaría a ser poeta. Ahora volvía a experimentar aquella sensación terriblemente fraudulenta, lleno de nuevas posibilidades líricas.

Había dejado que sus críticos le convencieran. Algo se había erosionado, el placer fundamental de su actividad. Ahora los tres libros parecían uniformemente superficiales, vanos e interesados. Cuanto más valiente había sido Sylvie ante su desconcierto, tanto más seguro estaba él de que la había decepcionado, de que ella había perdido algo de su fe fundamental en él y de que estaba demasiado asustada para admitirlo. ¿Quién sabía cómo debía de verle Karin Schluter?

Tras muchas vueltas al azar, encontró el restaurante. No había manera de escapar a la cuadrícula: no era aquella una ciudad para perderse en ella. Dispuesto a cruzar la puerta y plantear un reto a la memoria de la camarera, miró a través del vidrio. Karin Schluter estaba sentada a una mesa frente a un hombre que claramente no era Daniel Riegel. El hombre, con una fina corbata de color azul cerceta y traje gris oscuro, parecía capaz de comprar al ecologista con la calderilla caída en el forro del bolsillo de su chaqueta. La pareja se cogía de las manos sobre la mesa del desayuno. Weber retrocedió, se volvió y siguió caminando. Tal vez ella le hubiera visto. Giró y se alejó calle abajo. Por encima del hombro, miró las fachadas del otro lado: elegantes bufetes de abogados, una oscura tienda atestada de instrumentos musicales con el escaparate agrietado, un videoclub con una banderola blanca en la que se leía en un alegre tipo de letra: «El miércoles es el Día del Dólar». Detrás del brillante revestimiento de aluminio y la señalización de plástico se veían fragmentos de ladrillo y ménsulas de la década de 1890. La ciudad entera vivía en una continua amnesia retrógrada.

Nadie podía pedirle que hiciera más de lo que ya había hecho. Había pasado con Mark más tiempo del que cualquier profesional clínico podría permitirse. Había encontrado el mejor tratamiento disponible. Se había puesto al servicio de Karin, de acuerdo con la decisión de esta. No podía beneficiarse de la visita de ninguna manera. De hecho, el viaje le había costado considerables tiempo y dinero. Pero aún no deseaba marcharse. Todavía no estaba en paz con Mark. Regresó al hotel, se sirvió el desayuno en el bufé, subió al coche alquilado y se dirigió a Farview.

En un campo, a tres kilómetros de la ciudad, pasó ante una cosechadora verde que parecía un brontosaurio y que estaba devastando las hileras de maíz. Los campos, al morir, tenían una exigua y severa belleza. Nada podía acecharte sigilosamente en aquellos horizontes despejados. Los inviernos podían ser lo más duro, desde luego. A Weber le gustaría pasar allí un mes de febrero. Semanas con temperaturas bajo cero, el aire cargado de nieve, los vientos que soplan desde las Dakotas sin nada que reduzca su velocidad a lo largo de centenares de kilómetros. Sobre una suave elevación rodeada de maíz, vio una vieja granja, el siguiente paso evolutivo de aquellas antiguas chozas de barro y hierba. Se imaginó en una de aquellas viviendas de tablas blancas y grises, sin ningún medio más moderno que la radio para ponerle en contacto con la humanidad. Desde su sitio al volante le parecía uno de los pocos lugares que quedaban en el país donde tendrías que enfrentarte al contenido de tu alma, despojado de todos sus envoltorios.

Unos años atrás, la urbanización River Run había sido un campo de trigo o soja. Y solo unas décadas antes, una docena de hierbas distintas que Weber no habría sabido nombrar. Dentro de veinte años, o de dos mil, volvería a ser un terreno cubierto de hierbas y no quedaría ningún recuerdo de aquel breve interludio humano. En el sendero de acceso a la casa de Mark había otro vehículo, y Weber supuso de quién era. Se le aceleró el pulso y, sorprendido, se debatió entre los impulsos de huir o presentar batalla. Se examinó el rostro en el retrovisor: parecía un gnomo de jardín blanqueado. Llegó a la puerta de entrada sin ninguna razón plausible, ni profesional ni personal, pero Mark le abrió como si lo estuviera esperando. Weber la vio por encima del hombro de Mark, sentada a la mesa de la cocina. Le sonreía, tímida, familiar. Weber aún no podía decir a quién le recordaba. Tuvo un primer atisbo de conocimiento, pero hizo caso omiso. Ella le saludó, como una vieja confidente. Él se estremeció, con la sonrisa culpable de quien pasa la aduana con contrabando en el equipaje.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El eco de la memoria»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El eco de la memoria» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El eco de la memoria»

Обсуждение, отзывы о книге «El eco de la memoria» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x