Desde muy lejos oí una refriega, y la cuerda que me estrangulaba se aflojó de nuevo.
—¡Esta vez no, pedazo de mierda! —exclamó Weiss.
Se oyó un bofetón y un leve golpe, y cuando un poco de luz alumbró mi mundo, vi a Astor tendida en el suelo y a Weiss luchando por arrebatar el destornillador a Cody. Me llevé una mano al cuello y tiré del sedal, y conseguí aflojarlo lo bastante para dar una gran bocanada de aire, que sin duda era lo correcto, pero no obstante me provocó un ataque de tos como jamás había experimentado, y me asfixié hasta tal punto que las luces se apagaron de nuevo.
Cuando logré respirar otra vez, abrí los ojos y vi a Cody tirado en el suelo al lado de Astor, al otro extremo de la sala de la exposición, detrás de la mesa de sierra, y a Weiss sobre ellos con el destornillador en una mano y su cámara de vídeo en la otra. La pierna de Astor se agitaba, pero por lo demás no se movía. Weiss se dirigió hacia ellos y levantó el destornillador, y yo me puse en pie con movimientos de borracho para detenerle, a sabiendas de que jamás conseguiría llegar a tiempo, con la sensación de que me estaba vaciando de toda oscuridad y formaba un charco alrededor de mis zapatos al pensar en mi impotencia.
Y en el último segundo posible, cuando Weiss se alzaba sobre los cuerpecitos inmóviles de los niños y Dexter se lanzaba hacia delante con horrible lentitud, Rita irrumpió en la película, con las manos todavía atadas, todavía amordazada, pero con los pies lo bastante ligeros para cargar contra Weiss y golpearle con una cadera mortífera que le envió dando tumbos de costado, lejos de los niños y contra la mesa de sierra. Cuando se incorporaba ella volvió a golpearle, y esta vez los pies de Weiss se enredaron y cayó. El brazo que sujetaba la cámara se extendió para impedir que cayera sobre la sierra giratoria. Y casi lo logró… casi.
La mano de Weiss golpeó la mesa al otro lado de la hoja, pero la fuerza de su caída le hizo desplomarse con todo su peso, y acompañada de un chirrido una explosión de niebla roja saltó en el aire cuando el antebrazo de Weiss, cuya mano aún aferraba la cámara, se desprendió y cayó sobre la vía del tren en miniatura. Los espectadores lanzaron una exclamación ahogada y Weiss se levantó poco a poco, con la vista clavada en el muñón del brazo, mientras la sangre brotaba a chorros. Me miró e intentó decir algo, sacudió la cabeza y avanzó hacia mí, volvió a mirar el muñón, y dio otro paso en mi dirección. Y entonces, casi como si estuviera bajando por un tramo de escaleras invisible, cayó de rodillas poco a poco y se quedó oscilando, a escasa distancia de mí.
Y yo, paralizado por mi lucha con el nudo y mi miedo por los niños y, sobre todo, por la visión de aquella horrible, asquerosa, húmeda y viscosa sangre que manaba y caía al suelo, me quedé quieto mientras él me miraba por última vez. Sus labios se movieron de nuevo, pero no dijo nada y sacudió la cabeza poco a poco, con cautela, como si tuviera miedo de que también se desprendiera y cayera al suelo. Con exagerado cuidado clavó los ojos en los míos y habló con mucha precisión y claridad.
—Toma muchas fotos.
Me dedicó una sonrisa muy tenue y muy pálida y cayó de bruces sobre su propia sangre.
Retrocedí un paso cuando cayó y alcé la vista. En la pantalla de televisión, el tren corrió hacia delante y se estrelló contra la cámara, sujeta todavía a la mano situada al final del brazo cercenado de Weiss. Las ruedas giraron un momento, y después el tren descarriló.
—Brillante —comentó la dama elegante que había delante de la multitud—. Absolutamente brillante.
Los médicos de urgencias de Miami son muy buenos, en parte porque tienen mucha práctica. Pero, ay, no consiguieron salvar a Weiss, Casi se había desangrado por completo cuando llegaron a su lado y, a instancias de una frenética Rita, dedicaron dos minutos cruciales a examinar a Cody y a Astor, mientras Weiss se deslizaba por la larga y oscura pendiente que conduce a las páginas de la historia del arte.
Rita esperó angustiada mientras los tipos de urgencias incorporaban a los niños y los examinaban. Cody parpadeó y trató de coger su destornillador, y Astor empezó a quejarse al instante de lo mal que olían las sales aromáticas, con lo cual me quedé bastante convencido de que iban a ponerse bien. De todos modos, era casi seguro que hubieran sufrido contusiones de escasa importancia, lo cual me imbuyó de una sensación de solidaridad familiar. Tan pequeños, y ya estaban siguiendo mis pasos. Enviaron a los dos al hospital para mantenerlos bajo observación durante veinticuatro horas, «sólo para asegurarnos». Rita se fue con ellos, por supuesto, para protegerles de los médicos.
Cuando se fueron, vi que dos técnicos de urgencias se arrodillaban, al lado de Coulter. Habían traído el desfibrilador, pero al cabo de unos momentos de examinar el cuerpo, menearon la cabeza, se levantaron y marcharon. Pensé que parecían un poco decepcionados por no haber tenido la oportunidad de gritar «¡Adelante!» y aplicar la descarga, pero tal vez eran interpretaciones mías. Me sentía todavía un poco mareado debido al tiempo pasado en compañía del lazo de Weiss, y un poco extrañado de que las cosas hubieran sucedido lejos de mí con tal celeridad. En circunstancias normales, soy Dexter el Rápido, en el centro de toda acción importante, y que tanta muerte y destrucción hubieran ocurrido a mi alrededor sin haber intervenido, no me parecía justo. Dos cuerpos enteros, y yo no había sido más que un observador, desmayándome en las afueras del drama cual damisela victoriana.
Y Weiss. Parecía en paz y contento. Muy pálido y muerto, además, pero de todos modos… ¿En qué estaría pensando? Nunca había visto tal expresión en el rostro de un ser querido fallecido, y era un poco inquietante. ¿Por qué tenía que sentirse feliz? Estaba absoluta y oficialmente muerto, y no me parecía algo capaz de inspirar buen rollo. Tal vez era un truco de los músculos faciales al imprimirse en ellos la muerte. Fuera lo que fuera, mis pensamientos se vieron interrumpidos por unos pasos apresurados detrás de mí, de modo que me volví.
La agente especial Recht. Se detuvo a escasa distancia y contempló la carnicería con el rostro convertido en una máscara profesional, aunque no disimulaba la conmoción, ni el hecho de que estuviera bastante pálida. De todos modos, no se desmayó ni vomitó, y pensé que lo llevaba bastante bien.
—¿Es él? —preguntó, con una voz tan tensa como su rostro. Carraspeó antes de que yo pudiera contestar—. ¿Es el hombre que intentó secuestrar a sus hijos? —añadió.
—Sí —contesté, y después, para demostrar que mi gigantesco cerebro volvía a tomar los controles, me anticipé a la espinosa pregunta—. Mi mujer está segura de que es él, y los niños también.
Recht asintió, por lo visto incapaz de apartar los ojos de Weiss.
—De acuerdo —dijo. No sabía a qué se refería, pero parecía una señal alentadora. Confié en que significara que el FBI iba a perder el interés por mí—. ¿Y él? —preguntó Recht, señalando con un cabeceo la parte posterior de la exposición, donde los tipos de urgencias estaban terminando de examinar a Coulter.
—El detective Coulter llegó antes que yo.
Recht asintió.
—Eso dice el tipo de la puerta —comentó, y el hecho de que lo hubiera preguntado no era muy consolador, así que decidí dar unos cautelosos pasos de danza.
—El detective Coulter… —dije con cautela, como si luchara por controlarme, y debo admitir que la ronquera producida por el nudo fue de lo más eficaz—. Llegó antes. Antes de que yo pudiera… Creo que… Sacrificó su vida por salvar a Rita.
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